Está
muerta ¡miradla!
Última escena de un
poema histórico y dramático
Pero algo se dispara de esta danza.
Hay algo más que
vueltas aquí abajo
entre el mirlo y el topo.
De estos cielos que mueren se desprenden
tangentes encendidas...
la conciencia del hombre, acongojada
se escapa de estos ciclos.
Gira también la honda
pero lanza el guijarro.
La vida es un hondero
no una devanera.
entre el mirlo y el topo.
De estos cielos que mueren se desprenden
tangentes encendidas...
la conciencia del hombre, acongojada
se escapa de estos ciclos.
Gira también la honda
pero lanza el guijarro.
La vida es un hondero
no una devanera.
Esta muerta.
¡Miraldla!
Los que habéis vivido siempre arañando su piel,
removiendo sus llagas,
vistiendo sus harapos,
llevando a los mercados negros terciopelos y lentejuelas,
escapularios y cascabeles...
y luego no habéis sabido conservar este viejo negocio que os daba
pan y gloria,
quisierais que viviese eternamente.
Pero está muerta. ¡Miradla!
Miradla todos:
Los que habéis vivido siempre arañando su piel,
removiendo sus llagas,
vistiendo sus harapos,
llevando a los mercados negros terciopelos y lentejuelas,
escapularios y cascabeles...
y luego no habéis sabido conservar este viejo negocio que os daba
pan y gloria,
quisierais que viviese eternamente.
Pero está muerta. ¡Miradla!
Miradla todos:
los que habéis
robado su túnica
y los que habéis
vendido su cadáver.
¡Miradla!...
Miradla
los eruditos y los
sabios:
los traficantes de
la cota del Cid
y del sayal de
Santa Teresa.
Miradla,
los chamarileros de
la ciencia, que vendíais por oro macizo,
botones, huecos de
latón...
Miradlda
los anticuarios,
los especialistas
del toro y del barroco,
los catadores de
cuadros y vinagre...
Miradla
los castradores de
colmenas que dabais cera a los cirios
y miel a los
púlpitos...
Miradla,
los que levantabais
en la plaza puestos de avellanas y nueces
vanas, y viviais
del rito hueco y anacrónico.
Miradla
los vendedores de
bellotas para las gruesas cuentas de los rosarios,
y los fabricantes
de metales para las medallas y los esquilones.
Miradla
los poetas del
rastro, de la cripta y la carcoma,
los viajantes de
rapé y de greguerías,
los trasplantadores
de la torres de marfil
(un fantasma
atraviesa el Atlántico)
Miradla
los pintores de
esputos y gangrenas,
de prostíbulos y
patíbulos,
de sótanos y
sacristías,
de cristos
disfrazados y de máscaras...
que preguntábais
aturdidos:
Y si España se
quita la careta,
se limpia la cara
y abre la ventana
¿qué pintamos
nosotros?
Miradla
los que estáis
negociando todavía
con el polvo
con la carroña
y con la sombra.
Miradla los
dialécticos,
los sanguinarios,
los moderados,
los falsificadores
de velones
y los mercaderes de
tinieblas
que en cuanto
escuchasteis esta oferta:
«Toda la sangre de
España por una gota de luz»
gritasteis
enfurecidos:
«No, no; eso es un
mal negocio».
Miradla
los que viviais de
la caza y de la pesca del turista,
y los vendedores de
panderetas.
Miradla
los mastines del
98, que en cuanto ganasteis la antesala, dejasteis de
ladrar, pactasteis
con el mayordomo, y ahora en el destierro no
podéis vivir sin el
collar pulido de las academias.
Miradla
los grandes payasos
ibéricos que hicisteis siempre pista y escenario
de la patria y
deciais en el exilio: ¡Mi España, la tierra de mi
España! en lugar de
decir: ¡La arena de mi circo!
Miradla
los constructores
de ratoneras
y el gran inventor
de la contradicción y
de la paradoja, que
se cogió las narices con su invento.
Miradla
los escritores de
novelas y comedias que buscabais la truculencia y
el melodrama y
ahora, después de tres años de guerra y destrucción,
habéis dicho: ¡Basta,
ya tenemos argumento!
Miradla
los capitanes y los comisarios de la retaguardia, que os
bajabais las bragas en las tabernas y en los ministerios de Valencia
para mostrar vuestras hazañas, y pedíais en seguida una silla de
plata para el héroe.
