A fines del año de 1936 -y después de
conversaciones que sobre el particular habíamos tenido- el señor General don
Manuel Ávila Camacho, a la sazón Secretario de la Defensa Nacional, me
manifestó que estando vacante nuestra representación diplomática ante la
Sociedad de las Naciones, tenía el encargo del señor Presidente, don Lázaro
Cárdenas, de ofrecerme en su nombre el puesto de Delegado Permanente de México
en Ginebra.
No existiendo en el servicio exterior
mexicano ninguna plenipotencia que me interesara tanto como aquélla, acepté
desde luego el honroso ofrecimiento, aprovechando la ocasión para explicar a mi
expresado buen amigo, que esa oportunidad me permitiría demostrar al señor
Gral. Cárdenas mis buenos deseos de servir a su Gobierno, ya que circunstancias
graves no me habían permitido asistir poco antes a la Conferencia de Buenos
Aires para la que fuí designado como uno de los embajadores que integrarían la
Delegación mexicana (1).
Al tercer día de mi entrevista con el
General Ávila Camacho fuí llamado al Palacio Nacional. El señor Presidente de
la República me esperaba en su despacho.
Yo no tenía el honor de conocer
personalmente a don Lázaro Cárdenas. Su presencia me impresionó vivamente:
tenía la severa dignidad del cargo, en su gesto y en sus palabras aparecía lo
que era, el Presidente de la nación mexicana; sus maneras no revestían
afectación ni sus frases rebuscamiento. Su naturalidad tenía la sencillez de un
vigoroso carácter. Su palabra era lenta y parca: expresaba su pensamiento con
frases precisas y desnudas de toda retórica. Por sus preguntas oportunas
comprendí que deseaba conocer, como era lógico, mi criterio político
internacional, el que le expuse con toda franqueza. Me escuchó con atención; su
mirada clara y penetrante y su serenidad impasible denotaban que tenía esta
considerable cualidad del buen estadista: sabía escuchar y sabía también
auscultar el espíritu de su interlocutor.
Yo, a mi vez, queriendo penetrar en
su pensamiento, le consulté su parecer sobre ciertas cuestiones de las más
importantes y actuales que habrían de servirme para normar mi conducta
diplomática. Sus respuestas inmediatas y concretas, así como los fondos de
nuestra larga conversación, cuyo interés se acentuó para mí de momento a
momento, me dieron a conocer cuáles eran sintéticamente las ideas del señor
Presidente Cárdenas, concretadas en los siguientes postulados:
I.- México es y deberá seguir siendo
un Estado fiel a la Sociedad de las Naciones.
II.- México cumplirá estricta y
puntualmente el Pacto de la Liga.
III.- México ha reconocido y reconoce
como inalienable el principio de no intervención.
IV.- Como consecuencia de lo
anterior, México se constituirá, en todo momento que sea necesario, en defensor
de cualquier país que sufra una agresión exterior de cualquiera potencia.
V.- Específicamente en el conflicto
español, el Gobierno mexicano reconoce que España, Estado miembro de la
Sociedad de las Naciones, agredido por las potencias totalitarias, Alemania e
Italia, tiene derecho a la protección moral, política y diplomática, y a la
ayuda material de los demás Estados miembros, de acuerdo con las disposiciones
expresas y terminantes del Pacto.
VI.- El Gobierno mexicano no reconoce
ni puede reconocer otro representante legal del Estado español que el Gobierno
republicano que preside don Manuel Azaña.
VII.- En el caso de Etiopía, México
reconoce que ese Estado ha sido víctima de una agresión a su autonomía interna
y a su independencia de Estado soberano por parte de una potencia imperialista.
En consecuencia, la Delegación de México defenderá los derechos abisinios en
cualesquiera circunstancias en que sean o pretendan ser conculcados.
