Juan Sáez Tomás, teniente del ejército estacionado en Cataluña, que guardó toda su vida en el exilio el dinero destinado al pago de las tropas.
Esta es la historia de un hombre honrado, el teniente Juan Sáez Tomás, que perteneció a la pagaduría del ejército de la República estacionada en Catalunya. De las informaciones transmitidas por sus hijas, Belén y Celia, deducimos que aquel invierno del 1939 Juan Sáez conocía el destino que les esperaba al pasar la frontera: la separación de la familia y el internamiento en un campo de concentración. Es por eso que, llegando a Cervera, se cambió de ropa y dejó todo aquello que lo pudiera relacionar con el ejército, incluso el vehículo. Solo se llevó una maleta con el dinero destinado al pago de las tropas, unas 100.000 pesetas de la época, quizá algunas más, y otra con ropa. Según explica su hija Celia, un ferroviario francés les avisó que no fueran a Perpiñán si no a Narbona, una ciudad roja donde serían más bien acogidos.
Esta es la historia de un hombre honrado, el teniente Juan Sáez Tomás, que perteneció a la pagaduría del ejército de la República estacionada en Catalunya. De las informaciones transmitidas por sus hijas, Belén y Celia, deducimos que aquel invierno del 1939 Juan Sáez conocía el destino que les esperaba al pasar la frontera: la separación de la familia y el internamiento en un campo de concentración. Es por eso que, llegando a Cervera, se cambió de ropa y dejó todo aquello que lo pudiera relacionar con el ejército, incluso el vehículo. Solo se llevó una maleta con el dinero destinado al pago de las tropas, unas 100.000 pesetas de la época, quizá algunas más, y otra con ropa. Según explica su hija Celia, un ferroviario francés les avisó que no fueran a Perpiñán si no a Narbona, una ciudad roja donde serían más bien acogidos.
En 1939 Narbona era gobernada por el alcalde Achille Lacroix, un personaje carismático, médico de profesión, que había sido reelegido ininterrumpidamente desde 1925. Miembro del Partido Socialista, tuvo un comportamiento ejemplar con la población republicana española que llegaba a su ciudad. Según las hijas de Sáez, esta actitud era extensible a la mayoría de los habitantes. A ellos, en concreto, los recogió la familia Claire. Al principio pudieron subsistir gracias a los subsidios proporcionados por el gobierno republicano y, posteriormente, el padre trabajó en diferentes tareas hasta que Francia fue ocupada por el ejército alemán.
Respecto a la maleta, Sáez Tomás fue a llevarla a la representación consular existente en Narbona y obtuvo la siguiente respuesta: "La República ha desaparecido, lo mejor que puede hacer con los billetes es quemarlos". Pero él no lo hizo. Las hijas no saben el motivo exacto, pero piensan que su padre confiaba que una vez se produjese la derrota del nazismo, los aliados expulsarían al general Franco y que entonces podría devolver los billetes. El hecho es que puso la maleta en una dependencia de la casa y nunca más se deshizo de ella, a pesar de los malos momentos que sufrieron durante la ocupación nazi.
Las autoridades colaboracionistas del gobierno de Vichy tuvieron una actuación de hostilidad manifiesta con las personas exiliadas. En aquello años de dificultades una parte de la población francesa también les giró la espalda de manera visible. El alcalde Lacroix fue sustituido por Henri Caillard, convencido colaboracionista que eliminó toda clase de ayudas y expulsó a muchos refugiados de la ciudad. Después de su sustitución, Achile Lacroix tuvo el coraje de dirigir la resistencia en Narbona, lo que supuso su detención y posterior deportación a un campo de concentración alemán.
Como tantos otros, la familia Sáez fue expulsada de Narbona, fueron a vivir a Gineste y Vize. El padre se vio obligado a trabajar en una mina de Mailhac donde contrajo una grave enfermedad, cuyas consecuencias arrastraría durante toda su vida. En medio de las dificultades para salir hacia delante, Juan Sáez tuvo siempre las puertas abiertas de su casa para ayudar a sus compatriotas que se encontraban en una situación peor. Estuvo a punto de ser conducido a Alemania para trabajar en la industria del armamento, pero probablemente, el hecho de tener un trabajo en las minas y sus conocimientos de mecánica del automóvil lo salvaron. Sáez no pudo pisar nunca más la tierra donde había nacido. Cuando su mujer y sus hijas quisieron volver a realizar una visita a la familia, en 1961, más de veinte años después del fin de la Guerra Civil, fueron detenidas en la frontera. Gracias a la mediación de un pariente que trabajaba en Madrid, en la Dirección General de Seguridad, pudieron ser liberadas.
Juli Clavijo
Revista Cataloniatoday, nº 354
Emociona lo de la maleta .Cuánta dignidad!Cuánta grandeza!
ResponderEliminarEra el dinero de la causa.
La ideología , cuando es auténtica, pesa más que lo material.
Grande.Muy grande.
Abrazo.
Enociona mucho Carmela, por eso quise compartir esta breve historia de un hombre exepcional del que deberían copiar muchos, especialmente los miserables que nos gobiernan.
ResponderEliminarUn abrazo.