"Mi queridísimo Ministro: Pocas líneas para
decirle adiós. Le había jurado a don Manuel inyectarlo de muerte cuando le
viera en peligro de caer en las garras franquistas. Ahora que lo siento de
cerca me falta el valor para hacerlo. No queriendo violar este compromiso, me
la aplico yo mismo para adelantarme a su viaje. Dispense este nuevo conflicto
que le ocasiona su agradecido, Pallete” (Extracto de la carta remitida por Felipe Gómez
Pallete, médico personal de Manuel Azaña, a Luís Ignacio Rodríguez,
embajador de Mexico el tres de octubre de 1940)
María Torres / Octubre 2012.
Don Manuel Azaña, segundo presidente de la II República española, se encontraba en territorio francés bajo la protección de Mexico. Desde que cayó enfermo, el embajador mexicano lo había trasladado al Hotel Midi de Moutauban para salvaguardar su vida.
Don Manuel Azaña, segundo presidente de la II República española, se encontraba en territorio francés bajo la protección de Mexico. Desde que cayó enfermo, el embajador mexicano lo había trasladado al Hotel Midi de Moutauban para salvaguardar su vida.
Un comando franquista, a las órdenes de José
Felix de Lequerica, embajador del dictador en Francia, y tristemente famoso por
la persecución implacable a la que sometió a los exiliados de la guerra
española (deportó a Max Aub a Argelia, encarceló a Federica
Montseny en Dordoña y se ocupó de la detención de
Lluís Companys y otros dirigentes republicanos, entregados a la dictadura
franquista) tenía organizado su secuestro y traslado a España para el día 1 de
noviembre.
Ese mismo día Azaña entró en coma y a las doce menos
cuarto de la noche del 3 de noviembre de 1940 fallecía. El entierro
tuvo lugar el día 5. Sus restos fueron depositados en el cementerio de
Montauban. El general Pétain, colaborador nazi, prohibió el cortejo fúnebre,
así como que se le enterrara con honores de Jefe de Estado y que la bandera
republicana cubriera el féretro, instando a que le colocaran en su lugar la
“rojigualda”
El único amparo institucional que recibió
el presidente español fue el de la embajada de México. El mismo embajador, tras
varias negociaciones, aceptó con pesar todas las ordenes excepto una: Se negó a
utilizar la bandera sugerida y optó, en su lugar, por depositar en
la fría caja la bandera mexicana: “pierda cuidado, señor prefecto, no
insisto más sobre el caso. Lo cubrirá con orgullo la bandera de México; para
nosotros será un privilegio; para los republicanos, una esperanza, y para
ustedes una dolorosa lección.”
Sin duda, fue uno de los más bellos episodios del
exilio español engrandecido más si cabe, cuando cuatro años después falleció en
México Luis Ignacio Rodríguez y sobre su féretro fue depositada la bandera
republicana, cumpliendo uno de sus últimos deseos.
Los restos mortales del que fuera presidente de la II
República siguen reposando en el cementerio de Montauban. Las autoridades
francesas se encargan del mantenimiento de la tumba. Las españolas se han
olvidado del jefe de estado que murió en el destierro.
Una guerra cuyo final trágico causa más y más dolor.
ResponderEliminarY decir que pueden volver a mutilar el alma de los justos de nuevo.
No nos hemos recuperado del escarnio aún y ya suenan esos cantos malditos en el ágora maldecida.
danielle.
Así es.
EliminarUna guerra que no termina con la paz.
Una guerra que continúa...
Joder, tantos años de democracia y no repatriaron sus restos ??? una verdadera verguenza y deuda con la historia....
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