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1289. Más que a vanguardia

Dinamiteros especialistas en tiro con honda (Foto: Alberto y Segovia)


Se combatía intensamente en torno a Castralvo y sobre la carretera. Las fuerzas del interior de Teruel sostenían su defensa sin que el fuego hecho sobre la plaza por la artillería enemiga, ni las constantes pasadas de la aviación quebrantasen su brío. Perdido el Mansueto y ocupado Valdecebro, su situación se hacía ya insostenible.

Desde Valdecebro a Villaespesa; sobre la Muela, Santa Bárbara y el Mansueto; hacia la Galiana se extendía una línea ininterrumpida de fuego que envolvía el casco de Teruel. Iban tres días de luchar sin descanso en la batalla más grande que jamás se ha librado en esta guerra.

Las escuadrillas de bombardeo, en número extraordinario, incendiaban a un tiempo con sus bombas, el campo de los alrededores de la ciudad, donde más fuerte era el combate, Cerro Gordo, la Muela de Teruel y la de Villastar, la carretera de Sagunto, el Escanden y los pueblos de nuestra retaguardia. A veces se trababan en pelea los aparatos de caza de tina y otra parte; pero la aviación fascista era más numerosa y, a pesar de todo, aunque se le atacaba, podía mantener sin tregua sus bombardeos.

A lo largo de todo el frente, en una extensión de unos veinte kilómetros, se levantaba una humareda densa, como una barrera cerrada que hacía invisibles desde el observatorio a los que combatían. La tierra vibraba sacudida por las explosiones.

Aquella noche llegaron a primera línea los soldados de nuestras dos Brigadas. El 31 de diciembre, la 47 División había cortado en un brioso ataque el intento de ocupación de Teruel realizado por los fascistas en el sector sur de este frente. Con la reconquista de la Muela, hecha a punta de bayoneta, se les cerró el paso y en los combates que siguieron fracasó de una manera rotunda el total de su ofensiva por el sur. Poco más de un mes había transcurrido desde entonces y nuestros soldados volvían a enfrentarse con el enemigo para desbaratar los planes de su nueva ofensiva.

Desde la carretera de Sagunto, por donde llegaron hasta el frente, las fuerzas de la 47 División emprendieron la marcha hacia la derecha para situarse en las posiciones del sector norte.

Cerro Gordo está frente al Mansueto y a escasos kilómetros de él su cima es pelada, apenas si crece en ella algún que otro matojo, como ocurre en todos estos montes que rodean a Teruel; pero nada más que se inicia la pendiente hacia el llano, sus laderas se cubren de pinos. La abundancia y el verdor de estos, el suelo pedregoso, lo afilado del aire, todo recuerda a Navacerrada y a Balsain, parece el mismo paisaje; para los hombres de la 47 División, como si volviesen al escenario de las jornadas de Cabeza Grande, cuando avanzaron hasta los muros de La Granja.

Todo esto es muy hermoso y, si por un instante cediera el tiroteo y el resonar seguido de las explosiones, ¡qué gusto tenderse entre estos pinos bajo este sol tan suave! 

Pero ahora es muy otro su oficio. Bajo sus ramas se montan los fusiles, los tanques se disponen a iniciar la marcha, los soldados van presurosos de una parte a otra. La aviación fascista ronda en lo alto y con frecuencia las ráfagas perdidas vienen a estrellarse contra el suelo o a herir los troncos de los árboles.

Los momentos son graves. Hay que atajar, cualquiera que sea la cuantía del material que en ello emplee y el número de sus hombres, la ofensiva del enemigo, contenerla a las puertas de Teruel sin dejar que progrese desde allí ni un solo paso. Los fascistas han realizado extraordinarias concentraciones. La más importante en Valdecebro. Sin duda van a intentar una vez más, y con mayor cantidad de elementos, abrirse paso hacia el interior de la plaza rompiendo por el norte sus defensas. Las ametralladoras del Mansueto tiran sin descanso.

