El fascismo
tiene sus enemigos agrupados en estos tres frentes: El
social-comunista, el demoliberal-masónico y el populismo
católico.
El enemigo más
claro –y, por tanto–, menos peligroso, es el comunista. O tú o yo. No
hay equívoco, con el comunista. De mucho más peligro es el complejo de los
otros grupos antifascistas. No terminan de estar enfrente sin por eso ponerse
al lado. Y si se ponen al lado, es para destruir el fascismo desde dentro. Es
muy varia la enorme especie de «los antifascistas». De tratarse de algo
botánico o zoológico, ya habría surgido un nuevo Linneo que catalogase esas
variedades. Pero se trata de algo moral, social, espiritual, de
algo que no puede investigar –no ya el biólogo– sino ni siquiera la policía. Se
trata de una inquisición. De una alta y grande inquisición.
Santa tarea. Tarea santa y grave que vamos a asumir nosotros, en temporáneos,
renovados, solemnes y flameantes Autos de F.E.
Elegimos para
nuestra primera hoguera, la figura más noble, importante y peligrosa del
heterodoxismo español antifascista, el filósofo don José Ortega y Gasset.
Un amigo nuestro
nos decía aún hace poco. «Ortega está muy cerca del Fascismo. Nos convendría
mucho que el Fascismo en España lo lanzase Ortega.» Supusimos que al decir esto
nuestro camarada tenía indicios de una posible y recientísima simpatía de
Ortega por el Fascismo. Y ello nos contristó profundamente. No tanto por el
Fascismo que hubiese quedado desvirtuado «ipso facto», sino por el propio
Ortega. Hubiera sido la más grande deslealtad que Ortega se hubiese hecho a sí
mismo: a su ideología tenazmente mantenida en años y libros, a su conducta de
alma liberal y laica, cuyos polos morales son –congruentemente– la soberbia y
el desdén, virtudes satánicas y ortodoxamente filosóficas.
Virtudes heroicas del liberal, que condujeron a Prometeo al
castigo celeste del vultúrido corroedor, a Sócrates al castigo ciudadano de
beber la cicuta, a Galileo al martirio; a Fausto, al pacto con Mefistófeles, a
Werther, al suicidio, a Adán, a la pérdida del Paraíso, y a Satanás, a caer
despeñado en los infiernos.
Nuestro fascismo
–como el resto de los fascismos europeos– necesitaba y necesita el enemigo
liberal. Si no existiese habría que inventarlo, como decía Voltaire de
Dios. Necesitaba y necesita nuestro fascismo, un enemigo liberal en España de
la fuerza y el talento de un Croce en Italia, de un Einstein o un Mann en
Alemania.
Ese papel
magnífico y necesario –hoeresses oponiet esse– lo tiene
asignado y ganado cumplidamente don José Ortega y Gasset. Le rogamos, con
fervor y súplica, que no lo abandone, que no lo traicione ni lo pierda. ¡Qué
sería entonces de nosotros! ¡Qué presa victimatoria íbamos a elegir para
nuestra santa quema! ¡Tendríamos que declararnos cesantes en este oficio santo
del Santo Oficio, con que venimos soñando largamente! Quiero defender a Ortega,
contra los que le acusan de filofascismo. Nadie ha escrito y pensado en España
contra el fascismo las maravillas heréticas que ha pensado y escrito Ortega. ¡Nadie
las mueva, que están a prueba con él! Hasta tal punto es cruel y mortífero en
sus ataques, que –si algún día triunfa nuestra F.E.– yo, en mi calidad de Gran
Inquisidor, propondría al Gran Consejo Ejecutivo, no la quema o fusilamiento
de este gran enemigo, sino su absoluta tolerancia. Precisamente, en su última Charla, García Sanchiz aludía al refinamiento de
Mussolini para con Croce. Es la única pluma, la pluma más liberal de Italia, a
quien permite escribir y despotricar contra el régimen cuanto le venga en gana.
¿Por qué no haríamos nosotros lo mismo con Ortega, cuando Ortega tiene –sobre
Croce– el superior peligro de su seducción superior, de su estilo poético y
mágico, de sus sofismas encandilantes, enternecedores y terribles? La grandeza
de un alma y de una fe se prueba siempre en el modo de tratar al enemigo
grande.