Miradla
los copleros de las plazas y mercados que tenéis ya el cartelón ya el
cartel pintado de almagre, las copias hechas, la musiquilla y el
guitarrón. Miradla los gitanos que adobabais el burro viejo y
llenabais de flequillos y revuelos la capara y la canción para
los capitanes y los comisarios de la retaguardia, que os
bajabais las bragas en las tabernas y en los ministerios de Valencia
para mostrar vuestras hazañas, y pedíais en seguida una silla de
plata para el héroe.
Miradla
los copleros de las plazas y mercados que tenéis ya el cartelón ya el
cartel pintado de almagre, las copias hechas, la musiquilla y el
guitarrón. Miradla los gitanos que adobabais el burro viejo y
llenabais de flequillos y revuelos la capara y la canción para
engañar
al toro y a payo...
¡Ya no hay feria en Medina, buhoneros!
Miradla, miradla
los sastres,
los zapateros,
los sombrereros,
los modistos
que vestíais a los
coroneles, a los arzobispos y a los diplomáticos, y
hacíais vuestro gran negocio en carnaval.
hacíais vuestro gran negocio en carnaval.
Miradla
los sodomitas,
los adúlteros,
y los leprosos
que cambiasteis las
leyes para defender vuestras llagas.
Miradla
los generales
iscariotes que comprasteis siempre vuestras cruces y
vuestras medallas
con los treinta dineros y el clown (condecorado
por el micrófono y
el viento)
que conquistó su
fama regando la pista de todos los circos del
mundo con el llanto
de las madres españolas.
¡Miradla!
Miradla, miradla
los fariseos que
decíais: sólo la Iglesia tiene la verdad,
sólo bajo su bóveda
vive el hombre seguro
y metisteis de
nuevo vuestros mercadillos en el templo;
y ése, ése,
el sacristán espía
que llevaba
cosido en las telas
del escapulario
el plano de la
muerte...
y juraba que era
una plegaria milagrosa.
Miradla
los chalanes de
caballos ciegos para las plazas y para las norias...
los comediantes y
los políticos que sosteníais 330 veces la misma
comedia en el
cartel...
y el chulo
democrático del manubrio,
que piensa todavía
que España tiene cuerda para siempre.
¡Ya no hay más
vueltas!
¡Dejad quieto el
molinillo!
¿De qué otra tela
nueva y extranjera vais a cortarle ahora un sayal?
¡Silencio!
No digáis otra vez:
«la Historia se
repite,
la primavera torna
y España es siempre
eterna, virginal».
La Historia se
deshace.
Un día
el palo desgastado
y carcomido
de la noria se
quiebra,
las ruedas ya no
giran,
el agua ya no
surte,
la mula vieja y
ciega se derrumba,
la negra pantomima
fraticida se acaba
y el polvo es el
que ordena...
¡El polvo eterno y
virginal!
Está muerta.
¡Miradla!
Miradla
los viejos
gachupines de América,
los españoles del
éxodo de ayer
que hace cincuenta
años
huisteis de aquella
patria vieja por no servir al Rey
y por no arar el
feudo de un señor...
y ahora
queréis hacer la
patria nueva
con lo mismo,
con lo mismo que
ayer os expatrió:
con un Rey
y un señor.
No se juega a la
patria
como se juega al
escondite:
ahora sí
y ahora no.
Ya no hay patria.
la hemos matado todos:
los de aquí y los
de allá,
los de ayer y los
de hoy.
España está muerta.
La hemos
asesinado
entre tú y yo.
¡Yo también!
entre tú y yo.
¡Yo también!
Yo no fui más que
una mueca
una máscara
hecha de retórica y de miedo.
Aquí está mi frente. ¡Miradla!
Porque yo fui el que dijo:
«Preparad los cuchillos,
aguzad las navajas,
calentad al rojo vivo los hierros,
id a las fraguas,
que os pongan en la frente el sello de la Justicia»...
Y aquí está mi frente
sin una gota de sangre. ¡Miradla!
¡España, España!
Todos pensaban
–el hombre, la Historia y la fábula–,
todos pensaban
que ibas a terminar en una llama…
y has terminado en una charca.
Al borde de las aguas
cenagosas… una espada
y lejos… el éxodo,
un pueblo hambriento y perseguido
que escapa.
Español del éxodo de ayer
y español del éxodo de hoy…
Allí no queda nada.
