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18. María Zambrano, pensadora





“La acción de preguntar supone la aparición de la consciencia”



María Torres /Septiembre 2011

La obra de María Zambrano es hija y heredera indiscutible de la Segunda República española, una época de brillantez y libertad intelectual en la que ella mostró su creatividad, su talento y su compromiso con la democracia.

Le tocó vivir un exilio, donde concibió y publicó sus mejores obras y que, en sus propias palabras “ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce, es irrenunciable”.

Discípula de Ortega y Gasset, de Zubiri y de García Morente, su actitud vital podría resumirse en la constante celebración de la existencia. Su original y personal legado filosófico, propio de una mujer valiente que se atrevió a romper con convencionalismos y permaneció a lo largo de los años contagiando su entusiasmo y su fascinación por el estudio de las más variadas formas de creación.

En su obra se conjugan la inteligencia y la sensibilidad, además del eclecticismo y la diversidad. Incansable lectora, se acercó a filósofos tan dispares como Séneca, Ibn Arabi, Heidegger o Nietzsche. Escribió sobre creadores de la época clásica como Platón y Sófocles y sobre diferentes autores del mundo hispánico, entre los que ocupan un destacado lugar San Juan de la Cruz y Miguel de Cervantes. También tuvo una aproximación muy particular y original de la filósofa a la literatura española.

Nació en Vélez-Málaga (Málaga), el 22 de abril de 1904. Sus padres Blas José Zambrano García de Carabante y Araceli Alarcón Delgado, eran maestros en la Escuela Graduada de Vélez. Con apenas tres años, sufrió un colapso de varias horas y casi la dan por muerta cuando se encontraba en Belmer de la Moraleja, Jaén, junto a su abuelo materno, un arruinado viticultor que comerciaba con Inglaterra y especulaba de minas.

En 1908 la familia se instala en Madrid, donde su padre ejerce como profesor de Gramática española, hasta su traslado a Segovia en 1909, donde toma posesión de la cátedra de Gramática Castellana en la Escuela Normal y se convierte el eje de los movimientos más progresistas de esa ciudad, en la que trascurre parte de la infancia y la adolescencia de María. Ella, con apenas seis años, soñaba con ser centinela de la noche o caballero.

En 1913 comienza el Bachillerato y se va fraguando el gran amor en la vida de María: su primo Miguel Pizarro, junto al que realizará un intenso acercamiento a la literatura. A este amor vehemente puso fin el padre de María en el verano de 1923. El abandonó España y ella a recontó una y otra vez la impotencia y dolor que le causó aquella prohibición y pérdida.


En 1921, siempre acompañada de una precaria salud, inicia sus estudios de Filosofía como alumna libre en la Universidad Central de Madrid, ciudad en la que se instala la familia en 1924 y en la que María, tres años después, completa sus estudios de Filosofía asistiendo a las clases de Ortega y Gasset, García Morente, Besteiro y Zubiri. Forma parte de la tertulia de la Revista de Occidente y asume un papel de mediadora entre Ortega y escritores más jóvenes Al mismo tiempo, participa activamente en las actividades de la Federación Universitaria Española (FUE) y desde ella promueve el encuentro con intelectuales y políticos como Valle-Inclán, Gregorio Marañón, Pérez de Ayala, Salmerón, Indalecio Prieto y Azaña. A raíz de estos encuentros, se funda la Liga de Educación Social (LES). Paralelamente escribe en “El Liberal de Madrid”, en la columna “Mujeres”, donde publica una serie de doce artículos de temática esencialmente político-social, a la vez que defiende un feminismo integrador.

Comienza a dar clases de filosofía, interviene en diversos actos públicos propagandísticos de la Liga de Educación Social, y a raíz de un desfallecimiento le diagnostican que padece tuberculosis. Tras una época de reposo obligado, vive con ilusión y esperanza la lucha contra la Dictadura de Primo de Rivera y comienza a escribir su primer libro, “Horizontes del liberalismo”, que propugna una profunda renovación cultural, social y política, asumiendo sin ambages una socialización económica. Se publica en 1931 obteniendo excelentes críticas. Retoma sus clases en el Instituto Escuela y a la vez es nombrada profesora auxiliar de metafísica en la Universidad Central. También imparte clases en la Residencia para Señoritas. Es el momento en que comienza su nunca terminada tesis doctoral, de la que únicamente ha quedado un artículo, «La salvación del individuo en Spinoza», de 1936.