Mi Auto
de F.E. sobre Ortega, va a consistir hoy en aportar a su proceso una
documentación exacta y sumaria de textos. No de acusaciones. Va a consistir en
situarle en su frente liberal que representa egregiamente. Va
a consistir –con mis acusaciones textuales– en que nadie pueda ya confundirle
con nuestra fe. Su fe precisamente consiste
en su escepticismo de la Fé. En creer –como buen filósofo– que
hay muchas fés, y, por tanto, ninguna válida y verdadera.
Su fe consiste en la Razón: un instrumento
humano, que sólo vale para destruir la Fe. Por donde Ortega,
al proclamar la supremacía de la Razón sobre la Fe, anula
la esencia misma del fascismo, que es la Fe sobre la Razón. (La
Razón en el fascismo sólo vale para articular y cimentar más la Fe. Para
hacerla manejable, comunicable.)
*
Sería necesario
transcribir la casi total obra de Ortega para corroborar lo que decimos. Esa
labor la ha hecho recientemente una Editorial, y nos remitimos a la consulta de
tales obras completas. Pero una Antología nos va a bastar.
1) En realidad,
Ortega sabe poco sobre el Fascismo y sus orígenes:
«No he
estado en Italia hace muchos años y poseo muy pocos datos sobre el Fascismo.
Todo será que me equivoque una vez más.»
2) Aunque Ortega
–más que por honestidad, por coquetería intelectual- presume que va a
equivocarse sobre el Fascismo, insiste y afirma que es un movimiento peyorante,
anormal, vulgar y sin altura política.
El fascismo no
tiene programa. «Si se observa la vida pública de los países donde el
triunfo de los más ha avanzado más –son los países mediterráneos– sorprende
notar que en ellos se vive políticamente al día.» «El Poder público se halla en
un representante de masas.» «Vive sin programa de vida, sin proyecto.»
Esta idea,
expresada hacia 1926, la había expresado ya anteriormente: «Tiene que
vivir al día, y a nadie se le ocurra verlo proyectado sobre el futuro. No
siquiera teóricamente conseguiremos imaginar una forma futura y estable de
organización política desviándose de él.»
«El
fascismo es un resultado y no un comienzo.» «Es la debilidad de los demás.» «Es
una seudoalborada: primitivismo.»
«Es un
modo anormal de gobierno impuesto por las circunstancias.»
3) ¿Cómo ve
Ortega a un Lenin en el bolchevismo y a un Mussolini en el fascismo?
«Bolchevismo
y fascismo: movimientos típicos de hombres-masas, dirigidos como todos los son,
por HOMBRES MEDIOCRES.»
«Bolchevismo
y Fascismo no están «a la altura de los tiempos». Por eso no es interesante,
históricamente, lo que acontece en Rusia.»
«Cuanto
más indómito vea el Fascismo ejercer la gobernación, peor pensaré de la salud
política de Italia.»
4)
Fundamentalmente, ¿qué es el Fascismo para Ortega?
«La
acción directa, o sea la violencia. La Charta Magna de la barbarie.» Eso por un lado. Y por otro: «La Broma, el triunfo del Señorito
Satisfecho.» (Ortega fue el inventor del apóstrofe «señorito» para
lanzarlo en la revolución española. Hacia 1926. Téngase esto en cuenta para
cuando se encuentre ese apóstrofe esgrimido con pistolas y vergajos por las
masas, inconscientes y subvertidas.)
«El
Fascismo no quiere dar razones ni quiere tener razón. Sino imponer sus
opiniones. Es el derecho de no tener razón. Es la razón de la sinrazón.» «El
alma vulgar sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la
vulgaridad.»
5) Si el
Fascismo es el triunfo de la masa, de lo vulgar, de lo mediocre, de lo
horrendo, ¿dónde estará la felicidad política para Ortega? En el siglo XVIII,
en el liberalismo, en el happy few de las minorías selectas.
En el músico de Mallarmé, que toca para unos pocos.
«La forma
que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la
democracia liberal. Prototipo de la acción indirecta. Esto es, el Parlamento.»
