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981. Contra el Rey de España IV

Primo de Rivera junto al Rey Alfonso XIII y los demás generales que formaron el Gobierno del Directorio.


El fracaso del Directorio

El primer acto de Primo de Rivera fue lanzar una manifiesto en el que incitaba a todos los españoles a que ejerciesen la delación, prometiéndoles una impunidad absoluta. Su ideal fue volver España al tiempo de las acusaciones sin prueba, de los autos de fe, ejerciendo de Gran Inquisidor. Todos podían llevarle delaciones con la certeza de que el guardaría un secreto absoluto sobre su origen. Afortunadamente para la honra de España, muy pocos respondieron a este manifiesto desmoralizador e infame.

Como había iniciado su revolución al grito de ¡Abajo los políticos ladrones!, necesitó probar que todos sus antecesores en el gobierno habían hecho escandalosos robos, pero hasta la fecha, después de trece meses de dictadura, todavía no ha podido probar nada.

El personaje civil, objeto de sus odios y persecuciones, fue el señor Alba.Este ministro de la monarquía, relativamente joven y de convicciones liberales, resultó una especie de "bestia negra" para Primo de Rivera y sus acólitos del Directorio. Se explica esto por el hecho de que durante sus períodos de gobernante, el señor Alba intentó establecer un impuesto sobre las utilidades de los aprovechadores de la guerra; decretó que la enseñanza católica no debía ser obligatoria en las escuelas, respetándose las creencias de los niños cuyas familias no profesasen la religión oficial, e impuso por primera vez el pago de tributos a las órdenes religiosas, igualándolas con las asociaciones civiles. Esto bastó para que las gentes de la derecha, sostenedoras del Directorio, le mirasen como un demagogo digno de sus ataques y calumnias.

Además, el rey odia a Alba porque siendo ministro se atrevió a discutir con él, cuando pretendía salirse de sus atribuciones de monarca constitucional. Por otra parte, dicho ministro osó realizar por cuenta propia el rescate de los prisioneros en el Riff, rescate que no hubiesen conseguido nunca los generales, y poco antes del golpe de estado hizo relevar a algunos de estos por ineptitud o desobediencia.

Los pretorianos del Directorio en el momento de su triunfo habrían asesinado al señor Alba, de permanecer éste en San Sebastián al lado del rey. No ignoraba Alfonso XIII tales propósitos y, sin embargo, no dio ningún aviso a su ministro. Este, afortunadamente para él, pasó la frontera y se refugió en Francia. Dejándose matar habría perdido no sólo la vida, sino también la honra, cayendo envuelto en las acusaciones de latrocinio que el verboso Primo de Rivera distribuye con su inagotable generosidad de charlatán. Nombró éste, nada menos, que a un ayudante suyo juez especial en el proceso formado por el Directorio al señor Alba. Todos los papeles particulares de dicho ministro, hasta los más íntimos, cayeron en poder de los militares vencedores y, sin embargo, no ha podido probársele hasta la fecha un solo hecho delictuoso. Primo de Rivera, creyendo en la torpeza de su ayudante, designó a un juez civil, un juez de carrera, hijo de un antiguo criado de su familia. El nombramiento no podía ser más parcial e interesado. Y sin embargo, este juez doméstico se ha visto obligado a absolver a Alba después de ocho meses de una rebusca arbitraria y de amenazar a los testigos para que dijesen cosas contrarias a la verdad.

Igual fracaso ha sufrido la tiranía militarista al buscar pruebas de sus afirmaciones calumniosas procesando a otros hombres políticos. Los terribles ladrones, cuya impunidad justificaba, según algunos, la sublevación de Primo de Rivera, no han aparecido por ninguna parte.

El Directorio hizo una revolución contra la inmoralidad y resultó, desde los primeros días de su triunfo, que la inmoralidad llegaba con él. Todos conocen uno de los primeros actos del dictador Primo de Rivera, eterno tertuliano de las casas de juego y de las casa de ventanas cerradas donde se expende el amor fácil.

