«Prometo
por mi honor servir bien y fielmente a la República,
obedecer sus leyes y
defenderla con las armas»
María Torres / 14 de Junio 2015
La reforma militar de Manuel Azaña, ("Ley
Azaña") tenía como objetivo modernizar y democratizar el Ejército español además de poner fin al intervencionismo militar en la
vida política. Esta reforma de Azaña fue la única de las aprobadas durante
el primer
bienio que no fue cambiada por los
gobiernos de centro-derecha del segundo.
Azaña decretó el 1 de julio de 1931 el cierre de la Academia
General Militar de Zaragoza, creada por la dictadura de
Primo de Rivera en 1928 y que estaba dirigida por el general Franco. Fue
clausurada el 14 de julio, el mismo día en que se abrieron las Cortes
Constituyentes y sus alumnos repartidos
entre las academias de las armas respectivas (Toledo: Infantería, Caballería e
Intendencia; Segovia: Artillería e Ingenieros; Madrid: Sanidad Militar).
Franco llevaba al frente de la Academia tres años. No
le gustó la orden de cierre y no compartía el criterio de Azaña. Tras finalizar
la Guerra española procedió a la apertura de la misma en 1942.
El
discurso de apenas diez minutos pronunciado por Franco y que transcribimos a
continuación tiene algunos toques humorísticos dignos de mención: Presumió de
haber erradicado las enfermedades de transmisión sexual en la Academia y
alardeó de haber logrado cuerpos sexualmente sanos; de haber dotado de cuerpos
de atletas a los cadetes y desterrado al oficial sietemesino y enteco; apeló a
la disciplina y a acatar las órdenes sin atisbo de rebelión. Pronunció en seis
ocasiones la palabra disciplina.
Discurso de Franco a los Cadetes de la Academia Militar de Zaragoza, con motivo de su cierre, el 14 de junio de 1931.
«Caballeros
cadetes:
Quisiera celebrar este acto de despedida con la solemnidad de los años
anteriores, en que, a los acordes del Himno Nacional, sacásemos por última vez
nuestra bandera y, como ayer, besarais sus ricos tafetanes, recorriendo
vuestros cuerpos el escalofrío de la emoción y nublándose vuestros ojos al
conjuro de las glorias por ella encarnadas; pero la falta de bandera oficial
limita nuestra fiesta a estos sentidos momentos en que, al haceros objeto de
nuestra despedida, recibáis en lección de moral militar mis últimos consejos.
Tres años
lleva de vida la Academia General Militar, y su esplendoroso sol se acerca ya
al ocaso. Años que vivimos a vuestro lado educándoos e instruyéndoos y
pretendiendo forjar para España el más competente y virtuoso plantel de
oficiales que nación alguna lograra poseer.
Intimas
satisfacciones recogimos en nuestro espinoso camino cuando los más capacitados
técnicos extranjeros prodigaron calurosos elogios a nuestra obra, estudiando y
aplaudiendo nuestros sistemas y señalándolos como modelo entre las
instituciones modernas de la enseñanza militar. Satisfacciones íntimas que a
España ofrecemos, orgullosos de nuestra obra y convencidos de sus más óptimos
frutos.
Estudiamos
nuestro Ejército, sus vicios y sus virtudes, y corrigiendo aquellos, hemos de
acrecentado éstas al compás que marcábamos una verdadera evolución en
procedimientos y sistemas. Así vimos sucumbir los libros de texto, rígidos y
arcaicos, ante el empuje de un profesorado moderno, consciente de su misión y reñido
con tan bastardos intereses.
Las
novatadas, antiguo vicio de Academias y cuarteles, se desconocieron ante
vuestra comprensión y noble hidalguía.
Las
enfermedades venéreas, que un día aprisionaron, rebajándolas, a nuestras
juventudes, no hicieron su aparición en este cuerpo, por la acción vigilante y
adecuada profilaxis.