Ante la convocatoria de elecciones, participará en múltiples mítines de la coalición republicano-socialista por diversos pueblos y ciudades Para poder seguir estudiando filosofía, rechaza la propuesta de ser candidata a las Cortes por el PSOE, y vive en «un puro éxtasis», según confiesa en Delirio y destino, el advenimiento de la República. En 1932 comete su más grave error político constituyendo y firmando el Manifiesto del Frente Español, al que intentó sumarse José Antonio Primo de Rivera, pero lo impidió, personal y contundentemente, la propia Zambrano, quien percibe enseguida del cariz casi fascista que este movimiento adquiere. Pero no pudo impedir que la misma Falange usara las siglas “FE” así como los estatutos. Este hecho sirvió para que en 1936 se la denunciara como fascista por haber participado en el FE.

Colabora en la creación de Hoja Literaria, uno de los grupos intelectuales españoles de mayor altura. Participa en las Misiones Pedagógicas. Transparente es su postura política expresada en sus críticas al fascismo y los actos que culminan con la revolución de Asturias, no hacen sino radicalizar su pensamiento y acercarla a posturas políticas de izquierda, que comparte con un grupo de jóvenes intelectuales que suelen ir a tomar el té a su casa los domingos por la tarde, y entre los que se encuentra Miguel Hernández.

El 18 de julio de 1936 se suma al Manifiesto fundacional de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (AIDC), en cuya redacción había participado.

El 14 de septiembre de 1937 se casa con Alfonso Rodríguez Aldave que acaba de ser nombrado secretario de la embajada española en Santiago de Chile, hacia dónde partirán a primeros de octubre. En la parada que realizan en La Habana, María conoce al que será su más grande amigo: José Lezama Lima. Regresan a España el 19 de junio de 1938. Su marido se incorpora al frente, y ella se instala en Valencia y se integra al consejo de redacción de Hora de España, donde van apareciendo «Españoles fuera de España», su más ardorosa muestra de patriotismo republicano. Participa en el II Congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura en el que conoce a Octavio Paz y a los cubanos Juan Marinello, Nicolás Guillén y Alejo, así como a Simone Weil, a la que admirará toda su vida. Es nombrada consejero de Propaganda y consejero nacional de la Infancia Evacuada.

El mismo día de la capitulación de Barcelona, el 25 de enero de 1939, junto con su familia, sale camino del exilio rumbo a México. En la Universidad Michoacana, en Morelia, imparte clases de Historia de la Filosofía y a finales de este año, responde a la invitación del poeta cubano José Lezama Lima y sale hacia Cuba, donde permanece hasta 1943 que se traslada a Puerto Rico. Allí trabaja como profesora de Filosofía en la Universidad de Río Piedras hasta 1945 y publica «La destrucción de las formas», un preludio de lo que para ella sería la «razón poética», expresión que constituyó para Zambrano el motivo principal de su escritura.  

En 1947, junto con su única hermana Araceli, se traslada a Paris, protegidas por la generosidad y la ayuda de algunos amigos. («Ellas dos hacían una sola alma en pena»). Conoce a Picasso, y a lo más sobresaliente de la intelectualidad francesa, así como al pintor inglés Timothy Osborne quien, hasta la muerte de María, será su protector económico, después de la separación de su marido en 1948.

En 1949 se establece, siempre con su hermana, en Ciudad de México, en cuya Universidad se le ofrece la cátedra de Metafísica, pero al poco tiempo renuncia a ella, para trasladarse de nuevo a La Habana. Son años de maduración de su pensamiento y en los que subsiste gracias a cursos, seminarios, conferencias e incluso clases particulares. Adquiere un enorme prestigio en Cuba y ejerce una positiva influencia en los poetas e intelectuales cubanos de esa época.

En 1953 Zambrano y su hermana abandonan Cuba, y se instalan en Roma, donde frecuentan a numerosos intelectuales italianos del momento. Además de dirigir la sección de literatura española en la revista Botteghe oscure, trabaja en dos grandes temas de investigación: sobre «Filosofía y cristianismo» y «Los sueños, el tiempo y el pensar». De estos años existe una copiosa correspondencia con los poetas españoles exiliados en América, así como una carta a Lezama Lima en la que cuenta sus penurias económicas. En Agosto de 1964 Araceli y María Zambrano se ven literalmente expulsadas de Roma. Un vecino fascista las acusa de tener demasiados gatos en su apartamento y, a pesar de la cancelación del mandato de expulsión de parte de Saragat, Araceli y María, en compañía de su primo Rafael Tomero se refugian en una casa en las montañas del Jura, en los Alpes franco-suizos. Aquí María Zambrano trabajará y escribirá más que nunca. Las hermanas proyectan regresar a Italia, donde el Comité italiano para la conservación de monumentos les ha ofrecido una villa, pero la salud de Araceli les impide trasladarse. Esta muere en 1972.