La familia de un empresario de teatro de Madrid, reblandecido por los años y los excesos, denuncia a la justicia el secuestro en que se hallaba éste bajo el poder de cierta trotadora de aceras, apodada la Caoba, sin duda por el color de su piel. El juez, al enterarse de que la Caoba daba cocaína y otros estupefacientes a su viejo amigo, ordenó su procesamiento... Y es, al llegar a este punto, cuando el director encargado de hacer la felicidad de España, olvida sus importantes ocupaciones para concentrar todas sus facultades de guerrero y estadista en la solución de dicho caso. Sin duda, las amigas que le tutean por la noche en los burdeles de Madrid, solicitaron su auxilio.

-Miguelito, tú que eres tan bueno, debías socorrer a la pobre Caobita.

Y Miguelito escribió al juez para que diese por terminado el asunto no molestando más a la cortesana de bajo vuelo. El juez, en defensa de sus derechos y de la potestad civil, repuso que la justicia no recibe órdenes y él continuaría ajustándose a su deber, añadiendo que iba a hace figurar en el proceso la carta que le había enviado el dictador. Éste apeló entonces al Tribunal Supremo, jefe de la justicia española, para que castigase al juez. El presidente contestó que su subordinado había procedido con rectitud no atendiendo ninguna recomendación y que él aprobaba su conducta de juez íntegro. Entonces, Miguelito, por dar gusto a sus amigas matriculadas en el Gobierno Civil de Madrid, persiguió al juez y obligó al presidente del Tribunal Supremo a que pidiese su retiro. Todo por la Caobita. ¡Viva la moralidad!

Este dictador, que proclamó la delación un virtud pública, ejerce como dogma de gobierno la violación de la correspondencia y hace abrir las cartas, condenando a los ciudadanos por lo que dicen en ellas confidencialmente.

Mi amigo, el eminente escritor Miguel de Unamuno, una de las inteligencias más poderosas de la Europa contemporánea, y varón de austeras virtudes, fue sentenciado a la deportación en una isla de Canarias por haber escrito una carta a un amigo suyo de la Argentina manifestando sus impresiones sobre el Directorio, carta que dicho amigo publicó por su cuenta en un diario de Buenos Aires.

También el ex ministro conservador señor Osorio y Gallardo envió una carta al señor Maura, político de la extrema derecha, contándole un negocio sucio que acababa de realizar el Directorio. Primo de Rivera hizo abrir la carta y metió en la cárcel a Osorio y Gallardo.

Otras veces, basta un artículo en un periódico de carácter profesional, en el que no se ha fijado la previa censura, para que su autor se vea perseguido. El marqués de Cortina fue deportado a Canarias por un estudio financiero en el que hablaba de los errores económicos del Directorio.

Primo de Rivera, que se preocupa como un comediante de sus efectos escénicos y desfigura la verdad tranquilamente para conseguir un aplauso momentáneo, sabe que él y sus compañeros de generalato no pueden continuar en el poder si muestran una brutalidad descaradamente soldadesca. Por eso se ha preocupado de fundar un partido civil titulado Unión Patriótica, con el propósito de dejar aparentemente el poder en manos de estos comparsas vestidos de paisano, para continuar él gobernando, metido entre bastidores.

El dictador, como muchos de sus compañeros de gobierno y de mando militar, sirve para todo...¡para todo! ¡menos para su oficio que es hacer la guerra con éxito! Este hombre, que asesinó la Constitución de su país, con el pretexto de que así podrían dirigir los militares con más soltura las operaciones de guerra, ha pasado diez meses sin acordarse de la guerra ni del ejército que vivía casi olvidado en Marruecos, en una inactividad inexplicable, hasta que la ofensiva de los marroquíes vino a sorprenderle en peores condiciones que en 1921, o sea, cuando gobernaban los hombres civiles. Primo de Rivera se ocupaba mientras tanto en ir de provincia en provincia recibiendo ovaciones preparadas casi a viva fuerza por sus acólitos y organizando la llamada Unión Patriótica.

