Este campo, a pesar de que fuimos maltratados y apaleados al principio, más tarde resultó ser uno de los mejores campos que estuvimos con respecto a la comida y trabajo.
Habían franceses, polacos, moros, senegaleses, etc. Se le llamaba el campo de los «perros» pues los S.S. patrullaban por el mismo constantemente con perros policías especiales que atacaban, en donde veían algunos grupos, en los que se intercambiaban objetos unos a otro,o bien, hombres que se dedicaban a buscar las peladuras de patatas para comer. Era entonces cuando soltaban los perros, y si eras alcanzado por falta de tiempo para meterte en alguna barraca, te mordían dejándote semidestrozado.
En el mismo día que entramos en el campo, observamos todos nosotros atónitos como un perro de estos salvajes, acometía ferozmente a un moro que andaba camino de su barraca: el desgraciado quedó muerto, después debatirse inútilmente de las garras de aquella fiera.
En este campo fue donde los españoles pudimos constatar la ferocidad que alimentaba la inteligencia de la raza alemana.
El amigo Telechea se trasladaba de una barraca a otra con un plato de comida para su hermano, con tan mal fortuna, que al salir tropezó con un guardia de la S.S., el cual le soltó el perro. El muchacho no tuvo tiempo di huir y al ser atacado se le vertió la comida. Fue mordido en la pierna derecha (muslo) cerca de sus partes.
Acto seguido, el guardia dio orden al perro de que abandonase su víctima.
El amigo Telechea fue conducido a la enfermería, donde se le hizo la primera cura de urgencia; hecha esta operación, fue trasladado de nuevo a la barraca. Por la noche, a eso de las nueve horas, vino el guardia de la barraca preguntando por el español que había sido mordido por su perro, le trajo un poco de comida, añadiendo que le perdonase, pues él era uno de los guardias que se veía, precisado acatar y cumplir las órdenes emanantes del mando alemán.
Con esa explicación consideraban que sus crímenes estaban exentos de ulteriores juicios.
Digno de mención eran, también, los grandes y consecutivos disturbios que se producían en el campo, durante el intercambio de los objetos.
Muchas de las veces eran motivados por los mismos oficiales alemanes que, delante de todos, querían conseguir partes de ellos, sin ofrecer en cambio cosa alguna.
En este campo trabajé de pelador de patatas primero, y después de albañil.
Fue allí donde vi al compañero Pey que se encontraba en los Batallones de Marcha.
La estancia en el campo de Mobsburg [Moosburg] (Stalag VII-A) no fue tampoco muy larga: un mes aproximadamente.
Cierto día, como en los otros campos anteriores, se corrió el rumor de que los españoles íbamos a ser repatriados (se aseguraba que esto lo había manifestado un oficial alemán personalmente, en nuestra barraca).
Cuán no sería nuestro entusiasmo al correr estas manifestaciones.
No obstante, en ellas se ocultaban la verdad cruda.
Un día y con orden urgente, nos hicieron formar para partir.
Habían franceses, polacos, moros, senegaleses, etc. Se le llamaba el campo de los «perros» pues los S.S. patrullaban por el mismo constantemente con perros policías especiales que atacaban, en donde veían algunos grupos, en los que se intercambiaban objetos unos a otro,o bien, hombres que se dedicaban a buscar las peladuras de patatas para comer. Era entonces cuando soltaban los perros, y si eras alcanzado por falta de tiempo para meterte en alguna barraca, te mordían dejándote semidestrozado.
En el mismo día que entramos en el campo, observamos todos nosotros atónitos como un perro de estos salvajes, acometía ferozmente a un moro que andaba camino de su barraca: el desgraciado quedó muerto, después debatirse inútilmente de las garras de aquella fiera.
En este campo fue donde los españoles pudimos constatar la ferocidad que alimentaba la inteligencia de la raza alemana.
El amigo Telechea se trasladaba de una barraca a otra con un plato de comida para su hermano, con tan mal fortuna, que al salir tropezó con un guardia de la S.S., el cual le soltó el perro. El muchacho no tuvo tiempo di huir y al ser atacado se le vertió la comida. Fue mordido en la pierna derecha (muslo) cerca de sus partes.
Acto seguido, el guardia dio orden al perro de que abandonase su víctima.
El amigo Telechea fue conducido a la enfermería, donde se le hizo la primera cura de urgencia; hecha esta operación, fue trasladado de nuevo a la barraca. Por la noche, a eso de las nueve horas, vino el guardia de la barraca preguntando por el español que había sido mordido por su perro, le trajo un poco de comida, añadiendo que le perdonase, pues él era uno de los guardias que se veía, precisado acatar y cumplir las órdenes emanantes del mando alemán.
Con esa explicación consideraban que sus crímenes estaban exentos de ulteriores juicios.
Digno de mención eran, también, los grandes y consecutivos disturbios que se producían en el campo, durante el intercambio de los objetos.
Muchas de las veces eran motivados por los mismos oficiales alemanes que, delante de todos, querían conseguir partes de ellos, sin ofrecer en cambio cosa alguna.
En este campo trabajé de pelador de patatas primero, y después de albañil.
