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195. A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España




A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España


LLEGASTE a mí directamente del Levante. Me traías, 
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.

También el ruiseñor en tu boca traías. 
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo 
de incorruptible canto, de fuerza deshojada. 
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora 
y tú, con ruiseñor y con fusil, andando 
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.

Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes 
que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego
azul.
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho, 
te escucho, sangre, música, panal agonizante.

No he visto deslumbradora raza como la tuya, 
ni raíces tan duras, ni manos de soldado, 
ni he visto nada vivo como tu corazón 
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.

Joven eterno, vives, comunero de antaño, 
inundado por gérmenes de trigo y primavera, 
arrugado y oscuro como el metal innato, 
esperando el minuto que eleve tu armadura.

No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que 
te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte. 
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos 
que se despeñarán sobre el pecho de España 
aplastando a Caín para que nos devuelva 
los rostros enterrados.

Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre. 
Que sepan los que te dieron tormento que me verán
un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre 
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos 
de perra, silenciosos cómplices del verdugo, 
que no será borrado tu martirio, y tu muerte 
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido, 
en tierra americana, el espacio que cubres 
con tu fluvial corona de rayo desangrado, 
déjame darles yo el desdeñoso olvido 
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.

Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos 
de la crueldad, Mao Tse-tung dirige 
tu poesía despedazada en el combate 
hacia nuestra victoria.
Y Praga rumorosa
construyendo la dulce colmena que cantaste,
Hungría verde limpia sus graneros
y baila junto al río que despertó del sueño.
Y de Varsovia sube la sirena desnuda
que edifica mostrando su cristalina espada.

Y más allá la tierra se agiganta,
la tierra
que visitó tu canto, y el acero 
que defendió tu patria están seguros, 
acrecentados sobre la firmeza 
de Stalin y sus hijos.
Ya se acerca
la luz a tu morada.
Miguel de España, estrella
de tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío, 
no te olvido, hijo mío!
Pero aprendí la vida 
con tu muerte: mis ojos se velaron apenas, 
y encontré en mí no el llanto, 
sino las armas
inexorables!
Espéralas! Espérame!


Pablo Neruda



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