El lector sabe que todos los hombres políticos de España -incluso el señor Maura, al que es justo reconocer que siempre fue un recio sostenedor del poder civil-, se retiraron de la vida pública, dejando a Primo de Rivera que lo arreglase todo por sí mismo, ya que es el Mesías español y los demás unos ladrones.

Miguelito ha intentado copiar a Mussolini, pero torpemente, con un mimetismo de histrión, como él hace todas las cosas. Mussolini viene de abajo, tiene un partido detrás de él, se apoya en las masas populares que lo elevaron hasta el poder. El sobrino "heroico" del viejo Primo de Rivera ha empezado por asaltar el poder y luego intentar fundar, de arriba abajo, un partido político para dar cierta justificación a su escalo del gobierno, realizado con las agravantes de fractura y nocturnidad.

Como tiene unos cuatro mil militares colocados con triple sueldo al frente de los ayuntamientos y otros organismos, los cuales ejercen una especie de Terror, ha ido formando, gracias a esta red de pequeños procónsules, las primeras agrupaciones de la Unión Patriótica. A pesar de que ofrece carteras de ministro a todo el que quiera figurar en el futuro gabinete, no ha encontrado un personaje conocido que se preste a ser su comparsa, actuando en un falso ministerio civil que sería la segunda evolución de su dictadura.

La gran página de la vida política del dictador es el viaje a Italia con su protegido y prisionero: Alfonso XIII. El tirano con uniforme se fue a banquetear con Mussolini, tirano cursi de chaqué y polainas blancas, al que hay que reconocer, sin embargo, una gran superioridad sobre este militar verboso. Sin duda, el antiguo obrero italiano, que cultiva la anchura de su frente a lo Napoleón y únicamente permite que le encuentren cierto parecido con Julio César, a causa de su porte majestuoso, debió torcer el gesto cada vez que Miguelito lo trató como un compañero, titulándose el mismo el "Mussolini de España".

Alfonso XIII, por su parte, dio pruebas de discreción, oportunidad y espíritu moderno, leyendo ante el Papa su famoso discurso. Para descargo del monarca, debo hacer público que el tal discurso no es suyo. Se lo escribió el padre Torres, famoso jesuita residente en Madrid y la obra resulta digna de su verdadero autor. Hasta el Papa, según parece, se espantó de una intransigencia religiosa tan absurda, de un espíritu católico tan estrecho, burdo y retrógrado.

El rey de España habló en nombre de los españoles, todos los cuales son católicos según él, olvidando que hay españoles de creencias puramente civiles. A juzgar por el discurso de Alfonso XIII, únicamente se puede ser español y persona honrada siendo católico.

Además, con una discreción que no podía resultar más inoportuna, recordó que España se había batido siempre contra los musulmanes y añadió que seguiría batiéndose en África para implantar la cruz, imponiéndosela a los secuaces de Mahoma.

Los representantes de España en Marruecos, para conseguir la sumisión de los rifeños, vienen desde hace años afirmando que el gobierno español reconocerá la religión de los mahometanos y la respetará, como Inglaterra, Francia y otros países respetan en sus colonias las religiones de sus habitantes. Pero el biznieto del Fernando VII, en unos cuantos minutos, destruyó esta obra de propaganda, leyendo el discurso escrito por el padre Torres, según el cual España tiene la misión de imponer la cruz a los mahometanos.

Abd-el-Krim, que es una especie de español vestido de moro, y por haber pasado la mayor parte de su vida en Melilla al servicio de España, conoce perfectamente a muchos de sus generales y a Alfonso XIII, no desperdició una ocasión tan propicia para sus planes, e hizo traducir al árabe la pieza literaria del jesuita leída por el rey, repartiéndola en todas las tribus de Marruecos que la monarquía española considera bajo su protectorado.

Hay que saber lo que significa para los mahometanos el Papa y una promesa como la que hizo en el Vaticano Alfonso XIII. El tal discurso reanimó la causa de Abd-el-Krim, dando a éste más partidarios que si repartiese millones. La guerra tomó un carácter religioso gracias al discurso del rey, extendiéndose a la parte occidental, pacífica hasta entonces.