Nuestros soldados van a atacar Valdecebro para distraer las fuerzas del enemigo e impedir que las concentre contra los encerrados en la ciudad. El Segundo Batallón de la 69 Brigada es uno de los que tomarán parte en este ataque. El primero, que también estaba dispuesto, de momento queda de reserva y sus soldados al saberlo lloran de rabia.

La batalla se ha encendido de pronto, como una explosión inmensa, desde el sector norte a toda la línea. Se combate en todas partes con violencia espantosa. El enemigo pretende, al tiempo que caer al asalto sobre Teruel, que tiene cercado, romper nuestro frente por la parte de la carretera. Para provocar su derrumbamiento realiza un esfuerzo inimaginable. La artillería y la aviación materialmente deshacen los montes y el campo en una extensión de varias decenas de kilómetros.

Desde el Puesto de Mando, entre el borbollar constante de la fusilería y las ametralladoras, entre el humo de las explosiones, allí donde los pinos se pierden en el llano, se ve avanzar a nuestros hombres hacia el pueblo, o aguantar inmóviles, pegados al terreno, las nubes de metralla que caen sobre ellos.

La lucha tíene violentas alternativas, pero siempre el empuje de nuestros soldados, su tesón, les saca triunfantes de las duras pruebas. Desde esta altura se distingue todo el escenario de la batalla como sobre un tablero, y esa línea oscura, ondulante, que avanza, que retrocede y vuelve a avanzar son los hombres de la 47.

Hay un momento angustioso. Nos miramos unos a otros con desesperación. El jefe de Estado Mayor observa por el binocular, inmóvil, rígido. El teléfono se agita como nuestra sangre; circulan rápidas, tajantes, las órdenes. 

Sobre el campo, lentos, se despliegan los tanques, Pero el enemigo abre una barrera compacta de artillería frente a su avance, y un momento se advierte que titubean. Un instante nada más, en que todo vacila como si el mundo fuera a desplomarse.

Nuestra congoja se hace densa; parece agolparse dentro de nosotros la de todos los que allá abajo esperan de un golpe ser arrasados por la muerte.

Fué entonces cuando delante de los tanques se lanzó un soldado, un hombre que apenas se le veía como un punto sobre el campo, una parte de nada entre las explosiones, y cambió de raíz el sesgo del combate. En avalancha, como una sola, cerrada masa que nada puede detener su paso, que vence los hombres, los árboles, las piedras, que todo lo arrolla, nuestros tanques se volcaron sobre el enemigo, y tras ellos la infantería rebasó sus atrincheramientos. Fué un empuje brutal. Los fascistas huían alocados, en desbandada. Valdecebro comenzaba a ser evacuado, a pesar de que, teniendo la fortaleza que es el Mansueto a su espalda, podían prolongar larga y favorablemente su defensa. Una oleada de pánico sacudía las filas del contrario, como a las nuestras de coraje.

El enemigo desplazó gran parte de las fuerzas concentradas en los otros sectores hacia este, y en él se peleó durante todo el día. A la noche, nuestra línea quedaba firmemente establecida frente a Teruel y sus defensores rompieron el cerco que los aprisionaba logrando evacuar todo el material.

No sólo los fascistas habían visto fracasar su proyecto de asalto a la ciudad, sino el de abrirse paso entre nuestras filas y avanzar hacia el Escandón por la carretera. Las bajas sufridas en aquellos días de combate eran enormes, y, fracasado el último y más fuerte de sus intentos para prolongarla, su ofensiva quedaba paralizada de nuevo.

Del soldado de aquella hazaña no logró saberse el nombre. Tras de ella volvió a fundirse con sus demás compañeros. Se sabía, sí, que era uno de los muchachos del Segundo Batallón de la 69. Pero esto era lo de menos; igual pudo haber sido del Primero, de la 49, de cualquiera de los de la División. Su grandeza precisamente estribaba en esto, en haber encarnado en si a la División toda en las jomadas de fines de febrero en el frente de Teruel.


Vicente Salas Viu, "Tres historias ejemplares"
Cerro Gordo, Teruel, abril de 1938 
Hora de España
Valencia, Junio 1938









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