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1640. Recordando a Félix Padín Gallo

Nos quitaron todo… menos la dignidad”

Muchos se preguntaran quién soy y por qué hago esto. La respuesta es sencilla: soy un hombre que, como muchos otros compañeros, quiere dejar testimonio de lo que vivió entre el 16 de Julio de 1936 y el 16 de Junio de 1937, fecha en la que fui hecho prisionero.

Yo estaba afiliado a la C.N.T. y tengo que decir a nuestro favor muchas cosas. Quiero dejar constancia de que hasta que nos medio militarizaron, fuimos de los primeros en dar la cara, pero no solo en el País Vasco, sino también en el resto del país. La C.N.T. frenó el levantamiento. No eramos escritores a sueldo, ni reaccionarios; no eramos partidistas, ni hacíamos la guerra por dinero; nuestro lema era la revolución social, nuestra lucha era contra la opresión, el estado y toda clase de farsantes y militares; eramos anti-militaristas y lo seguimos siendo. En los ratos de ocio en el frente, procurábamos leer un libro y sacar el mayor provecho posible. Nos preparábamos, también, para cuando teníamos que entrar en combate. Procurábamos estar a la altura de las circunstancias. Sabíamos emplear la fuerza cuando eramos atacados. El 18 de Julio fuimos atacados y salimos al combate contra todo lo que olía a clero, militares, terratenientes y demás sanguijuelas que nos chupaban la sangre.

Por la fechas en que se inicia todo,tenía veinte años y vivía con mi familia en la calle de las Cortes, mas concretamente en el número 36, piso 5º derecha.

El 16 de Julio de 1936 existía el rumor de un posible alzamiento militar en Marruecos. Me dirigí , lo más deprisa que pude al sindicato, porque todos los afiliados a la C.N.T. estábamos puestos en alerta. Fué un día de continuos sobresaltos, a pesar de que los partes radiofónicos nos decían que mantuviésemos la calma, ya que el golpe estaba completamente abortado.

Al día siguiente la radio continuaba con las mismas noticias; es decir, en África no ocurría nada; pero la gente no se lo creía. Por fin se confirmó la noticia del levantamiento militar y Bilbao se convirtió en una bomba de relojería a punto de estallar. Nos reunimos de nuevo en el sindicato y nos dimos cuenta de que la lucha se avecinaba. Tomamos algunas medidas y hacíamos guardias antes la radio para escuchar las noticias y de este modo estábamos al corriente de los últimos acontecimientos.

El 18 de Julio de 1936 era un sábado soleado y hermoso.

Por aquella época el sábado era laborable, habíamos conseguido la jornada laboral "a la inglesa"; es decir, que trabajábamos cuarenta y cuatro horas semanales.

A causa de los rumores que corrían, estaba deseando salir del trabajo para poder enterarme de cómo iba la situación. Así lo hice, en cuanto terminé, fui a casa, me aseé un poco y salí disparado hacia el sindicato.

Yo militaba en la C.N.T. desde los trece años, aproximadamente. También formaba parte de las Juventudes Libertarias. Por aquella época estaba encargado de la sección de propaganda y prensa. Debido a esta actividad fui detenido más adelante, cuando el sindicato estaba clausurado, por tener una carta, en la que pedía folletos a Barcelona; en mi ficha me calificaron como miembro peligrosísimo de la organización.

El sindicato se encontraba en la calle Zabala; desde mi casa a allí tardé, aproximadamente, una hora y media. Cuando llegué vi a mis compañeros que estaban esperando el momento de entrar en acción. Las noticias seguían sin aclarar nada, por lo que decidimos ir a la calle y tomar nuestras medidas por si acaso.

