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1426. Isabel González, "la camarada Azucena Roja"

José Manuel Rodríguez Acevedo* / Historia de Canarias / 17 marzo 2010

En los últimos años se ha desarrollado en España lo que se viene denominando movimiento de recuperación de la memoria histórica. Transcurridos 69 años desde el fin de la guerra civil y 33 años desde la muerte de Franco, resulta que los descendientes de las víctimas del fascismo siguen reclamando justicia por los crímenes de la dictadura, una justicia que hasta el momento no han obtenido.

La recuperación de los cadáveres y la reivindicación de la memoria de los que cayeron en combate o fueron asesinados en la brutal represión que se desató es, por supuesto, necesaria. Pero el movimiento tiene también que preocuparse de los que, habiendo sobrevivido, fueron borrados por completo de la historia de su pueblo, en el intento de que las generaciones futuras no supieran de su existencia, de las ideas que tuvieron, de la lucha a la que se entregaron. Unos y otros forman parte de una historia que necesitamos recordar, sobre todo, para comprender. Y necesitamos comprender el pasado, sobre todo, para comprender el actual momento histórico desde la perspectiva de la historia del siglo XX; rendir homenaje a los que murieron pero, principalmente, a la lucha que dejaron inconclusa; aprender de la historia para transformar el presente, una idea que la mayoría de los historiadores lamentablemente olvidaron hace ya mucho tiempo.

Isabel González fue uno de esos personajes que tuvieron la suerte de sobrevivir físicamente a aquellos años negros de represión y muerte; unos años en los que el fascismo intentó aniquilar a todos los que, de una u otra forma, habían osado rebelarse contra las montañas que oprimían al pueblo: la opresión semifeudal y semicolonial, el capitalismo burocrático y el régimen caciquil. Sobrevivió físicamente, es cierto, pero fue prácticamente borrada de la historia del pueblo por el cual luchó. Así que son muy pocos –y menos aún entre los jóvenes- los que hoy en día recuerdan y comprenden quién fue aquella mujer canaria que llamaban Azucena Roja.

Isabel González González nace en Santa Cruz de Tenerife en torno a 1890. Era hija natural de la también santacrucera Rosario González González. A los pocos años, madre e hija emigran a Cuba. Allí consiguen reunir un pequeño capital con el que a su regreso a Tenerife montan en el Puerto de la Cruz una tienda de telas, joyas, etc. En esa ciudad, Isabel González se casaría con el zapatero portuense Aurelio Perdigón Méndez. Luego el matrimonio se traslada a Santa Cruz, donde se instalan en la casa de la madre de Isabel, en la calle Horacio Nelson. Allí viviría Isabel toda su vida, salvo los años de la clandestinidad que vinieron tras el golpe de Estado de 1936. Tuvieron dos hijas: Ligia –que falleció al poco tiempo de tosferina- y Electra, cuyo particular nombre se debe a la obra teatral de Benito Pérez Galdós, que fue siempre uno de los escritores preferidos de Isabel. La juventud de Isabel y Aurelio fue relativamente desahogada. Él tenía una zapatería en Santa Cruz y ella montó en su casa un taller de costura, que tuvo cierto éxito. Isabel era una experta costurera y llegó a tener cuatro o cinco mujeres cosiendo en el pequeño taller doméstico que instaló en su domicilio. Fue una mujer autodidacta; apenas pasó por la escuela.

Comenzó su vida política militando en el recién fundado PSOE, donde dirigió toda su energía a la incorporación de la mujer obrera a la lucha política. Para ella, la liberación de la mujer no podía desligarse de la lucha por una sociedad socialista que emancipara a las clases populares, mujeres y hombres, de la opresión a que estaban sometidos. Para movilizar políticamente a las obreras de Tenerife se constituye en 1919 la Liga Femenina Socialista, cuya presidencia recae precisamente en Isabel González.

En una época en la que las mujeres en España se hallaban completamente marginadas de cualquier actividad política y no tenían siquiera derecho al voto, los discursos y artículos combativos de Isabel debieron ocasionar, en la atrasada sociedad insular de aquellos años, una gran conmoción y no pocas incomprensiones. Pero al poco tiempo, su popularidad entre los sectores obreros de la isla llegó a ser muy grande. Desde la aparición de El Socialista, en 1919, fueron pocos los números del órgano de expresión de los socialistas tinerfeños que no incluyeran un apasionado artículo de Azucena Roja. Su temática casi siempre derivaba a la misma cuestión: el papel fundamental que había de jugar la mujer de la clase trabajadora en la nueva época que comenzaba y la necesidad de que se produjera su incorporación activa a ese proceso de profundas transformaciones.

