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1752. Relato veraz de la realidad de Galicia (4ª Parte)

Desfile de las fuerzas rebeldes en la Alameda de Tui (Pontevedra)


Puente Deume es uno de los pueblos de Galicia que cuenta con mayor número de víctimas. A la maestra de este lugar la mataron en el cementerio "por tener ideas". La hicieron cavar la fosa porque no quiso confesarse. Cuando iban a fusilarla levantó los puños en alto, gritando: "¡Viva el Partido Comunista! ¡Viva la libertad!". Los dos falangistas, antes de ejecutarla, le cortaron las dos manos y las arrojaron a la fosa. Unos días después fusilaban a un soldado que había vuelto herido de Sevilla por decir que en los frentes de Andalucía no había más que alemanes, y que los moros habían sufrido grandes bajas.

Así es como los militares, falangistas y carlistas, el clero y la burguesía someten al pueblo de Galicia por la fuerza de las armas, por el terror y el sadismo.

Desde las cuatro provincias llegan hasta las aldeas más recónditas, hasta los lugares más intransitables, armados con cruces y pistolas. Parapetados en la nacionalismo fusilan, matan y asesinan al pueblo desarmado, al mismo tiempo que destruyen España. Invaden Galicia las hordas extranjeras, desfilando por las calles y carreteras, alemanes, el Tercio, los moros, los portugueses, y por sus puertos desembarcan armas italianas.

Saquean en los pueblos más lejanos, los hombres, los animales, los vegetales. Incendian los bosques, devastan los maizales y los viñedos, único refugio de los hombres que huyen hacia las cumbres, perseguidos por las hordas sangrientas de los nacionalistas.

A pesar de esta carnicería, de esta persecución sin fatiga, de esta matanza sin tregua, nosotros, los que hemos vivido bajo este terror, los que hemos tocado los cadáveres aún calientes de los trabajadores, nosotros los que hemos presenciado la barbarie de los nacionalistas y nuestras huellas se han confundido con las huellas de los condenados a muerte, podemos afirmar, que la gallardía nacional, el valor y la moral del pueblo español no será eliminado sino a costa de su sangre. Así lo confirman estos amontonamientos de cuerpos humanos que se hallan desparramados por los montes, que se encuentran atravesando las carreteras, los cadáveres mutilados arrojados a las playas por las aguas.

¡Así lo atestiguan la tierra manchada, el mar teñido por la sangre de los trabajadores!

"Cuando los camaradas están librando las últimas batallas, cuando los nuestros estén cerca, no esperemos órdenes". Hablan así los hombre y las mujeres de Galicia. Corren hacia las playas, miran hacia arriba, hacia el mar, esperando de segundo en segundo el vuelo de un aeroplano leal, la aparición de un barco republicano, la llegada de un tren del Gobierno legítimo de la República, por el que han votado.


Los mártires

Hablaré de aquellos que conocí personalmente, ya que el número de víctimas es incalculable.

Juan Caballeira, alcalde de Bueu desde el triunfo del Frente Popular, detenido con dieciocho más, fue conducido a la isla de San Simón. Cuando fueron a buscarle, la Falange le aseguró: "Sabemos que no ha hecho nada que es usted un caballero". "Yo no soy un caballero, soy un hombre", les contestó. El delito que había cometido fue conseguir que el cesto mínimo de la cesta de sardinas fuera de 15 pesetas, y hacer la defensa de la cultura y de los trabajadores gallegos en "El Pueblo Gallego" (diario de Vigo). En la isla de San Simón, cuando la cárcel está repleta, atan los cuerpos de los presos de cinco en cinco y los arrojan al mar. Allí, en el lazareto, le quitaron la vida a Caballeira, gran periodista, hombre sin tacha y de valor probado.

Didio Riobó, propietario de la isla de Ons, situada cerca de las islas de Cíes, perseguido como masón, se ahorcó en la isla de la que era propietario; no pudo soportar el derrame de tanta sangre, la veloz desaparición de tantas víctimas. Dejó siete cartas escritas a los verdugos de Bueu.

Alejandro Bóveda, creador del Estatuto Gallego, obtuvo por plebiscito la autonomía. Su delito. amar a su región y tener una gran inteligencia. No quiso vendarse los ojos cuando lo fusilaron. El crimen contra A. Bóveda fue uno de los que levantó más cólera entre los trabajadores.

José de la Torre, secretario del Partido Comunista de Bueu; la última vez que lo encontramos nos dijo: "Yo no huiré a las montañas. Yo quiero la victoria o el cementerio. El triunfo será nuestro". Unos días más tarde era conducido al Ayuntamiento de Bueu para encarcelarlo. Cuando fueron a buscarlo cinco falangistas armados con cristos y pistolas, le gritaron: "Cobarde, ¿eres tú el que ayer proclamabas la libertad?". "Dadme un fusil y veréis si soy valiente", contestó. Cómo se negó a salir de allí porque sabía a dónde lo llevaban, se abalanzó sobre uno de los falangistas y con los dientes le desgarró media cara. Los falangistas le asestaron diecisiete puñaladas y lo arrojaron a la calle por un balcón de un Ayuntamiento. Así le arrancaron la vida a J. de la Torre, carpintero, constructor de barcas y buen marinero.

