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2240. Plaza de España



Existe en Madrid una Plaza de España y en la plaza un monumento a Don Quijote. Don Quijote sobre Rocinante y Sancho sobre Rucio, se encuentran delante de un obelisco que remata la bola del mundo. Don Quijote y Sancho dan cara a la Casa de Campo; al Paseo de San Vicente por cuya cuesta un día de noviembre de 1936 subieron los moros y los tanques alemanes. No remataron la cuesta y tuvieron que retroceder hasta la Casa de Campo, donde hoy está el frente. La Plaza de España con la estatua de Don Quijote y la de Sancho es hoy zona de guerra de Madrid.

¿Qué me importa que seas de bronce, tú, y lo sea tu escudero, y lo sean su burro y tu caballo? Plasmó en ti, un genio, la raza mía. Te dio vida de ficción tan viva y tan fuerte que te convertiste en realidad. Te conocen en el mundo a través de todos los mares y vas tan unido al nombre de mi Patria que te fundieron en bronce, porque en la Plaza de España, en Madrid, sólo tú debías estar. Tú, y Sancho, tu escudero. Nunca mejor que hoy estás aquí.

Fíjate: Solo. La Plaza de España está desierta. Los «follones y los malandrines», tiran tantas bombas que te has quedado aquí, solo en la Plaza de España. Solo, no, Con Sancho. Os han puesto unos sacos terreros a los pies. Tú no los precisas. A Sancho le sirven de consuelo, pero piensa más en que tu recia figura que se interpone entre él y el frente, le servirá de protección. Has extendido una mano que ha contenido al invasor frente a ti, en la cuesta de San Vicente y sigues enhiesto y sereno de cara a la lucha.

Quien te colocó aquí y así, no supo lo que hacía. Pero hoy se ve claro. Frente a ti está la invasión y tu mano diestra alzada para el golpe. Detrás de ti, se eleva un obelisco que remata el globo terráqueo. Entre el mundo y los bárbaros, interpones tu figura y la de Sancho. 

Sancho, amigo: no te enfades. Eres socarrón y cómodo. Llevas las alforjas repletas y la bota llena. Te gusta sestear con Aldonza. Detrás del Loco Sublime, marchas regruñendo contra sus aventuras bélicas. Tienes miedo. Pero no le abandonas. Vas detrás del ideal. Por encima de tus sueños de lucro, de tus herencias de ínsulas Baratarias, el Caballero de la Triste Figura es tu Dios y le sigues, y le curas, y le ayudas. Apaleado, apedreado, escarnecido por rústicos y por señores, Sancho, le sigues, le ayudas y le curas. Cuando muere Alonso Quijano, todos, hasta él mismo, reconocen su locura. Menos tú. Porque para ti, nunca fue loco. Fue sublime. 

Sobre Rocinante triste, con orejas gachas, va Don Quijote a conquistar rutas y desfacer entuertos. Alza su mano y detiene las hordas. Detrás, Rucio levanta sus orejas filosóficas y marcha lentamente. Sancho encima contempla tranquilo Castilla. Y las cuatro sombras de bronce, síntesis de España, se yerguen con la bola del mundo detrás, amparada por ellos. Avanzan sin miedo y sin tacha de frente al invasor. 

Aquí en la Plaza de España, regada de obuses, se han quedado solos. Don Quijote y Sancho Panza. Yo he venido esta tarde a hablar con ellos. Estoy en la Plaza de España. Detrás tengo la bola del mundo que confía en mí, español, mezcla de Quijote y Sancho. ¡Y me siento de bronce!


Arturo Barea
Valor y miedo, 1938
Capítulo XX - Plaza de España


Valor y miedo fue el primer libro publicado por Arturo Barea. Refleja la realidad social de la ciudad de Madrid cercada por tropas franquistas.









3 comentarios:

  1. Tiene realidad, ética y estética. Que buen, puebo, que buenos ciudadanos si tuviesen buenos gobernantes, gobernantes honrados,...

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  2. Fantástico comentario Antonio, fantástico...

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