En medio de gran atención comenzó su interesantísimo
discurso el teniente general don Gonzalo Queipo de Llano.
“Señores – comenzó-: Yo no sé si la emoción sincera
que me embarga podrá dar salida a mi expresión, porque cuando un corazón está
embargado por la emoción suele ocurrir que la palabra no es fiel reflejo del
pensamiento.
Enorme gratitud siento hacia todo ustedes, sevillanos,
andaluces y extremeños, y a esas representaciones femeninas que no han reparado
por venir a este homenaje en las molestias de un viaje y de un clima tan
ardiente como el de Sevilla en verano.
Dios me colocó en circunstancias de salvar de las
garras del marxismo a este vergel que es Sevilla y a este florón de España, que
es Andalucía. Aquí, donde todo sonreiría como sus campos, si no fuera por el
egoísmo de algunos hombres que desvirtúan la obra de la Providencia; aquí, los
cereales, la riqueza mineral, la fauna magnifica, hacen de esta región una de
las más ricas de España, y yo os aseguro que, bien gobernada, sería tan rica
como todo el resto de España junto. Esta riqueza es la que yo pude salvar en
beneficio de España. Yo fui, si queréis, cabeza, pero nada hubiera conseguido
yo solo si el pueblo de Sevilla no se hubiera asociado a mi esfuerzo. Si al
principio el grupo de los que me asistieron fue pequeño, bien pronto, a media
noche, al salir de la cárcel el actual gobernador de Huelva, don Joaquín
Miranda, el número de los falangistas aumentó, permitiendo primero vencer a
Sevilla y más tarde ensanchar nuestras conquistas en Andalucía. Todos sabéis lo
que hemos hecho, pero por la lectura de alguna Prensa y de algunos discursos
acaba uno de pensar si la Historia no recogerá los hechos con fidelidad. Dicen
que la Historia se repite, y yo temo que se repita. Lucharon en Andalucía los
árabes, y quedaron aquí los caballeros que fueron recompensados por sus hechos
de armas, pero no se habló nada de Andalucía. Y yo temo que ahora se diga que
en Sevilla reinaba la paz octaviana en julio del 36, que yo no vine a esta
ciudad y que el que salió a la calle fuera quizás alguno que en dicha hora
estuviera en la zona roja, pues hay hijos que se sienten engendrados de sus
propios padres. Al paso que vamos van a resultar héroes muñecos de trapo, que
tienen la barriga de serrín, o muñecos de barro, que se rompen con facilidad.
En ese homenaje, Andalucía ha demostrado su patriotismo, y creo que despierta
ahora y que se opone a que le quiten su gloria en este epopeya.
(El general lee un recorte de periódico en el que se
asegura que los puntos centrales de la guerra española fueron en el Norte de
Navarra y en el Sur de Marruecos.)
No hago comentario, pero me atrevo a deciros por
convicción arraigada que Sevilla y Andalucía fueron la clave de la salvación de
España. (Enorme ovación y vítores.)
Sevilla fue la llave del cuadrilátero formado por Granada,
Córdoba, Cádiz y Algeciras. Sevilla dio órdenes para fortificar ese
cuadrilátero, en las cuales no se hubiera podido efectuar el desembarco en
Algeciras, y sin Sevilla tampoco se hubiera podido efectuar el traslado de
fuerzas por vía aérea. Sevilla requisó una gran cantidad de camiones, sin
quedarse nada para ella, para que las fuerzas de Marruecos llegasen pronto a
salvar a Toledo y a las puertas de Madrid.
Cuando por primera vez desde el Movimiento logré ver
al general Mola en el despacho del Generalísimo, me dijo las siguientes
palabras: “Debo confesar a usted que el 19 de julio, por la noche, yo tenía
todo preparado para marcharme a Francia, pero le oí por la Radio Sevilla, y
dije: No está todo perdido; es necesario resistir. Es decir, sin Radio Sevilla,
el Movimiento nacional hubiera fracasado.” (El público enardecido prorrumpe en
una atronadora ovación.)
El general continuó su discurso, diciendo: La C.N.T ha
publicado recientemente un libro, que quiere ser historia de la guerra, y en
una de las páginas afirma: “Las idioteces de Queipo porradio nos
hicieron más daño que el desembarco de las fuerzas de Marruecos.”
Digo por tanto que Sevilla fue clave, pero no quito ni
regateo méritos a nadie. Conozco muy bien al Ejército español y sé que tiene
jefes y oficiales brillantísimos y me emociono ante el recuerdo de esos
oficiales provisionales que supieron morir a montones por la Patria, sirviendo
de ejemplo a sus soldados. Reconozco los méritos de todos, pero no quiero que
se me reste a mí ni a mis compañeros, ni al pueblo de Sevilla lo más mínimo.
(Gran ovación.)
Conozco bien los méritos de los jefes. Ahí está Yagüe,
general brillantísimo, jefe de las fuerzas de Marruecos, quien ante mi apremio
por los días que se perdían ante el avance de las organizaciones sindicales
perfectamente instruidas por oficiales indignos, recabó para sí el honor de ser
el primero para sublevarse, honor también recabado por mí. Por eso fue
Marruecos el primero en sublevarse. El general Mola me decía: “Yo solo con
Navarra conseguiría mantenerme un año sin que lograse entrar el Ejército”, y
decía bien porque tenía detrás una masa de hombres que ante el asombro del
mundo han sabido morir con el pensamiento puesto en Dios y en la Patria.