¡Pensar los muchos centenares de españoles que van muertos por esta discreta y oportuna pieza oratoria de Alfonso XIII y el padre Torres!

Si el discurso no fue acogido con una tempestad de aplausos, hay que reconocer que ha provocado una tempestad de balas.

Cuando en el viaje a Italia pasó Alfonso XIII por Valencia, pronunció otro discurso a los postres de un banquete. El rey de España y Primo de Rivera siempre se sienten oradores a los postres de los banquetes y se expresan con la prudencia del ebrio, si es que no cuentan de antemano con un discurso escrito por un jesuita, y les obligan a improvisar.

El rey afirmó que los políticos que habían gobernado con él eran ladrones en su inmensa mayoría y todos ellos ineptos en absoluto, añadiendo que si el Directorio no los hubiese arrojado del poder, habría acaba él solo por encargarse de hacerlo. Tan estúpido e inoportuno resultó el discurso que, no obstante ser obra del rey, los individuos del Directorio residentes en Madrid, que por no haber asistido al banquete tenían el cerebro más claro para juzgar las cosas, prohibieron a los diarios que lo publicasen.

Pero el discurso existió y es oportuno que no caiga en el olvido. Ahora, Alfonso XIII es prisionero del Directorio y recuerda con nostalgia sus dúctiles y obedientes ministerios de hombres civiles que le ponían a veces algunas trabas, pero acababan por cumplir sus voluntades. Le ha ido muy mal con los soldados del Directorio por ser gentes de su misma especie y mentalidad. Sueña con que el tiempo y los desastres le libren de estos crueles preceptores y en tal caso, buscará con su hipocresía sonriente el apoyo de sus antiguos ministros. No sé si éstos se acordarán entonces de este discurso alcohólico pronunciado en Valencia: "casi todos mis ministros fueron ladrones y todos ellos, en absoluto, ineptos e imbéciles."

El fracaso del Directorio no puede ser más absoluto en todos los órdenes de su actividad política y militar. Habló de numerosos ministros que iba a meter en la cárcel; por terribles inmoralidades que pensaba descubrir. Hasta ahora no ha metido en la cárcel más que a gentes honradas a quienes abrió las cartas como un ratero. No ha descubierto ninguna inmoralidad de políticos conocidos, y eso que apeló a los más innobles e inquisitoriales procedimientos contra Alba y otros personajes. Toda su moralización ha consistido en dejar cesantes a unos cuantos empleados que iban tarde a sus oficinas y en procesar a secretarios de pequeños ayuntamientos que cometieron irregularidades de poca monta o descuidos propios de una administración estacionaria. Algunos de estos empleados insignificantes, gentes tímidas, aterradas por el despotismo militar, se han suicidado. El pueblo español, convencido de la mentira moralizadora del Directorio, repite una frase cruel:

-Nos prometió carne de ministro y sólo nos ha dado huesos de pobres empleados.

En cambio, se ha hecho patente la inmoralidad más repugnante y descarada en el seno del ejército. La actual guerra de Marruecos resulta un pretexto para el latrocinio. Jamás se conocieron en el ejército español tantos robos, y como en él existen muchos hombres honrados que callan por disciplina, puede decirse que el ejército en general sufre una vergüenza silenciosa por las rapiñas de una minoría que el Directorio no ha castigado nunca. Los militares que viven austeramente de su sueldo y cuyas familias no gastan un lujo de millonario, desean ver sentenciados a los compañeros indignos que se enriquecen con la guerra. Primo de Rivera no quiere este castigo, no le conviene, pues disgustaría con él a muchos allegados suyos que le apoyan.

El general Bazán, espíritu justiciero, fue comisionado para averiguar los robos cometidos en el ejército de Marruecos, y desde los primeros momentos de su honrada gestión empezaron a salir a la luz enormes rapiñas que representaban muchos millones de pesetas.

