El primer número del semanario
Redención se editó por primera vez en Vitoria, sede del Servicio Nacional
de Prisiones, en una fecha cargada de significado: primero de abril de
1939, final oficial de la guerra civil. El último número se publicaría en una
fecha tantardía como 1978.
En abril de 1939 era Jefe del
Servicio Nacional de Prisiones el general Máximo Cuervo, dependiente del
Ministerio de Justicia, cuyo lema Disciplina de cuartel, seriedad de
banco, caridad de convento sería difundido en grandes carteles por todas las
prisiones españolas.
Se decía que el proyecto del
semanario, al igual que la idea de la redención de penas por trabajo,
había surgido del propio general Franco. En cualquier caso, sus
gestores fueron militares y funcionarios no de la órbita falangista, sino
de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), exponente del
catolicismo seglar y principal inspiradora del nacionalcatolicismo
franquista, desde el propio Máximo Cuervo hasta José María Sánchez de
Muniaín, primer director de Redención y antiguo secretario
de Ángel Herrera Oria.
En su calidad de órgano del Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo,
Redención presentaba como único periódico de
circulación carcelaria la entrada de los demás estaba prohibida
destinado a los propios reclusos, en palabras del general Franco, “elementos
dañados, pervertidos, envenenados política y moralmente” de la sociedad,
con el fin de su redención espiritual. Pero también, según escribió el
padre Pérez del Pulgar, principal teórico de la redención de penas por el
trabajo, Redención estaba dirigida a todos aquéllos y aquéllas que
en mayor o menos medida estaban relacionados
con los presos políticos:
“Alrededor de cada cárcel, como
alrededor de un tumor maligno, existe una parte de la sociedad, quizá
mayor de lo que se cree, compuesta por familiares, amigos y conocidos más
o menos afectados por la suerte de los reclusos y, si no disgustada, por lo
menos preocupada y apenada. Ello crea un estado de tensión y de malestar inevitable, enteramente semejante al que crea un tumor maligno en
derredor del órgano en que se localiza. Y cuando, en vez de un tumor,
existen muchos repartidos por todo el cuerpo de un paciente, ello sólo,
sin otra enfermedad, constituye una no leve, que es preciso atender” (La
solución que España da al problema de sus presos políticos, Valladolid.
Librería Santarén, 1939, p. 50).
Redención era en suma un
instrumento propagandístico de primer orden sobre la “labor patriótica”
realizada en las prisiones franquistas a modo de escaparate distorsionante
de la realidad carcelaria, además de herramienta de
adoctrinamiento dirigida a presos y familiares. En el semanario se
publicaban tanto informaciones internacionales durante los primeros
años, crónicas filonazis y filofascistas sobre el desarrollo de las operaciones de la Segunda Guerra Mundial como colaboraciones periodísticas de los propios reclusos sobre las bondades
del régimen para con los presos. De esa manera, los propios presos
redimidos se convertían en apologetas del Nuevo Estado,
ejemplos a seguir por sus compañeros.
Trasladada tempranamente la
redacción a la cárcel madrileña de Porlier, la mayor de la capital, el
semanario reclutaría como redactores y corresponsales a antiguos periodistas comprometidos con la República y a la sazón encarcelados,
como Juan Antonio Cabezas, redactor jefe del periódico asturiano Avance en
1936 y 1937, en plena guerra civil. O el dibujante Bluff, muy popular
durante la guerra por su personaje “Canuto, un soldado que es muy bruto”,
en el que se apoyaría para dibujar en Redención las viñetas
cómicas de “Las cosas de Don Canuto, ciudadano preso bruto”. De la desesperada
situación de algunos de estos reclusos da idea lo ocurrido con el
propio Bluff, Carlos Gómez Carreras, militante de Izquierda Republicana,
cuya colaboración con el semanario fue forzosamente breve: en junio de
1940 sería finalmente fusilado en el cementerio de Paterna, en
Valencia.
Pese a ello, la resistencia
organizada en el interior de las prisiones criticaría duramente a estos
colaboracionistas, como señala en su testimonio José Rodríguez Vega, que
había sido secretario general de la UGT hacia el final del conflicto:
“El periódico, que tenía como
director a un antiguo redactor de El Debate [famoso periódico de la ACNP,
dirigido por Ángel Herrera Oria], estaba redactado por los presos y
formaban parte del mismo un equipo de periodistas que, con más miedo que
dignidad, se avenían a denostar desde las columnas del periódico lo que
habían defendido durante la guerra.
