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509. Una carta de David Lomon


El fascismo y la opresión se extendieron por Italia, Austria y Alemania. La amenaza a Europa y Gran Bretaña iba creciendo día a día. En España Hitler y Mussolini ayudaron al general fascista Franco. Fue en 1936 y comenzaron apoyando el puente aéreo de los miles de soldados españoles y moros que pasaron de África a España para lanzar la guerra contra el gobierno elegido en España. Hitler siguió suministrando aviones de guerra con sus tripulaciones.

En Gran Bretaña, los “camisas negras” fascistas, seguidores de Hitler y Mussolini y dirigidos por Oswald Mosley, difundían sus ideas venenosas y estaban ganando apoyo en todo el país. En su intento por ganarse el favor de Hitler emulando sus mítines en Berlín, Mosley organizó una gran manifestación en Londres en la que los “camisas negras” y otros grupos de la derecha antisemita harían una marcha el 4 de octubre en East End, el barrio al este de Londres donde había más población judía.

Ante la noticia, muchos grupos antifascistas unieron para impedir la concentración. Y así, en la mañana del 4 de octubre de 1936 se citaron en Cable Street para gritar “¡No pasarán! ¡No pasarán!”. Así comenzó lo que desde entonces se conoció como la batalla de Cable Street. A lo largo de toda la marcha hubo sangrientos enfrentamientos. Al final la policía intervino dispersando a los que marcha y llevándose escoltado a Mosley y sus partidarios fuera de Londres. La noticia de la batalla de Cable Street y de la humillación que supuso para Mosley se difundió por todo el país. Este fue el punto de inflexión y el comienzo de la caída del movimiento fascista en Gran Bretaña.

Para mí, como para tantos otros, la lucha contra el fascismo no había terminado, no había hecho más que empezar. Comencé a pensar en hacer algo más activo contra Hitler, Mussolini y Franco, así que decidí unirme a la Brigada Internacional recién formada y ayudar al pueblo español en su lucha contra las fuerzas del fascismo que amenazaban a su país y al mundo entero. Entré en contacto con la Liga de Jóvenes Comunistas, el grupo que estaba organizando los viajes a España y que me proporcionó un billete de tren para una escapada de fin de semana en París, que no requería pasaporte. Me aconsejaron que cambiara mi apellido de David Solomon por otro menos aparentemente judío; al ir a luchar contra los fascistas, si tenía la mala suerte de ser apresado, podría ayudarme a sobrevivir (no imaginaba yo entonces cuánta razón tenían). Así que eliminé las dos primeras letras de mi nombre y me convertí en David Lomon, nombre por el que todavía hoy soy conocido.

Dejé una carta a mi madre y mis hermanas, en la que no les confesé mis intenciones, y me puse en camino hacia París. Pasé dos noches en un local del Partido Comunista en París donde fui inscrito y me hicieron un examen médico. Me uní a grupos de hombres con parecidas ideas procedentes de muy diferentes países y a la mañana del tercer día nos llevaron en autobús a las estribaciones de la Pirineos. Llegamos por la noche y nos estaban esperando dos guías españoles con los que iniciamos la marcha. Había unos guardias fronterizos franceses que, increíblemente, nos dieron la espalda y miraron a otro lado. La subida nocturna por la montaña fue ardua y peligrosa, pero la expectativa de ver el final de nuestros esfuerzos hizo que nadie se quejara.

Al amanecer nos dijeron que habíamos llegado a España. Agotados, pero llenos de esperanza, nos acogieron soldados españoles que sin perder tiempo nos llevaron en camiones a Figueras donde nos alojaron en lo que nos pareció una antigua fortaleza árabe. En los días siguientes se nos unieron otros pequeños grupos de hombres y finalmente nos llevaron en un largo viaje por carretera hasta la base de entrenamiento de las Brigadas Internacionales.