El general Saliquet es un amigo mío de toda la vida,
capaz de afrontar todo riesgo, y contaba en Valladolid con la guarnición y muy
especialmente con los partidos de Gil Robles y otras organizaciones de derecha.
Pero en Sevilla todo sabéis con lo que yo contaba y este solo hecho ya
representa un éxito.
A continuación el general explica su intervención en
la organización del Movimiento. En el mes de abril yo oía en Madrid que se
preparaba un movimiento, pero no llegaba nunca a cristalizar. Se hablaba de
Mola y jamás le prendieron porque la Policía que le vigilaba no observó en él
nada sospechoso. Yo, valido de mi cargo, recorrí las guarniciones de España,
llegando algunos días a marchas de mil seiscientos kilómetros y teniendo que
dormir con mi ayudante en el coche. Un día fui a Pamplona, le hablé a Mola de
la situación anárquica de España, y el general me decía a todo que si
reservadamente y sin expresar opinión alguna. Por la tarde pasé por la plaza, a
fin de hacerle el encontradizo con él, pero por lo visto no se confiaba en mí
porque yo tenía fama de ser un “terrible revolucionario” cuando no he sido toda
mi vida más que un hombre de orden amante de mi Patria. Insistí, le hablé de
que las guarniciones de San Sebastián y Alicante estaban prontas al primer
aviso. Luego pude convencerme del engaño en que estaba. Al fin, nos reunimos en
una venta a cincuenta kilómetros de Pamplona y allí concertamos pedir a Cabanelías
armas para los hombres de Navarra. De este momento arranca la marcha del
Alzamiento. De allí fui a Valladolid. En Madrid, el teniente coronel Galarza me
dijo que viniera a Andalucía. Vine a Sevilla y no pude convencer al general
Villabrille. Sí, en Cádiz, a López Pinto, y en Málaga el general Patxot se negó
en redondo. En Granada hablé con el general Llano, que más tarde fue relevado
por Campins. Yo quería haberme sublevado en Madrid, y tengo el presentimiento
de que quizás las cosas hubieran ocurrido de manera distinta a como ocurrieron,
pero sin duda alguien quería estar próximo al ministerio de la Guerra.
El vil asesinato de Calvo Sotelo vino a despertar el
espíritu de la gente. Ese día llegué yo a Madrid y había dejado a mi familia en
Málaga. En la misma tarde el general Fanjul me dijo: “Márchate a Andalucía a
sublevar aquella guarnición”, y el 16 por la noche, con mi ayudante señor López
Guerrero, llegamos aquí. Ya recordáis las escenas de aquellos días. Hasta la
conquista de Málaga el Ejército del Sur no dependió de nadie absolutamente, y
yo os aseguro que Andalucía ha salvado varias veces a España durante la guerra.
Primero, porque al quedar en nuestro poder las fábricas militares, durante seis
meses enviamos al Ejército del Norte millones de cartuchos, enorme cantidad de
granas de mano y toda clase de municiones. En una ocasión le pregunté yo al
Generalísimo Franco porqué no se había roto el frente de Somosierra, y me
contestó que no se había hecho, porque cada soldado contaba con treinta
cartuchos. ¿Qué hubiera sido del Ejército si no hubiera sido por el
aprovisionamiento de municiones que le hacíamos desde Sevilla? (Muchos
aplausos.)
Andalucía llegó a movilizar 255.000 hombres, más que
ninguna región de España, y de éstos, 55.000 estuvieron encuadrados en el
Ejército del Norte. Y salvó a España nuevamente por el impulso de la economía
del país. Sin la siembra de Andalucía en el primer año de la guerra, sin la
multiplicación de su ganadería que llegó a tener más contingente que en la
época de paz, hoy, España estaría en muy malas condiciones.
Esta ha sido nuestra labor. No habéis hecho, pues, una
injusticia con este homenaje, y ahora quiero deciros que hay un artículo del
Reglamento de la Laureada que dice que cuando los jefes no pide esa recompensa
para sus subordinados, pueden éstos por sí hacer la petición con exposición de
sus méritos. Yo no pedí la Cruz Laureada que creo merecer; primero, porque ante
el Alzamiento convinimos con Mola en no pedir recompensas; segundo, porque
entonces no tenía jefe superior, y tercero, porque en enero de 1938 se me dijo
que no se me daba la recompensa, porque no pareciera obra de compadrazgo, que
se me daría al formar Gobierno. Por eso no he hecho la petición. No quiero que
vea nadie en estas palabras ni despecho, ni ambición. Tengo todo lo que mi
espíritu pudiera apetecer. No quiero nada más. Sólo que el espíritu de justicia
que siempre me ha animado reine y prevalezca en España. Mi gratitud, enorme a
todos, y sepan que siempre estaré a disposición de vuestros deseos, al servicio
y muy especialmente al servicio de Sevilla, por las circunstancias que todos
conocéis.
(El general, que fue ovacionadísimo al terminar su
emocionante discurso, prorrumpió en vítores a España, a Franco y al pueblo.
Todos los presentes, enardecidos, dieron grandes vivas al general Queipo de
Llano, salvador de Andalucía y Extremadura.)
Al salir el general del Ayuntamiento fue
ovacionadísimo nuevamente por el numeroso público que se hallaba estacionado en
la plaza de San Fernando.
ABC de Sevilla, 19 de Julio de 1939
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