Eramos cinco compañeros, los cuales formábamos un grupo de afinidad de dentro de la organiación. Nos dirigimos a mi casa, donde teníamos un pequeño arsenal que la policía en sus muchos registros no logró dar con él. Había armas de diferentes tipos y calibres; tres rifles, varias pistolas y algún revólver del calibre treinta y dos; también había gran cantidad de dinamita con su correspondiente mecha y fulminante. Todo este material lo habíamos conseguido en nuestros momentos de descanso. Los rifles procedían de los guardianes de las minas y la dinamita también provenía de las minas. Las pistolas y los revólveres los solíamos coger de las armerías y cuando salíamos a pasear por la capital, entrabamos a por los cartuchos del doce. Volvíamos a casa con todo lo que podíamos cargar. Pero todo no eran facilidades, ya que nos tocó correr alguna vez, por los guardias de asalto nos perseguían. 

Otra manera de conseguir armas eran los serenos, los guardias de asalto y los carabineros, quienes al verse rodeados de cuatro o cinco pistolas, nos dejaban las suyas, aunque después teníamos que borrar la numeración.

Sabíamos manejar todas estas armas, porque nos entrenábamos en el monte.

Tuvimos que requisar una camioneta para ir cargando todo este arsenal. Con ella nos dirigimos al sindicato, donde se procedió al reparto de las armas y a la preparación de la dinamita; grupos de cuatro cartuchos atados con cuerdas para poder colocar el fulminante que tenía una mecha corta para que haría que el efecto fuese mucho más rápido.

Tengo que aclarar que no eramos una juventud que gozase con los métodos violentos. Eramos sencillos, muy alegres en nuestra forma de vivir. Disfrutábamos propagando nuestro ideal desde los sindicatos. Procurábamos leer y capacitarnos para una forma más justa de vivir en libertad y en el respeto mutuo. Queríamos una sociedad más justa y equitativa, donde no existiera el paro y la miseria, porque la mayoría de nosotros pasábamos hambre y miseria en aquellos años. Nos agradaba la vida sana; la mayoría no fumábamos, ni bebíamos alcohol; practicábamos mucho deporte. Lo que más nos gustaba era la vida en el campo y en las playas. Recorríamos los pueblos, en los que charlábamos con la gente y repartimos mucha propaganda y prensa. Teníamos un ateneo en la calle Jardines donde escribíamos, estudiábamos el esperanto y tratábamos de todos los temas sociales. Apoyábamos con nuestro esfuerzo todo movimiento o acción de nuestra organización. Uno de ellos era la venta de nuestra prensa que era muy difundida por todo Bilbao. La labor de reparto del periódico se nos hizo un poco más difícil unos dias antes del levantamiento. 

Un día nos salieron al paso, por la Gran Via, unos pistoleros falangistas con sus periódicos. No tuvimos más remedio, desde entonces, que ir en grupos protegidos por otros compañeros, por si acaso sucedía algún enfrentamiento. 

Otra de las cosas que solíamos hacer, era cubrir los puestos de los compañeros de los comités, cuando eran detenidos estando en la clandestinidad. 

En Octubre, me tocó ir al Gobierno Civil para pedir la reapertura del sindicato. Fui a entrevistarme con el policía que me había fichado anteriormente, quien no me dejaba en paz desde aquella fecha: cuando me veía por la calle me llamaba, me cacheaba, me decía unas cuantas palabras y me dejaba marchar.

El trabajo era muy escaso, sobre todo en la construcción. Cada patrón tenía escogidos sus obreros; y, en otras partes, sencillamente no te daban trabajo. De esta manera sobrevivías igual seis o siete meses, y por estas fechas no existía el subsidio de desempleo. Si eras republicano o socialista tenías algo de ayuda y eras empleado en la carretera del Pagasarri, o te daban una tarjeta para ir a comer al asilo. Yo fui alguna vez con la que tenía del compañero Porfirio Ruíz.

Eramos compañeros de grupo Porfirio, Alberto, Montes, Julián y el que escribe. 

Pero no nos desviemos del 18 de Julio de 1936. 