VIII.- En términos generales, México
ha sido y debe seguir siendo un país de principios cuya fuerza consiste en su
derecho y en el respeto a los derechos ajenos. Consecuentemente, la
representación de México en Ginebra deberá ser intransigente en el cumplimiento
de los pactos suscritos, en el respeto a la moral y al derecho internacional y
específicamente en el puntual cumplimiento del Pacto de la Sociedad de las
Naciones.
El señor Presidente Cárdenas, en sus
instrucciones verbales me recomendó especialmente el caso de España, en el que
su Gobierno, apegándose estrictamente a los derechos y deberes de aquel Estado
miembro de la Liga, no sólo se había constituído en defensor moral del Gobierno
republicano, sino que, interpretando lealmente el Pacto en su letra y en su
espíritu, había prestado su modesta ayuda material, consistente en armas y
pertrechos de guerra, al régimen constitucional del Presidente Azaña.
Antes de despedirme del señor Gral.
Cárdenas le pregunté si me autorizaba para escribirle directamente, a fin de
darle a conocer el desarrollo de los acontecimientos internacionales cada día
más graves en Europa, así como mis puntos de vista respecto a los problemas que
se presentaran en la Sociedad de las Naciones.
El señor Presidente me contestó que
me autorizaba para ello, y que le sería grato recibir mis cartas; agregándome
que él también, por su parte, me escribiría personalmente cuando así lo estimara
oportuno para darme instrucciones específicas, independientemente de las que
recibiría de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
No tardó mucho en escribirme el señor
General Cárdenas, pues al llegar a París, rumbo a Ginebra, a principios del año
de 1937, recibí del señor Presidente la carta que transcribo en este prólogo
por considerarla de sumo interés, ya que en ella, de una manera precisa y
concluyente, me puntualizaba su criterio político, moral y jurídico respecto al
entonces palpitante problema internacional de España.
Aquella carta decía textualmente:
México, 17 de febrero de 1937.
Sr. Lic. Isidro Fabela,
Delegado de México.
Ginebra, Suiza.
Muy estimado señor Licenciado y fino
amigo:
Como complemento de la conversación
que tuve el gusto de celebrar con usted antes de su partida y como orientación
para las pláticas que pueda usted tener en Francia, así como para sus gestiones
en Ginebra en virtud de la comisión que le ha sido confiada, creo conveniente
atraer su atención sobre el espíritu de absoluto desinterés y de irreprochable
lealtad internacional con que el Gobierno de México ha procedido y procede en
lo que respecta al actual conflicto de España. Es posible que -dada nuestra
ausencia del Consejo de la Sociedad de las Naciones- la forma en que dicho
conflicto sea tratado en la Liga, no haga indispensable una exposición
detallada de usted sobre la materia; pero, si el caso llegara a presentarse,
sería necesario explicar con precisión el alcance real de nuestra conducta, la
cual, a nuestro juicio, es la que deberían haber observado todos los países.
Conviene, ante todo, hacer ver hasta
qué punto la actitud de México en relación con España no se encuentra en
contradicción con el principio de "no intervención". Esta frase, muy
utilizada en la actualidad por la diplomacia europea y por la política interamericana,
ha venido a recibir, como consecuencia de las complicaciones internacionales
suscitadas por la rebelión española, un contenido ideológico muy diferente del
que orientó, por ejemplo, a la Delegación mexicana que concurrió a la reciente
Conferencia de Paz de Buenos Aires, al proponer a la aprobación unánime de las
Repúblicas de nuestro Continente el Protocolo Adicional a la Convención sobre
Deberes y Derechos de los Estados firmada en Montevideo en 1933.
Bajo los términos "no
intervención" se escudan ahora determinadas naciones de Europa, para no
ayudar al Gobierno español legítimamente constituído. México no puede hacer
suyo semejante criterio, ya que la falta de colaboración con las autoridades
constitucionales de un país amigo es, en la práctica, una ayuda indirecta -pero
no por eso menos efectiva- para los rebeldes que están poniendo en peligro el
régimen que tales autoridades representan. Ello, por lo tanto, es en sí mismo
uno de los modos más cautelosos de intervenir.
