- Y además no hables mal de Almería, porque no la conoces. A mi me gusta. Por lo menos me gustaba, ahora la habrán puesto a lo moderno. ¡Había unas casas de putas que daban gloria y el mejor cante de Andalucía!
El Cabezotas se ríe.
- ¿De qué te ríes?
- De que ni es Andalucía ni nada y que eso
es de allí. Y me estaba acordando de Escobar1, uno que era brigada
al empezar la guerra: el que ganó Almería.
- Nunca la perdimos.
- Pero estuvimos a punto.
- A punto se está siempre.
- La verdad es que dependemos de bien poca
cosa.
- Según se mire. Somos una combinación de
voluntad y azar.
Mitad y mitad.
- Pareces de Bilbao...
- Claro que si tu padre no hubiera
conocido a tu madre...
- Tú lo has dicho: el padre, la voluntad;
la madre, la casualidad.
- O al revés.
- Entonces no hay por qué preocuparse.
- Según; y nos fusilarán o no, según las
ganas que tengan.
- Algo más que ganas será.
- A lo mejor el jefe del pelotón que te
toque es de tu pueblo y te deja libre.
- Si lo crees así, la astrología te lo
haga bueno.
- No hables de lo que no sabes.
- Te desafío que salgamos afuera una noche
clara y mires durante diez minutos las estrellas. En el campo, claro está, y no
te sientas confortado con el gran manto. Por lo menos a mí, el mirar las
estrellas...
- Te hace recordar al Caudillo.
- ¿Quién te lo dijo, adivino?
- Me han hecho creer en ellas.
- No de la manera que lo dices. Pero me
confortan, me reconfortan; es lo único que he sacado en claro de la guerra.
- Lo malo es que está lloviendo.- Cerca del mar nunca se ven bien las
estrellas.
- Pues aviados iban los marineros.
- No te he dicho en el mar sino en la
costa. El mar, la alta mar, es tan buena como el campo en noche serena.
- Así que, a ti, ¿las estrellas te dan
confianza?
- Sí. Allí hay algo. Algo más que en esta
cochina tierra.
- ¿Cochina tierra, Alicante?
- Cuenta lo de Almería.
- Allí fue como en casi todas partes el 18
de julio del 36. El Gobernador Militar2, al pairo, esperando.
Comprometido, pero esperando. Dando seguridades de su lealtad a la República,
al Gobernador Civil3 y, por otra parte, esperando órdenes, en ese
caso del Capitán General, es decir de Granada.
- ¿Y cuándo los de Granada se sublevaron?
- Intentó declarar el estado de guerra,
detener al Gobernador, etc.
- ¿Y?
- El Gobernador se resistió4,
en general, como todos.
- ¿Qué tiene que ver ahí la suerte?
- El Gobernador, fundándose en nada, por
chiripa, aseguró que el gobierno le enviaba refuerzos, que lo iba a fusilar si
se atrevía a declarar el estado de guerra; y le llegaron los refuerzos de donde
menos podía suponerlo: de Granada.
- Allí, en Armilla, que es donde está el
campo de aviación de Granada, los aviadores fueron los únicos que permanecieron
fieles a la República -hablo de cuerpo armado, así, en general. Los demás se
cargaron al Capitán General y echaron la tropa a la calle. Los aviadores
cogieron sus aparatos y se fueron a Los Alcázares, donde sabían que no había
problemas. El problema era para los de a pie. Setenta. No cabían naturalmente
en los aviones, ni había manera de que esperaran ahí, a que los cazaran. Los
mandaba el brigada Escobar. Antes de echar a volar le dijeron: coge los
camiones y procura llegar a Cartagena lo antes posible. Seis camiones con todo
el armamento y parque que pudieron meter en ellos, y la ametralladora.
Carretera adelante, llegaron a Adra. Allí los comités les cerraron el paso. No
se fiaban. El alcalde dijo que tenía que hablar con el Gobernador de Almería.
Lo hizo porque los de teléfonos seguían leales.
- Ves tú: si los teléfonos...
- Etcétera, etcétera.
- Déjale que siga.
- Habló el alcalde con el Gobernador, que
estaba cercado en el Gobierno Civil. Bien dispuesto a morir, como un héroe de
la República: sin hacer gran cosa. Cuando el alcalde de Adra le dijo de qué se
trataba, el hombre vio el cielo abierto, pero como era republicano y
naturalmente desconfiado, empezó a preguntarse que qué eran esos hombres que le
caían del cielo. Ya había hablado por teléfono con Granada y la sabía perdida.
Los republicanos, descreídos, no creen en milagros.
- Y así nos fue.
- Sólo se fían de la legalidad. Habló con
Escobar, que estaba negro: «¡Quiero llegar a Cartagena!
¡Debo llegar a Cartagena!»
«Un momento.»
El Gobernador habló con Los Alcázares. Le
avalaron a Escobar. Pero en la mente legal del funcionario se alzó una duda:
¿quién le respondía del comandante de Los Alcázares con el que acababa de
hablar?
«Un momento.»
Y habló con el gobernador de Murcia. Menos
mal que dio con él, después de hablar con el Presidente de la Audiencia. Y
volvió a llamar al alcalde de Adra.
«Que vengan. Pero no van a Cartagena sino
que se quedan aquí.»
«Eso no es cosa mía.»
Así se salvó Almería5.
- ¿Con setenta hombres?
