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2593. Despachos de la guerra civil española XXI




Tarragona, 13 de abril

Lo más difícil de ver en esta guerra motorizada que se prueba aquí por primera vez en Europa es la infantería enemiga. Ayer, desde las abruptas colinas grises sobre San Mateo, vi una ladera vomitando geyseres de polvo de roca desde una barrera de artillería que expulsaba cuatro granadas casi por segundo. Los aviones habían bombardeado la cumbre durante casi una hora hasta que desapareció bajo el humo y las nubes de polvo. No obstante, cuando la artillería fue controlada y las ametralladoras aún contestaban resueltamente desde la cumbre no se produjo ningún ataque. En esta ofensiva la infantería no avanza para ocupar terreno hasta que las bombas han eliminado de sus posiciones a los defensores o los han obligado a huir, y en las montañas las tropas decididas pueden frenar el avance indefinidamente.

La táctica de Franco en toda esta ofensiva ha sido buscar los puntos débiles y, al encontrarlos, concentrar a la artillería y a la aviación para el ataque, luego hacer intervenir a los tanques y vehículos blindados y finalmente traer a la infantería en camiones, protegidos por una pantalla de caballería en ambos flancos.

A la infantería italiana le cabe el honor de avanzar hacia el mar. Hace ocho días avistaron el mar desde los puntos altos de la carretera que conduce a Tortosa por la orilla oeste del Ebro. Desde entonces no han avanzado ni cien metros y hoy ya se había terminado su ataque contra Tortosa. Quizá lo intenten de nuevo la semana próxima, ya que el prestigio de Mussolini está seriamente amenazado por este nuevo percance italiano, pero tendrán que doblar las tres divisiones que han usado contra Tortosa y necesitarán muchos más aviones y artillería. Parece difícil que puedan usar más aviones, pues a veces el cielo rebosa de ellos, pero hasta el momento ningún medio mecánico ha podido abrir una brecha en las defensas del Ebro.

La ofensiva de Morella a San Mateo y el litoral de la provincia de Castellón es mucho más grave para los republicanos. Ayer las tropas de Franco estaban a solo 37 kilómetros de la costa. El gobierno tenía excelentes posiciones defensivas y las mantenía con buenas tropas, pero Franco, conociendo la gravedad de la interrupción del avance en Tortosa, había retirado a todos los italianos, según informes de prisioneros hechos en un ataque a las cumbres del monte Turmell, y usaba tropas de Navarra y moros. Las tropas navarras atacan de verdad y sufrieron casi quinientos muertos en un ataque al amanecer contra la altura llamada «La Tancada», que guarda la carretera de San Mateo. Este corresponsal se perdió este ataque, uno de los pocos ataques verdaderos que ha habido, porque requiere seis difíciles horas conducir de Barcelona a San Mateo.

Al saber que los italianos se habían concentrado junto al Ebro, al norte de Tortosa, este corresponsal ha perdido hoy otro día buscando un lugar en la orilla este desde donde poder observar su ataque por el Ebro. Las escarpadas montañas de la orilla este del Ebro parecen un decorado por el que un héroe de película del Oeste debería venir galopando, seguido de cerca por un grupo de civiles armados. Su aspecto es casi demasiado romántico para convertirlo en escenario de una guerra. Sin embargo, dominan espléndidamente las posiciones de la orilla oeste y serían ideales para observar el esfuerzo italiano. Pero no se produjo ningún ataque. Detrás de las montañas de la lejanía, los navarros y los moros bajaban por la carretera de Catí a Albocácer, pero los italianos estaban definitivamente frenados.

Cuando bajamos hasta el Ebro, vimos alguna infantería enemiga. Subían por la carretera de la orilla opuesta, conduciendo unos mulos nada motorizados. En la otra margen del río había un viejo castillo con dos ametralladoras en las torres y un bote de hojalata en una ventana. El bote brillaba al sol y en un umbral oscuro apareció otro soldado enemigo, nos miró y volvió a entrar. En la orilla de un trecho poco hondo del Ebro había un largo transbordador escorado, y un cañón antitanque del gobierno le envió una granada que silbó sobre el río, atravesó el fuerte eco del estampido y explotó justo encima de la embarcación. La siguiente granada le abrió un boquete en la popa. Dos granadas más explotaron cerca del barco y una arrancó un trozo de regala. Dando ahora por totalmente innavegable al transbordador, el cañón antitanque apuntó al umbral del castillo y una vez calculó mal la altura, levantando polvo amarillo. Después acertó la puerta dos veces. Yo quería que diesen al bote de hojalata de la ventana, pero dijeron que cada granada costaba setecientas pesetas. El castillo nos disparó un poco y así lo llamamos un día tranquilo.

Sin embargo, algún día de la semana próxima, cuando Franco haya tenido tiempo de organizar otro ataque, el Ebro no estará tranquilo. Pero hoy parecía un río bonito y ancho, y un poco más arriba, las tropas del gobierno contraatacaban para despejar la confluencia del Segre y el Ebro y establecer una línea que pudiera estabilizarse desde las montañas al mar. El norte es todavía un problema, un grave problema que solo puede solucionarse con una resuelta defensa de las magníficas posiciones que tiene allí el gobierno, además de muchas tropas para defenderlas.

Más abajo de San Mateo, las tropas del gobierno luchan tal como lo hicieron para defender Tortosa, pero con posiciones un poco más difíciles de defender. Esta tarde, sin embargo, el avance italiano hacia el mar, vía Tortosa, ha sido por el momento definitivamente interrumpido.


Ernest Hemingway
Despachos de la guerra civil española (1937-1938)





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