Perro muerto por los bombardeos fascistas en la calle Cortés de Barcelona en marzo de 1938 |
Han pasado los buitres que vuelan lanzando explosivos desde el aire, las bombas explosivas destruyen edificios y destrozan los cuerpos de sus moradores, la atmósfera huele a pólvora, el humo de las explosiones es
visible todavía en forma de nubes blancas que se disuelven en varias
direcciones, las ambulancias corren en busca de carga trágica. Han pasado los
bárbaros. Ha pasado el fascismo como una ola de terror. El ánimo del pueblo no
decae, esta ráfaga asesina en lugar de sembrar espanto ha templado la voluntad
de vencer. El tránsito de peatones recobra su aspecto normal. Dentro de breves
momentos, el tránsito rodado circulará de nuevo y Barcelona hará sentir de
nuevo la vibración del ritmo que produce la actividad de sus multitudes
laboriosas y heroicas. Estoy en la calle esperando un tranvía. En la esquina
cercana hay un grupo de personas que despiertan mi curiosidad. ¿Qué pasa ? Voy
a verlo. En el centro del grupo hay un perro tendido, es un perro ordinario, un
perro callejero de muchas mezclas mestizas y sin linaje describible. Está
herido, un trozo de metralla le ha rozado un muslo. Habiéndose rodeado de
amigos, demuestra su satisfacción enseñando la lengua jadeante, casi juguetona. "Pobrecito" —dice una niña que lo contempla apenada— "seguramente cuando lo hirieron estaba ladrando a los aviones". Haciendo un
esfuerzo, el perrito se levanta, le abren paso y sale caminando sobre tres
patas, penosamente, con la dignidad de un herido de guerra. Empieza a cruzar la
calle, la pasa, mira en todas las direcciones, después de permanecer indeciso
unos segundos como si le faltaran fuerzas o no supiera donde ir, vuelve a la
acera y se tiende en el suelo. Alguno saca un pañuelo y lo ata en su pierna
herida como si fuera una venda. El corro vuelve a formarse haciendo
comentarios. "¿De quien será este perro?" Pregunta uno. Nadie lo
sabe. Ignorándose de quien es, una mujer lo adopta. "Me lo llevo a
casa", dice, recogiéndolo del suelo, "tal vez pueda curarlo y darle
de comer". Comprendiendo este gesto, el pobre animalito se relame el
hocico en señal de gratitud y mira a su nueva dueña como si quisiera decir:
"Bueno mujer. Cuando vuelvan los buitres fascistas a descargar la muerte
sobre niños inocentes, volveré a plantarme en medio de la calle para ladrarles
como maldición."
Pedro Clua
Barcelona, Abril de 1938
Publicado en Facetas de la actualidad española, La Habana, mayo de 1938
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