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2574. Perdimos a José Díaz

José Díaz Ramos y Dolores Ibárruri


En marzo de 1942, cuando las durísimas batallas de la segunda guerra mundial tensaban al máximo el esfuerzo del pueblo soviético, artífice principal de la gran coalición democrática antihitlerina, perdimos a nuestro secretario general, José Díaz.

Sufría desde hacía años de una dolencia intestinal, probablemente incurable, contraída en cárceles y presidios de España. Había sido trasladado con su familia lejos de los campos de batalla, a la capital de Georgia, Tbilisi (antes Tiílis), ciudad favorecida por un clima benigno y dulce. Le atendían eminentes doctores soviéticos. Su mujer, la abnegada e inteligente Teresa Márquez, hacía milagros por aliviar su enfermedad. Pero su situación era dramática. Tanto la física como la moral. Hallarse tan alejado del partido, de la vida política, de la guerra, de su pueblo, no podía dejar de imprimir sus huellas negativas en el ánimo de un dirigente revolucionario de 47 años, del temple de nuestro Pepe Díaz.

José Díaz nos abandonó, puso fin a su breve y heroica vida, dejando un vacío que se nos antojaba insalvable en momentos tan sumamente sombríos. Los principales dirigentes de nuestro partido se hallaban dispersos por varios continentes. En España se torturaba, se fusilaba a nuestros militantes.

Todos éramos conscientes —cierto es— de que José Díaz se hallaba enfermo, incapacitado para el trabajo. Pero le habíamos sentido hasta el último instante entre nosotros, con su ejemplar historia revolucionaria, con su talento natural, su lucidez y su valentía.


Su última carta

Me dejó una carta, unas líneas trazadas a mano sobre una hoja de papel. Decía:

“Querida camarada Dolores: El fin de mi vida se acerca y no quiero que pase sin que recibas unas líneas mías. Dolores, saluda en mi nombre al pueblo español, al partido y a toda su dirección.

Nuestro partido ha crecido y se ha desarrollado en la guerra, en la cual hemos sido derrotados. Pero a pesar de eso nuestro partido ha mantenido su unidad. La unidad de nuestro partido es para nosotros como el agua para vivir."

Añadía José Díaz la necesidad de que los comunistas estudiaran, conocieran la teoría marxistaleninista. Y terminaba:

"Abrazos para todos, Dolores, tú recibe un profundo abrazo de  PEPE”

Éste era su mandato: El mandato del admirable revolucionario, dirigente comunista José Díaz. Ante su tumba, así lo dije:

“El partido que tú forjaste y educaste y que lucha sin desmayo en el interior del país, manteniendo viva la llama de la resistencia, cumplirá tu último mandato, conservando su unidad y creando la unidad nacional como base para la conquista de nuestra España, de la España a la que tú dedicaste íntegramente tu vida.”

Yo me había trasladado de Ufa a Tbilisi en un avión militar, único transporte posible en aquellas condiciones, para asistir al entierro de José Díaz y acompañar a su mujer e hija en su dolor.

El mal tiempo nos obligó —Irene me acompañaba— a hacer escala en Stalingrado, batido por un viento helado. Y como la URSS es tan inmensa, al día siguiente aterrizábamos en la capital de Georgia, intocada por la guerra, soleada, maravillosa, que parecía hallarse en otro hemisferio. Pero nuestra visita era triste, desgarradora.

No pudo acompañar a Pepe Díaz a su última morada el pueblo sevillano. Pero lo hicieron, en homenaje solidario, miles de hombres y mujeres georgianos, de tez morena y ardiente corazón, como los andaluces.

Sobre la tumba de nuestro inolvidable Pepe se eleva una bella escultura, obra de un artista georgiano, donada por el pueblo de Tbilisi.


Dolores Ibárruri
Memorias de Pasionaria 1939-1977










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