En los últimos años se ha desarrollado en España lo que se
viene denominando movimiento de recuperación de la memoria histórica.
Transcurridos 69 años desde el fin de la guerra civil y 33 años desde la muerte
de Franco, resulta que los descendientes de las víctimas del fascismo siguen
reclamando justicia por los crímenes de la dictadura, una justicia que hasta el
momento no han obtenido.
La
recuperación de los cadáveres y la reivindicación de la memoria de los que
cayeron en combate o fueron asesinados en la brutal represión que se desató es,
por supuesto, necesaria. Pero el movimiento tiene también que preocuparse de
los que, habiendo sobrevivido, fueron borrados por completo de la historia de
su pueblo, en el intento de que las generaciones futuras no supieran de su
existencia, de las ideas que tuvieron, de la lucha a la que se entregaron. Unos
y otros forman parte de una historia que necesitamos recordar, sobre todo, para
comprender. Y necesitamos comprender el pasado, sobre todo, para comprender el
actual momento histórico desde la perspectiva de la historia del siglo XX;
rendir homenaje a los que murieron pero, principalmente, a la lucha que dejaron
inconclusa; aprender de la historia para transformar el presente, una idea que
la mayoría de los historiadores lamentablemente olvidaron hace ya mucho tiempo.
Isabel
González fue uno de esos personajes que tuvieron la suerte de sobrevivir
físicamente a aquellos años negros de represión y muerte; unos años en los que
el fascismo intentó aniquilar a todos los que, de una u otra forma, habían
osado rebelarse contra las montañas que oprimían al pueblo: la
opresión semifeudal y semicolonial, el capitalismo burocrático y el régimen
caciquil. Sobrevivió físicamente, es cierto, pero fue prácticamente borrada de
la historia del pueblo por el cual luchó. Así que son muy pocos –y menos aún
entre los jóvenes- los que hoy en día recuerdan y comprenden quién fue aquella
mujer canaria que llamaban Azucena Roja.
Isabel
González González nace en Santa Cruz de Tenerife en torno a 1890. Era hija
natural de la también santacrucera Rosario González González. A los pocos años,
madre e hija emigran a Cuba. Allí consiguen reunir un pequeño capital con el
que a su regreso a Tenerife montan en el Puerto de la Cruz una tienda de telas,
joyas, etc. En esa ciudad, Isabel González se casaría con el zapatero portuense
Aurelio Perdigón Méndez. Luego el matrimonio se traslada a Santa Cruz, donde se
instalan en la casa de la madre de Isabel, en la calle Horacio Nelson. Allí
viviría Isabel toda su vida, salvo los años de la clandestinidad que vinieron
tras el golpe de Estado de 1936. Tuvieron dos hijas: Ligia –que falleció al
poco tiempo de tosferina- y Electra, cuyo particular nombre se debe a la obra
teatral de Benito Pérez Galdós, que fue siempre uno de los escritores
preferidos de Isabel. La juventud de Isabel y Aurelio fue relativamente
desahogada. Él tenía una zapatería en Santa Cruz y ella montó en su casa un
taller de costura, que tuvo cierto éxito. Isabel era una experta costurera y
llegó a tener cuatro o cinco mujeres cosiendo en el pequeño taller doméstico
que instaló en su domicilio. Fue una mujer autodidacta; apenas pasó por la
escuela.
Comenzó
su vida política militando en el recién fundado PSOE, donde dirigió toda su
energía a la incorporación de la mujer obrera a la lucha política. Para ella,
la liberación de la mujer no podía desligarse de la lucha por una sociedad
socialista que emancipara a las clases populares, mujeres y hombres, de la
opresión a que estaban sometidos. Para movilizar políticamente a las obreras de
Tenerife se constituye en 1919 la Liga Femenina Socialista, cuya
presidencia recae precisamente en Isabel González.
En
una época en la que las mujeres en España se hallaban completamente marginadas
de cualquier actividad política y no tenían siquiera derecho al voto, los
discursos y artículos combativos de Isabel debieron ocasionar, en la atrasada
sociedad insular de aquellos años, una gran conmoción y no pocas
incomprensiones. Pero al poco tiempo, su popularidad entre los sectores obreros
de la isla llegó a ser muy grande. Desde la aparición de El
Socialista, en 1919, fueron pocos los números del órgano de expresión
de los socialistas tinerfeños que no incluyeran un apasionado artículo de Azucena
Roja. Su temática casi siempre derivaba a la misma cuestión: el papel
fundamental que había de jugar la mujer de la clase trabajadora en la nueva
época que comenzaba y la necesidad de que se produjera su incorporación activa
a ese proceso de profundas transformaciones.
