Lo Último

1593. Federico García Lorca y mi tristeza




Descansar... Dormir... Hacía años que no conocía semejante placer. Las dramáticas vivencias, los frentes, las batallas de diverso signo, las dolorosas separaciones y los sufrimientos de mis camaradas torturados en España habían ahuyentado mi sueño.

Los médicos me recomendaban muchas recetas para que pudiera dormir: pasear antes de acostarme, contar hasta cien y luego volver a empezar; pensar en ¡cosas agradables!... Nada... nada me ayudaba. Mi sistema nervioso estremecido no se doblegaba a esos métodos tradicionales.

Un simpático neuropsiquiatra soviético intentó otro procedimiento: a la hora de dormir, se sentó al lado de mi cama, y en voz baja y suave, empezó a decir cosas... palabras... Yo, agradecida a su atención, escuchaba. ¿Qué querría, hipnotizarme? Esperé... por cortesía. El doctor seguía hablando... hablando... Entonces le dije con toda amabilidad:

—Perdóneme, doctor... pero es que no le entiendo ni una palabra...

El doctor se sonrió, me estrechó la mano y dijo:

—No, claro, es usted la Pasionaria...

Traigo a cuento esta anécdota a propósito de mis lecturas. Como apenas dormía, dedicaba muchas horas de la noche a leer. Y leía, como en mi juventud, con afán. Páginas de un libro después de otro, saltando temas y autores. ¿Qué leía? Pues libros políticos, teoría, la nuestra y la de otros; pero me gustaba especialmente leer literatura, a historiadores antiguos y modernos, a mi paisano Unamuno... al padre Mariana, Séneca, Balines, Cicerón, Cervantes... A los clásicos rusos, a los franceses... Leía todos los libros que mis amigos y camaradas me enviaban desde Francia, desde América, desde España.

Esperando, desesperando, releía a ratos cosas que los antiguos escribieron de España: España fue la primera nación que invadieron los romanos y la última que dominaron escribía Tito Livio.

Y el griego Estrabón nos hacía la siguiente radiografía:

El rudo desprecio a la vida, el valor, la sobriedad, el odio al extranjero, la tendencia al aislamiento, el desdén por las alianzas y el amor a la libertad y a la independencia.

Reflexiones casi dos veces milenarias que hoy seguimos apuntando en nuestros cuadernos de notas

Me gustan los romances, los poemas, algunos de los cuales mi memoria ha retenido y después he transmitido a mis nietos, así, jugando: Espronceda, Quevedo, Machado, Miguel Hernández, Alberti, Rejano, Lorca...

Una tarde, hace tantos años, en Madrid, tomábamos café un grupo de diputados con Federico García Lorca y otros amigos. Federico me miraba atentamente, como estudiándome. Yo estaba hablando, contaba alguna cosa... Y Federico me dijo:

—Dolores, tú eres una mujer de tristeza, de dolor... Yo te voy a hacer un poema...

Días después, Federico marchó a su Granada... Y no le volvimos a ver. No pudo hacer el poema sobre mi tristeza... Pero mi dolor se había ahondado con su muerte. Una mano asesina segó en plena flor de la vida a uno de los genios de la literatura española.

¿Acaso era posible dormir?


Dolores Ibarruri
Memorias de Pasionaria (1939 - 1977)
Editorial Planeta, 1984








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