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1464. Testimonio de Mercedes Nuñez Targa

«Como tantos miles de españoles anónimos que marcharon exiliados a Francia tras la derrota, consideré, cuando se produjo la ocupación nazi, que mi deber era no aceptarla. Nuestro propio combate continuaba en tierra de exilio.

Enlace de la 5ª Agrupación de Guerrilleros Españoles, fui detenida por la Gestapo en mayo de 1944. Empezó entonces una larga odisea: prisión militar alemana de Carcassonne, fuerte de Romainville, campo de Sarrebruck, horrible viaje de cinco días en un vagón de ganado, cerrado y precintado, con 53 mujeres hacinadas, sin comida, sin agua, sin más respiración que la de un ventanuco recubierto de alambre de espino. Y, finalmente, la llegada a Furstenberg, recibidas por SS, machos y hembras, y feroces perros, que, entre empujones, bofetadas y latigazos, nos llevaron a pie al terrible campo de Ravensbrück, donde nos aguardaba, no lo que tanto ansiábamos, bebida, comida y reposo, sino doce horas en posición de firmes, en la más estricta inmovilidad. Es el “appell”.

En Ravensbrück se hizo la brutal selección: las jóvenes, las fuertes, a los “kommandos”, a trabajar hasta el aniquilamiento para los magnates de la industria alemana; las ancianas, las lisiadas, las enfermas y las embarazadas, a la cámara de gas.

Seis mil mujeres de todas las nacionalidades de Europa, -ocho españolas entre ellas: Constanza Martínez Prieto, Carme Boatell, Mercedes Bernal, Marita, Elisa Ruiz, María Ferrer, llamada Contxita, María Benitez Luque y yo, llamada Paquita -, procedentes de Ravensbrück, marchamos a Leipzig, a trabajar en una inmensa fábrica que producía obuses, el “kommando” HASAG.

La idea de que íbamos a producir obuses para matar a nuestros propios camaradas de lucha nos era tan insoportable que nos dispusimos, costara lo que costara, a sabotear conscientemente la producción; y así se hizo, no sin correr altos riesgos. Es más. En la propia fábrica realizamos una demostración de nuestra calidad de presas políticas al negarnos a aceptar unos bonos con los que pretendían pagarnos ante los escasos obreros alemanes, a los que nos presentaban como delincuentes que se rehabilitaban por el trabajo. La acción fue previamente concertada y ni una sola de las seis mil mujeres falló. Todos los alemanes no eran nazis y aquellos obreros bien lo demostraron aquel día al manifestarnos en general su inequívoca simpatía.

¿Cómo lograsteis supervivir? – nos preguntan a menudo – Y no es extraño que lo pregunten. Trabajando doce horas al día a un ritmo de locura, con trabajos duros, malsanos, peligrosos, comiendo una triste sopa a mediodía, soportando diariamente dos y más horas en posición de firmes, con frecuencia bajo la nieve o con temperaturas de veinte grados bajo cero, bajo la amenaza constante de la cámara de gas. Y sin embargo hubo supervivientes. ¿Cómo fue posible? En primer lugar, jamás nos consideramos como víctimas indefensas, sino como combatientes, que, en una muy desfavorable situación, continuaban sin embargo en la brecha. Hubo esencialmente la entrañable solidaridad entre las presas, que no vacilaban en desprenderse de una ínfima porción de su mísera comida en favor de una compañera agotada. La dura vida del campo fue una inolvidable escuela de lucha, de solidaridad, de internacionalismo.

¿Odio al pueblo alemán? Rotundamente, no. Jamás las españolas confundimos al pueblo alemán con los asesinos nazis y sus amos. Los antifascistas alemanes de la Thaelmann y de la Edgar André no habían escrito en vano esa lección con su propia sangre. Nunca podremos olvidarla».


Mercedes Nuñez Targa
Publicado en Nuestra Bandera, 1985
Facilitado por su hijo, Pablo Iglesias Nuñez













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