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2348. El alma de un perro

Perro muerto por los bombardeos fascistas en la calle Cortés de Barcelona en marzo de 1938


Han pasado los buitres que vuelan lanzando explosivos desde el aire, las bombas explosivas destruyen edificios y destrozan los cuerpos de sus moradores, la atmósfera huele a pólvora, el humo de las explosiones es visible todavía en forma de nubes blancas que se disuelven en varias direcciones, las ambulancias corren en busca de carga trágica. Han pasado los bárbaros. Ha pasado el fascismo como una ola de terror. El ánimo del pueblo no decae, esta ráfaga asesina en lugar de sembrar espanto ha templado la voluntad de vencer. El tránsito de peatones recobra su aspecto normal. Dentro de breves momentos, el tránsito rodado circulará de nuevo y Barcelona hará sentir de nuevo la vibración del ritmo que produce la actividad de sus multitudes laboriosas y heroicas. Estoy en la calle esperando un tranvía. En la esquina cercana hay un grupo de personas que despiertan mi curiosidad. ¿Qué pasa ? Voy a verlo. En el centro del grupo hay un perro tendido, es un perro ordinario, un perro callejero de muchas mezclas mestizas y sin linaje describible. Está herido, un trozo de metralla le ha rozado un muslo. Habiéndose rodeado de amigos, demuestra su satisfacción enseñando la lengua jadeante, casi juguetona. "Pobrecito"  —dice una niña que lo contempla apenada— "seguramente cuando lo hirieron estaba ladrando a los aviones". Haciendo un esfuerzo, el perrito se levanta, le abren paso y sale caminando sobre tres patas, penosamente, con la dignidad de un herido de guerra. Empieza a cruzar la calle, la pasa, mira en todas las direcciones, después de permanecer indeciso unos segundos como si le faltaran fuerzas o no supiera donde ir, vuelve a la acera y se tiende en el suelo. Alguno saca un pañuelo y lo ata en su pierna herida como si fuera una venda. El corro vuelve a formarse haciendo comentarios. "¿De quien será este perro?" Pregunta uno. Nadie lo sabe. Ignorándose de quien es, una mujer lo adopta. "Me lo llevo a casa", dice, recogiéndolo del suelo, "tal vez pueda curarlo y darle de comer". Comprendiendo este gesto, el pobre animalito se relame el hocico en señal de gratitud y mira a su nueva dueña como si quisiera decir: "Bueno mujer. Cuando vuelvan los buitres fascistas a descargar la muerte sobre niños inocentes, volveré a plantarme en medio de la calle para ladrarles como maldición."


Pedro Clua
Barcelona, Abril de 1938


Publicado en Facetas de la actualidad españolaLa Habana, mayo de 1938





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