En un curioso movimiento de hacer renacer lo más valioso de la tradición española y de sus maestros y contemporáneos, María inicia la escritura de una serie de reflexiones sobre intelectuales que incidieron en su vida, pero antes da a publicar el que acaso sea el escrito más clarificador de la «vía» que Zambrano viene recorriendo: «El camino recibido».

En 1975 Lezama Lima le dedica su poema «María Zambrano» (recogido en Fragmentos a su imán): « María se nos ha hecho tan transparente / que la vemos al mismo / en Suiza, en Roma o en La Habana (...). A la muerte de su gran amigo en 1977, ella escribe «Lezama Lima: Hombre verdadero». Entabla una gran amistad epistolar con María Luisa Lezama, viuda del poeta cubano, a quien no conoció y mantiene firmes, a pesar de la distancia, los contactos con intelectuales de la isla caribeña como Cintio Vitier y Carlos Franqui.

El deterioro de su salud física es constante. Pero lo más penoso para ella es la progresiva pérdida de la vista, por lo que cada vez le es más costoso leer y escribir. No obstante, sigue trabajando intensamente en la elaboración de lo que luego serán “Notas de un método”. El 12 de agosto de 1979 escribe al poeta Edison Simons: «Estoy incapaz de todo o casi todo. Necesito adentrarme en alguna fuente de agua pura y vivificante, en silencio, con el pensamiento, eso sí, de los amigos que quiero hondamente».

En 1980 se instala en Ginebra, muy cerca de sus amigos, que la cuidan y ayudan en momentos muy críticos para su salud. Es nombrada hija adoptiva del Principado de Asturias, primer reconocimiento oficial de su trayectoria en España y por primera vez desde 1939, se escucha en Madrid la voz de María Zambrano leyendo algunos textos de “Claros del bosque” en una conferencia impartida por el poeta J. Á Valente en el Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid quien había traído una grabación desde Ginebra. 

En 1981 se le concede el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades y comienzan a aparecer en la prensa española numerosas referencias a Zambrano. «Es terrible volver al cabo de tanto tiempo. Yo siento la llamada. Yo quiero ir. Pero lo que no quiero es tirarme por la ventana. Hay algo que todavía se resiste. Que sea lo que Dios quiera».

El ayuntamiento de su pueblo, Vélez-Málaga, la nombra hija predilecta y en 1983 se prepara su regreso a España. Pero su salud está tan delicada que tiene que ser internada en una clínica de Ginebra, recuperándose sorprendentemente. Es operada de cataratas por el doctor Chanson del que Zambrano dirá: «Sólo un doctor de la canción puede devolver la luz».

El 20 de noviembre de 1984, pisa suelo español por primera vez tras 44 años de exilio. Jaime Salinas, por entonces director general del Libro, fue su único receptor oficial por expreso deseo de la filósofa. Se instala en un piso y luminoso en el centro de Madrid, Apenas sale pero recibe a numerosos amigos en su casa. Mantiene una actividad intelectual incansable y cuando la preguntan si desde su retiro se atrevía a sospechar cómo estaba España, responde: «Me temo que no. Pero veo los informativos de televisión con cierta frecuencia y eso me quita la gana de vivir, no ya en España, ni en el mundo, sino en el universo. Es terrible lo feo que está el mundo. No hay un rostro de verdad, un rostro, puro o impuro, pero un rostro. El mundo está perdiendo figura, rostro, se está volviendo monstruoso”.

María Zambrano, no obstante, persistía en el ser y seguía amando la vida. Siempre que no estuviera indispuesta, su casa se convertía en lo que ella misma quería: «El arca de Noé». Cabían las más variadas especies. Y es en su casa donde tiene lugar la investidura del Doctorado Honoris Causa, al mismo tiempo que se constituye en Vélez-Málaga la fundación que lleva su nombre y cuya intervención fue decisiva para lograr la definitiva tranquilidad en «lo paralelo e indispensable en el vivir», que gustaba decir a Zambrano.

En 1988 se le concede el Premio Cervantes. Pasado el nerviosismo que supuso la concesión del Premio, la agitación de las entrevistas y las visitas oficiales, retoma la capacidad para trabajar y lo sigue haciendo hasta principios de 1991 en que es ingresada en dos ocasiones en el Hospital de la Princesa.

El día 6 de febrero, falleció mientras comía. Su cuerpo fue trasladado a Vélez-Málaga, donde yace entre un naranjo y un limonero en una casita, como ella quiso que se construyera, en el cementerio local. En la lápida se inscribió, por expreso deseo suyo, la leyenda del Cantar de los Cantares: «Surge amica mia et veni».





"Todo lo que el hombre quiere, lo sueña primero"




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