Franco está escribiendo algo que quizá algún día se titule, más o menos, "Masonería". Y es que Franco, que mata sus demonios exteriores de día, a tiros, mata sus demonios interiores de noche, con la pluma. Quizá está purgando su corazón para cuando sea Caudillo de todos los españoles.
Escribe sin prisa y sin pausa, seguido y con letra tendida, en los papeles que ponen arriba Caudillo de España, generalísimo de todos los Ejércitos, porque el timbre presta autenticidad histórica a lo que dice y porque de esta forma escribe también bajo palio, como entra en las iglesias.
Ha echado las cuentas de cuántos masones había en España el 18 de julio, recurriendo a sus papeles más secretos, de cuando iba a las tenidas y logias con Cabanellas, a quien ahora no recibe. La España imperial, la que engendró naciones y dió leyes al mundo ...
Su prosa militar y con poca concordancia se balancea en el tópico, pero luego vienen los datos, las precisiones, las acusaciones, ahora que a él no pueden acusarle de nada. También tiene pensado un documento de represión de la Masonería.
El masón es el judío de Franco. Lo que Hitler está empezando a hacer en Alemania con los judíos (Franco presiente que Hitler llegará más lejos), quiere hacerlo él en España con los masones.
Un pueblo, todo pueblo, necesita un enemigo enfrente para ser grande. Al pueblo hay que darle un enemigo concreto, visible, fusilable, y no abstracciones. Sólo el que se inventa un buen enemigo se lleva detrás al pueblo. Un enemigo en el que concentrar todos los males y desgracias de la gente, que siempre es desgraciada. La gente pide un culpable, y a la gente hay que desviarla para que acierte equivocándose, no sea que dé con el verdadero.
Roma fue grande no por sus aliados, sino por sus enemigos. España fue grande cuando era enemiga del entero mundo. Sólo el gran enemigo nos engrandece. La república, la izquierda, todo eso son conceptos, y la gente no lucha y no muere por conceptos. La masonería, los masones, el masón, he ahí el monstruo amarillo y al alcance de la mano que hay que poner delante de los españoles.
Un enemigo así justifica todas las muertes, le justifica a uno. Franco en batin y zapatillas, parece un joven opositor a notarias que trabaja de noche y a quien se le van pasando los años sin conseguir la plaza. El general López Ochoa, que se distinguió en la represión de Asturias, era masón y laureado. Parece que las hordas le han asesinado en Madrid. Franco le recuerda precisamente de la sublevación de Asturias.
Miaja, que está defendiendo duramente Madrid (Franco no deja de admirar nunca el valor militar), es masón y comunista, hay que dejar constancia. Y el general Mangada. La masonería estuvo muy infiltrada en el Ejército de la República y Franco está documentando esto mejor que nadie.
De día, ya se ha dicho, limpia España con los fusiles y de noche con la pluma. Incluso hay masones infiltrados en el movimiento. Franco los va descubriendo pacientemente. Mauricio Karl ha escrito un libro que Franco tiene delante: Asesinos de España: marxismo, anarquismo, masonería. Mauricio Karl puede distinguir a sus enemigos por la nariz.
Franco se queda con la pluma en suspenso porque una voz conocida habla por la radio. Azaña, Prieto y Negrín, cualquiera de ellos. Azaña es intelectual y despectivo. Prieto es elemental y peligroso. Negrín es comunista y confuso. A Manuel Azaña le interesa más la salvación del Museo del Prado que la salvación de la República. Con un hombre así no se gana una guerra. Azaña, masón, masonazo. Toda la inteligencia de clase media que quería llegar a algo, antes del Alzamiento, estaba en la masonería.
Fueron el fermento de la República. Franco, que ya no necesita la masonería para medrar, la está utilizando como chivo emisario del pueblo español. "Del enemigo todo es aprovechable", se dice. "Mejor que borrar a un enemigo es utilizarlo y yo voy a utilizar a los masones mientras me hagan falta, aunque ya no haya, porque los habré matado yo mismo".
En cuanto gane la guerra (no duda de que va a ganarla), Franco piensa disolver a los masones y confiscar sus bienes, pero luego les irá persiguiendo y delatando como infiltrados. Se sabe unido a la masonería —pecado de su juventud ambiciosa— de por vida, como el católico se sabe enredado con el diablo hasta la muerte. Sólo la muerte deshace tales nudos.
