Lo Último

1930. Esa revolución



¡Estamos haciendo la revolución! ¡Tenemos que acabar la obra revolucionaria! O aquella tan socorrida, típica y tópica metáfora del cabalgar. Hay quien cree que hace galopar a su corcel -o lo que sea- entre ladridos; que lleva a su cabalgadura, cuando es ésta la que le lleva. Y va desbocada, que el torpe jinete no sabe manejar ni las riendas ni las espuelas.

Como aquel que arrebatado por un huracán se ponía en un balandro a soplar la vela creyendo que así contribuía al huracán. Y después, al ir apuntando el alba, encendía una cerilla para ver salir el sol. ¡Todo una persona! Y tomaba por ladridos los embates de las olas contra el quebradizo casco del pobre balandro.

¡Estamos haciendo la revolución! ¿Cuál?, ¿la del artículo h, o x o n de la Constitución? ¿La de la reforma agraria? ¿La de la ley de Congregaciones? ¿La de otra ley cualquiera de papel? No, la revolución es la otra; la revolución es la de los agentes ciegos y sordos de un instituto colectivo, la de la innata necesidad de un sello de violencia, la de los que quieren crearse una conciencia de vencedores, ya que carecen de conciencia alguna. La voluntad de poder, que dijo Nietzsche, y que en las muchedumbres es voluntad de destrucción. Y luego esos mismos, fuerzas ciegas, se volverán contra lo que ahora se les antoja erigir. De la misma muchedumbre que grita: ¡Abajo el fascio! saldrán los fascistas. Vendrá la resaca, vendrá el golpe de retroceso. Es ley de mecánica social como lo es de mecánica física.

¿Y quién se salvará de esa mecánica, de ese determinismo de la realidad? El que tenga fe en el espíritu, en la personalidad, en la libertad. Como los revolucionarios a su pesar y a la fuerza, también él se verá arrastrado en el torbellino. Los revolucionarios a la fuerza, porque no supieron retirarse del poder -poder aparente- al ver que desde él no podían encauzar el torbellino: y luego, ya en éste, ¿qué van a hacer? Pero el que tenga fe en el espíritu, es decir, en la libertad, aunque perezca también ahogándose en el torbellino, podrá sentir, en sus últimas boqueadas, que salva en la historia su alma, que salva su responsabilidad moral, que salva su conciencia. Su aparente derrota será su victoria.

Y luego, Dios dirá.


Miguel de Unamuno
Cruz y Raya, 15 de abril de 1933








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