Hace ya mucho tiempo que vengo pensando y diciendo a
cuantos quieren oírme que no es sólo el valor y la energía moral, sino también
y sobre todo la inteligencia, la enorme y abrumadora superioridad estratégica
del mando lo que constituye ventaja indudable del Ejército leal a la República
sobre los ejércitos fascistas y facciosos.
En verdad, no había demasiadas razones para afirmar
que una cabeza teutona o italiana fuese muy superior a un cabeza ibérica.
Sería, sin embargo, jactancia imperdonable el afirmar rotundamente lo
contrario. Lo que sí puede afirmarse, sin miedo a error, es que el espíritu, en
todas sus manifestaciones, y, por ende, la inteligencia, suele acompañar con
preferencia a los mejores, a los que combaten por la razón y por la justicia.
es evidente que los nazifascistas invasores y traidores vienen dando, desde los
principios de la guerra, pruebas inconcusas, no sólo de cinismo, cobardía y
crueldad, sino también, y sobre todo, de torpeza y de brutalidad específicas.
El mundo entero sabe que, con igualdad de armamento, nuestros adversarios
hubieran sido derrotados en unas cuantas semanas, porque no luchamos ni contra
la Alemania de Einstein, ni contra la Italia de Benedetto Croce, sino
-digámoslo con toda pompa- contra dos grandes potencias totalitarias, quiero
decir, contra la morralla de dos grandes pueblos agavillada por Hitler y
Mussolini.
¡La batalla del Ebro! ¡Buen nombre de batalla
española! Cualquiera que sea el resultado final de la contienda -yo no he
desconfiado nunca de la victoria- la batalla del Ebro es un ejemplo magnífico
de alcance universal, un ejemplo consolador que nos habla del posible triunfo
de la justicia sobre la iniquidad. Un pueblo que defiende su territorio, que
defiende el Gobierno que en uso del más incuestionable derecho se dio a sí
mismo, que defiende la libertad de su destino a través de la Historia, y el
porvenir del mundo, triunfa por su propio esfuerzo de las más bestiales,
abrumadoras fuerzas que lo cercan, lo envuelven y lo acosa, de los traidores de
casa y los ladrones de fuera -¡cuántas veces lo he dicho, cuántas veces tendré
que decirlo todavía!- triunfa, sobre todo de esas máscaras viles, las más
abominables de todas, de esas cancillerías hipócritas que, bajo el disfraz de
neutros o de amigos, aguardan que se consume el asesinato de un pueblo, para
mostrar al sol sus hocicos de hienas... Alguien dirá que ese triunfo puede ser
momentáneo, que los cañones del fascio dirán la última palabra. ¡Bah! Nunca
faltan malvados afanosos de verdades estúpidas. En el peor caso la batalla del
Ebro será un relámpago de justicia que ilumine un mundo que ha de quedar otra
vez en tinieblas. Y ello no amenguaría un ápice su valor espiritual. Mas yo no
soy tan pesimista. La iniquidad no ha dicho nunca la última palabra. Tampoco la
batalla del Ebro es un milagro inconcebible, sino una hazaña de hombres, que
tiene ya muchos precedentes en nuestros días. Recordad a Tortosa, a Viver, a
Brihuega, ¡a Madrid!
A los ejércitos del Ebro, a sus soldados y sus
capitanes, mi más ferviente y sincero saludo militar.
Antonio Machado
"La Guerra" Escritos:
1936-1939
Ed. por Julio Rodríguez Puértolas y Gerardo Pérez
Herrero. Madrid: Emiliano Escolar Editor, 1983, pp. 293-4
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