Franco tiene delante su diploma masónico, con el lema de la Revolución Francesa y una orla. Es de la misma fecha que el de Casares Quiroga. La República está llena de grados treinta y tres, pero en total nuncia ha habido más de diez mil masones en España, reducidos quizás a mil en el 36, y Franco piensa multiplicar estas cifras, prolongarlas en el tiempo y en el espacio.
Sabe que necesita del masón como Isabel la Católica del judío. "La BBC y Gibraltar están llenos de masones", acaba de escribir Franco, y le gusta esta precisión inesperada. A su lado, tiene un vaso de agua con un azucarillo tostado. Un asistente sigiloso entra dos o tres veces en la noche a reponer tan leve vianda.
Incluso José Antonio infiltró en la masonería a Gerardo Salador Merino, para tener un espía. "Lo primero hay que quitar de Poblet la tumba de Felipe Wharton, fundador de la masonería española, muerto en 1713". Lo que ocurre es que Franco tiene el enemigo en casa. Sabe que entre los generales que se sublevaron con él el 18 de julio había bastantes masones. El mas significado, Aranda, aquel gordo grande, intelectual, simpático, miope y encima anglófilo.
Pero Aranda ya le va hundiendo silenciosamente en una penumbra que no es la vida ni la muerte, que no es la luz ni la sombra. Entre los demás ha establecido Franco un sistema de espionajes mutuos, tanto por "depurar" como por utilizar la inculpación si un día le hace falta. Sabe que por el hecho de levantarse contra la República han perdido todos su condición de masones, pero siempre podrá utilizar este cargo contra el que se le ponga terne o sencillamente le estorbe. Y sabe que nadie osará utilizar igual argumento contra él.
Franco se hizo masón en África. Va a combartirles/utilizarlos siempre que le haga falta, y para ello está escribiendo este libro, del que no ha hablado ni siquiera a Ramón, ni a su hermano Nicolás, ni a Carmen, su mujer. Quizá un día lo publique con pseudónimo, que puede ser más eficaz.
Franco bebe un chupito de agua dulce mientras medita este punto. Ahora habla desde Madrid Martínez Barrio, otro masonazo. Franco escucha la media voz de la radio mirando el ojo rojo del aparato, como si fuera el ojo satánico de la masonería, y degustando el azúcar en su boca.
Franco sospecha la masonería incluso de Campúa, el fotógrafo de la guerra. Se diría que Franco les conoce por la nariz, como el otro. Al duque de Alba habrá que respetarlo y utilizarlo, si lo recuperamos, pero ése es un grado 33. Y mi hermano Ramón también me dio algún disgusto con la logia Plus Ultra. Algunos dicen que quise ser masón y fui rechazado, como en la Marina. Eso casi me conviene que se divulgue.
La masonería estaba contra la pena de muerte y ahora estamos viendo que sin pena de muerte no hay orden ni justicia ni paz. Lo ha dicho, me parece, algún fascista italiano:"'La pena de muerte es la única salud del mundo". O algo así. Estaban contra el fascismo (yo también) y hoy el fascismo manda en Europa.
Otra razón para eliminarlos por anacrónicos. El reloj de péndulo da los tres cuartos de alguna hora de deshora en la madrugada, solemnizando los últimos pensamientos del Caudillo, que ahora se pasea por la camareta, satisfecho de su trabajo de esta noche.
Sabe que Ridruejo y esos locos van alguna vez, antes de acostarse borrachos, a mirar la luz de su ventana, y que Foxá hace bromas de mal gusto. Se lo ha contado Ramón, pero prefiere ignorarlo. Radio Unión de Madrid ha acabado con los políticos y está dando cuplés con letra antifascista, donde al que más insultan es a él, a Franco.
Cuánta ordinariez en Madrid, ciudad que nunca le ha gustado. Cambia a Radio Castilla y coge el himno nacional. Se queda casi firme, en bata y zapatillas, escuchando. Cuando un dictador asume el himno nacional, porque se lo tocan siempre, la patria ya es él.
Francisco Umbral.
Leyenda del César visionario, Seix Barral, Barcelona, 1991, pp. 64 a 67
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