Pero Miguelito, por compañerismo o por lo que sea, echó tierra al asunto y hasta ahora nada se ha hecho que demuestre un deseo de moralización enérgica. El Directorio sólo ve ladrones allí donde hay hombres civiles; el que lleva uniforme no puede robar. Y los militares que verdaderamente no han robado, sufren por esta falta de justicia, pues sirve para que confundan a los buenos con los malos y aumente el escepticismo general.

Pero donde el fracaso del directorio resulta más extremado y tristemente grotesco es en lo referente a las operaciones de guerra. Jamás, en tiempos de los ministerios civiles, sufrieron las tropas españolas un fracaso tan enorme como el último ni se sublevó la parte occidental de Marruecos.

Uno de los motivos de la animadversión de los general ineptos contra el último gobierno constitucional fue que, según ellos, los ministerios de hombres civiles no les permitían, con sus restricciones, hacer una guerra victoriosa. Al señor Alba, que presentó con frecuencia objeciones a los disparatados planes de los generales, le odiaron como un traidor a la patria y desearon su muerte "porque estaba quitando al ejército días de gloria."

Triunfó el Directorio completamente; no tuvo ningún obstáculo; prodigó con el mayor derroche de dinero y hombres, y sin embargo, el fracaso no ha podido ser más ruidoso. Por lo pronto, estos generales metidos a gobernantes que debían haber hecho la guerra inmediatamente, permanecieron diez meses sin acordarse del ejército. Las tropas se mantuvieron todo ese tiempo en sus antiguas posiciones sin intentar ningún avance, lo mismo que estaban en tiempos del gobierno constitucional. Únicamente se han movido cuando Abd-el-Krim, que es el que dirige en realidad las operaciones, les atacó, derrotándoles.

Primo de Rivera, después de recibir el último golpe y verse obligado a una retirada, intenta justificar los porrazos que le han dado diciendo que él siempre fue partidario del repliegue de las tropas a las posiciones de la costa. Si es así, ¿por qué no realizó esa retirada desde el primer momento de su gobierno? ¿A qué sublime plan ha obedecido el permanecer diez meses haciendo viajes de triunfador por las provincias de España y dejando olvidado al ejército?

Este rayo de la guerra lo que hizo fue creer ilusoriamente que podría mantener las tropas en sus antiguas posiciones todo cuanto le diera la gana, esperando una ocasión propicia para conseguir algún avance que proporcionase falsa gloria a su Directorio. Pero no contó con que Abd-el-Krim, su antiguo compañero en Melilla, es más general que él. No pudo sospechar que éste corría de la zona oriental a la occidental, llevando la guerra a territorios hasta hace poco relativamente tranquilos.

Además, Primo de Rivera ha contribuido poderosamente a este desastre con uno de sus discursos. La oratoria de él y de Alfonso XIII no pueden ser más fatales para España. Estos dos aprendices de tribuno, moviendo sus lenguas, causan más daño a la nación que las armas de los enemigos.

Ya hemos dicho como el regio lector de la elucubración del jesuita Torres prestó un servicio sangriento a España. Miguelito, no menos discreto y prudente que Alfonso XIII, creyó necesario a los postres de un banquete en Málaga (¡siempre a la hora de las grandes copas!) comunicar a sus compañeros de mesa los planes militares en Marruecos, y anunció en un discurso, reproducido luego por los periódicos, que iba a abandonar gran parte de los territorios ocupados en África, limitándose a defender las antiguas plazas españolas.

Yo sé que el mariscal Leautey, gran especialista en asuntos marroquíes, se llevó las manos a la cabeza, escandalizado por la imprudencia estúpida de tal discurso.
-Esas cosas -dijo- se hacen si son necesarias, pero no se publican con anticipación.

Efectivamente, el discurso de Primo de Rivera anunciando la retirada, fue traducido al árabe por Abd-el-Krim para que circulase entre las tribus de occidente y produjo un efecto fulminante. Los moros amigos de España o simplemente neutrales, se apresuraron a sublevarse contra los españoles, atacándolos. Necesitaban tomar una actitud antes de que los dejasen solos nuestras tropas en retirada y quedasen ellos sometidos al vencedor Abd-el-Krim. Quisieron ser amigos de éste cuanto antes; hacer méritos para evitar su castigo... Y todos marcharon con belicosa emulación contra los soldados españoles, gracias a la imprudencia del hablador y petulante Miguelito.