Aunque
no desarrolló elevados análisis políticos, Isabel González fue la primera
persona en el Archipiélago que adquirió una clara conciencia de la nueva era en
la que entraba el mundo con el triunfo de la Revolución de Octubre. Sin haber
leído a los clásicos del marxismo, acogió las nuevas ideas que venían de Rusia
con una pasión revolucionaria de la que carecían la mayoría de los dirigentes
socialistas de Tenerife. A los pocos años de la fundación del partido en la
isla se hizo patente que sus jefes, de extracción burguesa, no estaban
dispuestos a convertirse en verdaderos revolucionarios. En ese momento asumió
la tarea de seguir el camino de los rusos, desarrollando la lucha de dos líneas
y constituyendo en 1921 una pequeña fracción roja que,
controlando momentáneamente las páginas de El Socialista, pugnaría
por la constitución del partido comunista. Había llegado el momento de
abandonar el reformismo y pasar a una estrategia política realmente
revolucionaria, que no podía ser otra que el marxismo-leninismo. Sin embargo,
las condiciones del momento impidieron que el pequeño grupo de Azucena Roja se
desarrollara y arraigara entre la clase obrera. Hubo que esperar, por tanto,
algún tiempo hasta que la situación revolucionaria que vivió el país durante
los años treinta ofreciera a la primera comunista de Canarias una oportunidad
de jugar sus cartas.
En el
contexto de conflictividad creciente que se vivió en esos años y mientras la
crisis económica iba golpeando cada vez más a los trabajadores de Canarias, se
van a ir configurando en las islas grupos comunistas independientes. Los de
Tenerife se aglutinarían, por supuesto, alrededor de la popular Isabel
González, mientras que las otras islas contaban con las figuras de José Suárez
Cabral (Gran Canaria), José Miguel Pérez (La Palma) y el gran comunista
Guillermo Ascanio (La Gomera). En 1933 tiene lugar en Las Palmas un Congreso de
Unificación de todos estos grupos, dando lugar a la definitiva constitución en
Canarias del Partido Comunista de España, doce años después de
la lucha comenzada en Tenerife por Azucena Roja para su
constitución.
En la
etapa republicana publicó numerosos artículos periodísticos en la prensa
comunista. En ellos critica el gobierno antipopular de socialistas y
republicanos al tiempo que se denuncia el carácter reaccionario de la propia
República, un régimen que los comunistas españoles consideraban como una
dictadura burguesa y terrateniente que reforzaba la opresión semifeudal en el
campo y la dependencia económica del capital extranjero. También llama a los
obreros a la lucha contra el imperialismo y sus planes bélicos, critica la
hipocresía y religiosidad de las mujeres de la burguesía, etc.
De la
actuación de Isabel González en esta etapa sabemos que organizó el grupo
“Claridad Feminista”, continuando de esta forma su lucha por la incorporación
de la mujer trabajadora a la lucha política revolucionaria.
Llegó
a formar parte de una primera candidatura comunista a las Cortes en las
elecciones de noviembre de 1933, junto a Guillermo Ascanio, José Miguel Pérez y
Rizal Pérez. Sin embargo, el Partido optaría finalmente por presentarse en
coalición con otras fuerzas, quedando Azucena Roja fuera de una candidatura
popular que, finalmente, sería derrotada por el entramado caciquil de
propietarios semifeudales y burgueses.
En
1935 viaja por fin a la Unión Soviética, de la que siempre fue una ferviente
admiradora. Formaba parte de una delegación de obreros que se desplazó al país
de los soviets para asistir a las celebraciones del primero de Mayo.
Aprovechando el viaje, pasaría algún tiempo en un sanatorio soviético en Yalta
para curarse de una cistitis que padecía. Las crónicas que envió desde las URSS
al periódico Espartaco reflejan claramente la intensa emoción
que vivió Isabel en ese viaje, que se prolongaría varios meses.
Tras
su regreso a las Islas y a raíz del triunfo del Frente Popular en las
elecciones de febrero de 1936, es nombrada por el Gobernador Vázquez Moro
concejala del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife en representación del PCE.
Al tomar posesión del cargo el 17 de marzo, Isabel González se convierte, por
unos meses, en la primera concejala de la historia de Santa Cruz de Tenerife.
Poco
tiempo después tiene lugar el levantamiento de los militares para aplastar el
movimiento popular que estaba poniendo en peligro la continuidad de la
dominación social oligárquica. En Canarias supondrá la inmediata puesta en
marcha de una feroz política represiva. Isabel tiene que pasar a la
clandestinidad, cambiando frecuentemente de casa para evitar ser descubierta
por las autoridades fascistas. De esta manera pasó cerca de 10 años escondida
hasta que, por un indulto decretado en octubre de 1945, pudo reintegrarse a la
vida legal sin ser procesada. Entonces volvió a su casa de la calle Horacio
Nelson, donde continuó viviendo sola, retomando su trabajo de costurera. Nunca
abandonó sus fuertes convicciones comunistas e incluso mantuvo, al parecer, una
cierta actividad política clandestina, aunque ya no en primera fila. En 1968
una hemiplejía acabó con su vida cuanto tenía alrededor de 78 años. Perdíamos
de esta manera a una de las mujeres más excepcionales de la historia de
Canarias.
* José
Manuel Rodríguez Acevedo es Doctor en Historia, ULL
Es interesante conocer la historia de mujeres de lucha que nunca sucumbieron ante la adversidad y el escarnio social, mujeres que pasan al olvido en la historia de ideologías y hombres pero que su fuerza queda escrita en las memorias colectivas de la humanidad, esas tienen más fuerza y las hacen mujeres heroínas reconocidas por la humanidad un siglo después, esas mujeres que entregaron la vida y el alma prevalecen siempre.
ResponderEliminar