Lo cual llega a
enternecer a Ortega: «semejante ternura, convivir con el enemigo.»
«¡Trámites,
normas, cortesía, usos intermediarios, justicia, razón!»
«El
liberalismo tenía una razón, y eso hay que dársela per soecula soeculorum.»
«En el
sufragio universal no deciden las masas, sino que su papel consistió en adherir
a la decisión de una u otra minoría. Estas presentaban sus «programas»
–excelente vocablo–. Los programas eran, en efecto, programas de vida
colectiva.»
6) ¿Cuál es, pues,
el mayor peligro para ese liberalismo, ese sufragio universal, ese siglo XVIII
de minorías selectas, y para esa Razón, diosa de Ortega? El
Estado. Ortega llega a decir esto sobre Mussolini y el Estado
fascista:
«El mayor
peligro: el Estado. Mussolini se encontró con un Estado admirablemente
constituido, no por el, sino precisamente por las fuerzas, e ideas que él
combate; por la democracia liberal. El se limita a usarlo incontinentemente. Si
algo ha conseguido, es tan menudo, poco visible y nada sustantivo.»
En su afán de ir
contra el sentido eterno y ecuménico de lo romano, llega a complicar nada menos
que a Lucano y a Séneca, a quien inscribe en el «Servicio a la República
española».
«Lucano o
Séneca –finos provinciales–» (obsérvese
el característico adjetivo de finos) al llegar a Roma «sentían
contraérseles el corazón por la melancolía de los edificios eternos.» «Ya nada
nuevo podía pasar en el mundo.»
7) Para
Ortega, Fascismo es sinónimo de Servilismo. Su
alma se queda desilusionada frente a esta época nuestra de serviles.
«Incapaz
el espíritu de mantenerse por sí mismo en pie, busca una tabla donde salvarse
del naufragio y escruta en torno, con humilde mirada de can, alguien que le
ampare... Es el can que busca un amo. El hombre, en un increíble afán de
servidumbre, quiere servir ante todo. El nombre que mejor cuadra al espíritu
que se inicia quizá sea el de espíritu servil.»
8) Estos textos
que he ido citando no son muy recientes. Pero Ortega los ha corroborado hasta
última hora. Basta leer los editoriales y fondos de «El Sol» en esta su última
fase, que él orienta u occidenta; allí están esas estimaciones suyas
reiteradas y refundidas en mil modos. Basta aludir también a la acogida que
tales opiniones tienen en Francia y en París, últimamente. André Therive, en
la Revue Mondiale de 15 de septiembre, formaba una antología
de honor al liberalismo con las conferencias y pareceres más últimos de Ortega.
«Il n'a pas été touché par cette spéce de messianisme que professent, bien
commodément, les champions du présent.» «Il n'y voit pas une victoire de la
jeunesse, mais une offensive de la puerilité.» «Quand la Raison n'impose plus
ses règles une servitude plus lourde s'installe vite á sa place.» «S'il y a une
verité génerale d'époque, una verdad del Tiempo –dit Ortega–
elle ressemble plutot a celle qu'on révérait a la fin du XIX siècle:
réjouissons nous-en. C'etait le culte del l'homme, de la liberté, et ma foi, de
la Raison.»
*
Ese es Ortega,
como Croce, como Mann, como Einstein: culto del Humanismo, de lo Liberal, de la
Razón. El siglo XIX, la burguesía selecta, la impiedad por los humildes, el
desprecio del Estado –nuevo caballero andante– protector de los desvalidos, de
las pobres masas. Ese es Ortega: soberbio, desdeñoso y satánico, frente al
hombre auténticamente superior cuando toma la inconfundible forma del Héroe. Cuando
este Héroe trasciende a piedad por los débiles, trasciende a
cristianismo, a catolicidad, a eternidad.
Nos hace mucha
falta, camaradas, que Ortega siga manteniendo –con ese magistral talento– esas
herejías e impiedades. Para tenerlas presentes a todas horas. Para no caer
nosotros en su pecado. Esto os lo dice profunda y religiosamente,
El Gran
Inquisidor
Falange Española
Madrid, 7 de
diciembre de 1933
Número 1 - página 12
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