- Bien armados, en camiones. El Gobernador
pidió además que unos aviones de Los Alcázares se dieran una vuelta por allí
arriba. Los militares de Almería creyeron que se les venía el mundo encima. Se
rindieron.
- No veo de qué presumía tu Escobar. Fue
una casualidad en la que entraron muchas otras en juego: hasta los sublevados
de Granada.
- Pero ¡quítales a los hombres creerse
designados por Dios! Por cierto que al Gobernador de Almería tus amigos los
anarquistas le jugaron una sonada y si no es por un jardinero de la condesa de
Parcent, no lo cuenta.
- Puesto a contar, sigue. El que habla,
descansa.
- A poco de rendirse los militares, fondeó
el Jaime I, los mandos de la FAI, y empezaron a obligar a llevar al acorazado
víveres como si se tratara de abastecer a una ciudad entera y a poner multas de
órdago. El Gobernador consiguió de Madrid que dieran órdenes de que el barco
regresara más que de prisa a Cartagena. Allí se investigó y metieron a unos
cuantos en chirona. Inútil decirte la que se armó entre la tripulación:
salieron dos coches, con unos cuantos bragados, hacia Almería, para ajustarle
las cuentas al Gobernador de marras. Menos mal que estaba en Madrid y al
enterarse, allí se quedó. Renunció.
- ¿Qué era?
- De Izquierda Republicana.
Templado se ríe.
- ¿De qué te ríes?
- Pero supieron dónde vivía y fueron a por
él. Lo llevaron a uno de sus cuarteles. Es una manera de hablar. Menos mal que
todavía fumaban todos y se olía menos a sudados. Se los iban llevando poco a
poco: bien juzgados. Y si no es por un jardinero, que lo conocía, de Ronda -el
Gobernador era de allí-, se lo cargan.
- ¿Tú crees que así podíamos ganar la
guerra?
- ¿Por qué no? Cosas peores pasaron en
Francia en 93, que diría don Juanito6 y ya ves.
- Pero allí crearon el ejército. Y
nosotros lo hicimos polvo.
- Dirás mejor que fue el ejército el que
nos hizo papilla.
- También tienes razón.
- ¿Y qué pasó con tu Gobernador?
- Santo Domingo, Panamá -creo- y México.
Bueno: México, la capital, no. Era el tiempo en que los médicos creían que su
altura afectaba el corazón. Se fue a Cuernavaca, puso un ultramarinos, una
tienda de abarrotes como dicen allá, trajo las cosas de España que allí se
aprecian: nueces, avellanas,
turrón, chorizos, manchego, algunas latas.
- ¿Qué allí no hay?
- Sí, pero los españoles dicen que los
españoles son mejores. Cuentos, pero negocio. Lo grande es que le reconoció uno
del Jaime I que también andaba por allí de achichincle del Gobernador, bueno:
de hazme todo un poco. Entre otras cosas de periodista. Y empezó a no dejarle
vivir con notas esas sí envenenadas y no el jamón que acusó. Y acusó a los
inspectores de Hacienda. Total que le hizo la vida imposible.
- ¿Quebró?
- ¡Qué va! Los españoles, fuera de España,
parecen judíos o alemanes. Alcázar, que así se llamaba el ex anarquista, no
contaba con que el ex Gobernador de Almería chamullaba el inglés. Tan pronto
como hubo cambio de Gobernador en Morelos -Cuernavaca es la capital de
Morelos-, mi hombre puso un hotel para gringos; un hotel muy «colonial» y
cómodo y con comida insípida y se hizo rico en medio de un jardín espléndido, con buganvillas, flamboyanes, llamaradas, tabachines, tulipanes, geranios,
rosas, claveles, alelíes, nardos, flores de la India, acacias, jacarandas,
nochebuenas, rosas de laurel, que es como llaman allí a las adelfas, lirios...
- Para ya, pesado.
- Y publicó su libro.
- Que hay más acerca de aquella guerra que
flores por allá.
Max Aub
1 Brigada Juan Escobar Montoso, del
aeródromo de Armilla (Granada). [Notas de Ms Paz Sanz Álvarez]
2 El gobernador militar de Almería era
el teniente coronel Huerta Topete, que recibiría en la madrugada del 19 de
julio un telegrama de Franco ordenándole declarar el estado de Guerra, tomar el
mando y ponerse a sus órdenes. Mostró una actitud equívoca: por un lado se
mostraba partidario de la legalidad, después afirmó que él dependía de Granada
y ésta no se había sublevado. Además Huerta mantuvo contacto con el gobernador
civil, Peinado, hasta el mismo instante de la insurrección en Almería, el 21 de
julio. Finalmente se rendiría ante la amenaza del destructor Lepanto, fiel a la
República, de bombardear la ciudad si no se rendían los rebeldes.
3 Juan Ruiz-Peinado Vallejo,
gobernador civil desde febrero hasta octubre de 1936.
4 César Torres, el gobernador civil de
Granada fue asesinado por los sublevados.
5 La llegada de los soldados de
Aviación desde Adra y la del destructor Lepanto, mandado por don Valentín
Fuentes, decidieron la situación de Almería en julio de 1936.
6 Juanito Valcárcel, personaje de
Campo de los almendros, chamarilero gran aficionado a los libros sobre la
Revolución francesa. En el puerto de Alicante se vuelve loco y pronuncia un
discurso subido a una farola (los locos siempre dicen verdad).
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