Lo Último

1091. Está muerta ¡miradla!



Está muerta ¡miradla!
Última escena de un poema histórico y dramático

Pero algo se dispara de esta danza.
Hay algo más que vueltas aquí abajo
entre el mirlo y el topo.
De estos cielos que mueren se desprenden
tangentes encendidas...
la conciencia del hombre, acongojada
se escapa de estos ciclos.
Gira también la honda
pero lanza el guijarro.
La vida es un hondero
no una devanera.
Esta muerta. ¡Miraldla!
Los que habéis vivido siempre arañando su piel,
removiendo sus llagas,
vistiendo sus harapos,
llevando a los mercados negros terciopelos y lentejuelas,
escapularios y cascabeles...
y luego no habéis sabido conservar este viejo negocio que os daba
pan y gloria,
quisierais que viviese eternamente.
Pero está muerta. ¡Miradla!
Miradla todos:
los que habéis robado su túnica
y los que habéis vendido su cadáver.
¡Miradla!... Miradla
los eruditos y los sabios:
los traficantes de la cota del Cid
y del sayal de Santa Teresa.
Miradla,
los chamarileros de la ciencia, que vendíais por oro macizo,
botones, huecos de latón...
Miradlda
los anticuarios,
los especialistas del toro y del barroco,
los catadores de cuadros y vinagre...
Miradla
los castradores de colmenas que dabais cera a los cirios
y miel a los púlpitos...
Miradla,
los que levantabais en la plaza puestos de avellanas y nueces
vanas, y viviais del rito hueco y anacrónico.
Miradla
los vendedores de bellotas para las gruesas cuentas de los rosarios,
y los fabricantes de metales para las medallas y los esquilones.
Miradla
los poetas del rastro, de la cripta y la carcoma,
los viajantes de rapé y de greguerías,
los trasplantadores de la torres de marfil
(un fantasma atraviesa el Atlántico)
Miradla
los pintores de esputos y gangrenas,
de prostíbulos y patíbulos,
de sótanos y sacristías,
de cristos disfrazados y de máscaras...
que preguntábais aturdidos:
Y si España se quita la careta,
se limpia la cara
y abre la ventana
¿qué pintamos nosotros?
Miradla
los que estáis negociando todavía
con el polvo
con la carroña
y con la sombra.
Miradla los dialécticos,
los sanguinarios,
los moderados,
los falsificadores de velones
y los mercaderes de tinieblas
que en cuanto escuchasteis esta oferta:
«Toda la sangre de España por una gota de luz»
gritasteis enfurecidos:
«No, no; eso es un mal negocio».
Miradla
los que viviais de la caza y de la pesca del turista,
y los vendedores de panderetas.
Miradla
los mastines del 98, que en cuanto ganasteis la antesala, dejasteis de
ladrar, pactasteis con el mayordomo, y ahora en el destierro no
podéis vivir sin el collar pulido de las academias.
Miradla
los grandes payasos ibéricos que hicisteis siempre pista y escenario
de la patria y deciais en el exilio: ¡Mi España, la tierra de mi
España! en lugar de decir: ¡La arena de mi circo!
Miradla
los constructores de ratoneras
y el gran inventor de la contradicción y
de la paradoja, que se cogió las narices con su invento.
Miradla
los escritores de novelas y comedias que buscabais la truculencia y
el melodrama y ahora, después de tres años de guerra y destrucción,
habéis dicho: ¡Basta, ya tenemos argumento!
Miradla
los capitanes y los comisarios de la retaguardia, que os
bajabais las bragas en las tabernas y en los ministerios de Valencia
para mostrar vuestras hazañas, y pedíais en seguida una silla de
plata para el héroe.
Miradla
los copleros de las plazas y mercados que tenéis ya el cartelón ya el
cartel pintado de almagre, las copias hechas, la musiquilla y el
guitarrón. Miradla los gitanos que adobabais el burro viejo y
llenabais de flequillos y revuelos la capara y la canción para
engañar
al toro y a payo... ¡Ya no hay feria en Medina, buhoneros!

