Investigador e historiador.
Les voy a contar una pequeña historia. Tras la
violenta ocupación de la ciudad de Sevilla en julio de 1936, el ex general
Queipo de Llano se encontró con un problema importante, cual era organizar la
represión de sus adversarios y que resolvió con el nombramiento de un capitán
llamado Manuel Díaz Criado como delegado de Orden de Público para Andalucía
Occidental y Extremadura. Este individuo ya tenía un glorioso historial
conspirativo y delictivo desde la proclamación de la República y, sin lugar a
dudas, reunía un brillante perfil para el puesto. Sin pérdida de tiempo, se fue
a tomar posesión de su cargo y poner a la policía a sus órdenes, a la par que
reunía a su alrededor un equipo de fieles seguidores compuesto con lo más
granado de lo que más adelante se llamaría “justicia de la Nueva España”.
Pero
he aquí que el pobre hombre tropezó a su vez con un nuevo problema. Tenía que
matar a mucha gente, decenas y decenas de “rojos”, y eso creaba dificultades
logísticas y operativas importantes, así que se entendió con el partido de
Falange, que tan ardorosamente apoyaba la sublevación. Aunque fuera un
grupúsculo que en las elecciones de febrero anterior hubieran sacado menos
votos que afiliados decían tener, contaban con hombres de gran abnegación y
entrega, de tal manera que ofrecieron al señor delegado una recién creada
Brigadilla de Ejecuciones (el nombre se lo dieron ellos) formada por
voluntarios y dirigida por el Vieja Guardia Pablo Fernández Gómez, que se
encargaría de asesinar a todos aquellos que el señor delegado dispusiera.
Dicho y hecho. Empezaron muy pronto a funcionar y
demostraron con creces el gran arrojo y valentía que tenían en eso de disparar
a hombres y mujeres amarrados por los codos. Lo único desagradable eran los
gritos, los insultos o que muchos de esos rojos no se dejaban matar y se
negaban a andar hacia la tapia, de tal forma que había que matarlos al bajar
del camión. Pero, bueno, todos los oficios tienen sus gajes y el de asesino
también. Así estuvieron durante varias semanas mostrando la generosa
contribución que, con la sangre de otros, ofrecían a la “Nueva España”. Según
el jefe de la brigadilla, fueron ochocientos uno los “rojos” que eliminaron en
poco más de un mes, total, casi nada comparado con lo de Caín y Abel, que
murieron el cincuenta por ciento.
Eso ocurría en 1936 y está adecuadamente documentado.
En 2013 un periodista ha sido imputado por calificar al partido de Falange de
ser una organización “con un amplio historial de crímenes contra la humanidad”
después de que una jueza admitiera una querella promovida por Falange Española
y de las JONS. El caso está pendiente de resolución.
O no entendemos nada o el tiempo se ha detenido.
Pero sigamos, que aún no hemos terminado de contar
esta historia. Para documentar las víctimas de esa patriótica Brigadilla de
Ejecuciones, nada más fácil que acudir al Registro Civil y sacar los
certificados de defunción. Pero, vaya por Dios, de esas ochocientas una
víctimas, tan solo 28 fueron inscritas en 1936. Había otras diez inscripciones
más de militares republicanos, pero éstos no murieron a manos de la Brigadilla
sino directamente de sus compañeros. Sin embargo, la decepción de no poder
utilizar el Registro Civil para conocer los nombres de los asesinados podría
paliarse con los Libros de Enterramientos del cementerio de Sevilla, pero ¡ay!
otra vez nuestro gozo en un pozo, porque los diligentes empleados cuando
rellenaban el libro de Fosa Común dejaban las casillas en blanco una vez que
eran inhumados los cadáveres bajo paletadas de cal viva. Se complicaba esto de
los archivos y las fuentes documentales, así que la solución había que buscarla
directamente, esto es, ir a los archivos militares ya que los sublevados
responsables tenían en su poder las listas X-2 (como denominaban a la pena de
muerte) y a ellos informó diariamente el sr. delegado de Orden Público. Pero
¿de qué listas me habla Vd.? No, no, aquí no hay nada. Vaya Vd. al Archivo
Intermedio. ¿Qué? ¿listas de asesinados por bandos de guerra? Vd. está
equivocado. Aquí no sabemos donde está eso que busca. Tiene que dirigirse al
Tribunal Militar Territorial Segundo y allí le atenderán. Gracias por todo, que
ahora mismo voy para allá.
