Hace
35 años desapareció el Servicio Social, el pasaporte de las mujeres al mercado
laboral. Tres gaditanas recuerdan su paso por una institución controlada por la
Sección Femenina.
PEDRO INGELMO / Diario de Cádiz |
21.10.2012
“Mis hermanas mayores me
contaron que lo primero que recibía la chica que entraba a prestar el Servicio
Social era un broche con la SS, figúrate. Una SS”. Mary Paz, una mujer
vivaracha que hizo el Servicio Social después, sobre 1964 o 1965, no recuerda
que le dieran ningún broche como a sus hermanas, ni tampoco haber hecho
gimnasia con puchos (unos pantalones bombachos), pero sí recuerda que en una
sociedad muy cerrada para las mujeres, el trabajo obligatorio durante tres
meses para poder recibir la cartilla que daba acceso al mercado laboral, de
secretarias habitualmente, era una especie de salida al mundo, un rito
iniciático que durante mucho tiempo fue conocido como la ‘mili’ de las
señoritas. Duró 40 años, todo el franquismo. Empezó en 1937 y terminó en 1977.
Tres millones de mujeres entre 17 y 35 años cumplieron el servicio.
Paquita Durán, secretaria
provincial de la Sección Femenina en los años 50 y que ha declinado participar
en la elaboración de este reportaje porque “aquello son cosas pasadas”, recibe
una mañana de 1962 en la estación de Cádiz a Pilar Primo de Rivera, condesa del
Castillo de la Mota, hermana del fundador de Falange, José Antonio Primo de
Rivera, y fundadora, a su vez, de la Sección Femenina en 1934. Lleva bajo el
brazo el último decálogo elaborado por las ideólogas de la institución. Se
trata de un manual de la esposa ideal. Se puede leer: “Si (tu marido) sugiere
la unión, accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción
es más importante que la de una mujer.
Cuando alcance el momento
culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier
goce que haya podido experimentar”. O: “No te quejes si llega tarde, si va a
divertirse sin ti o si no llega en toda la noche. Trata de entender su mundo de
compromisos”. O: “A su llegada a casa déjalo hablar, recuerda que sus temas son
más importantes que los tuyos”.
Curiosamente, Pilar Primo de
Rivera, como casi todas las dirigentes de la Sección Femenina, es soltera. “Las
instructoras de Falange eran, para muchas, el símbolo de la liberación de la
mujer”, cuenta la escritora Carmen Alcalde en sus memorias Vete y ama. De
hecho, eran las únicas mujeres que formaban parte de la oficialidad, lo que se
hacía patente en las ofrendas a los caídos de cada lugar en Cuelgamuros, bajo
la cruz inmensa, intimidadora, del Valle de los Caídos, donde la delegada de la
Sección Femenina acompañaba al subjefe provincial del Movimiento, los
consejeros provinciales y algún concejal del Ayuntamiento.
“Aquí no rezamos como las
monjas -decían a las chicas que iban a sus locales-. Nosotras preferimos cantar
la mirada, clara y lejos/ la frente levantada, somos deportistas y bailamos
danzas regionales. ¿Quieres afiliarte?” Charo, trabajadora en la actualidad de
la delegación provincial de Empleo, recuerda su juventud en —-Vejer y el local
que ocupaba la Sección Femenina. “Yo quería ir porque me decían que allí se
bailaba y que enseñaban cosas, pero mi abuela me lo prohibió. ¡Nada de
política!, me decía”. Un tiempo después, sobre 1974, prestaría el Servicio
Social en Cádiz, en el colegio Santa Teresa, del Campo del Sur, para niños
huérfanos, lo que le recuerda que, en aquella época, “las niñas de madres
solteras tenían que hacer la primera comunión con vestido corto”. En Santa
Teresa arregló las cuentas y pasó la contabilidad a a máquina. “Como terminé el
trabajo en un mes y me quedaban otros dos me trasladaron a la plaza Mina, a
Educación, para rellenar becas”. No tiene un mal recuerdo de aquello, todo lo
contrario: “Pensaba: ¡un trabajo fuera de casa! Estoy capacitada para
trabajar”. Esos tres meses le animaron a entrar en el mercado laboral, ya que
tenía el salvoconducto, la cartilla del Servicio Social, para ello y, durante
un tiempo, fue administrativa del hospital de Mora, pero, en cualquier caso, su
educación le tenía que conducir a aquello para lo que estaba preparada:
“Obediencia al marido y portarte bien con él. Dejé el trabajo para casarme, ni
se me pasó por la cabeza compatibilizar una cosa con la otra. Y fui feliz. Mi
marido trabajaba y yo cuidaba de los niños. Lo que se consideraba una vida
cómoda. Pero los chicos crecen, los tiempos cambian y piensas que qué haces
metida en casa. Pero en aquella época…” En aquella época su suegra, “una mujer
alegre que siempre estaba cantando”, le contaba cómo había criado a sus ocho
hijos y sólo salía el día del Corpus.
