A
Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España
LLEGASTE a
mí directamente del Levante. Me traías,
pastor
de cabras, tu inocencia arrugada,
la
escolástica de viejas páginas, un olor
a
Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre
los montes, y en tu máscara
la
aspereza cereal de la avena segada
y
una miel que medía la tierra con tus ojos.
También
el ruiseñor en tu boca traías.
Un
ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de
incorruptible canto, de fuerza deshojada.
Ay,
muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
y tú,
con ruiseñor y con fusil, andando
bajo
la luna y bajo el sol de la batalla.
Ya
sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
que
para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego
azul.
Hoy
sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
te
escucho, sangre, música, panal agonizante.
No
he visto deslumbradora raza como la tuya,
ni raíces
tan duras, ni manos de soldado,
ni
he visto nada vivo como tu corazón
quemándose
en la púrpura de mi propia bandera.
Joven
eterno, vives, comunero de antaño,
inundado
por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado
y oscuro como el metal innato,
esperando
el minuto que eleve tu armadura.
No
estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que
te
buscan.
Estoy
con los que un día llegarán a vengarte.
Tú
reconocerás mis pasos entre aquellos
que
se despeñarán sobre el pecho de España
aplastando
a Caín para que nos devuelva
los
rostros enterrados.
Que
sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que
sepan los que te dieron tormento que me verán
un
día.
Que
sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en
sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de
perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que
no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá
sobre toda su luna de cobardes.
Y
a los que te negaron en su laurel podrido,
en
tierra americana, el espacio que cubres
con
tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame
darles yo el desdeñoso olvido
porque
a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.
Miguel,
lejos de la prisión de Osuna, lejos
de
la crueldad, Mao Tse-tung dirige
tu
poesía despedazada en el combate
hacia
nuestra victoria.
Y
Praga rumorosa
construyendo
la dulce colmena que cantaste,
Hungría
verde limpia sus graneros
y
baila junto al río que despertó del sueño.
Y
de Varsovia sube la sirena desnuda
que
edifica mostrando su cristalina espada.
Y
más allá la tierra se agiganta,
la
tierra
que
visitó tu canto, y el acero
que
defendió tu patria están seguros,
acrecentados
sobre la firmeza
de
Stalin y sus hijos.
Ya
se acerca
la
luz a tu morada.
Miguel
de España, estrella
de
tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío,
no
te olvido, hijo mío!
Pero
aprendí la vida
con
tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
y
encontré en mí no el llanto,
sino
las armas
inexorables!
Espéralas!
Espérame!
Pablo
Neruda
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