Un día estaba mi madre escuchando en la radio un
programa de aquellos que ponían canciones a petición del oyente, cuando una
dedicatoria le llamó la atención: "Queremos dedicar una canción desde Jaén
a nuestra sobrina de la que no tenemos noticias..." Mi madre pensó que
podía ser ella aquella persona a la que dedicaban esa canción e inmediatamente
se puso en contacto con el obispado de Jaén para saber si ella era familia de
aquellas personas que le dedicaban una canción en la radio, cuestión que el
obispado confirmó afirmativamente.
Poco tiempo después, y también por casualidad, un tío
materno de mi madre estando en el consulado francés en Barcelona para arreglar
unos papeles de inmigración para alguno de sus hijos, vio en un documento el
nombre y apellidos de mi abuelo, además de una dirección de residencia en
París. Y así es como comenzó el encuentro de dos personas separadas por el
horror de la guerra; primero la guerra civil española y después la II guerra
mundial.
Cuando comenzó la guerra española mi abuelo Alfonso
García Margarito, de la familia de los "robamujeres" de Jaén, fue
movilizado dejando atrás a una mujer -no estaban casados- y a una niña de
escasos dos años. Tras participar en la cruenta Batalla del Ebro pasó la
frontera por los Pirineos viéndose metido de hoz y coz en la guerra mundial, en
la que también luchó contra el fascismo imperante. Obligado por los
colaboracionistas franceses a trabajar con maquinaria pesada de la que era
experto conductor, fue descubierto saboteando los motores de las máquinas
echando arena en los depósitos de combustible, tras lo cual huyó siendo capturado
en París. Estuvo recluido primero en Auschwitz y después en Mauthausen hasta su
liberación.
Acabada la II guerra mundial se instaló en Paris sin
tener noticias de su familia en España, llegando a pensar que habrían muerto
durante la guerra. Efectivamente, una vez acabada la guerra española, Isabel,
su mujer, moría de tuberculosis en el hospital de Madrid que hoy es el Museo
Reina Sofía, dejando huérfana y desamparada a la pequeña Josefa. Allí mismo
alguna enfermera piadosa consiguió que una señora que había quedado viuda
durante la guerra se hiciese cargo de ella. Esta mujer, dueña de una joyería,
es decir, con posibles económicos, perdió el juicio por lo que le fue retirada
la tutela de Josefa que a partir de entonces paso a depender del Tribunal Tutelar
de Menores hasta su mayoría de edad.
Mi abuelo Alfonso, se instaló en París y allí rehizo
su vida casándose con René con la que tuvo tres hijos, poniendo por nombre a la
mayor de los tres Josefa, siguiendo la tradición andaluza de poner el nombre de
la abuela a la primera hija... así que mi madre tiene una hermana que se llama
como ella. En París se integró en el Partido Comunista de España donde conoció
a Ignacio Gallego.
Mi abuelo escribía cartas a sus padres analfabetos,
cartas que eran leídas por un señor para el que trabajaba una de sus hermanas.
En ellas se interesaba por el paradero de su familia, sin encontrar respuesta
alguna, y en la posibilidad de regresar a España, a lo que el señor que leía
las cartas le respondió que podía volver si quería porque había un sitio en la
carretera de Granada en el que daban trabajo a todos los que volvían... Mi
abuelo captó el mensaje al percatarse de que aquel hombre le estaba hablando
del cementerio de Jaén.
A finales de los años 60 consiguió permiso para poder
visitar España. En una de esas visitas, cuando mi madre ya andaba sobre la
pista de su padre, aquel familiar que vio el nombre de Alfonso en el consulado
francés de Barcelona, le hizo llegar una fotografía que nos hicimos toda la
familia para que conociera a su hija, a su yerno y a sus nietos españoles.
En el verano de 1972, en una tarde de calor sofocante,
estando solos mi madre y yo en casa, alguien llamó a la puerta; yo salí a abrir
y cuando mi madre me preguntó que quien era, yo le conteste "un
señor" a lo que el señor contestó "cómo que un señor, soy tu
abuelo". Así que yo conocí a mi abuelo al mismo tiempo que mi madre
conocía a su padre...
Jesús Chicharro Ruiz
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