"Mientras exista una clase inferior, perteneceré a ella. Mientras haya un elemento criminal, estaré hecho de él. Mientras permanezca un alma en prisión, no seré libre".
Nicola Sacco (1.891-1.927). Sacco nació en Italia y emigró a los Estados Unidos en 1.908. Fue detenido junto con Bartolomeo Vanzetti, y se les acusó de haber asesinado a un pagador y sereno de una fábrica de zapatos de South Braintree, en Massachusetts. Fueron juzgados y condenados en una atmósfera de histeria antiradical. El juicio terminó el 14 de julio de 1.921 y el 23 de agosto de 1.927 fueron electrocutados. Durante los años que pasaron en prisión, la duda sobre su culpabilidad se hizo general, registrándose protestas en todo el mundo. [...] El caso de Sacco y Vanzetti dio lugar a una polémica que alcanzó proporciones internacionales. Se extendió la creencia en su inocencia por considerarlos víctimas del odio contra el anarquismo. No se ha revisado en ninguno de los dos casos el veredicto pronunciado en el Estado de Massachusetts, aunque se han ejercido múltiples presiones en favor de dicha revisión.
El 18 de agosto de 1927, desde la Prisión del Estado de Charlestown, escribió esta carta a su hijo Dante:
Mi querido hijo y compañero:
Desde el día en que te vi por última vez he tenido siempre la idea de escribirte esta carta, pero la huelga de hambre y el pensamineto de que tal vez no lograra explicarme bien me han hecho retrasarla todo este tiempo.
El otro día terminé la huelga de hambre e inmediatamente pensé en escribirte, pero me di cuenta de que no tenía fuerzas suficientes para hacerlo y que no podría terminar la carta de una vez. Sin embargo, quiero hacerlo de cualquier forma antes de que entremos otra vez en la celda de los condenados, pues estoy convencido de que nos van a llevar allí tan pronto como el tribunal se niegue a revisar la causa. Y si no ocurre nada entre el viernes y el lunes, nos electrocutarán el 22 de agosto, inmediatamente después de la media noche.
Por lo tanto, aquí estoy contigo lleno de cariño y con el corazón abierto, como he estado siempre en el pasado.
Nunca creí que pudieran separarnos, pero al pensar en estos siete tristes años, parece que ha llegado por fin el momento, aunque no han cambiado ni la inquietud ni el afecto emocionado. Es el mismo que antes, e incluso mayor. Creo que nuestro afecto recíproco es hoy más profundo que en cualquier otro momento, pues no sólo es muy grande, sino que se puede comprobar el amor fraterno no solamente en la alegría, sino también en la lucha y en el sufrimiento. Recuerda esto, Dante. Hemos demostrado esto y, modestia aparte, estamos orgullosos de ello.
Hemos sufrido mucho en este lago calvario. Protestamos hoy como hemos protestado ayer, y protestaremos siempre pidiendo libertad.
Si el otro día interrumpí la huelga de hambre fue porque ya no había en mí signos de vida. Porque, ayer, como hoy, protesto con mi huelga de hambre por la vida y no por la muerte.
Me he sacrificado porque quería volver a abrazar a tu querida hermana pequeña, Inés, y a tu madre, y a todos los amigos y a los camaradas de la vida y no de la muerte. Así, pues, hijo mío, la vida empieza ahora a revivir lentamente, pero sin horizonte y siempre con tristeza y con visiones de muerte.
Muchacho querido, después de que tu madre me había hablado tanto de ti y había sonado contigo noche y día, qué alegría tuve el otro día cuando te vi por fin. Haber podido hablar contigo como lo hacíamos aquellos días. Aunque hablé mucho contigo en esa visita, hubiera querido decirte mucho más, pero vi que seguirás siendo el mismo hijo cariñoso, fiel con tu madre que tanto te quiere, y no quise herir tu sensibilidad porque estoy seguro de que seguirás siendo el mismo y recordarás lo que te dije. Sabía eso y lo que voy a decirte ahora te va a conmover, pero no llores, Dante, porque se han derramado muchas lágrimas en vano, y tu madre ha llorado durante siete años sin que sirviera para nada. Así que, hijo mío, en lugar de llorar, sé fuerte para poder consolar a tu madre, y cuando quieras distraerla de su desaliento, te diré lo que yo solía hacer. La llevaba a dar un largo paseo por el campo, a coger flores silvestres de aquí y de allá, y a descansar a la sombra de los árboles, en medio de la armonía de los riachuelos alegres y la suave tranquilidad de la madre naturaleza, y estoy seguro de que a ella le gustará mucho que lo hagas, y tú te sentirás feliz con ello. Pero recuerda siempre, Dante, que en el juego de la felicidad no tienes que usarla para ti solo, sino mirar un paso detrás de ti, ayudar a los débiles que piden ayuda, ayudar a los perseguidos, a las víctimas, que son tus mejores amigos; son los camaradas que luchan y caen, como cayeron ayer tu padre y Bartolo por la conquista de la alegría, de la libertad para todos y para los trabajadores pobres. En esta lucha por la vida encontrarás más amor y serás amado.
