El fascismo y la opresión se extendieron por Italia,
Austria y Alemania. La amenaza a Europa y Gran Bretaña iba creciendo día a día.
En España Hitler y Mussolini ayudaron al general fascista Franco. Fue en 1936 y
comenzaron apoyando el puente aéreo de los miles de soldados españoles y moros
que pasaron de África a España para lanzar la guerra contra el gobierno elegido
en España. Hitler siguió suministrando aviones de guerra con sus tripulaciones.
En Gran Bretaña, los “camisas negras” fascistas,
seguidores de Hitler y Mussolini y dirigidos por Oswald Mosley, difundían sus
ideas venenosas y estaban ganando apoyo en todo el país. En su intento por
ganarse el favor de Hitler emulando sus mítines en Berlín, Mosley organizó una
gran manifestación en Londres en la que los “camisas negras” y otros grupos de
la derecha antisemita harían una marcha el 4 de octubre en East End, el barrio
al este de Londres donde había más población judía.
Ante la noticia, muchos grupos antifascistas unieron
para impedir la concentración. Y así, en la mañana del 4 de octubre de 1936 se
citaron en Cable Street para gritar “¡No pasarán! ¡No pasarán!”. Así comenzó lo
que desde entonces se conoció como la batalla de Cable Street. A lo largo de
toda la marcha hubo sangrientos enfrentamientos. Al final la policía intervino
dispersando a los que marcha y llevándose escoltado a Mosley y sus partidarios
fuera de Londres. La noticia de la batalla de Cable Street y de la humillación
que supuso para Mosley se difundió por todo el país. Este fue el punto de
inflexión y el comienzo de la caída del movimiento fascista en Gran Bretaña.
Para mí, como para tantos otros, la lucha contra el
fascismo no había terminado, no había hecho más que empezar. Comencé a pensar
en hacer algo más activo contra Hitler, Mussolini y Franco, así que decidí
unirme a la Brigada Internacional recién formada y ayudar al pueblo español en
su lucha contra las fuerzas del fascismo que amenazaban a su país y al mundo
entero. Entré en contacto con la Liga de Jóvenes Comunistas, el grupo que
estaba organizando los viajes a España y que me proporcionó un billete de tren
para una escapada de fin de semana en París, que no requería pasaporte. Me
aconsejaron que cambiara mi apellido de David Solomon por otro menos
aparentemente judío; al ir a luchar contra los fascistas, si tenía la mala
suerte de ser apresado, podría ayudarme a sobrevivir (no imaginaba yo entonces
cuánta razón tenían). Así que eliminé las dos primeras letras de mi nombre y me
convertí en David Lomon, nombre por el que todavía hoy soy conocido.
Dejé una carta a mi madre y mis hermanas, en la que no
les confesé mis intenciones, y me puse en camino hacia París. Pasé dos noches
en un local del Partido Comunista en París donde fui inscrito y me hicieron un
examen médico. Me uní a grupos de hombres con parecidas ideas procedentes de
muy diferentes países y a la mañana del tercer día nos llevaron en autobús a
las estribaciones de la Pirineos. Llegamos por la noche y nos estaban esperando
dos guías españoles con los que iniciamos la marcha. Había unos guardias
fronterizos franceses que, increíblemente, nos dieron la espalda y miraron a
otro lado. La subida nocturna por la montaña fue ardua y peligrosa, pero la
expectativa de ver el final de nuestros esfuerzos hizo que nadie se quejara.
Al amanecer nos dijeron que habíamos llegado a España.
Agotados, pero llenos de esperanza, nos acogieron soldados españoles que sin
perder tiempo nos llevaron en camiones a Figueras donde nos alojaron en lo que
nos pareció una antigua fortaleza árabe. En los días siguientes se nos unieron
otros pequeños grupos de hombres y finalmente nos llevaron en un largo viaje
por carretera hasta la base de entrenamiento de las Brigadas Internacionales.