Fue allí donde vi al compañero Pey que se encontraba en los Batallones de Marcha.
La estancia en el campo de Mobsburg [Moosburg] (Stalag VII-A) no fue tampoco muy larga: un mes aproximadamente.
Cierto día, como en los otros campos anteriores, se corrió el rumor de que los españoles íbamos a ser repatriados (se aseguraba que esto lo había manifestado un oficial alemán personalmente, en nuestra barraca).
Cuán no sería nuestro entusiasmo al correr estas manifestaciones.
No obstante, en ellas se ocultaban la verdad cruda.
Un día y con orden urgente, nos hicieron formar para partir.
Como siempre confección de listas de transporte, anotando como algo extraordinario; nombres, apellidos y oficio, preguntas que nos llenaron de incertidumbre, puesto que había diferentes rumores, en los que se afirmaba que partiríamos hacia Austria (alrededores de Linz) para trabajar en un campo, cada uno en su oficio o profesión y que después de tres meses de prueba seríamos liberados y trasladados hacia España.
El hombre siempre vive de esperanzas, y como es natural, la mayoría no pensábamos en un mañana peor.
La ilusión más optimista nos hacía vivir en aquellos momentos, intensamente. Consultaba yo con varios de mis amigos, entre ellos Busquets, Emilio y otros tantos, posibilidades verídicas que circulaban alrededor de nuestra situación.
Al fin, fuimos trasladados a la estación, esta vez más escrupulosamente guardados que de costumbre, haciéndonos entrar en vagones pestilentes, que servían o habían servido para traslado de animales porcunos.
Nos entregaron un pequeño trozo de pan con su correspondiente 60 a 75 gramos de salchicha, todo esto para 24 horas, teniendo que mantenernos con tan abundante comida durante dos días.
El hombre siempre vive de esperanzas, y como es natural, la mayoría no pensábamos en un mañana peor.
La ilusión más optimista nos hacía vivir en aquellos momentos, intensamente. Consultaba yo con varios de mis amigos, entre ellos Busquets, Emilio y otros tantos, posibilidades verídicas que circulaban alrededor de nuestra situación.
Al fin, fuimos trasladados a la estación, esta vez más escrupulosamente guardados que de costumbre, haciéndonos entrar en vagones pestilentes, que servían o habían servido para traslado de animales porcunos.
Nos entregaron un pequeño trozo de pan con su correspondiente 60 a 75 gramos de salchicha, todo esto para 24 horas, teniendo que mantenernos con tan abundante comida durante dos días.
Por las rejillas de los vagones observábamos el paso de las estaciones, sin notar nada de anormal.
Al llegar a los alrededores de Linz, tuvimos la gran decepción al contemplar los trajes rayados que cubría miserablemente los hombres famélicos, que agotados marchaban obedeciendo a los cabos de vara que los conducían a trabajos forzados. Sus voces y sus gestos eran acompañados de duros y feroces golpes.
¡Qué emoción invadió nuestros corazones! ¡Qué impresión tan desmoralizadora nos causó la presencia de tanta víctima!
Nuestras ilusiones, nuestro optimismo, fue destrozado en mil pedazos en un solo instante.
En nuestro pensamiento buscábamos el contraste de todas nuestras vicisitudes, no encontrando parangón a lo que estábamos presenciando.
Seres humanos, la mayoría luchadores en pro de la libertad, hoy considerados como criminales penados a vivir muriendo, dejando tras sí la estela del dolor inconmensurable, en una esclavitud ignominiosa.
Los atributos de la inteligencia y virilidad, sinónimo de los hombres, quedaban postergados y anulados, ante otros hombres convertidos en bestias humanas.
Silenciosos en la contemplación, nuestra moral vitalizada por intensa rebeldía, cristalizaba en nuestros rostros, más que el temor, el espíritu de lucha.
Nosotros, luchadores en pro de una justicia más humana, sancionamos desde aquel momento el criminal sistema nacional-socialista, entronizado por la mente de un monocéfalo que impuso el crimen, como sistema y método, para eliminación de todo lo que representase conciencia libre.
Mauthausen
Durante cuatro años, los alemanes hicieron una verdadera ciudad de terror y de crimen, donde miles de hombres de todas las nacionalidades hallaron la muerte más espantosa.
El día 1 de agosto de 1940, a las once horas de la mañana, entrábamos los «primeros españoles» en el campo de Mauthausen.
El día 1 de agosto de 1940, a las once horas de la mañana, entrábamos los «primeros españoles» en el campo de Mauthausen.
Al llegar a sus puertas, nuestros ojos observaron un frontispicio, simbolizando la calavera en tibias cruzadas sinónimo de muerte.
Las famosas águilas imperiales, creación del espíritu monstruoso hitleriano, presidían el tétrico recinto.
Nuestra ascensión al campo la efectuamos por un camino tortuoso.
El rigor del verano era sofocante. Los rayos ardientes del sol quemaban nuestros cuerpos, y el sudor corría por las frentes y mejillas, reflejándose en nuestros rostros demacrados y extenuados, el cansancio agotador.
Amadeo Sinca Vendrell
Lo que Dante no pudo imaginar. Mauthausen-Gusen 1940-1945
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