Fue allí donde encontré a hombres y mujeres de toda Gran Bretaña. Venían de todas las clases sociales y creencias políticas: mineros, abogados, doctores, obreros, trabajadores portuarios… todos estaban allí, incluso combatientes de la Primera Guerra Mundial; pero estábamos allí con una misma finalidad: luchar contra el fascismo y por la libertad del pueblo español. El entrenamiento fue largo y duro y tuvimos que conformarnos con armas antiguas, en su mayoría de antes de la guerra de 1914-18, y con las viejas ametralladoras rusas. La comida no era mucho mejor: carne de burro, sardinas y alubias era nuestra dieta básica. Sin embargo, estábamos tan determinados a superar todas las dificultades que acabamos por aceptar lo que nos daban y la instrucción que hacíamos. Después de todo no habíamos ido a España a comer sino a pelear. Me enseñaron a disparar la ametralladora rusa Maxim, un arma vieja y pesada que se refrigeraba con agua y requería mucho mantenimiento. Recuerdo que en una ocasión en que estábamos luchando en una zona alta de montaña, se congeló el agua y entonces descubrimos otro uso para el brandy español: sustituimos el agua por brandy y la ametralladora siguió disparando.

Los españoles eran fantásticos, con una actitud increíble hacia la vida. Su gobierno estaba haciendo lo mejor posible para mejorar su nivel de vida, teniendo en cuenta que la mayor parte de su vida tuvieron que aguantar la represión, la pobreza, la mala alimentación y los malos tratos. Tenían muy poco, pero compartían con nosotros lo poco que tenían.

La guerra, sin embargo, no iba bien. El bombardeo constante de los pueblos y aldeas estaba pasando factura. El ejército fascista español, bien equipado y reforzado con las tropas moras e italianas, seguía ganando terreno en todas partes. Málaga y Teruel habían caído y ahora se dirigían de nuevo a Madrid. Las Brigadas Internacionales habían hecho lo posible para salvar Madrid, pero la presión era intensa. Estuvimos luchando a lo largo del río Ebro en la que iba a ser mi última batalla. Fui capturado por tropas italianas, aunque no sé exactamente cómo sucedió aquello, ya que me encontraron boca abajo e inconsciente.

Lo último que recuerdo fue la defensa de un puente en algún lugar a lo largo del Ebro y mi despertar en la parte trasera de un camión custodiado por las tropas italianas.

Me llevaron, junto con otros presos, al antiguo monasterio de San Pedro de Cardeña. Estuvimos hacinados en el sótano, donde muchos murieron por falta de atención médica y de alimentos. Pronto nos organizaron por grupos. El mío, compuesto principalmente por combatientes británicos, fue trasladado a un campo de prisioneros de guerra en Palencia. Allí pasé unos meses horrible. La Gestapo venía cada pocas semanas a llevarse ciudadanos alemanes y, en particular, a judíos. Fue entonces cuando agradecí el consejo que me dieron en Londres de cambiar mi nombre; eso me salvó la vida.

Un día en que estábamos agrupados nos dijeron que uno de cada cuatro de la lista iba a ser canjeado por cuatro de sus propias tropas capturadas. Para mi alivio, yo estaba en la lista de intercambio. Nos llevaron a un lugar de la frontera francesa, donde se procedió al intercambio. Luego nos llevaron en tren hasta la costa y nos embarcaron en un buque que nos devolvió a casa.

Durante la Guerra Civil española, los gobiernos de Francia y Gran Bretaña dieron la espalda a lo que estaba ocurriendo en España y al papel activo que Alemania e Italia estaban jugando allí. Un año después del final de la guerra española, cuando Hitler y Mussolini desencadenaron la guerra tras ganar una gran experiencia operativa a costa de los españoles, ambos pagaron el precio de su indiferencia.

Me han dicho que soy uno de los tres únicos brigadistas que sobreviven en Gran Bretaña y el último judío combatiente en España. Me resulta difícil creerlo. Si todavía hay algún otro como yo que no se haya dado a conocer por la razón que sea, por favor, hacédmelo saber por si pudiera ayudar algo con mi vieja memoria. Tengo 94 años y me gustaría llenar algunas lagunas.



Salud!
David Lomon, 4/11/12








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