Otro de los conceptos que ha cobrado
particular connotación con motivo de la situación española, es el de la
neutralidad internacional. México, al adherirse en 1931 al Pacto constitutivo
de la Sociedad de las Naciones, tuvo muy en cuenta el carácter generoso de su
Estatuto, del que puede decirse que una de las conquistas jurídicas más
importantes ha sido la de establecer una clara separación -en caso de posibles
conflictos- entre los Estados agredidos, a los que se proporciona todo el apoyo
moral y material que las circunstancias hacen indispensable, y los Estados
agresores, para los cuales se fija, al contrario, un régimen de sanciones
económicas, financieras, etc. La justificación de esta diferencia, plausible en
lo que concierne a los conflictos que puedan surgir entre dos Estados libres y
soberanos, se pone aun más de manifiesto en lo relativo a la lucha entre el
Poder constitucional de un Estado y los rebeldes de una facción apoyada
visiblemente -como en el caso de España- por elementos extraños a la vida y a
las tradiciones políticas del país.
La ayuda concedida por nuestro
Gobierno al legítimo de la República española es el resultado lógico de una
correcta interpretación de la doctrina de "no intervención" y de una
observancia escrupulosa de los principios de moral internacional que son la
base más sólida de la Liga. A este respecto procede recordar que la ayuda
material a que aludo, ha consistido en poner a disposición del Gobierno que
preside el señor Azaña, armas y parque de fabricación nacional y sólo ha
aceptado servir de conducto para la adquisición, con destino a España, de
material de guerra de procedencia extranjera en aquellos casos en que las
autoridades del país de origen -conociendo la finalidad de la compra-
manifiesten en forma clara su aquiescencia y den, de acuerdo con los
procedimientos normales, los permisos reglamentarios.
Al participar a usted que de la
presente carta he enviado una copia a la Secretaría de Relaciones, ya que,
cuando sea necesario, habrá usted de solicitar de dicha dependencia las
instrucciones relacionadas con la participación de nuestro país en los trabajos
de la Sociedad de las Naciones, aprovecho la oportunidad para desear a usted el
mejor éxito en el desempeño de su cargo y quedo suyo, afectísimo amigo y atento
seguro servidor,
Lázaro Cárdenas
Mi respuesta al histórico y
valioso documento anterior fué la primera de las veintidos cartas que escribí
al señor Presidente Cárdenas durante el tiempo que representé a nuestra patria
ante la Sociedad de las Naciones.
Como epílogo de este libro inserto
otra carta del señor Gral. Cárdenas, carta-abierta publicada por los diarios de
la ciudad de México en septiembre de 1937, y que el Ejecutivo me dirigiera con
motivo de mi intervención en la Asamblea de la Liga al discutirse el caso
español.
Las dos misivas se complementan y por
eso las publico, pues ellas definen la política internacional del señor
Presidente Lázaro Cárdenas.
(1) Nombrado Embajador Extraordinario
para la "Conferencia de la Consolidación de la Paz" de Buenos Aires,
en unión de los señores doctor don Francisco Castillo Nájera y licenciados don
Alfonso Reyes, don Manuel Sierra y don J. M. Alvarez del Castillo. renuncie al
cargo de referencia por causas de fuerza mayor, no sin antes entregar amplios
memoránda que me habían sido encargados para consulta de nuestra Delegación y
que constituyeron la base de mis siguientes obras: 1) "Neutralidad"
(Estudio Histórico, jurídico y Político. La Sociedad de las Naciones y el
Continente Americano ante la Guerra de 1939-1940), publicado por la Biblioteca
de Estudios Internacionales. México, 1940. 2) "La Doctrina Drago",
editado por la Secretaría de Educación Pública en la "Biblioteca
Enciclopédica Popular' (Núm. 131, Nov. 1946). 3) "La Doctrina Carranzá ',
obra inédita.
Isidro Fabela, "Cartas al
Presidente Cárdenas"
Offset Altamira. México, 1947
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