Lo que tu madre me ha contado que decías durante esos días terribles en que estaba en la celda de los condenados, en ese lugar inicuo, me ha dado una gran alegría, porque me demostraba que serás el muchacho querido con el que siempre he soñado.
Por lo tanto, suceda lo qué suceda mañana, cosa que nadie sabe, si nos matan no debes olvidar mirar a tus amigos y camaradas con la misma sonrisa de gratitud con que miras a los seres queridos, pues ellos te quieren del mismo modo que quieren a todo camarada perseguido que ha caído. Y esto te lo dice tu padre, que te ha dado la vida, tu padre que te ha querido y los ha visto y que conoce la nobleza de su fe ( que es la mía) y el gran sacrificio que siguen haciendo por nuestra libertad, pues he luchado con ellos y son los que tienen aún nuestra última esperanza y hoy pueden todavía salvarnos de la silla eléctrica; es la última lucha entre los ricos y los pobres por la seguridad y la libertad. Hijo, quiero que comprendas en el futuro esta inquietud y esta lucha a vida o muerte.
Pensé mucho en ti cuando estaba en la celda de los condenados (oía los cantares en las tiernas voces de los niños en el patio de juego, donde estaba toda la vida y la alegría de la libertad), a un paso de los muros que encierran la angustia escondida de tres almas enterradas. Me recordaban a menudo a ti y a tu hermana Inés, y deseaba poder veros en cada momento. Pero me alegro de que no vinieras mientras estaba en la celda para que no vieras el horrible cuadro de tres personas angustiadas, esperando ser electrocutadas, pues no sé el efecto que eso hubiera tenido a tu corta edad. Pero, en otro sentido, hubiera sido útil, pues en el futuro te habría servido ese terrible recuerdo para arrojarle al mundo la vergüenza del país en esta cruel persecución y muerte injusta. Sí, Dante, pueden crucificar hoy nuestros cuerpos, como lo están haciendo, pero no pueden destruir nuestras ideas, que servirán para los jóvenes que vengan después.
Dante, cuando antes he dicho tres seres humanos enterrados, quise decir que con nosotros hay otro joven que se llama Celestino Maderios, al que van a electrocutar al mismo tiempo que a nosotros. Ha estado ya dos veces antes en esa horrible celda de los condenados, que deberían destruir las piquetas del verdadero progreso, esa horrible celda que será para siempre la vergüenza de los ciudadanos de Massachusetts. Deberían destruir el edificio y levantar una fábrica o una escuela para enseñar a muchos de los cientos de huérfanos pobres del mundo.
Dante, te pido una vez más que quieras a tu madre y estés cerca de ella y de los seres queridos en estos días, y estoy seguro de que con la ayuda de tu valor y de tu bondad sentirán menos la pena. Y tampoco olvidarás, hijito mío, quererme a mi también un poco, puesto que pienso tanto y tan a menudo en ti.
Saludos fraternales a todos los seres queridos; muchos besos a tu pequeña Inés y a tu madre. Para ti, un abrazo de todo corazón.
Tu padre y compañero.
Fuente: Nicola Sacco. Los anarquistas. Irving Louis Horowitz. Alianza Editorial, 1982.
¡Qué fortaleza de espíritu y fe en sus principios! Es admirable cómo, al pie de la muerte, se dirige a su hijo con ese temple y serenidad, dándole consejos para la felicidad el amor y la alegría, sin un gramo de venganza...
ResponderEliminar¡Qué serenidad y fe en sus principios, estando al pie de la muerte!
ResponderEliminarEs admirable cómo se dirige a su hijo, aconsejándole y confiando en que él también actuará desde la libertad, el amor y la alegría, en lugar de la venganza o el rencor.