Haz un hoyo en la puerta de tu exilio,
planta un árbol,
riégalo con tus lágrimas
y aguarda.
Allí no hay nadie ya…
quédate aquí y aguarda.
–Y esos hombres que danzan por las tumbas, arrastrando
espadones y rosarios
¿que quieren?
–No hay nadie ya;
quédate aquí y aguarda
–¿Has oído?
Dicen «Arriba España»
–No hay nadie…
son fantasmas.
Los muertos no salen del sepulcro…
quédate aquí y aguarda
¿Adónde quieres ir?
Sopla en toda la Tierra
una máscara
hecha de retórica y de miedo.
Aquí está mi frente. ¡Miradla!
Porque yo fui el que dijo:
«Preparad los cuchillos,
aguzad las navajas,
calentad al rojo vivo los hierros,
id a las fraguas,
que os pongan en la frente el sello de la Justicia»...
Y aquí está mi frente
sin una gota de sangre. ¡Miradla!
¡España, España!
Todos pensaban
–el hombre, la Historia y la fábula–,
todos pensaban
que ibas a terminar en una llama…
y has terminado en una charca.
Al borde de las aguas
cenagosas… una espada
y lejos… el éxodo,
un pueblo hambriento y perseguido
que escapa.
Español del éxodo de ayer
y español del éxodo de hoy…
Allí no queda nada.
Haz un hoyo en la puerta de tu exilio,
planta un árbol,
riégalo con tus lágrimas
y aguarda.
Allí no hay nadie ya…
quédate aquí y aguarda.
–Y esos hombres que danzan por las tumbas, arrastrando
espadones y rosarios
¿que quieren?
–No hay nadie ya;
quédate aquí y aguarda
–¿Has oído?
Dicen «Arriba España»
–No hay nadie…
son fantasmas.
Los muertos no salen del sepulcro…
quédate aquí y aguarda
¿Adónde quieres ir?
Sopla en toda la Tierra
el mismo viento que
se llevó tu casa.
¡Adónde quieres ir?
¿A buscar venganza?
Si el crimen fue de
todos,
si la tragedia
viene de lejos… de muy lejos
como en la
Orestiada.
Ha entrado el
viento y todo lo ha derribado.
¿Quién abrió la
ventana?
Nadie… ¡el viento!
Quédate aquí y
aguarda.
¿Adónde quieres ir?
¿Otra vez a
conquistar tu patria?
Cuando amaine este
viento:
¿Quién va a
encontrar entre las ruinas
los antiguos
mojones y las patrias?
Mozo: en cualquier
parte
puedes hoy darle
ocupación
a tu vigilia y a tu
espada.
¿Quién ha implorado
ya el perdón y espera sólo a que se descorran
los cerrojos? ¿Tú?
¡Quédare aquí y
aguarda!
Español del éxodo y
el llanto
¿de qué te tienen
que perdonar?
¿y quién te tiene
que perdonar?
¿Qué regazo,
que tiara...
qué virtud hay en
el mundo
ante la cual deban
arrodillarse tus lágrimas?
Vinagre escupen los
hisopos,
y la boca de los
párrocos, venganza.
No hay en toda la
Tierra
una mano limpia que
pueda bendecir.
Habla con Dios
directamente si le hallas
o maldice tu día
como Job
y arroja al cielo
tus palabras.
Allí no hay
nadie...
Unas harcas...
arena del
desierto...
polvo estéril del
Sáhara...
polvo, polvo
sobre una inmensa
charca.
-Muera, muera ese
falso agur
que ve mejor la
grupa de la noche
que la frente de la
mañana.
¿Qué signos hay
para anunciar más
lágrimas?
Mostradnos vuestra
ciencia
o vuestra gracia.
-¿Signos? Para
saber el tiempo
que tendremos
mañana
no consultéis a la
veleta.
Mejor que al viento
consultadle al
agua.
Mirad a la laguna
(lo que ayer fue
agua limpia
es ahora charca),
o al ángulo
del ojo de las
vacas
(la mirada inocente
está cerrada).
También podéis
hacer lo que Isaías:
tomarle el pulso al
pueblo
y al jerarca.
(Hoy es escoria lo
que ayer fue plata).
-Pedimos
dialéctica,
no pedimos
parábolas
-Pues oíd:
Sobre una blasfemia
roja
no se levanta
España.
