El 21 de noviembre de 1936 perdía la vida Emiliano
Barral en el Frente de Usera (Madrid), cuando junto a su hermano Alberto,
acompañaba a un grupo de peridistas extranjeros. El coche en el que viajaban
fue alcanzado por un obús. Emiliano fue herido en la cabeza por la metralla y trasladado al hospital de sangre habilitado en el Hotel Palace, donde falleció unas horas después.
Tenía 40 años y había cambiado el cincel de escultor
por el fusil para defender a la República.
Participó en el asalto al Cuartel de la Montaña y se puso al frente de las milicias segovianas que defendieron Madrid. Fue secretario de la Comisión de Protección del Tesoro Artístico Español.
Tras la muerte de Barral, Antonio Machado escribió un epitafio, con evocación final a las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique:
«Cayó
Emiliano Barral, capitán de las milicias de Segovia, a las puertas de Madrid,
defendiendo su patria contra un ejército de traidores, de mercenarios y de
extranjeros. Era tan gran escultor, que hasta su muerte nos dejó esculpida en
un gesto inmortal.
Y aunque su vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria»
En 1922, Machado dedicó a Emiliano Barral el siguiente poema:
Al escultor Emiliano Barral
... Y tu cincel me esculpía
en una piedra rosada,
que lleva una aurora fría
eternamente encantada.
Y la agria melancolía
de una soñada grandeza,
que es lo español (fantasía
con que adobar la pereza),
fue surgiendo de esa roca,
que es mi espejo,
línea a línea, plano a plano,
y mi boca de sed poca,
y, so el arco de mi cejo,
dos ojos de un ver lejano,
que yo quisiera tener
como están en tu escultura:
cavados en piedra dura,
en piedra, para no ver.
en una piedra rosada,
que lleva una aurora fría
eternamente encantada.
Y la agria melancolía
de una soñada grandeza,
que es lo español (fantasía
con que adobar la pereza),
fue surgiendo de esa roca,
que es mi espejo,
línea a línea, plano a plano,
y mi boca de sed poca,
y, so el arco de mi cejo,
dos ojos de un ver lejano,
que yo quisiera tener
como están en tu escultura:
cavados en piedra dura,
en piedra, para no ver.
Antonio Machado
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