Señores diputados. Permítase una pequeña digresión de tipo personal, quienes
conocen mi breve historia política saben que nunca he aspirado a
cargos políticos; por no ser, ni he querido ser
diputado; posiblemente, de todos los que aquí toman asiento soy el
único que ha sido elegido sin proclamación porque me negué a ser
candidato.
Quizá todos sepan que al ser
designado para ministro de Hacienda opuse mi más viva resistencia, y
sólo consideraciones de disciplina de partido y de patriotismo me
llevaron a aceptar. No menos viva, y quizá rebasando en su negativa
los linderos de la cortesía, fue mi oposición de aceptar el cargo
de jefe del Gobierno en mayo de 1937. Pues bien, señores diputados,
la única ocasión en mi vida en que he demandado, en que con
mi autoridad de jefe de Gobierno he exigido asumir la responsabilidad
de la dirección de la guerra desde el Ministerio de Defensa
Nacional, ha sido en la noche del 29 al 30 de marzo en que en mí se
produjo una crisis íntima. ¿Para qué evocar el recuerdo de aquellos
lúgubres instantes? Deshecho el frente, sin frente, en desbandada y
presa de pánico gran parte de nuestro ejército, desmoronada la moral
de nuestra retaguardia, creí yo entonces, señores diputados, que a
quien incumbió la responsabilidad de la política del país no podía
rehuir en esos instantes el asumir la máxima responsabilidad, cual
era la dirección de la guerra; no se podría gritar y exigir una política
de resistencia si al mismo tiempo en el terreno de las realidades, en
el terreno de las luchas no se asumía también la responsabilidad de la dirección.
Por eso, señores diputados, se
produjo el cambio con las modificaciones de Gobierno que entonces
introduje. He tenido yo siempre la convicción, la sigo teniendo,
de que el factor dominante en la lucha es la fe y que sin fe en la victoria
no puede haber triunfo, no puede haber decisión. Simplemente,
en estas palabras: en fe, en seguridad, en convicción, que había de
llevarse al ánimo de todo el mundo, quería yo cifrar y basar en
aquellos instantes una política de resistencia que había de ser una
política de resistencia constructiva.
Y ahora, señores diputados, vamos a
llegar al fin de la guerra. ¿Puede ganarse la guerra? ¿Ha de ganarse
la guerra? Claro que puede y ha de ganarse la guerra. Lo podemos decir
nosotros que hemos sobrevivido los tristes meses que hay de mayo a
octubre. ¡Qué duda cabe!
¿Se ganará militarmente la guerra,
que es la pregunta que hacen muchos? Ante la superioridad en material
del enemigo, ante la superioridad en medios y recursos del
enemigo, ¿podremos nosotros triunfar militarmente?
Señores diputados, ¿quieren ustedes
decirme qué guerra se ha ganado militarmente? Yo quiero recordar con
otras palabras lo que ya dije en Madrid. La guerra se pierde cuando
da uno la guerra por perdida. El vencedor lo proclama el vencido; no es él
quien se erige en vencedor. Y mientras haya espíritu de resistencia,
hay posibilidad de triunfo. Y no es el triunfo exclusivamente militar:
muchas veces se ha producido el fracaso militar por un desmoronamiento
en el espíritu de resistencia y en la moral del enemigo. ¿Dónde está
hoy la moral, señores diputados? ¿De parte de nuestros enemigos o de parte
nuestra? ¿Por qué está de nuestra parte? Porque sabemos que no
tenemos más remedio; defendemos nuestra vida, defendemos nuestros
intereses y defendemos algo que yo quiero creer que para nosotros
está por encima de todo eso: defendemos a nuestra España. Por
eso triunfaremos, y podremos triunfar; con los éxitos militares y sin
ellos, pero con un aumento de nuestro espíritu de resistencia y
de nuestra moral y con un decaimiento, que ya se ha iniciado hace
mucho tiempo que cada vez se acentúa más por parte de nuestros
enemigos y que, a medida que su ficción y su ciegamiento se borren y
se den cuenta de que luchan en contra de los intereses permanentes de
España, será mayor y les llevará al hundimiento pleno y total. La guerra
se puede ganar y se ha de ganar. Y, ¿cómo vamos a ganar la guerra?
¿Pactos, componendas, arreglos? Sí; podría terminarse con pactos, arreglos
o componendas. Pero con este Gobierno, no.
Este Gobierno no va a pactos, ni
componendas, ni arreglos, porque los enormes sacrificios que ha hecho
nuestro país serían estériles si nosotros fuéramos a algo que nos habría
de llevar irremediablemente al nuevo sistema de dirección del país,
al mismo sistema de dirección que se instauró en España después de
la Restauración. Para eso no valía la pena ninguna de las vidas que
se han sacrificado ni ninguna de las gotas de sangre que se han
derramado en nuestro suelo.