En el sindicato todos los compañeros y compañeras formamos un grupo para requisar más armas, por donde se suponía que las había (talleres grandes, guardias de minas, armerías de los museos, etc...). Buscamos todo aquello que sirviera para defenderse o atacar; pistolas, rifles, trabucos, sables, etc.... Con la furgoneta recorrimos todo Bilbao para dar con nuestro proveedor de armas de la armería de la Ribera. Esta era la tercera vez que le visitábamos y arreamos con todo lo que tenía.

Estuvimos en el cuartel de Basurto, que estaba rodeado de personas que como nosotros portaban armas de todos los tipos. Por lo que vimos aquí estaban reunidos la tropa, los principales jefes adictos al Gobierno de la República; entre todos ellos estaba el Teniente-Coronel Vidal. 

Viendo que esta zona estaba completamente dominada, empezamos a recorrer los alrededores de la capital en busca de más armas. Recuerdo que en el barrio de la Peña tuvimos un tiroteo, porque un guardia de mina no nos quiso entregar su arma; él quedó herido y tendido en el suelo, no sabemos lo que fue de él. 

Fuimos al sindicato a dar parte de este suceso. De aquí partimos con la furgoneta roja a Galdácano, donde al entrar en la fábrica salieron cuatro ó cinco guardias civiles para cortarnos el paso. Nos dijeron que si queríamos dinamita, teníamos que pasar por encima de sus cadáveres. Al vemos en inferioridad optamos por la retirada hacia la camioneta, con la esperanza de volver lo más rápido posible. Pensamos que lo mejor sería recurrir al Gobierno Civil, y así lo hicimos. Este estaba en la calle Alameda Recalde, frente a los Escolapios. Allí nos dieron una nota firmada y sellada por un representante del gobierno. 

Seguidamente regresamos a la fábrica de Galdácano, pero esta vez no tuvimos ningún tropiezo con los guardias civiles, ni les vimos el pelo. Cargamos y regresamos a nuestra base, que era el sindicato.

En éste había gran actividad por los preparativos. Era una lucha contra-reloj, entablada contra unos enemigos muy fuertes y bien armados.

Corría el rumor de que escondían las armas en algunos conventos, como después aparecieron.

Sabíamos que estaban bien preparados por el modo que tenían de fanfarronear en provocaciones anteriores al "alzamiento". Así lo demostraban por las calles de Bilbao los famosos albañanistas, tradicionalistas y falangistas, cuya cabeza era el Conde de Zubiria, estos señores aparecían con las pistolas en la mano por la calle San Francisco ó de las Cortes y nos ofrecían dinero y trabajo para que gritásemos con todas nuestras fuerzas "iArriba España!", pero nosotros procurábamos deshacernos de ellos con la mayor diplomacia posible. En una de sus escaramuzas asesinaron a una mujer en la esquina de la calle La Laguna.

Cuando nosotros salimos a la calle, los nacionalistas vascos estaban indecisos, no sabían que hacer. Nosotros aclaramos que combatimos a los militares rebeldes: nuestra lucha no era por ningún estatuto, sino que era por la libertad de todos los pueblos; luchamos contra la tiranía de la bota militar despótica, del capitalismo, apoyada por el clero y unida a los países totalitarios y a las llamadas democracias socialistas, que lo único que querían era hundir la República, esperanza de los trabajadores. Esta, la República, era de índole burguesa y había asesinado a muchos hombre, pero no por ir en contra de ellos, sino por que quería que se cumplieran las promesas hechas a los trabajadores en su implantación.

Los verdaderos traidores estaban en la calle, mientras que miles de trabajadores sufrían persecución y prisión. Por eso en los primeros momentos el pueblo bilbaíno respondió, a la lucha por la libertad, sin ningún matiz político o social, sin colores ni estandartes; respondió en una inmensa manifestación pidiendo armas para el combate y derrocar aquella sociedad corrompida y explotadora. El pueblo no se durmió, vigilaba arma en mano y no se fiaba de nada que oliese a militares ó reaccionarios.


Felix Padín, "Memorias"
Primera Parte: Primeros días del levantamiento
Editado por  Memoriaren Bideak - Gerónimo de Uztariz 









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