Miradla, miradla
los sastres,
los zapateros,
los sombrereros,
los modistos
que vestíais a los coroneles, a los arzobispos y a los diplomáticos, y
hacíais vuestro gran negocio en carnaval.
Miradla
los sodomitas,
los adúlteros,
y los leprosos
que cambiasteis las leyes para defender vuestras llagas.
Miradla
los generales iscariotes que comprasteis siempre vuestras cruces y
vuestras medallas con los treinta dineros y el clown (condecorado
por el micrófono y el viento)
que conquistó su fama regando la pista de todos los circos del
mundo con el llanto de las madres españolas.
¡Miradla!
Miradla, miradla
los fariseos que decíais: sólo la Iglesia tiene la verdad,
sólo bajo su bóveda vive el hombre seguro
y metisteis de nuevo vuestros mercadillos en el templo;
y ése, ése,
el sacristán espía que llevaba
cosido en las telas del escapulario
el plano de la muerte...
y juraba que era una plegaria milagrosa.
Miradla
los chalanes de caballos ciegos para las plazas y para las norias...
los comediantes y los políticos que sosteníais 330 veces la misma
comedia en el cartel...
y el chulo democrático del manubrio,
que piensa todavía que España tiene cuerda para siempre.
¡Ya no hay más vueltas!
¡Dejad quieto el molinillo!
¿De qué otra tela nueva y extranjera vais a cortarle ahora un sayal?
¡Silencio!
No digáis otra vez:
«la Historia se repite,
la primavera torna
y España es siempre eterna, virginal».
La Historia se deshace.
Un día
el palo desgastado y carcomido
de la noria se quiebra,
las ruedas ya no giran,
el agua ya no surte,
la mula vieja y ciega se derrumba,
la negra pantomima
fraticida se acaba
y el polvo es el que ordena...
¡El polvo eterno y virginal!
Está muerta. ¡Miradla!
Miradla
los viejos gachupines de América,
los españoles del éxodo de ayer
que hace cincuenta años
huisteis de aquella patria vieja por no servir al Rey
y por no arar el feudo de un señor...
y ahora
queréis hacer la patria nueva
con lo mismo,
con lo mismo que ayer os expatrió:
con un Rey
y un señor.
No se juega a la patria
como se juega al escondite:
ahora sí
y ahora no.
Ya no hay patria. la hemos matado todos:
los de aquí y los de allá,
los de ayer y los de hoy.
España está muerta. La hemos
asesinado
entre tú y yo.
¡Yo también!
Yo no fui más que una mueca
una máscara
hecha de retórica y de miedo.
Aquí está mi frente. ¡Miradla!
Porque yo fui el que dijo:
«Preparad los cuchillos,
aguzad las navajas,
calentad al rojo vivo los hierros,
id a las fraguas,
que os pongan en la frente el sello de la Justicia»...
Y aquí está mi frente
sin una gota de sangre. ¡Miradla!
¡España, España!
Todos pensaban
–el hombre, la Historia y la fábula–,
todos pensaban
que ibas a terminar en una llama…
y has terminado en una charca.
Al borde de las aguas
cenagosas… una espada
y lejos… el éxodo,
un pueblo hambriento y perseguido
que escapa.
Español del éxodo de ayer
y español del éxodo de hoy…
Allí no queda nada.
Haz un hoyo en la puerta de tu exilio,
planta un árbol,
riégalo con tus lágrimas
y aguarda.
Allí no hay nadie ya…
quédate aquí y aguarda.
–Y esos hombres que danzan por las tumbas, arrastrando
espadones y rosarios
¿que quieren?
–No hay nadie ya;
quédate aquí y aguarda
–¿Has oído?
Dicen «Arriba España»
–No hay nadie…
son fantasmas.
Los muertos no salen del sepulcro…
quédate aquí y aguarda
¿Adónde quieres ir?
Sopla en toda la Tierra
el mismo viento que se llevó tu casa.
¡Adónde quieres ir?
¿A buscar venganza?
Si el crimen fue de todos,
si la tragedia viene de lejos… de muy lejos
como en la Orestiada.
Ha entrado el viento y todo lo ha derribado.
¿Quién abrió la ventana?
Nadie… ¡el viento!
Quédate aquí y aguarda.
¿Adónde quieres ir?
¿Otra vez a conquistar tu patria?
Cuando amaine este viento:
¿Quién va a encontrar entre las ruinas
los antiguos mojones y las patrias?
Mozo: en cualquier parte
puedes hoy darle ocupación
a tu vigilia y a tu espada.
¿Quién ha implorado ya el perdón y espera sólo a que se descorran
los cerrojos? ¿Tú?
¡Quédare aquí y aguarda!
Español del éxodo y el llanto
¿de qué te tienen que perdonar?
¿y quién te tiene que perdonar?
¿Qué regazo,
que tiara...
qué virtud hay en el mundo
ante la cual deban arrodillarse tus lágrimas?
Vinagre escupen los hisopos,
y la boca de los párrocos, venganza.
No hay en toda la Tierra
una mano limpia que pueda bendecir.
Habla con Dios directamente si le hallas
o maldice tu día como Job
y arroja al cielo tus palabras.
Allí no hay nadie...
Unas harcas...
arena del desierto...
polvo estéril del Sáhara...
polvo, polvo
sobre una inmensa charca.
-Muera, muera ese falso agur
que ve mejor la grupa de la noche
que la frente de la mañana.
¿Qué signos hay
