Todavía son muchos y muy fuertes los prejuicios que detienen la
acción social de la mujer, y no nos referimos aquí a la acción social puramente
objetiva, sino a aquella personalísima, inherente y circunscrita a la misma y
única personalidad de quien la realiza: al trabajo hecho con el fin de
independencia propia. Sin embargo, a pesar de las impedimentas de orden moral y
de las barreras salidas al paso en el orden material, es cada día mayor el
número de las mujeres que trabajan y mayor aún el de las que desean o desearían
trabajar; pero esta evolución, considerada por algunos como el nec plus ultra
de nuestro posible feminismo, requiere imperiosamente una educación adecuada:
una educación encauzada, si no desde un principio, al menos mucho antes del fin,
con vistas a esa acción social; en una palabra, la emancipación económica de
las mujeres, para no ser obra únicamente del azar, de la suerte en alguna que
otra ventajosa colocación o del empleo de especiales aptitudes, exije, tomando
estas palabras al pie de la letra, una “preparación profesional”. Septiembre
es, más que ninguna otra época, propicio para pensar en ello.
Ante todo, no hay que confundir “preparación profesional” con la
asistencia durante algún tiempo a una de las llamadas escuelas profesionales
femeninas; es lógico y está muy bien que una muchacha que desea para el día de
mañana poderse ganar la vida empleándose en una oficina siga durante algún
tiempo cursos de mecanografía o de contabilidad; pero ello es muy poco y
conduce casi invariablemente a este absurdo: la mecanógrafa no sabe más
que mecanografía, y a veces, cuando es un primor de muchacha, taquigrafía; la
tenedora de libros no sabe más que teneduría de libros, y, muy raras
veces, sabrá escribir correctamente una carta comercial, y aun suponiendo que
al salir de la escuela profesional posean estos conocimientos simultáneos, les
faltará siempre esa soltura que proviene, no ya de la costumbre de un trabajo,
sino, más que nada, del hábito de pensar en que habrá de realizarse este trabajo;
les faltará, no ya la práctica material, relativamente fácil de adquirir cuando
se está ya en posesión de los necesarios conocimientos, sino la “práctica
moral” que se adquiere tan sólo, insensiblemente, a lo largo de toda una
educación. El no haber pensado en su trabajo hasta el día de su empleo, más aún
que el ser principiantas, es causa de que nuestras muchachas tengan que ser
meritorias o de que deban contentarse con reducidísimos sueldos, precisamente
cuando necesitarían independizarse económicamente. La falta de preparación
profesional impide el conveniente desarrollo de su acción social.
Y éstas son las que ya, en cierto modo, están preparadas. Pero: ¿y
las otras, las que no se han preparado para nada y al pensar en su obligado
porvenir de trabajo sólo sentían pasar por su mente la palabra “trabajo”, un
trabajo indefinido, impreciso, algo vago y lejano, sin cuerpo ni exigencias
precisas? Las mismas aspirantes a empleos oficiales, a Teléfonos, etcétera...,
piensan en ello desde su preparación inmediata, desde que estudian el
programa del concurso de admisión, antes no; y no olvidemos que lo mismo esta
clase de trabajadoras, así como las que asisten a escuelas especiales (incluso
las del Magisterio), son, en nuestra clase media, la reducidísima excepción.
Las artesanas, con sus aprendizajes, entienden mejor las obligaciones de su
futura situación.
Insistamos en que por “preparación profesional” no queremos decir
propiamente los estudios en escuelas profesionales. (Estudios que, no obstante,
nos parecen, salvo rarísimas excepciones, excesivamente rudimentarios: la
mecanógrafa que teclea muy de prisa, pero sin ortografía, es hoy día en nuestra
bendita tierra un tipo representativo.) Llamaríamos profesionalmente
preparada a una muchacha que, lo mismo como pudiera hacerlo, por ejemplo, un
hermano suyo, se encontrase tácitamente convencida, desde el principio de su
educación y durante toda su educación, de que su vida habrá de girar alrededor
de un trabajo, y, por lo tanto, desde lo antes posible, de determinados
trabajos.