El desastre en Marruecos occidental ha sido el mayor, durante las últimas semanas, que el desastre de Annual de 1921. El ejército, guiado por el Directorio, ha sufrido 17.000 bajas. En poder de Abd-el-Krim existen en este momento más de dos mil prisioneros. Han quedado abandonadas en manos de los marroquíes cantidades considerables de artillería y municiones. El caudillo rifeño se ha apoderado de parques enteros.

Además, muchos de los naturales de esta zona, sublevados previsoramente por el aviso que les dio el discurso de Primo de Rivera, estaban armados con fusiles que les habían entregado los mismo generales de España.
Abd-el-Krim sonríe ante las afirmaciones de ciertos bodoques amigos del Directorio, que dijeron en otro tiempo, por espíritu reaccionario, que era Francia la que daba a los rifeños armas para luchar, y ahora aseguran que es Inglaterra la que proporciona dicho material.

-¿Para qué necesito que me den armas las otras naciones de Europa? -contesta el jefe marroquí-. Me basta con las que me proporcionan los generales españoles en sus retiradas y sus derrotas.

Y así es; tal vez no llegue a emplearlas todas. Con tanta abundancia se las regalan Primo de Rivera y sus colegas en desastres.

Mientras el dictador hacía discursos de propaganda en Galicia, las tropas permanecieron olvidadas en sus posiciones, en una situación tal vez peor que la de 1921. Cinco mil marroquíes al mando de Abd-el-Krim corriéndose de oriente a occidente, han bastado para hacer sufrir este desastre, peor que el de Annual, a un ejército de diez mil hombres. Es verdad que este ejército tiene al frente a Napoleón Primo.

La derrota de la zona occidental ha abundado en episodios de heroísmo... pero, al fin, es una derrota. Muchas posiciones sólo se rindieron cuando lo ordenó por teléfono el presidente del Directorio. En una de ellas, un oficial encargado del mando, sabiendo lo que es caer prisionero de los marroquíes, remató con el revólver a los heridos y luego se mató él. Mas, antes de suicidarse, dejó escrita una breve carta en la que maldice a Primo de Rivera y lo envía a... donde se merece. La carta de este mártir del deber es el mejor comentario del fracaso militar del Directorio.

Ha fracasado igualmente en la cuestión social. No ha hecho nada para resolverla o aminorarla, ni podrá hacerlo. La gente que sólo ve las exterioridades y no se para a reflexionar, dirá que en este momento no hay atentados en Barcelona y otras ciudades. Efectivamente, no los hay porque el país se halla en estado de guerra. Tampoco los hubo cuando era gobernado por ministerios civiles y declaraban el estado de guerra. Pero dicho estado excepcional no puede prolongarse indefinidamente, así como tampoco se prolongan en el cuerpo humano las situaciones excepcionales creadas por anestésicos y soporíferos. Algún día será preciso volver a la normalidad y seguramente se reproducirán entonces los mismos atentados, pues el Directorio militar no ha suprimido sus causas, antes bien las ha exacerbado. Los atentados por cuestiones sociales sólo pueden remediarse sustituyendo completamente el régimen actual.

Como la situación perpetua de guerra en que ha sido colocada España por el Directorio y las arbitrariedades del despotismo militar fomentan la inseguridad y el miedo, las gentes viajan menos, cada uno permanece en su casa, los hoteles están vacíos y el comercio sufre la consecuente paralización. Gracias al Directorio, la peseta baja de valor todos los meses y el precio de las cosas sube de un modo alarmante. Las subsistencias resultan cada vez más caras. La vida del español pobre va siendo casi imposible bajo el gobierno de estos sostenedores del orden a estilo de cuartel y fomentadores del hambre que favorece la obediencia. Un año más de Directorio y se completará la catástrofe financiera y la bancarrota nacional.

