Carlos Hernández de Miguel, autor de "Los últimos españoles de Mauthausen". Especial para Búscame en el ciclo de la vida.
Seguro que quienes lucháis por
preservar la llamada Memoria Histórica (yo prefiero hablar, simplemente, de
Historia) os desplomáis más de un día en el sillón pensando: ¿Merece la pena
tanto esfuerzo? ¿Sirve realmente para algo, o hablamos solo para nosotros
mismos? ¿Conseguimos algún impacto positivo, algún efecto inmediato? …. ¡Toc,
toc! ¿Alguien me escucha…?
En
esos momentos de zozobra, que sin duda volverán, os recomiendo que recordéis algo
que me ocurrió el pasado mes de enero y que fue el inicio de una sencilla pero
emocionante experiencia que he bautizado como “La historia de Senda”.
«Me llamo Jesús,
vivo en Huesca, tengo 45 años y una hija de 8 que se llama Senda. Soy educador
social y creo que con educación muchas barbaridades del siglo pasado no se
habrían producido…”» Estas líneas, que encabezaban uno de los
muchos emails que he recibido desde que escribí “Los últimos españoles de
Mauthausen”, llamaron mi atención desde el primer momento. Era uno de esos
mensajes que te hacen abrir los ojos y pellizcarte para confirmar que sigues
despierto: «He leído cosas sobre el
deportado José Alcubierre. Su libro me interesa pero este mensaje es para saber
cómo y cuándo podría visitar a José con mi hija (tiene que saber lo que
ocurrió) para presentarle mis respetos y, como parte de la humanidad que
formamos, pedirle perdón por esa bajeza de la raza humana que nunca se debería
haber producido».
Ese
día comenzó entre Jesús y yo una relación virtual cargada de emoción. Tras
confirmar que iba en serio y que su interés respondía realmente a todo lo que
decía, le facilité el teléfono del deportado malagueño José Marfil que goza de
mejor salud que su admirado (y el mío) José Alcubierre: «Ya he hablado con José Marfil. Estoy entusiasmado, me ha dicho que
sí. Hemos quedado para el día 1 o 2, que le llame cuando lleguemos y él viene
a buscarnos».
Y
así, entusiasmado, Jesús hizo las maletas y se fue a Perpiñán para que su hija
pudiera conocer, de primera mano, a uno de nuestros deportados: «Hola Carlos, buenas noches!!! El día 2 y el
3 de Abril estuvimos con José Marfil, una experiencia impactante. El primer día
nos invitó a su casa, y nos proponía dormir allí, obviamente no aceptamos, con
su edad y darle faena... Y el segundo día nos llevó con su coche al pueblo de
al lado a comer, y pretendía pagar él. Cuando nos íbamos, nos daba pena…. Mi
hija de 8 años recuerda alguna de las historias que nos narró José. Su maestra
estaba muy interesada por lo que contaba Senda…»
Jesús
no pudo ni quiso quedarse ahí. El encuentro con el bueno de Marfil le empujaba
a gritar, a reivindicar su memoria y la de sus compañeros: «He vuelto a hablar por teléfono con José Marfil y se acuerda de
nosotros. Volveremos a visitarle en verano. He tratado de hacerle un pequeño
homenaje a él y a todos los demás que estuvieron en los campos de concentración
escribiendo un artículo sobre los 70 años de la liberación de Mauthausen; y
mañana el Diario de AltoAragón lo publica. Sentía que tenía que hacer algo
después de nuestra visita…»
Días
después, Jesús me envió copia de su artículo. Su lectura me emocionó
profundamente pero, quizás, aún me impactó más leer el email que lo acompañaba:
«Lo mejor ha sido que mi hija (de ocho
años) se ha llevado el periódico a la escuela. Allí ha leído la noticia, ha
pasado por todas las mesas enseñando el recorte con la foto. Sus compañeros le
preguntaban más cosas de "ese señor" y ha contado aquello de lo que
se acordaba; y también le han preguntado de Mauthausen».
No
es necesario añadir nada al relato que, email tras email, realizó el propio
Jesús y que finalizó con una efusiva despedida: «Te estoy muy agradecido por haberme facilitado esta experiencia que
recordaremos en mi familia toda la vida». No Jesús, no me des las gracias.
Soy yo el que te estoy eternamente agradecido porque has dado sentido a todo lo
que hago; has hecho que me sienta idiota por haber pensado alguna vez que este
trabajo y esta lucha no daba los frutos deseados. Gracias a ti porque en esos
momentos de flaqueza, que sin duda volverán, yo siempre me agarraré a ti y a la
historia de Senda.
Simplemente maravilloso!
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