Admirado poeta amigo:
Le escribí hace mucho
pidiéndole elogios, aunque ya se los había oído para mi «Perito en lunas». Y
aquí me tiene usted esperándolos ─entre otras cosas.
He pensado, ante su
silencio, que usted me tomó el pelo a lo andaluz en Murcia ─¿recuerdaaa?─, que
para usted fuimos, o fui, lo que recuerdo que nos dijo cuando le preguntamos
quién era uno que le saludó. «Ese ─dijo─ uno de los de: ¡adiós!, cuando les vemos».
Y luego «me escriben muchas cartas a las que yo no contesto». ¿Puedo estar
ofendido contigo?
Perdone. Pero se ha
quedado todo; prensa, poetas, amigos, tan silencioso ante mi libro, tan alabado
─no mentirosamente, como dijo─ por usted la tarde murciana, que he maldecido
las putas horas y malas en que di a leer un verso a nadie.
Usted sabe muy bien
que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro
de formas resucitadas, renovadas, que es un primer libro y encierra en sus entrañas
más personalidad, más valentía, más cojones ─a pesar de su aire falso de
Góngora─ que todos los de casi todos los poetas consagrados, a los que si se
les quitara la firma se les confundiría la voz.
Por otra parte, aquí,
en mi pueblo ─¡pueblo mío!─, donde el que me grita: Yo te he comprado el libro
creyéndolo bueno y me has dado arpillera, yo he leído a Campoamor… ─¡ea!─,
decía yo: Ved los periódicos de Madrid pronto, he quedado en ridículo, porque
de toda la prensa madrileña, sólo «Informaciones» se desvirgó hablando de mis
poemas por el pico de Alfredo Marqueríe, diciendo cuatro burradas. El tío,
antes de decir: ¡Qué bueno soy!, dijo: ¡Se ha extraviado el poeta, se ha
oscurecido!
Por otra parte, en mi
casa soy el cristo de los cinco sampedros: me niegan la mitad del pan; me
niegan, padre y madre y sus hijos, como hijo de aquéllos, como hermano de
éstos; ,les avergüenza el que haga versos; no quieren darme vestidos nuevos, y
hasta a los pantalones viejos que tengo no les quieren poner remiendos, que
amordacen rotos proclamadores de nalgas mías. Hoy mismo, hoy, me han escondido
la llave del huerto para que no pudiera entrar en él. Y yo he saltado a la
torera la tapia, no la valla, y aquí, en este chiquero de abril, aquí, donde ha
tenido el suyo Perito en lunas este estío, bajo esta higuera, que dilataban
hasta sus pámpanos mi carne de acordeón semejante a una palmera degollada, aquí
le escribo esto desesperado, desesperado.
Me alegran las
noticias que leo -deprestado- de los triunfos que se suceden. ¡Me alegran! y le
envidio.
El otro día he visto
en «El Sol» la crítica de un libro de romances. El crítico dice que al pronto
resuena la voz suya, pero que sólo a primera vista. Yo, nada más por el ejemplo
que pone allí de romance, adivino en ese Félix no sé qué un plagiador casi.
Federico: no quiero
que me compadezca; quiero que me comprenda.
Aquí, en mi huerto, en
un chiquero, aguardo respuesta feliz suya, y pronto, o respuesta simplemente;
aquí, pegado como un cartel a esta tapia, detrás, de la cual viven padres
pobres, con tantos hijos y tan poca casa, que, para que los niños no vean los
orígenes de su fabricación, el comienzo de sus hermanos, se salen al callejón a
reanudarse las noches más empinadas.
Un abrazo.
Miguel Hernández G.
Orihuela, 10 de abril del 1933
Dirección: Arriba, 73
Dirección: Arriba, 73
Hola, María: me lo llevo a Arte y Poesía. Dónde pongo enlace a tu blog y aclaro la procedencia. Un abrazo.
ResponderEliminarLo voy a compartir en mi face con el url de tu blog.... es sin duda algo que la gente deberia leer....
ResponderEliminarPuede haber tantas historias y sucesos en la carta de Miguel a Federico.........
ResponderEliminarNo juzgues y no serás juzgado, es triste pero........ sin explicación.........no podemos poner adjetivos.
Como dijo el filósofo.....yo, soy yo y mis circunstancias.
¿Quién sabe si llegó la carta? ¿Quien sabe si se la entregaron? ¿Quien sabe...........?