Niceto Alcalá-Zamora y Torres (Priego de Córdoba, 6 de Julio de 1877 - Buenos Aires, 18 de febrero de 1949) |
Miércoles, 12 de mayo de 1937
¿Existe una «tercera España», siguiendo la expresión y la idea tan querida
para los hispanófilos, y notablemente entre ellos mi amigo, el distinguido
colaborador de L'Ère nouvelle, B. Mirkine-Guetzevitch?
Ciertamente, ha existido esa tercera España que podría renacer, y hay
en ella ahora un recuerdo y una esperanza, que debemos apreciar sin pesimismo y
sin demasiadas ilusiones. Deseo hablar de ella porque he tenido el honor de
representar a esa España democrática, incompatible con una dictadura roja o negra.
Era una España constitucional y parlamentaria, que deseaba sin embargo curar
al régimen de los defectos y de los peligros de un parlamentarismo sin medida,
donde todos los vicios ya anticuados del sistema se encontraban aumentados.
Se trataba de una España cordialmente igualitaria, enamorada de la justicia social, dispuesta a avanzar en esa vía, sinceramente, con toda la rapidez
conciliable con las fuerzas de la economía nacional, precisamente para alcanzar esa meta, odiaba la lucha de clases.
Católica en su mayoría, pero sin formar un partido confesional, esa tercera España había condenado y desterrado la intolerancia y el fanatismo de la
reacción. Censurando a la vez, incluso por sus elementos heterodoxos,
librepensadores o no-practicantes, esa otra forma de ofensa a la libertad de
conciencia que estalla en la masacre del clero y de las religiosas, o en los
incendios de las iglesias.
Esa España con el legítimo orgullo de su historia y la clara conciencia de
las realidades tenía su patriotismo, el cuál no miraba hacia atrás para la reconstrucción quimérica de una hegemonía caducada, y no conveniente incluso a
su época. No se sentía tampoco dependiente internacionalmente de las patrias
ajenas o de sentimientos que podrían minar la integridad de España. Queríamos
asegurarle a ésta el papel de gran potencia moral, lo que le corresponde por
pleno derecho que podría ser tan útil para la paz del mundo al igual que para
el éxito pacífico de unas justas reivindicaciones nacionales.
Pero la piedra de toque para reconocer la tercera España era el problema de
la guerra civil, esa herida tan peligrosa de la vida española. Mientras que
las otras dos Españas deseaban la guerra civil y se preparaban para ello,
la tarea de la tercera España era impedir esa guerra con la noble esperanza de
hacer brillar en América la buena lección de una raza redimida de su debilidad
mortal.
Esa tercera España, siendo la más razonable, era la más débil. Pero hubo un
momento en que, derribada la reacción por sus pesadas faltas y sometida la
extrema derecha a una necesaria tutela, la tercera España tomó la delantera.
Ocurrió en los gloriosos e inolvidables días del 12 y 14 de abril de 1931,
los de la revolución pacifista y fecunda. Pero pronto, el 10 de mayo siguiente,
una imprudente provocación de la extrema derecha fue de pronto aprovechada, no
sin una minuciosa preparación, por la extrema izquierda, empujando hacia los
desórdenes y los incendios. Bajo la influencia de esos acontecimientos, las derechas casi se abstenían y las izquierdas no guardaban ni practicaban la lealtad con respecto a los partidos republicanos moderados. Provocaron la elección de una Cámara constituyente donde la tercera España era aplastada; y
ocurrió lo mismo en las Cortes ordinarias como resultado de un método electoral absurdo e injusto.
La tercera España, sin posibilidades de justicia electoral y no
pudiendo reforzarse, se encontró pronto debilitada en su ala derecha por la
debilidad o la deserción de sus elementos burgueses o rurales, asustados ante
los excesos, y en su ala izquierda por la ambición por el lujo y las ventajas del
poder monopolizado que empujó a una cierta parte de la élite intelectual
hacia la puja demagógica más inconcebible. Hubo allí gente sin emoción
democrática, fraternal, igualitaria, que han conducido al país y al régimen
hacia su ruina por la carrera hacia los extremismos. Hubo unos «increíbles»,
verdaderamente increíbles, porque no estaban en absoluto dotados para jugar
ese papel, que sin embargo arriesgaron todo el porvenir de la patria sin
titubear delante de las lecciones de historia olvidada y cambiada; gentes que
han permitido unas matanzas mucho más espantosas y numerosas que aquella gente
de septiembre para gozar de los placeres refinados del Directorio.
La guerra civil desencadenada significó la derrota por adelantado de la
tercera España. Esta ha sufrido, como víctima, odios en las espantosas operaciones de retaguardia. Tuvo que someterse a los jefes de cada zona, según una
necesidad sin elección. No puede hablar más, y no se atrevería ni siquiera a
pensarlo. Sus dirigentes deben llevar una existencia de sacrificio y de pobreza
en el exilio,.. Y sin embargo, es esa tercera España, deshecha, esparcida, la
única esperanza de renacimiento de la vida nacional que se le puede asegurar y
permitir a todos los Españoles. ¿Podrá ésta conseguirlo? Es posible, aunque sea
muy difícil.
Eso no será posible más que por la evolución, rápida o ralentizada, de la
conciencia española, quizás por un repentino giro de ésta, persuadida por la
locura de las soluciones extremistas.
Desde fuera de España, podemos y debemos favorecer el clima, el necesario
ambiente para una tal solución, pero a la vez teniendo cuidado de no imponerla. Habrá que esperar, aunque la espera sea angustiosa y desesperada; y es
necesario también no olvidar esta posibilidad.
Niceto Alcalá-Zamora
"Confesiones de un demócrata"
Artículos de L'ére Nouvelle (1936-1939). Niceto
Alcalá-Zamora, Obra Completa. Año. 2000. Ed. Parlamento de Andalucía,
Diputación de Córdoba, Cajasur y Patronato "Niceto Alcalá-Zamora y
Torres".
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