Voy creyendo que para que un pueblo, un hombre, un
español, sienta los sufrimientos de otro es preciso que posea también sobre él
las desgracias que al otro aquejan. Estoy viendo que el soldado más consciente,
con menos flaquezas y más capacidades, es quien más atropellado ha sido por la
vida.
Digo que Jaén yacía indiferente a todo, dormido en un
sueño blando de aceite local. Un día, como respuesta a una victoria de nuestro
Ejército sobre el suyo, Queipo de Llano manda, ahuecado y chulo como siempre,
sus arrasadores aeroplanos contra la dormida ciudad de Jaén, que se revuelve
despavorida y ve de cerca, y se convence de la violenta verdad, la obra del
fascismo sobre sus criaturas. Jaén es bombardeada: la trilita sacude y reviente
hasta las piedras más profundas de la ciudad, y se derrumban las casas, y las
mujeres madres no saben en qué rincón meterse con sus hijos, y los muertos
inocentes, los destrozados, son una sangrante cantidad de cabezas, de brazos,
de carne desconcertada. La cal y los ojos de Jaén se humedecen. Con cara de
cadáveres ante los espejos, aceituneros y barberos calculan en las barberías el
número de víctimas; en la plaza se repite el cálculo; en las calles de anda con
tristeza y temor, y en el cementerio necesitan venganza a su inhumana muerte
niños, mujeres y ancianos que no había cometido otro delito que nacer y vivir.
¿Ha despertado ya Jaén de su modorra incrédula y
moruna? Todas sus bocas llaman asesinos, y no se hartan de llamarlos, a los que
han cometido en su población un acto más de destrucción inútil. Pero yo veo que
muchos de sus hombres se conforman con gritar y se previenen contra otro
posible bombardeo, yéndose a vivir debajo de los olivos. Esta actitud estática,
pasiva, fatalista y torpe exaspera al combatiente más templado. ¿Por qué no se
ocupan esos hombres en la construcción de refugios para sus hijos y esposas, o
por qué no colaboran con los que llevan nueve meses bajo la lluvia y las balas,
conquistando la tierra que a todos nos quieren arrebatar? Hombres veo que,
cuando Jaén quedara completamente destruida, cuando no tuvieran un rincón donde
meterse, ocuparían los nidos de los ratones y allí se dejarían matar sin hacer
otra cosa que lamentarse.
Jaén ha de despertar de un modo definitivo. La sangre
que aún huele sobre las losas lo exige. Sus hombres han de combatir al fascismo
con el mismo empuje que los sevillanos, cordobeses y granadinos que luchan en
los frentes de esta provincia. Debe avergonzarles ser salvados por españoles de
otros campos y no salvar ellos mismos su tierra. Y sus mujeres han de alzar el
puño crispado, colérico, cuando los trimotores negros venga a asesinarlas sobre
la capital de la aceituna.
Miguel Hernández
Frente Sur (Jaén), 11 de abril de 1937
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