Aunque no desarrolló elevados análisis políticos, Isabel González fue la primera persona en el Archipiélago que adquirió una clara conciencia de la nueva era en la que entraba el mundo con el triunfo de la Revolución de Octubre. Sin haber leído a los clásicos del marxismo, acogió las nuevas ideas que venían de Rusia con una pasión revolucionaria de la que carecían la mayoría de los dirigentes socialistas de Tenerife. A los pocos años de la fundación del partido en la isla se hizo patente que sus jefes, de extracción burguesa, no estaban dispuestos a convertirse en verdaderos revolucionarios. En ese momento asumió la tarea de seguir el camino de los rusos, desarrollando la lucha de dos líneas y constituyendo en 1921 una pequeña fracción roja que, controlando momentáneamente las páginas de El Socialista, pugnaría por la constitución del partido comunista. Había llegado el momento de abandonar el reformismo y pasar a una estrategia política realmente revolucionaria, que no podía ser otra que el marxismo-leninismo. Sin embargo, las condiciones del momento impidieron que el pequeño grupo de Azucena Roja se desarrollara y arraigara entre la clase obrera. Hubo que esperar, por tanto, algún tiempo hasta que la situación revolucionaria que vivió el país durante los años treinta ofreciera a la primera comunista de Canarias una oportunidad de jugar sus cartas.

En el contexto de conflictividad creciente que se vivió en esos años y mientras la crisis económica iba golpeando cada vez más a los trabajadores de Canarias, se van a ir configurando en las islas grupos comunistas independientes. Los de Tenerife se aglutinarían, por supuesto, alrededor de la popular Isabel González, mientras que las otras islas contaban con las figuras de José Suárez Cabral (Gran Canaria), José Miguel Pérez (La Palma) y el gran comunista Guillermo Ascanio (La Gomera). En 1933 tiene lugar en Las Palmas un Congreso de Unificación de todos estos grupos, dando lugar a la definitiva constitución en Canarias del Partido Comunista de España, doce años después de la lucha comenzada en Tenerife por Azucena Roja para su constitución.

En la etapa republicana publicó numerosos artículos periodísticos en la prensa comunista. En ellos critica el gobierno antipopular de socialistas y republicanos al tiempo que se denuncia el carácter reaccionario de la propia República, un régimen que los comunistas españoles consideraban como una dictadura burguesa y terrateniente que reforzaba la opresión semifeudal en el campo y la dependencia económica del capital extranjero. También llama a los obreros a la lucha contra el imperialismo y sus planes bélicos, critica la hipocresía y religiosidad de las mujeres de la burguesía, etc.

De la actuación de Isabel González en esta etapa sabemos que organizó el grupo “Claridad Feminista”, continuando de esta forma su lucha por la incorporación de la mujer trabajadora a la lucha política revolucionaria.

Llegó a formar parte de una primera candidatura comunista a las Cortes en las elecciones de noviembre de 1933, junto a Guillermo Ascanio, José Miguel Pérez y Rizal Pérez. Sin embargo, el Partido optaría finalmente por presentarse en coalición con otras fuerzas, quedando Azucena Roja fuera de una candidatura popular que, finalmente, sería derrotada por el entramado caciquil de propietarios semifeudales y burgueses.

En 1935 viaja por fin a la Unión Soviética, de la que siempre fue una ferviente admiradora. Formaba parte de una delegación de obreros que se desplazó al país de los soviets para asistir a las celebraciones del primero de Mayo. Aprovechando el viaje, pasaría algún tiempo en un sanatorio soviético en Yalta para curarse de una cistitis que padecía. Las crónicas que envió desde las URSS al periódico Espartaco reflejan claramente la intensa emoción que vivió Isabel en ese viaje, que se prolongaría varios meses.

Tras su regreso a las Islas y a raíz del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, es nombrada por el Gobernador Vázquez Moro concejala del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife en representación del PCE. Al tomar posesión del cargo el 17 de marzo, Isabel González se convierte, por unos meses, en la primera concejala de la historia de Santa Cruz de Tenerife.

Poco tiempo después tiene lugar el levantamiento de los militares para aplastar el movimiento popular que estaba poniendo en peligro la continuidad de la dominación social oligárquica. En Canarias supondrá la inmediata puesta en marcha de una feroz política represiva. Isabel tiene que pasar a la clandestinidad, cambiando frecuentemente de casa para evitar ser descubierta por las autoridades fascistas. De esta manera pasó cerca de 10 años escondida hasta que, por un indulto decretado en octubre de 1945, pudo reintegrarse a la vida legal sin ser procesada. Entonces volvió a su casa de la calle Horacio Nelson, donde continuó viviendo sola, retomando su trabajo de costurera. Nunca abandonó sus fuertes convicciones comunistas e incluso mantuvo, al parecer, una cierta actividad política clandestina, aunque ya no en primera fila. En 1968 una hemiplejía acabó con su vida cuanto tenía alrededor de 78 años. Perdíamos de esta manera a una de las mujeres más excepcionales de la historia de Canarias.


* José Manuel Rodríguez Acevedo es Doctor en Historia, ULL







1 comentario:

  1. Es interesante conocer la historia de mujeres de lucha que nunca sucumbieron ante la adversidad y el escarnio social, mujeres que pasan al olvido en la historia de ideologías y hombres pero que su fuerza queda escrita en las memorias colectivas de la humanidad, esas tienen más fuerza y las hacen mujeres heroínas reconocidas por la humanidad un siglo después, esas mujeres que entregaron la vida y el alma prevalecen siempre.

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