para anunciar más lágrimas?
Mostradnos vuestra ciencia
o vuestra gracia.
-¿Signos? Para saber el tiempo
que tendremos mañana
no consultéis a la veleta.
Mejor que al viento
consultadle al agua.
Mirad a la laguna
(lo que ayer fue agua limpia
es ahora charca),
o al ángulo
del ojo de las vacas
(la mirada inocente
está cerrada).
También podéis hacer lo que Isaías:
tomarle el pulso al pueblo
y al jerarca.
(Hoy es escoria lo que ayer fue plata).
-Pedimos dialéctica,
no pedimos parábolas
-Pues oíd:
Sobre una blasfemia roja
no se levanta España.
Y sobre el odio verde
de esta plegaria blanca:
«Señor, dame el llanto y la sangre
de la mitad de España...»
tampoco,
se levanta.
Sobre una blasfemia roja
y una oración de hiel
no se levanta a un pueblo
ni un destino ni una patria.
-Existe todavía
un tercer brigada.
-¡Ah! Si, perdonad, perdonad,
se me olvidaba.
Para salvar al hombre
hay tres jugadas:
la roja blasfemia,
la verde plegaria
y la haba amarilla y senil
de la democracia.
-¡Fuera! Este es aquel poeta funerario
de La Insignia y de El Hacha.
-Es el jeremiaco que decía:
Solamente nos salvarán las lágrimas.
-Es un loco... un enfermo.
-¿Alguno de vosotros
conoce otro remedio?
¿Sabéis vosotros más?
¿Veis vosotros más lejos
y más claro?
Vosotros, los doctores modernos,
los exploradores de la psiquis,
los loqueros,
los que pulsáis las cuerdas
heridas de los nervios
y bajáis y subís  como alpinistas
por la abrupta geografía del cerebro,
¿sabéis vosotros más?
¿Podéis vosotros organizar mi llanto
o explicarme de otro modo mis sueños?
Porque no basta con decir:
es un loco... un enfermo.
Además, ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.
Todo el mundo está cuerdo,
terrible,
monstruosamente cuerdo.
Escuchadme,
loqueros:
El sapo iscariote y ladrón
en la silla del juez,
repartiendo castigos y premios
¡en nombre de Cristo,
con la efigie de Cristo
prendida del pecho!
Y el hombre aquí de pie,
firme, erguido, sereno,
con el pulso normal,
con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas
y en su lugar los huesos.
El sapo iscariote y ladrón
en la silla del juez
repartiendo castigos y premios...
y el hombre aquí de pie.
callado, impasible, cuerdo... ¡cuerdo!
sin que se le quiebre
el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo se pierde el juicio?
(Yo pregunto, loqueros)
¿Cuándo enloquece el hombre?
¿Cuándo
cuándo es cuando se enuncian los conceptos
absurdos
y blasfemos
y se hacen unos gestos sin sentido,
monstruosos y obscenos?
¿Cuándo se cuando se dice,
por ejemplo:
no es verdad.
Dios no ha puesto
al hombre aquí en la Tierra
bajo la luz y la ley del universo;
el hombre
es un insecto
que vive en las partes pestilentes y rojas
del mono y del camello?
¿Cuándo, si no es ahora
(yo pregunto, loqueros)
cuándo
cuándo es cuando se paran los ojos
y se quedan abiertos,
inmensamente abiertos?
¿Cuándo es cuando se cambian
las funciones del alma y los resortes del cuerpo,
y en vez de llanto
no hay más que risa y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora,
ahora que la Justicia vale menos
mucho menos,
que el orín
de los perros;
si no es ahora, ahora que la Justicia
tiene menos
infinitamente menos categoría que el estiércol;
si no es ahora ¿cuándo,
cuándo se pierde el juicio?
Respondedme, loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos
el mecanismo del cebrero?
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.
Se murió aquel manchego,ç
aquel estrafalario
fantasma del desierto
y... ¡ni en España hay locos!
Todo el mundo está cuerdo,
terrible,
monstruosamente cuerdo.
(¡Qué bien marcha el reloj,
es un reloj perfecto, relojero!)
No preguntéis,
no preguntéis a los loqueros.
No preguntéis tampoco
al hombre de los mapas y de los argumentos;
no preguntéis al estratega
ni preguntéis al dialéctico.
Mirad,
mirad al cielo
Vienen solas y negras dos nubes contrarias
preñadas de agua y de fuego.
Preguntad al comadrón: ¿qué parirán?
¿qué parirán?
¿Habrá diluvio o habrá incendio?
-Llanto
-Construyamos un Arca
como en el Viejo Testamento
-¡Ya es tarde, ya es tarde!
(pasa iracundo resoplando el viento).
Escuchad otra voz:
-Hay que tomar la espada
y elegir un ejército.
Uno de los ejércitos del mundo.
No hay más que dos ejércitos.
-Español del éxodo y el llanto,
que llegas a México,
no te sientes tan pronto
que aquí sopla aún el viento,
el mismo viento
que derribó la torres
de tu pueblo...
No digas enseguida:
allá yo era un esclavo
y aquí soy un liberto,
porque la tierra entera está imantada
y caminamos todos con zapatos de hierro.
Se ha muerto un pueblo pero el hombre
no se ha muerto. De nuevo
tomad todos la espada
y elegid un ejército.