También le contaba, “con
pena, que le hubiera gustado estudiar Medicina, pero hija, en esos tiempos no
se estudiaba”.
En aquella época, la mujer no
tenía derecho a sacar dinero del banco sin la firma de su marido, la propiedad
de la vivienda era en exclusiva del marido y la transmisión iba a la familia de
él y nunca a la mujer. No había muchas chicas que estudiaran en la universidad.
“Casi todas las chicas estudiábamos un secretariado en la Institución del
Generalísimo Franco en Cádiz”, cuenta Noni, trabajadora de la Junta de
Andalucía en la actualidad. Este centro, situado en el solar de lo que parece
que nunca será la Ciudad de la Justicia, orientaba a las chicas menos pudientes
hacia alguna tarea profesional gracias a las llamadas becas P.I.O (Principio de
Igualdad de Oportunidades), como cuenta Charo Barrios en su magnífico blog
gastronómico Come en Casa. Noni no recuerda que de joven tuviera ningún interés
en casarse. Quería trabajar y, por tanto, tenía que pasar por el piso de la
Sección Femenina en la plaza de España. “Allí enseñaban electricidad y creo
recordar que alguna clase dí, aunque lo cierto es que no sé ni cambiar un
enchufe”. Su Servicio Social fue en Cáritas y el Hospital de Mujeres. No
consigue relacionar situaciones de necesidad de entonces y de ahora “porque
trabajaba en la oficina, pero sí recuerdo que íbamos con las monjitas a llevar
comida a las casas de las familias necesitadas”.
La Sección Femenina competía
con Cáritas en la tarea de repartir alimentos en la época del hambre. En Cádiz
se instaló a finales de la Guerra Civil la llamada Granja Azul en el barrio de
San Severiano. Llegó a producir 400.000 huevos anuales. Sus trabajadoras eran
las chicas del Servicio Social.
Esa mano de obra femenina
gratuita no tenía por qué ser mal vista por las ‘trabajadoras’. Mary Paz, que
se ha jubilado recientemente, fue destinada a una biblioteca pública. Le gustó
el trabajo de bibliotecaria, aunque cree recordar que “hacíamos poca cosa”. Por
entonces, ya en 1964, el Servicio Social había perdido buena parte de su tarea
de adoctrinamiento. No recuerda Mary Paz charlas sobre la mujer ideal al estilo
de las que Pilar Primo de Rivera repartió sólo un par de años antes entre sus
delegadas de la sección Femenina. “Mis hermanas, más mayores, sí que aprendían
a hacer gimanasia, a cocinar y a coser. Era muy distraído”. En realidad, la
educación de la mujer ideal se impregnaba de la propia sociedad. Las tres, Mary
Paz, Noni y Charo, coinciden en recordar los primeros tonteos con los chicos en
la plaza Mina, bien vigiladas por las madres. “O los paseos de las parejitas
alrededor del árbol gordo de la Alameda, donde siempre iba incorporada una
carabina (acompañante)”, apunta Mary Paz, que alguna vez acompañó a su madre de
la mano para vigilar con quién iban las hermanas mayores “y a mí me daba mucha
vergüenza”.
Pese a ello, el pensamiento
de Mary Paz tenía que ser adelantado para la época: “Yo no me quería casar
porque no quería aguantar a nadie”, aunque reconoce que, por entonces, ella
misma se daba cuenta de que, al menos en su familia, “la mujer estaba muy
protegida. Pasaría lo que pasase con la política, pero yo recuerdo aquella
época como muy feliz”.
En cualquier caso, Mary Paz,
Charo y Noni fueron, como miles de mujeres de su generación, las que rompieron
con una dinámica, aquella que dejó escrita Pilar Primo de Rivera en su ideario:
“Para lamujer, la tierra es la familia. Por eso, además de darle a las
afiliadas la mística que las eleva, tenemos que apegarlas con nuestras
enseñanzas a la labor diaria, al hijo, a la cocina, al ajuar, ala huerta,
tenemos que conseguir que encuentre allí la mujer toda su vida y el hombre todo
su descanso”.
Yo todavía tengo la cartilla del Servicio Social,sabíais que si no tenias el SS , no podías tener pasaporte ni salir del país , que si eras de las clases afortunadas podías librarte de hacerlo, entregando una canastilla completa para un recién nacido, y si eras una estudiante universitaria, los tres meses se reducían a uno, trabajando el la biblioteca de la Universidad?.
ResponderEliminarYo la insignia , no la tuve.