Son cada día más las mujeres que quieren, por sí mismas, bastarse
a sí mismas; son muchos los padres de la pequeña burguesía que quieren que sus
hijas trabajen y que contribuyan, lo mismo siguiendo sus inclinaciones que
violentándolas, a los gastos del hogar familiar; son todavía muy pocos los
padres que piensan en el porvenir de sus hijas absolutamente lo mismo como en
el de sus hijos. Y, sin embargo, el antagonismo perfecto de la lamentable mujer que busca trabajo sin saber dónde
ni cómo, es la figura insuperablemente digna de la muchacha que sabe cómo y
dónde habrá de caminar.
Se ha hablado ya, pero no lo bastante, de lo convenientes que son
para las muchachitas adolescentes los estudios científicos, que impiden, con la
rigurosa precisión de pensamiento que requieren, el desarrollo hiperestésico de
la imaginación y de los arrechuchos sensibleros, que son todo lo contrario de
la sensibilidad. Si los estudios antiimaginativos convienen por lo tanto aún
más a las mujeres que a los hombres, es decir, son aún más convenientes para
ellas, lo que aquí entendemos por preparación profesional es igualmente
conveniente para los dos sexos. Hay una inconsciente costumbre del cerebro, una
insensible y natural evolución en un sentido determinado que es todo el
resultado de la educación, y que nada puede reemplazar más tarde. En la mujer, como
en el hombre, la preparación profesional conduce naturalmente a la dignidad
profesional, y la niña que sabe, no porque se lo hayan dicho, sino porque igual
que al niño se lo han hecho sentir, que será algo por sí misma y que de ese
algo que sea le vendrá toda su dignidad, esa niña no tendrá nunca la idea de
que habrá de casarse para que la mantengan. Idea esta que rebaja la virtud de
la esposa burguesa al comercio de la ramera, que coloca a la mujer en condición
indigna frente al marido, y que hace de la mujer sin marido ganapán el ser más
lamentable.
La preparación profesional no implica el que la mujer deba siempre
y a toda costa bastarse a sí misma: vivir, por ejemplo, de padres hacendados y
respetuosos de la libre personalidad de su hija o de un hombre al que se
quiere y por el cual se es querida, aunque no conduce a la perfecta dignidad
del ser útil a sí mismo y a los demás, no implica forzosamente desdoro ante su
propia conciencia; pero la hija sometida por falta de independencia económica a
normas familiares que no son las suyas o la mujer que pesa como carga
insufrible sobre el hombre a quien no quiere o que la desprecia, muestran o
ignorar cuál es la verdadera dignidad o ser incapaces de manifestarse como
seres responsables. La preparación profesional no les permitiría esa situación
vergonzosa, como no le permite al hombre vivir indignamente, y la generalidad
de hoy será la excepción de mañana.
Muchas escuelas técnicas y profesionales, mucha libertad en el
acceso a las carreras, a los empleos y a los oficios, sí; pero también, no ya
para algunas muchachas de familias necesitadas o “particularmente avanzadas”,
sino para todas, la preparación profesional, único medio eficaz de la
dignificación de la mujer; único medio de que el trabajo de la mujer no
aparezca, a pesar de sus estudios de última hora, cosa improvisada y postiza, y único medio de que desaparezca esa figura
tan lamentable, pero tan indigna y - mirando bien las cosas - tan baja, de la
mujer, hermana o parienta solteras o esposa sin cariño, mendigando del hombre
un derecho a la vida que él no quiere reconocerle.
Y es que la vida debe ser llevada en sí por cada uno, hombre o
mujer; la mujer que vive de un pariente, por muy cercano que éste sea, es
siempre un parásito, y la mujer que vive de un hombre sólo por haberse
entregado a él, legítima o ilegítimamente, es siempre una mujer que se ha
vendido, y la dignidad personal no puede venir de repente, con la necesidad, ni
a la mujer ni al hombre. Pero esto son los padres, los educadores, quienes son,
naturalmente, responsables de ello.
Margarita Nelken
El Fígaro, 8 de septiembre de 1919, pág. 5
Hola María.
ResponderEliminarLa verdad es que, salvo honrosas y merecidas excepciones, nunca me han gustado los monumentos. Pero, dado que se siguen erigiendo, estaría bien que, al menos, se dedicaran a personas que se han hecho verdaderamente merecedoras del homenaje, cual es el caso de esta extraordinaria mujer, Margarita Nelken.
Un abrazo.
Se debería recuperar la figura de sta mujer, tal olvidada.
EliminarSalud Loam.
Para empezar, se debería recuperar la memoria, y con ella a esta mujer.
EliminarSalud María.