Fue allí donde encontré a hombres y mujeres de toda
Gran Bretaña. Venían de todas las clases sociales y creencias políticas:
mineros, abogados, doctores, obreros, trabajadores portuarios… todos estaban
allí, incluso combatientes de la Primera Guerra Mundial; pero estábamos allí
con una misma finalidad: luchar contra el fascismo y por la libertad del pueblo
español. El entrenamiento fue largo y duro y tuvimos que conformarnos con armas
antiguas, en su mayoría de antes de la guerra de 1914-18, y con las viejas
ametralladoras rusas. La comida no era mucho mejor: carne de burro, sardinas y
alubias era nuestra dieta básica. Sin embargo, estábamos tan determinados a
superar todas las dificultades que acabamos por aceptar lo que nos daban y la
instrucción que hacíamos. Después de todo no habíamos ido a España a comer sino
a pelear. Me enseñaron a disparar la ametralladora rusa Maxim, un arma vieja y
pesada que se refrigeraba con agua y requería mucho mantenimiento. Recuerdo que
en una ocasión en que estábamos luchando en una zona alta de montaña, se
congeló el agua y entonces descubrimos otro uso para el brandy español:
sustituimos el agua por brandy y la ametralladora siguió disparando.
Los españoles eran fantásticos, con una actitud
increíble hacia la vida. Su gobierno estaba haciendo lo mejor posible para
mejorar su nivel de vida, teniendo en cuenta que la mayor parte de su vida
tuvieron que aguantar la represión, la pobreza, la mala alimentación y los
malos tratos. Tenían muy poco, pero compartían con nosotros lo poco que tenían.
La guerra, sin embargo, no iba bien. El bombardeo
constante de los pueblos y aldeas estaba pasando factura. El ejército fascista
español, bien equipado y reforzado con las tropas moras e italianas, seguía
ganando terreno en todas partes. Málaga y Teruel habían caído y ahora se
dirigían de nuevo a Madrid. Las Brigadas Internacionales habían hecho lo
posible para salvar Madrid, pero la presión era intensa. Estuvimos luchando a
lo largo del río Ebro en la que iba a ser mi última batalla. Fui capturado por
tropas italianas, aunque no sé exactamente cómo sucedió aquello, ya que me
encontraron boca abajo e inconsciente.
Lo último que recuerdo fue la defensa de un puente en
algún lugar a lo largo del Ebro y mi despertar en la parte trasera de un camión
custodiado por las tropas italianas.
Me llevaron, junto con otros presos, al antiguo
monasterio de San Pedro de Cardeña. Estuvimos hacinados en el sótano, donde
muchos murieron por falta de atención médica y de alimentos. Pronto nos
organizaron por grupos. El mío, compuesto principalmente por combatientes
británicos, fue trasladado a un campo de prisioneros de guerra en Palencia.
Allí pasé unos meses horrible. La Gestapo venía cada pocas semanas a llevarse
ciudadanos alemanes y, en particular, a judíos. Fue entonces cuando agradecí el
consejo que me dieron en Londres de cambiar mi nombre; eso me salvó la vida.
Un día en que estábamos agrupados nos dijeron que uno
de cada cuatro de la lista iba a ser canjeado por cuatro de sus propias tropas
capturadas. Para mi alivio, yo estaba en la lista de intercambio. Nos llevaron
a un lugar de la frontera francesa, donde se procedió al intercambio. Luego nos
llevaron en tren hasta la costa y nos embarcaron en un buque que nos devolvió a
casa.
Durante la Guerra Civil española, los gobiernos de
Francia y Gran Bretaña dieron la espalda a lo que estaba ocurriendo en España y
al papel activo que Alemania e Italia estaban jugando allí. Un año después del
final de la guerra española, cuando Hitler y Mussolini desencadenaron la guerra
tras ganar una gran experiencia operativa a costa de los españoles, ambos
pagaron el precio de su indiferencia.
Me han dicho que soy uno de los tres únicos
brigadistas que sobreviven en Gran Bretaña y el último judío combatiente en
España. Me resulta difícil creerlo. Si todavía hay algún otro como yo que no se
haya dado a conocer por la razón que sea, por favor, hacédmelo saber por si
pudiera ayudar algo con mi vieja memoria. Tengo 94 años y me gustaría llenar
algunas lagunas.
Salud!
David Lomon, 4/11/12
David Lomon, 4/11/12
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