¿Mediación? La hemos pedido
siempre. La única mediación que cabe: la mediación con esos países
que han invadido a España; mediación que hemos reclamado porque tenemos derecho a que medien, a que intervengan, a que les obliguen a
que salgan, o sino que se pongan de nuestro lado los países que están
ligados a este compromiso en virtud de un pacto. Pero, ¿mediación con los
españoles?
¡Ah! Pero, ¿es que vamos a
convertirnos nosotros en un país de capitulaciones? Eso
es completamente inaceptable. Liquídese el problema de los
extranjeros en España, y entonces nuestro problema se resolverá como
tiene que resolverse, como debe resolverse.
Yo, midiendo pefectamente el
alcance de mis palabras y la responsabilidad de lo que digo, me
dirijo desde aquí a los españoles del otro lado e invoco su patriotrismo;
no a nuestros amigos perseguidos, ocultos o enmascarados, que hay
muchos amigos nuestros, ni a los indiferentes, materia deleznable e inerte
que a nosotros políticamente y desde el punto de vista de Gobierno,
ni aquí allí nos interesan; yo me dirijo a nuestros enemigos y les
digo:
“¿Hasta cuándo y hasta dónde tiene
que durar esto? ¿No os dais cuenta de que estáis sacrificando y
estáis destrozando completamente a España? Pactos, arreglos, componendas, no. Pero os ofrecemos una legalidad que está definida en
los trece puntos de fines de guerra del Gobierno. ¿Es que hay aquí algún
punto que no puedan suscribir los españoles que se sientan españoles
por encima de todo y que quieran convivir con los demás aunque
piensen de distinta manera y discrepen de ellos? ¿Es que no estamos
todos conformes en que hay que asegurar la independencia de España, librarla de la invasión extranjera? ¿Es que, señores
diputados, somos opuestos a una España vigorosa, con la forma
republicana, que es la legal y que nosotros pedimos, pues la
monarquía fracasó en España, no voy a discutir el principio monárquico;
admito que teóricamente se pueda sostener el principio monárquico
como conveniente, pero la monarquía fracasó y no hay sentimiento
monárquico en España como en otros países?
Nosotros hemos aprendido mucho de
la guerra y hemos querido corregir y corregimos nuestros errores, y
yo les digo a esos españoles de enfrente si es que ellos no han
aprendido nada y su obcecación, su vanidad, su soberbia puede consentir que llegue al exterminio de nuestra patria y a la división de
zonas de influencia. Porque eso sí quiero advertirlo. El Gobierno, la
España leal no consentirá eso nunca y bajo ningún pretexto; antes lo
que sea, antes lo que sea que España pueda dividirse en zonas o
repartirse entre tendencias políticas diferentes; antes lo que sea, con
todas sus consecuencias.
Creo en el porvenir de España. Lo
he dicho siempre. Quizá si no creyera en el porvenir de España, no
tendría fuerzas para representar la República y ocupar el cargo que ocupo.
Estoy plenamente convencido de ello. España es rica, España tiene la
labor de sus hijos, tiene para sostener a todos sus hijos, cosa que
ya es bastante riqueza; militarmente, geográficamente, una posición
sin par en Europa. En cuanto a riqueza natural, no es comparable con
ningún país. Dentro de un régimen de autarquía, quizá sea España el único
país de Europa que pueda llevarlo sin quebranto de sus economía y
bienestar. España tiene y puede tener un gran porvenir. Tengo fe absoluta
en la reparación económica de España. Es precisamente para eso que
los gobiernos a quienes esto incumba puedan gobernar y se les
deje gobernar, y se sientan apoyados y sostenidos en su función de
gobierno; pero sólo así, en estas condiciones, se podrá hacer una
España a base de una reconciliación que es necesaria; una España; la
de los españoles, después de este bautismo de sangre que nos ha
depurado y redimido de todas las faltas y errores que podamos haber cometido;
una España a la que tenemos derecho. Y yo, ante el porvenir de
España, quizá por razones de interrogatoria de cuál será, o si será en una
posición pesimista o de depresión.
No; yo sé que hay que querer, que
hay que tener un plan, y cuando se dirige y se gobierna, no puede uno preguntarse qué será, sino que hay que decir cómo ha de hacerse. Y yo
aseguro, señores diputados, que las perspectivas son halagueñas
aun después de tantas tristezas. Es más; que si se llega a que los
españoles se den cuenta de cuáles son sus obligaciones como tales
españoles, prescindiendo de discrepancias y de posiciones políticas,
y cumplen con su deber como tales españoles, todos los sacrificios que
se han hecho, todas las pérdidas en vidas y las pérdidas materiales
no habrán sido inútiles ni estériles, y España resurgirá y estará
como no ha estado nunca; eso es lo que yo anhelo, y con nuestros esfuerzos hemos de lograrlo todos.
He dicho.
Juan Negrín López
30 de septiembre de 1938
30 de septiembre de 1938
Su sangre derramada, hoy se ríen de ella.
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