Hay que decir, aunque sea brevemente, lo que ha hecho este gobierno moralizador en el orden económico. Podía haber realizado reformas con más facilidad que los ministerios civiles, por no tener que vencer obstáculos tradicionales. Pero no ha hecho otra cosa que consagrar los viejos abusos y suprimir las pocas reformas liberales que en el orden financiero habían hecho los ministerios civiles. Por ejemplo, ha exonerado a las sociedades religiosas de pagar contribución suprimiendo la ley que les obligaba a ello. Pero temiendo los comentarios, ha prohibido a la prensa que hable de esta medida retrógrada. Ha fingido economías que no existen, ha amortizado algunos empleos pequeños al mismo tiempo que ha creado grandes plazas para generales. El mismo Primo de Rivera se ha aumentado el sueldo, atribuyéndose 60.000 pesetas para gastos de representación, lo que no había osado hacer ningún presidente civil de los gobiernos anteriores. La deuda flotante ha aumentado en un año de Directorio cerca de MIL MILLONES de pesetas.

Durante el régimen constitucional, o sea, hasta hace un año, la peseta se cotizaba con veintiséis céntimos de pérdida, relativamente al tipo oro. Ahora, bajo el despotismo de los generales, pierde ya la peseta el cincuenta por ciento y su caída irá continuando mansamente.

Para conservar bien supeditado al país, prodiga el Directorio dietas y gratificaciones, como no lo hizo ningún gobierno. Existen actualmente cuatro mil militares con empleos civiles. Unos son delegados del gobierno. Otros ocupan puestos en la administración pública. Los delegados militares que figuran al frente de los distritos fiscalizan los municipios, hablan a gritos a los alcaldes como si fuesen reclutas, gobiernan los pueblos lo mismo que cuarteles y dan sus disposiciones conservando en la mano el latiguillo de montar. Estos delegados cobran su sueldo de oficial, una gratificación del gobierno y una remuneración votada por los ayuntamientos que viven aterrados bajo su arbitrariedad de pequeños procónsules. Total, tres pagas. Aparte de esto, los ayuntamientos tienen obligación de proporcionarles casa gratuitamente para ellos y sus familias.

Todos los comisarios del Terror militarista son protegidos de Primo de Rivera y el principal núcleo de sus admiradores y sostenedores. Cuando el dictador viaja por las provincias, estos delegados con espuelas llevan a los ayuntamientos, lo mismo que si fuesen rebaños, a tributar ovaciones a Primo de Rivera, proclamándolo el Salvador de España.

Como el presidente del Directorio es hombre sin escrúpulos, que vive alegremente con la mentira y busca éxitos escénicos lo mismo que un comediante, se vale de todas estas gentes aterradas para engañar a su vez al resto del país. Alcaldes y secretarios y ayuntamientos firman por miedo todo lo que les exigen los delegados militares, y de este modo el Directorio, con estadísticas falsificadas, pretende hacer creer que bajo su mando se han conseguido las mayores moralizaciones y aumentado de un modo nunca visto los ingresos públicos.

Miguelito en el fondo no es mala persona. Aprovecho la ocasión para declararlo. Hasta ahora no ha matado a nadie y lo creo incapaz de ordenar el asesinato de Matteotti. Es verdad que tampoco necesita preocuparse de estas iniciativas. Tiene dentro de casa quien se encargue de asesinar.

El y todos los generales del Directorio son simplemente unos figurones, cuyo mayor defecto consisten en creerse con una superioridad mental y una sabiduría guerrera que nunca tuvieron. Tal es la ridícula soberbia de estos pobres hombres que acusan a todo el que los censura de enemigos de la patria. ¡Como si ellos fuesen la patria!... Pero al lado de dichos arlequines funciona como ministro de la Policía un verdadero facineroso, el general Martínez Anido que todo el mundo conoce en España. Este individuo lleva sobre su conciencia (si es que la tiene), más de quinientos homicidios cometidos por medio de asesinos llamados "pistoleros" que matan a sus órdenes.