Que se quite sus libreas
el discreto
y su levita funeraria
el miedo.
No es hora de arguir:
yo soy un sabio, o yo no entiendo
más que de mi oficio
y mi comercio.
Porque el hombre
-el erudito historiador y el zapatero-
ha de estar preparado antes que nada
para el día fatal
de las inundaciones y del trueno.
Ya no hay nadie en el valle,
no hay nadie en el taller ni en la oficina.
los hombres de la fábrica se fueron:
los que entraron a trabajar ayer
y los viejos obreros;
el hombre de la regla,
el aprendiz,
el ayudante
y el maestro;
el que engrasa los ejes
y el que templa el acero;
los hombres del molino,
el manco de la presa
y el viejo molinero.
Alguien ha dicho:
no oigáis a los profetas dialécticos;
mirad,
mirad al cielo...
Y todos han huido hacia las cumbres:
los de la máquina,
los de la gleba,
los artesanos y los jornaleros.
Se han escapado todos...
y el capataz con ellos.
El capataz, el hombre de la lista,
el que llama en el alba a los obreros.
Hoy la lista se tomará allá arriba,
en el pico del cerro...
Y el hombre oirá su nombre
más alto que su oficio y que su gremio.
«Zapatero, a tus zapatos...»
No es verdad, zapatero.
Salva sólo esta ficha, historiador:
«Volaba la corneja sobre el lado siniestro.»
Ahora tirad las leznas y los tarjeteros
con los otros cachivaches domésticos.
El hombre hace su historia y sus zapatos
cuando sopla otro viento.
Hoy va a caer mucha agua,
¡mucho llanto! y tendremos
que ir todos sin papeles en los bolsillos
y con los pies ligeros
para nadar, para nadar sin trabas
y llegar a algún puerto.
Ya habrá espacio otro día
para cortar el cuero;
ya habrá espacio mañana
para ordenar papeles
y juntar documentos;
ya habrá espacio,
ya habrá espacio de sobra
para contar,
para contar
todo lo que ha sucedido en este tiempo.
Ahora... tomad todos la espada
y elegid un ejército.
Hoy no es día de contar, historiadores,
es día de gestar... de hacer el cuento,
de empezar otra historia y otra patria
y... de comprarse un traje nuevo.
Ese indumento que ahora llevas
ya no sirve, español.
Oídlo,
los antiguos alfayates del Rey,
los viejos quitamanchas del landó,
los fabricantes de lejía
y los vendedores de sidol.
Hay una mancha roja
aquí en la manga izquierda
del viejo levitón
y en la derecha hay otra
(¿Ha visto usted señora?)
otra... un poquito mayor.
Y ninguna se quita con nada
(¡Lavanderas, tintoreros!)
ninguna de las dos.
Preguntad más arriba:
¡Eh! ¿Cómo se cura el cáncer
y la lepra, doctor?
Más arriba, más arriba.
En la buhardilla viven
el prestamista y el enterrador.
Y allá en las cumbres fronterizas,
el buitre y la zorra...
Español,
español del éxodo de ayer
y español del éxodo de hoy:
te salvarás como hombre
pero no como español.
No tienes patria ni tribu. Si puedes,
hunde tus raíces y tus sueños
en la lluvia ecuménica del sol.
Y yérguete,
que tal vez el hombre del momento
es el hombre movible de la luz,
del éxodo y del viento.

Julio 1939


León Felipe, “Está muerta. ¡Miradla!"
IV. Español del éxodo y el llanto, 1939







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