Y sobre el odio
verde
de esta plegaria
blanca:
«Señor, dame el
llanto y la sangre
de la mitad de
España...»
tampoco,
se levanta.
Sobre una blasfemia
roja
y una oración de
hiel
no se levanta a un
pueblo
ni un destino ni
una patria.
-Existe todavía
un tercer brigada.
-¡Ah! Si, perdonad,
perdonad,
se me olvidaba.
Para salvar al
hombre
hay tres jugadas:
la roja blasfemia,
la verde plegaria
y la haba amarilla
y senil
de la democracia.
-¡Fuera! Este es
aquel poeta funerario
de La Insignia y de
El Hacha.
-Es el jeremiaco
que decía:
Solamente nos
salvarán las lágrimas.
-Es un loco... un
enfermo.
-¿Alguno de
vosotros
conoce otro
remedio?
¿Sabéis vosotros
más?
¿Veis vosotros más
lejos
y más claro?
Vosotros, los
doctores modernos,
los exploradores de
la psiquis,
los loqueros,
los que pulsáis las
cuerdas
heridas de los
nervios
y bajáis y
subís como alpinistas
por la abrupta
geografía del cerebro,
¿sabéis vosotros
más?
¿Podéis vosotros
organizar mi llanto
o explicarme de
otro modo mis sueños?
Porque no basta con
decir:
es un loco... un
enfermo.
Además, ya no hay
locos, amigos, ya no hay locos.
Todo el mundo está
cuerdo,
terrible,
monstruosamente
cuerdo.
Escuchadme,
loqueros:
El sapo iscariote y
ladrón
en la silla del
juez,
repartiendo
castigos y premios
¡en nombre de
Cristo,
con la efigie de
Cristo
prendida del pecho!
Y el hombre aquí de
pie,
firme, erguido,
sereno,
con el pulso
normal,
con la lengua en
silencio,
los ojos en sus
cuencas
y en su lugar los
huesos.
El sapo iscariote y
ladrón
en la silla del
juez
repartiendo
castigos y premios...
y el hombre aquí de
pie.
callado, impasible,
cuerdo... ¡cuerdo!
sin que se le
quiebre
el mecanismo del
cerebro.
¿Cuándo se pierde
el juicio?
(Yo pregunto,
loqueros)
¿Cuándo enloquece
el hombre?
¿Cuándo
cuándo es cuando se
enuncian los conceptos
absurdos
y blasfemos
y se hacen unos
gestos sin sentido,
monstruosos y
obscenos?
¿Cuándo se cuando
se dice,
por ejemplo:
no es verdad.
Dios no ha puesto
al hombre aquí en
la Tierra
bajo la luz y la
ley del universo;
el hombre
es un insecto
que vive en las
partes pestilentes y rojas
del mono y del
camello?
¿Cuándo, si no es
ahora
(yo pregunto,
loqueros)
cuándo
cuándo es cuando se
paran los ojos
y se quedan
abiertos,
inmensamente
abiertos?
¿Cuándo es cuando
se cambian
las funciones del
alma y los resortes del cuerpo,
y en vez de llanto
no hay más que risa
y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora,
ahora que la
Justicia vale menos
mucho menos,
que el orín
de los perros;
si no es ahora,
ahora que la Justicia
tiene menos
infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora
¿cuándo,
cuándo se pierde el
juicio?
Respondedme,
loqueros,
¿cuándo se quiebra
y salta roto en mil pedazos
el mecanismo del
cebrero?
Ya no hay locos,
amigos, ya no hay locos.
Se murió aquel
manchego,ç
aquel estrafalario
fantasma del
desierto
y... ¡ni en España
hay locos!
Todo el mundo está
cuerdo,
terrible,
monstruosamente
cuerdo.
(¡Qué bien marcha
el reloj,
es un reloj
perfecto, relojero!)
No preguntéis,
no preguntéis a los
loqueros.
No preguntéis
tampoco
al hombre de los
mapas y de los argumentos;
no preguntéis al
estratega
ni preguntéis al dialéctico.
Mirad,
mirad al cielo
Vienen solas y
negras dos nubes contrarias
preñadas de agua y
de fuego.
Preguntad al
comadrón: ¿qué parirán?
¿qué parirán?
¿Habrá diluvio o
habrá incendio?
-Llanto
-Construyamos un
Arca
como en el Viejo
Testamento
-¡Ya es tarde, ya
es tarde!
(pasa iracundo
resoplando el viento).