Virtualmente el director era
Cabezas, un buen escritor español, redactor jefe de Avance, de Oviedo,
diario socialista. Estaba condenado a muerte, pena a la que con muy
raras excepciones eran condenados los periodistas en aquel período. El
ansia de conservar la vida le hacía humillarse todas las semanas en el
periódico en elogio de Franco y del nuevo régimen para hacer méritos y
escapar a la temida ejecución. Con él formaban parte de la redacción otros
periodistas menos conocidos, a excepción de Valentín de Pedro, periodista argentino,
residente en España muchos años, en cuyos medios literarios era conocido
por su labor periodística y teatral.
La inmensa mayoría de los
periodistas detenidos a los cuales se había requerido para colaborar en
Redención se negaron a hacerlo, a pesar de encontrarse en
situación parecida o más grave que la conocida por los redactores del
periódico. La hoja aquélla era mal vista por los presos, que sentían un
profundo desprecio por los redactores. Uno de ellos, el dibujante “Echea”
[Enrique Echeverría], puso un pie de mal gusto en una caricatura suya
burlándose de los milicianos republicanos, y se encontró con la hostilidad
general de la prisión y el desprecio de toda la gente que hasta poco antes
le dirigía la palabra. Sin embargo, el periódico tenía cierta venta; acaso
una tercera parte de los reclusos lo adquiría. De un lado, la prohibición de
pasar periódicos en la prisión, determinaba a algunos presos a comprarlo,
en busca de algunas de las noticias que daba, pero lo importante es
que a cambio de la suscripción se podía comunicar una vez más a la semana o a la quincena” (“Notas autobiográficas”, en Estudios de Historia Social, nº
30. Julio/septiembre de 1984, p. 324).
Para vencer las reticencias de
los presos, tanto a la hora de colaborar con el semanario como de
comprarlo, el régimen conservaba poderosas bazas de persuasión: desde la
posibilidad de salvar la vida, como fue el caso de Cabezas, hasta las comunicaciones
postales extraordinarias con los familiares a cambio de la suscripción
a Redención o de la compra de un ejemplar de la editorial homónima, con
tiradas de miles de títulos.
Por lo que se refiere al
semanario Redención, y según las diversas memorias del Patronato Central
de Redención de Penas por el Trabajo, las estadísticas
oficiales hablaban de 20.000 ejemplares a finales de 1940 y 37.800 a
finales de 1943. Allí se publicitaron recurrentemente las enormes cifras
de reclusos trabajadores del Patronato, o las de presos liberados en las
sucesivas oleadas de indultos precipitadas por la insostenible situación
de congestión de las cárceles durante los primeros años del franquismo,
alabando la presunta política de perdón del régimen. En cuanto a las
cárceles de mujeres, se elogiaban las bondades de determinados
establecimientos como la prisión de madres lactantes de San Isidro, en
Madrid; la labor de las religiosas en los establecimientos
femeninos o la realizada en la “prisión especial de mujeres caídas”, o de prostitutas
ilegales, en Gerona.
La cárcel barcelonesa de
mujeres de Les Corts, sin embargo, apenas apareció en sus páginas salvo
algunas fotografías y las inevitables referencias telegráficas referidas
a los actos de celebración del día de la Merced en detrimento de las
crónicas publicadas sobre la Cárcel Modelo de Barcelona, como la que
mereció figurar en uno de los primeros números de Redención, cuando la
bandera española fue izada “entre himnos y vítores” en el patio del
establecimiento. La crónica, con el subtítulo ¡Ya tenemos bandera!
describía de esta manera el acto:
“Ha sido en el momento solemne
que precedió al Santo Sacrificio de la Misa, cuando ha aparecido en la
gran rotonda del centro la gloriosa bandera nacional, que desde este
día memorable ha de presidir todas las solemnidades de la cárcel. Oro
viejo que nos habla de todas las virtudes de la raza; sangre que en estas
horas de triunfo tanto nos dice de los mares derramados por nuestros
héroes y nuestros mártires, y águila del Imperio que abraza con sus alas
nuestro escudo. Esta vieja enseña de la Patria llega, con los
vivos colores rojo y gualda de sus sedas purísimas, a lo más hondo de
nuestro corazón.
Cuando se presencian
espectáculos como éste, del que hemos tenido la dicha de ser emocionados
testigos, se convence uno de cuán imposible es matar lo que un pueblo
lleva en su alma. En vano flameó durante ocho años una enseña que quiso
ser nacional y no pudo pasar de serlo de bandería. No. La bandera de
España será siempre ésta: la vieja bandera. “Nuestra bandera”. Ésta que,
al aparecer de mañana ante una población reclusa de las más dispares
ideologías, a todos ha unido en un mismo centelleo de pupilas y un mismo latido de corazones”
(Redención, 13 de mayo de 1939).
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