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04 febrero 2020

2980. Una lección de Memoria

José González Ferradás, Francisco Pena Romero y Pablo Barreiro Castro en el Consulado General de la República Argentina en Vigo
(Fotografía de José Lores)



El pasado 28 de enero, a instancias de la A.R.M.H. y en el Consulado General de la República Argentina en Vigo, se presentaron las cinco primeras denuncias de deportados gallegos a los campos nazis para incluir en la Querella Argentina.

Una de esas denuncias fue la de Domingo Castro Molares, deportado a Mauthausen y asesinado en el Castillo de Hartheim, centro de eutanasia nazi. Su sobrino nieto Pablo, ha querido dejarnos el testimonio de lo que significó para él ese acto.


*


Cuando vi salir a José González y a María Torres con lágrimas en los ojos sentí un poco de envidia, acto seguido me asaltó la vergüenza por haber tenido ese sentimiento.

Nos habían recibido en el consulado de la República Argentina y esperábamos turno sentados en la pequeña sala de espera. Un eficiente funcionario nos preparó la documentación antes que la cónsul general nos fuera recibiendo uno a uno en su despacho para presentar la denuncia.

Francisco Pena es hijo de un superviviente del campo nazi de Mauthausen, tiene 85 y está lleno de vitalidad y lucidez. Va acompañado de su mujer y su hija que lo adoran y lo cuidan. Cuando algún periodista le pregunta, ellas insisten en que no se vaya por las ramas, que no se enrede en detalles. Francisco no se cansa de contar su historia una y otra vez a quien se interesa por ella. Siempre cuenta un matiz o una anécdota nueva, se expresa con elocuencia y abre mucho los ojos al hablar, más de lo normal, como si no se hubiera podido recuperar del estupor, de cuando su padre le relató el horror que sufrió en su encierro de cuatro años en el infierno de un campo de concentración nazi diseñado para deshumanizar y matar por extenuación.

El padre de Francisco no pudo regresar a su país cuando fue liberado por las tropas aliadas en 1945. Así que Francisco tuvo la suerte de pasar su infancia y juventud en París, alejado de la prisión ideológica y moral que era la España franquista de aquellos años.

José González no tuvo esa suerte.

José es un hombre serio y de pocas palabras, la típica persona tímida que va por la vida con su coraza. Cuando hablas con él se nota que esa coraza es más gruesa de lo normal. Todo comenzó el día en que se percató de que el nombre de su tío José no estaba esculpido en el muro lateral de la iglesia de Beluso, el que da a la carretera para que sea bien visible con la lista de los caídos por la patria.

Ese día hizo la primera pregunta.

¿Si el tío José murió en la guerra porqué no está en el muro de la iglesia?

José ya no dejó de preguntar y de cosechar silencios, lágrimas y miradas evasivas por parte de sus mayores, gestos de reproche y miradas de reojo de los vecinos, y excusas, trabas y desidia por parte de las instituciones a las que se asomó a preguntar cuando llegó la democracia. Todo eso fue conformando esa coraza bajo la que se esconde una persona de extrema sensibilidad y humanidad.

María Torres es una investigadora tenaz y metódica.

María habla con tranquilidad y transmite la determinación que da la certeza de saber que hace lo correcto a pesar de los obstáculos. No en vano, hoy estamos todos en esta sala en gran medida gracias a ella. Hoy está aqui en representación de Ramón Garrido, un vecino de O Grove deportado al campo de Dachau cuya familia, que vive en Francia, no ha podido venir.

Pero María también tiene su propia historia de tragedia familiar y, al igual que José, esta curtida en la lucha contra el olvido, contra las trabas burocráticas y contra los reproches de los que dicen que no hay que levantar heridas, aunque bajo la costra de esas heridas esté atrapado un trozo de justicia y los derechos de personas que sufrieron como pocos por defender la libertad en España y en Europa.

Cuando me tocó entrar, la cónsul se sentó enfrente de mí y después de comprobar que estaba toda la documentación, me miró a los ojos, y me animó a que contara la historia, sin ninguna prisa y con toda la libertad. Yo estaba allí presentado una denuncia, un acto burocrático que suele ser formal y aséptico, pero la sensación de comprensión y calor humano que recibí no se puede describir con palabras.

Mi tío abuelo Domingo murió el castillo de Hartheim en 1942. Me enteré de su alucinante y brutal historia hace apenas dos años, hasta entonces ni siquiera sabía que hubo españoles en los campos nazis. He pasado la mayor parte de mi vida de la que tengo recuerdos en democracia. La represión y dictadura franquista para mí no había salido de los libros de historia, yo presumía de que la conocía bien, ahora sé que no tenía idea de lo esencial.

Tengo que reconocer que todavía no he podido asimilar esa tragedia familiar, por más que lo intento, soy incapaz de ponerme en la piel del tío Domingo, siento que su padecimiento está muy lejos de mí, eso me avergüenza un poco.

Por eso no lloré cuando le conté su triste historia a una persona que me miraba con tanta comprensión y afecto como sería lo normal. José González y María Torres sí lloraron. Ellos vivieron la dictadura y la democracia, llevan años masticando su tragedia, reponiéndose una y otra vez a las trabas y la incomprensión, luchando contra el olvido.

Hoy he recibido una lección. Por primera vez he tenido que hacer uso del derecho a la justicia universal que nos asiste por ley todos los españoles y no he podido ejercerlo.

La justicia española no me permite denunciar un crimen brutal que no ha prescrito y he tenido que acudir a un país extranjero. La lucha por la justicia y los derechos humanos no ha terminado.

Pero sobre todo hoy he recibido una lección de humanidad que no olvidaré.

Y esa lección me la han dado todos ellos, cada uno a su manera. Por eso quiero dar las gracias a Francisco, a José, a María y a Carmen, a la cónsul de la República Argentina en Vigo y el personal que nos atendió. Y a los periodistas y personas que nos arroparon con tanto cariño en un día tan importante para preservar la memoria y la justicia de las víctimas de la intolerancia y la brutalidad.


Pablo Barreiro Castro
Vigo, 1 de febrero de 2020









4 comentarios:

  1. Con gente luchadora, siempre se consigue el objetivo.¡La Historia se lo debe !

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  2. Es muy bonito lo que has escrito y me siento muy identificada. La historia de todos ellos es para nosotros una lección de vida. A mi me transmiten mucha fuerza y creo que tenemos la obligación moral de sacarles del olvido. Enhorabuena por tus palabras!

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    1. Gracias por tus palabras Esther. Se las transmitiremos a Pablo Barreiro, sobrino del deportado Domingo Castro.

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