Todos los criminales encerrados actualmente en los presidios de españoles tienen una historia más corta que la de este hombre. Martínez Anido ni siquiera puede ofrecer la excusa de ser un terrible y desinteresado verdugo al servicio del orden, como los generales que dirigían la policía de los zares en tiempos del absolutismo ruso o como su difunto cómplice, el coronel Arlegui, alcohólico y demente. En él van unidos la voluptuosidad roja de la matanza y el amor al dinero.

Los que conocen su vida como gobernador de Barcelona calculan que se llevó de ella mucho más de un millón de pesetas. Al mismo tiempo que ordenaba diariamente asesinatos, se hacía pagar contribuciones cuantiosas por las casas de juego, las casas de prostitución y los espectáculos lascivos. Una parte de estos tributos deshonestos los destinaba a establecimientos benéficos, el resto se lo guardó siempre sin dar cuentas. El diputado Layret (un paralítico) se propuso hablar de esto en el Congreso, pero antes de que pudiera hacerlo fue asesinado en una calle de Barcelona.


Primo de Rivera y los otros generales del Directorio pueden darse el lujo de parecer bondadosos y falsamente tolerantes. Su camarada Martínez Anido se encarga de matar por ellos.

Uno de los asuntos más urgentes de España es atender a la enseñanza pública. En ninguna de las naciones de Europa se nota más la falta de escuelas. Todos los partidos, hasta los de más extrema derecha, convienen en que el país está falto de enseñanza elemental. Según ciertos cálculos, necesita cincuenta mil escuelas nuevas para poderse colocar al nivel de los grandes pueblos europeos. El Directorio no ha hecho nada en esta materia durante el período de su mando. Dirá, seguramente, como todos los gobiernos monárquicos, que no tiene dinero para la enseñanza pública. Pero el dinero, ¡ay!, se encuentra siempre en España para hacer guerras que sirvan de entretenimiento a un rey deportivo, deseoso de jugar a los soldados...

La guerra de Marruecos cuesta actualmente CINCO MILLONES DE PESETAS todos los días. Con la mitad de esa suma se podrían sostener las cincuenta mil escuelas modernas que hacen falta, cambiando totalmente la faz moral de la nación. La mayor parte de los males de España tienen como causa la falta de nuevas escuela y la mediocridad y defectos tradicionales de las que existen.

Otro de los fracasos del Directorio ha sido su actuación en Cataluña. Primo de Rivera inició su movimiento contra la legalidad constitucional apoyándose en la burguesía catalana y halagando a los catalanistas. Al usurpar el poder los trató luego con una brutalidad desleal, que indigna a todo espíritu honrado. Autorizó fiestas públicas organizadas por los catalanistas, para darse luego el gusto de arrojar la caballería sobre la muchedumbre, sableándola a su placer. Ha preparado emboscadas para golpear al pueblo catalán, creyendo aterrarlo de este modo. Tal conducta ha servido para excitar más el resquemor de los catalanes, agrandando el abismo entre ellos y el resto de la nación.

El Directorio ha fracasado en todas las cuestiones de interés nacional. No ha hecho nada nuevo ni positivo.

Nadie debe creer en sus palabras, sus manifiestos, sus datos y estadísticas, todo es obra de falsificación y de embuste voluntario. Primo de Rivera es un cínico alegre que habla de las cosas del gobierno como si sostuviese una conversación a altas horas de la noche con abundantes copas sobre la mesa.

Algunas veces, los empleados viejos de los ministerios le han hecho observaciones sobre la excesiva familiaridad con que maneja las cifras y los datos como si fuesen pelotas de jugar, queriendo hacer ver gracias a ellos cosas completamente falsas. Pero Miguelito les contesta con una risotada de compadre desenfadado. Lo importante para él es engañar al país por el momento, hacerle creer que vive en un paraíso, y seguir adelante sin saber a donde va. Fía en el tiempo y en el azar para salir del atolladero en que se ha metido. Pero no saldrá de él.


Vicente Blasco Ibáñez, Por España y contra el Rey










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