Escuchad otra voz:
-Hay que tomar la
espada
y elegir un
ejército.
Uno de los
ejércitos del mundo.
No hay más que dos
ejércitos.
-Español del éxodo
y el llanto,
que llegas a
México,
no te sientes tan
pronto
que aquí sopla aún
el viento,
el mismo viento
que derribó la
torres
de tu pueblo...
No digas enseguida:
allá yo era un
esclavo
y aquí soy un
liberto,
porque la tierra
entera está imantada
y caminamos todos
con zapatos de hierro.
Se ha muerto un
pueblo pero el hombre
no se ha muerto. De
nuevo
tomad todos la
espada
y elegid un
ejército.
Que se quite sus
libreas
el discreto
y su levita
funeraria
el miedo.
No es hora de
arguir:
yo soy un sabio, o
yo no entiendo
más que de mi
oficio
y mi comercio.
Porque el hombre
-el erudito
historiador y el zapatero-
ha de estar
preparado antes que nada
para el día fatal
de las inundaciones
y del trueno.
Ya no hay nadie en
el valle,
no hay nadie en el
taller ni en la oficina.
los hombres de la
fábrica se fueron:
los que entraron a
trabajar ayer
y los viejos
obreros;
el hombre de la
regla,
el aprendiz,
el ayudante
y el maestro;
el que engrasa los
ejes
y el que templa el
acero;
los hombres del
molino,
el manco de la
presa
y el viejo
molinero.
Alguien ha dicho:
no oigáis a los
profetas dialécticos;
mirad,
mirad al cielo...
Y todos han huido
hacia las cumbres:
los de la máquina,
los de la gleba,
los artesanos y los
jornaleros.
Se han escapado
todos...
y el capataz con
ellos.
El capataz, el
hombre de la lista,
el que llama en el
alba a los obreros.
Hoy la lista se
tomará allá arriba,
en el pico del
cerro...
Y el hombre oirá su
nombre
más alto que su
oficio y que su gremio.
«Zapatero, a tus
zapatos...»
No es verdad,
zapatero.
Salva sólo esta
ficha, historiador:
«Volaba la corneja
sobre el lado siniestro.»
Ahora tirad las
leznas y los tarjeteros
con los otros
cachivaches domésticos.
El hombre hace su
historia y sus zapatos
cuando sopla otro
viento.
Hoy va a caer mucha
agua,
¡mucho llanto! y
tendremos
que ir todos sin
papeles en los bolsillos
y con los pies
ligeros
para nadar, para
nadar sin trabas
y llegar a algún
puerto.
Ya habrá espacio
otro día
para cortar el
cuero;
ya habrá espacio
mañana
para ordenar
papeles
y juntar documentos;
ya habrá espacio,
ya habrá espacio de
sobra
para contar,
para contar
todo lo que ha
sucedido en este tiempo.
Ahora... tomad
todos la espada
y elegid un
ejército.
Hoy no es día de
contar, historiadores,
es día de gestar...
de hacer el cuento,
de empezar otra
historia y otra patria
y... de comprarse
un traje nuevo.
Ese indumento que
ahora llevas
ya no sirve,
español.
Oídlo,
los antiguos
alfayates del Rey,
los viejos
quitamanchas del landó,
los fabricantes de
lejía
y los vendedores de
sidol.
Hay una mancha roja
aquí en la manga
izquierda
del viejo levitón
y en la derecha hay
otra
(¿Ha visto usted
señora?)
otra... un poquito
mayor.
Y ninguna se quita
con nada
(¡Lavanderas,
tintoreros!)
ninguna de las dos.
Preguntad más
arriba:
¡Eh! ¿Cómo se cura
el cáncer
y la lepra, doctor?
Más arriba, más
arriba.
En la buhardilla
viven
el prestamista y el
enterrador.
Y allá en las
cumbres fronterizas,
el buitre y la
zorra...
Español,
español del éxodo
de ayer
y español del éxodo
de hoy:
te salvarás como
hombre
pero no como
español.
No tienes patria ni
tribu. Si puedes,
hunde tus raíces y
tus sueños
en la lluvia
ecuménica del sol.
Y yérguete,
que tal vez el
hombre del momento
es el hombre
movible de la luz,
del éxodo y del
viento.
Julio 1939
León Felipe, “Está
muerta. ¡Miradla!"
IV.
Español del éxodo y el llanto, 1939
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