La
instrucción física y los diarios ejercicios en el campo os prepararon
militarmente, dando a vuestros cuerpos aspecto de atletas y desterrando de los
cuadros militares al oficial sietemesino y enteco. Los exámenes de ingreso,
automáticos y anónimos, antes campo abonado de intrigas e influencias, no
fueron bastardeados por la recomendación y el favor, y hoy podéis
enorgulleceros de vuestro progreso, sin que os sonrojen los viejos y caducos
procedimientos anteriores.
Revolución
profunda en la enseñanza militar, que había de llevar como forzado corolario la
intriga y la pasión de quienes encontraban granjería en el mantenimiento de tan
perniciosos sistemas.
Nuestro
Decálogo del Cadete recogió de nuestras sabias Ordenanzas lo más puro y
florido, para ofrecéroslo como credo indispensable que prendiese vuestra vida,
y en estos tiempos en que la caballerosidad y la hidalguía sufren constantes
eclipses, hemos procurado afianzar nuestra fe de caballeros manteniendo entre
vosotros una elevada espiritualidad.
Por ello,
en estos momentos, cuando las reformas y nuevas orientaciones militares cierran
las puertas de este centro, hemos de elevarnos y sobreponernos, acallando el
interno dolor por la desaparición de nuestra obra, pensando con altruismo: se
deshace la máquina, pero la obra queda; nuestra obra sois vosotros, los 720
oficiales que mañana vais a estar en contacto con el soldado, los que los vais
a cuidar y a dirigir, los que, constituyendo un gran núcleo del Ejército
profesional, habéis de ser, sin duda, paladines de la lealtad, la
caballerosidad, la disciplina, el cumplimiento del deber y el espíritu de
sacrificio por la Patria, cualidades todas inherentes al verdadero soldado,
entre las que destaca como puesto principal la disciplina, esa excelsa virtud
indispensable a la vida de los ejércitos y que estáis obligados a cuidar como
la más preciada de vuestras prendas.
¡Disciplina!...,
nunca buen definida y comprendida.
¡Disciplina!..., que no encierra mérito
cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!..., que
reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo
que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o
cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la
disciplina que os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos. Este es el
ejemplo que os ofrecemos.
Elevar
siempre los pensamientos hacia la Patria y a ella sacrificarle todo, que si
cabe opción y libre albedrío al sencillo ciudadano, no la tienen quienes
reciben el sagrado depósito de las armas de la nación, y a su servicio han de
sacrificar todos sus actos.
Yo deseo
que este compañerismo nacido en estos primeros tiempos de la vida militar,
pasados juntos, perdure al correr de los años, y que nuestro amor a las armas
de adopción tenga siempre por norte el bien de la Patria y la consideración y
el mutuo afecto entre los compañeros del Ejército. Que si en la guerra habéis
de necesitaros, es indispensable que en la paz hayáis aprendido a comprenderos
y estimaros. Compañerismo que lleva en sí el socorro al camarada en desgracia,
la alegría por su progreso, el aplauso al que destaca y la energía también con
el descarriado o el perdido, pues vuestros generosos sentimientos han de tener
como valladar el alto concepto del honor, y de este modo evitaréis que los que
un día y otro delinquieron abusando de la benevolencia, que es complicidad de
sus compañeros, mañana, encumbrados por un azar, puedan ser en el Ejército
ejemplo pernicioso de inmoralidad e injusticia.
Concepto
del honor que no es exclusivo de un Regimiento, Arma o Cuerpo; que es
patrimonio del Ejército y se sujeta a las reglas tradicionales de la
caballerosidad y la hidalguía, pecando gravemente quien crea velar por el buen
nombre de su Cuerpo arrojando a otro lo que en el suyo no sirvió.
Achaque
este que, por lo frecuente, no debo silenciar, ya que no nos queda el mañana
para aconsejaros.
No puedo
deciros, como antes, que aquí dejáis vuestro solar, pues hoy desaparece; pero
sí puedo aseguraros que, repartidos por España, lo lleváis en vuestros
corazones, y que en vuestra acción futura ponemos nuestras esperanzas e
ilusiones; que cuando al correr de los años blanqueen vuestras sienes y vuestra
competencia profesional os haga maestros, habréis de apreciar lo grande y
elevado de nuestra situación: entonces, vuestro recuerdo y sereno juicio ha de
ser nuestra más preciada recompensa.