¡Qué pena! Me han dicho que no, que allí tampoco, que
ellos tienen los consejos de guerra, pero claro los fusilados por sentencia de
un sumarísimo no eran los miles de asesinados por aplicación de los bandos del
macareno Gonzalo Queipo de Llano.
Tranquilos, porque la paciencia del investigador en
este país está fabricada a prueba de bombas. Anda, llégate al Gobierno Civil y
pregunta allí por si hay suerte. ¡Qué va! De eso aquí no tenemos nada. Creemos
que se perdió con la riada. Vaya, hombre, esto se pone difícil. Así que, venga,
vamos a ir a la Jefatura de Policía. Cuando terminó la guerra y se suprimieron
las delegaciones de Orden Público, sus archivos quedaron en poder de la policía
y allí estuvieron siempre. Bueno, siempre no. Esos papeles que Vd. busca se
mandaron a Madrid (los tuvieron hasta 1984, como mínimo). Pues, muchísimas
gracias. Por fin vamos a encontrar los documentos.
No, hombre, no. En la Dirección General de la Policía
tampoco saben donde están esos papeles. ¿Aquí? Aquí nunca han llegado, decía el
respectivo cargo. Uno antes pensaba que la policía tenía la suficiente
sagacidad para saber donde estaban sus archivos, y sigo pensando igual, pero
para algunos años, porque de los archivos de la represión de 1936 no tienen
idea.
No les quiero cansar contándoles las peripecias del
intento de localización de los archivos de las comandancias militares de los
pueblos, que dirigieron la represión y de la que dieron cumplidos partes
diarios a sus mandos. Cuando terminó la guerra, las comandancias de puesto de
la Guardia Civil se quedaron con sus archivos y años más tarde los enviaron a
sus zonas y jefaturas respectivas. Al final, “se mandaron a Madrid”. ¿Sabe
alguien donde están?
De todas formas creo que ya falta poco para que se
solucione esta situación. El gobierno ha empezado a tomar buena nota y a
reparar injusticias históricas que merecían una atención preferente. De momento
ya se ha concedido la Laureada de San Fernando al regimiento Alcántara, por su
gesta en la guerra colonial de Marruecos. En tan solemne acto, con el Rey, el
Príncipe y toda suerte de autoridades, decía el ministro García Margallo, nieto
del capitán de dicho regimiento García Margallo y el mismo al que no le gustó
nada la cita de familiares de víctimas en la embajada argentina en Madrid,
que un país que no honra a sus héroes no será honrado por los
demás. Así que pronto veremos otra vez lleno el patio de la Armería
del Palacio Real para honrar, por ejemplo, al teniente Ignacio Alonso
Alonso, muerto en la defensa de la Telefónica en Sevilla enfrentándose
valientemente a la artillería de los golpistas o muchos más héroes asesinados,
como el capitán Justo Pérez, el capitán José Álvarez, el capitán Manuel Patiño,
el capitán Eloy Bonichi, el teniente Pedro Cangas, el alférez Manuel López,
etc. Sobran héroes para medallas.
Se me olvidaba. Si alguien quiere conocer los nombres
de las otras víctimas, las que provocó la izquierda, que no se preocupe, lo
puede hacer desde casa y por ordenador en los archivos del Ministerio de
Educación y Cultura buscando en P.A.R.E.S.: “Causa General”. Es rápido y
cómodo. Aunque con muchos errores, está todo digitalizado y a disposición del
ciudadano.
Las victorias traen consigo estas cosas. Ahora me explico esa frase de Franco en el balcón del ayuntamiento de Palencia en 1962: Este régimen que hoy tenemos no lo hemos conquistado hipócritamente con papeletas; lo hemos conquistado a punta de bayoneta.
Las victorias traen consigo estas cosas. Ahora me explico esa frase de Franco en el balcón del ayuntamiento de Palencia en 1962: Este régimen que hoy tenemos no lo hemos conquistado hipócritamente con papeletas; lo hemos conquistado a punta de bayoneta.
Memoria Pública/Público.es
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