Procedióse a forjar una Constitución republicana, la de una república semi-federal-federable-, semi-socialista y semi-jacobina. Y entre tanto se hablaba de revolución, de una revolución que apenas hay quien sepa en qué consiste, y los que menos lo saben son los sedicentes revolucionaros. Mas la verdadera revolución, la honda, la de la conciencia pública, se iba y se va abriendo camino por más dentro de las capas que podríamos llamar políticas de la población española. La verdadera revolución, el ascenso a la conciencia pública ciudadana de los íntimos anhelos del pueblo, esta revolución se hace fuera de los partidos políticos. los programas de éstos, de los partidos políticos organizados, con sus comités y sus congresos, no le dicen nada al pueblo. La llamada masa neutra empieza a hacerse, bajo el acicate revolucionario, una conciencia histórica. Que es política, aunque no de partido alguno. Una conciencia española. Y reviven viejas tradiciones.
¿Revolución? La hay, indudablemente, pero en forma de lo que suele llamarse reacción. ¿Contra el nuevo régimen? Más bien para hacerlo de veras nuevo. La reacción -y ciego ha de ser el que no la vea- va contra el semi-socialismo, contra el semi-federalismo y contra el semi-jacobinismo. España, la conciencia histórica española, al despertar, trata de recobrarse y unirse haciendo cesar la lucha llamada de clases, la lucha de intereses y sentimientos particulares -regionales, comarcales, locales- y la lucha de confesiones. Y se presenta un caso que por designarlo con un término extranjero, y aun sin traducirlo, parece algo traducido también. Nos referimos al llamado fascismo. ¡Tabú, tabú! Ya está nombrado el Coco. El Coco y el comodín.
Eso que los revolucionarios de mentirijillas, los semi-revolucionariois, llaman al fascismo, el fascio español ni ellos saben lo que es ni lo saben los que a sí mismos, aquí en España, se llaman fascistas. Ese fascismo que un Gobierno que parece entontecido persigue como si se tratara de una terrible organización clandestina y anti-republicana es algo tan pueril, tan inocente, tan ridículamente deportivo, que da pena. Sus manifiestos, sus manifestaciones, las hojas que reparte, sus ejercicios litúrgicos, darían que reír si no diesen pena por el rebajamiento mental que delatan. No sabe uno de qué sorprenderse más, si de la tontería de esos chiquillos deportistas que juegan al fajo, o de la tontería gubernamental y policíaca que anda a su caza.
Pero ¡ah!, es que bajo ese fascismo de tramoya, de opereta bufa, bajo esos desahogos de una mozalbetería de cine sonoro, hay algo que está cobrando conciencia seria. Los presuentos fajistas -los que se creen serlo y aquellos a quienes la tontería gubernamental supone tales- no saben lo que el fajo llegue a ser más que los republicanos del 12 de abril sabían lo que habría de ser la república de los semis. Tan inconscientes los unos como los otros.
¿Adonde vamos? -suelen preguntarse los españoles que se inquietan de serlo. Adonde nos lleve la historia. Que no es la política de los partidos, sino la del pueblo. Adonde nos lleve el Hado -otros le llaman Providencia-, que en la historia es ley de libertad.
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