Cilio Martínez, tenía catorce años, bajaba de los montes cargado de piñas para venderlas en las escuelas y en los cuarteles de Tuy. Después de estallar la traición de los militares, trataba de convencer a los soldados diciéndoles: "No obedezcáis cuando os obliguen a ir a pelear en el frente. Rebelaos cuando os ordenen matar a trabajadores; son vuestros hermanos. Iguales que nosotros, son obreros, campesinos y marineros". Habían transcurrido pocas semanas cuando C. Martínez fue encarcelado y sentenciado. Cuando era conducido por el sargento de la guardia civil para ser fusilado, le iba repitiendo por la agitación del terror: "Señor, ¿verdad que ya no le venderé más piñas?, ¿verdad que ya no le venderé más piñas?". Pidió justicia antes de la primera descarga. La libertad era su aspiración más alta.

Cómo algunas veces los que forman parte del piquete ejecutor no son hábiles para apuntar con exactitud, o porque los que van a ser fusilados son compañeros o familiares de los tiradores, suelen repetirse estos casos: entre el pelotón de sentenciados logró huir uno de los mártires cuando ya había ganado algunos metros fue perseguido y alcanzado por las balas. Con el vientre desgarrado y los intestinos arrastrando, clamaba suplicando de rodillas: "¡Más, más!".

En otras de estas matanzas en masa, a pesar de haber producido ya bastantes descargas sobre el pelotón de víctimas, un carabinero se levantó, ofreciendo gran resistencia vital, de entre los cadáveres calientes de los hombres de izquierda. A éste lo remataron destrozándole la cara. Este es un espectáculo que los nacionalistas brindan al pueblo en la Alameda de Tuy.

Francisco Domingo, era carbonero. Fueron a buscarle a su casa, a las tres de la mañana, para "dar un paseo". Cuando trataba de calzarse, la Falange le dijo: "A dónde vas no es preciso. Prepara tu confesión". Unos días después fue hallado el cadáver de F. Domínguez, entre unas tapias, con las manos maceradas y las piernas fracturadas. Así luchan y embisten los "nacionalistas" cuando la resistencia vital de los trabajadores es recia y firme. El delito de éste fue que en los primeros días de diciembre llegaba a la ribera radiante de alegría con esta novedad para nosotros: "Ayer, cerca de Bayona, llegaron dos barcos de los nuestros, del Gobierno que nos representa, y apresaron a cuatro pesqueros de Vigo. ¡Quién fuera marinero! ¡Ya están cerca los nuestros!"

Luis de Rufilanchas, abogado, diputado por Madrid. Le sorprendió la rebelión en Moaña, pequeño pueblo de pescadores situado en la Ribera de Pontevedra. En los primeros momentos de la sublevación dirigía las muchedumbres de Siejo y Lavadores, pueblos que se defendían con hoces, martillos y escopetas de caza; estas eran las armas con que contaban los trabajadores frente a las tropas armadas que avanzaban por las calles céntricas, siguiendo una bandera monárquica. Un ciudadano liberal que transitaba pacíficamente por las calles, se abalanzó sobre la bandera desgarrándola; el capitán Garrero, que dirigía la compañía, descargó su pistola sobre éste, que cayó desplomado. Todas las voces de la población se unieron en un "¡Viva la República!". Cuando la mayor parte de los hombres antifascistas habían sido asesinados y el pueblo desarmado era perseguido, L. de Rufilanchas logró refugiarse en un pueblo cerca de la Lanzada, donde estuvo escondido durante algún tiempo, hasta que pudo instalarse en La Coruña haciéndose pasar por inglés, mientras preparaba su huida. Cuando ya tenía resuelto el viaje en un barco pesquero con otros compañeros, el patrón del barco que tenía que transportarlos a la costa de Francia, una tarde, en la taberna, borracho y tal vez víctima del terror, relató el proyecto a los que allí se encontraban. Esto dio la pista a la policía, que detuvo al capitán. L. de Rufilanchas fue fusilado con cuatro más.

Muchos más nombres de víctimas podría dar, pero este relato sería entonces interminable.

Al mismo tiempo que los nacionalistas hacen desfiles por las calles después de asistir a misa los domingos y días de fiesta, los cementerios son los lugares de reunión de las muchedumbres; llegan con haces de flores y hojas, vestidos de luto desde los pies hasta la cabeza las mujeres y los hijos de los mártires. Absortos, fijos, comentan frente a las tumbas: "La tierra estallará de tragar tanto crimen. No matarán las ideas vivas ni en el polvo de nuestros muertos", clama el asombro del pueblo ante la experiencia viva de los hechos.

La realidad de Galicia se tiene que conocer. Allí han matado a muchos (ilegible) hombres y muchas mujeres.


Maruja Mallo








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