Sintamos
hoy al despediros la satisfacción del deber cumplido y unamos nuestros
sentimientos y anhelos por la grandeza de la Patria gritando juntos:“¡Viva
España!”.»
Discurso de Franco en la reapertura de la Academia Militar de Zaragoza el 3 de diciembre de 1942.
«Caballeros cadetes, Podría empezar estas palabras con una clásica frase: "Decíamos ayer” 1 y en verdad dijimos que la Academia desaparecía pero quedaba la obra. Ya lo veis. Han bastado solo once años para que hayamos trocado aquella escena triste, aquella solemnidad severa en que se disolvió este Centro, en esta otra, en que los colores de la misma bandera vienen a presidir de nuevo nuestros actos.
«Caballeros cadetes, Podría empezar estas palabras con una clásica frase: "Decíamos ayer” 1 y en verdad dijimos que la Academia desaparecía pero quedaba la obra. Ya lo veis. Han bastado solo once años para que hayamos trocado aquella escena triste, aquella solemnidad severa en que se disolvió este Centro, en esta otra, en que los colores de la misma bandera vienen a presidir de nuevo nuestros actos.
En aquellos momentos en que se deshacía el Centro e iban a dispersarse los alumnos por las distintas guarniciones, tuvimos una visión clara de la realidad: la obra quedaba en pie, la obra eran las promociones que de aquí salieron, las que les llevaba el espíritu de nuestra Academia, representado en el amor a nuestra bandera, como lo demostró aquella procesión silenciosa, aquella procesión privada en que los alumnos, nuestros cadetes, antes de la partida, fueron al salón de actos a visitar por última vez la bandera que un afán iconoclasta nos había arrebatado.
Aquel acto negativo que despobló estas aulas fue consecuencia natural del régimen que establecía como principio para España la renuncia a la guerra; no se quería ya un Ejército fuerte y potente, se quería un Ejército mortecino y sin ideales, y para dar el paso primero en aquella desdichada fase de trituración, había que destruir el crisol de todas las virtudes, había que destruir la Academia General Militar, todo lo que pudiera representar el nervio y la cepa de una raza; había que empezar a destruir los cimientos para luego despedazar a España.
De cómo no nos defraudó muestra esperanza lo vimos al primer toque de clarín, cuando al toque de llamada para la Cruzada salieron de nuevo los colores de nuestra bandera, y de todos los rincones de España acudieron las promociones de oficiales sin distinción. De su comportamiento nos hablan los cuerpos de los que hemos enterrado y los pechos de los que hoy viven.
Las Academias Militares son los laboratorios donde no sólo se forja la doctrina de los Ejércitos, sino que se crea la moral de las generaciones […] es necesario que trascienda fuera de estos muros, que llegue a todos los rincones […] Y no es que la nueva España adopte el belicismo como norma, sino que nunca ha sido más verdad el viejo aforismo de que no hay mejor medio para guardar la paz que estar siempre dispuesto para la guerra. ¡Guardar la paz!....Y yo os pregunto ¿Es que existe la paz? Yo niego la existencia de la paz. Cuando los tiempos son tranquilos, cuando la paz reposa sobre nuestra nación, cuando creemos recibir una aparente sensación de calma, es cuando se están formando las tempestades que van a descargar sobre las naciones[…]Unidad y disciplina es tradicional exigirlas a los Ejércitos como base indispensable para la victoria; pero yo os digo que hoy hace falta mucho más: que esta unidad y esta disciplina que antes eran atributos castrenses, se conviertan en normas para la nación[…] Enfrentaros con coraje con todo lo que divide; no consistáis matices, que nadie se resguarde detrás del ¡Viva España![…]El ¡Arriba España! Es el grito de hoy, el de nuestros muertos, el de los que no se conforman con que viva, sino que la quieren ver arriba. Todo esto significa la bandera que os entrego […] Este es el mandato de nuestros muertos y esto significa el mandato que le prestáis. Caballeros cadetes, oficiales del Ejército, generales, jefes y oficiales ¡Arriba España!»
No hay comentarios:
Publicar un comentario