A nadie le puede sorprender el heroísmo de Madrid: la capital de España
tenía dadas sus pruebas y no está entre sus cualidades la de ser voluble. Lo
que sí sorprenderá mucho su estilo, su estilo propio de heroísmo. Sabemos ver
el heroísmo a distancia y todo él toma para nosotros un solo color. No ya color
de sangre, sino resplandeciente pulcritud de mármol eterno. Al mirarlo de cerca
advertimos su profunda naturaleza humana, y de aquí, en cada caso, si lo
hubiésemos contemplado de igual modo, su aspecto peculiar. El heroísmo de
Madrid no es más que la suma de sus virtudes llevadas al máximo rendimiento,
por el destino, o, si se prefiere, por el azar. Madrid había de ser lo que es,
ante la acometida de los extraños, por pura fidelidad a su íntima naturaleza.
No es lo de "morir sonriendo", que el morir es seriedad absoluta. Es
el heroísmo de luchar, como si no se pudiera morir, es la negación misma de la
muerte, y con ella, de esa paradoja que llamamos inmortalidad. Es todo lo
contrario: afirmación de vida, no para un mañana eterno, sino para hoy, para un
mañana efímero como el de hoy, para todos los días, para todos los días por
venir. Es, en suma, la expresión más fecunda de la España nueva, segura de
vivir, sin luchar a la desesperada, antes al contrario, sostenida por la
esperanza más noble, tanto que se ha convertido en fe ciega, como la que
pintan, en la certeza clarividente de un futuro que es el de la humanidad toda.
En Madrid ha habido siempre algo de toda España. En toda la España leal hay
ahora, tiene que haber, es imposible que no haya, algo de nuestro eterno
Madrid.
Enrique Díaz Canedo
Noviembre de 1937
Publicado en Facetas de la actualidad española núm. 9
La Habana, enero de 1938
¿Dónde se ubicaba ese refugio?
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