José Díaz Ramos (Sevilla, 3 de mayo de 1895 - Tiflis, 20 de marzo de 1942) |
La vida y la actividad revolucionaria de José Díaz están
indisolublemente entrelazadas con los acontecimientos políticos y sociales más
importantes y decisivos de la España contemporánea.
Se destaca en los períodos de más intensas luchas de la clase
obrera, y el pueblo español contra la España reaccionaria y contra la
sublevación de las fuerzas oligárquicas y fascistas, empeñadas en hacer de
nuestro país un bastión del fascismo.
José Díaz vino al partido en las postrimerías de los años
veinte. No procedía, como la mayoría de nosotros, del Partido Socialista. Había
militado desde muy joven en el anarcosindicalismo. Y no vino solo, sino que
trajo consigo a un grupo de luchadores, entre ellos a Manuel Delicado, Antonio
Mije y Saturnino Barneto. Y Sevilla irradiaba en aquellos años un influjo
revolucionario sobre todo el país.
Pepe Díaz era panadero, lo mismo que su padre. Su madre
trabajaba en la Fábrica de Tabacos.
Como militante confederal, se destacó por su combatividad y
decisión. Sufrió frecuentes detenciones y torturas; fue sometido incluso a un
simulacro de ley de fugas (me refiero a los años de la dictadura
primorriverista).
Su afición a la lectura, supliendo con su esfuerzo las lagunas
de una educación elemental, y la necesidad de ayudar a sus camaradas
encarcelados, aproximaron al joven confederal al Socorro Rojo Internacional,
dirigido por comunistas. Allí empezó a familiarizarse con temas de solidaridad
y con la problemática política. Rápida fue su promoción gracias a la dimensión
humana y al talento revolucionario del joven sevillano. Pasó a ser secretario
del partido en Sevilla. Y en 1932, tras el IV Congreso del PCE, fue elegido
secretario general de nuestro partido. Precisamente en aquel congreso histórico
se rompía —y no sin resistencias— con el sectarismo, con la «enfermedad
infantil», y ¿aprendiendo de Lenin, se abría el camino a la transformación del
PCE en un partido de implantación nacional, marxista, revolucionario, enraizado
en las masas y apoyado por éstas, y profundamente internacionalista.
Bajo la dirección de José Díaz y de un equipo de dirigentes
capaces elegidos para el comité central y el buró político (Vicente Uribe,
Antonio Mije, Manuel Delicado, Pedro Checa, Trifón Medrano, Jesús Larrañaga y
yo misma), el PCE se convirtió en el alma de la lucha por la unidad obrera y
democrática en el tormentoso período de la anteguerra, de las alianzas obreras
y campesinas, del Frente Popular.
Rota la estrechez dogmática, al Partido Comunista acudían nuevas
promociones de obreros, de campesinos, de intelectuales.
Por entonces ingresó en el PCE un grupo de socialrevolucionarios
encabezado por el diputado José Antonio Balbontín, que fue así el primer
representante comunista en las Cortes, antes de ser elegido por Málaga nuestro
camarada, el doctor Cayetano Bolívar. Ingresó también el grueso de la Izquierda
Revolucionaria y Antifascista (IRYA) encabezada por César e Irene Faleón.
Yo recuerdo, no sin emoción, el estilo de trabajo del camarada
Pepe, siempre cordial, sin pedanterías ni escolasticismos. Nos enseñaba a ser
modestos, a ser sencillos, sinceros con nosotros mismos y con los demás; a
saber escuchar, interpretar y defender, sin regatear esfuerzos ni sacrificios,
la voz y las aspiraciones de las masas oprimidas y explotadas, a ser patriotas
de nuestra España en el más amplio y noble sentido de la palabra.
Su personalidad política como líder, como diputado comunista,
conquistó el respeto y la consideración de los políticos españoles en los años
treinta. Más de una vez hemos escuchado de labios de personalidades
ideológicamente alejadas de nosotros que José Díaz era «uno de los cerebros
mejor organizados de nuestro país». En el libro Tres años de
lucha, impregnado de su pensamiento, ha quedado grabada su talla
política.
En la formación del Frente Popular, José Díaz protagonizó un
papel muy importante y fue incansable en el mantenimiento de la unidad
republicana, en el frente y en la retaguardia.
Fue consecuente partidario de la política de alianzas,
corrigiendo posturas estrechas y sectarias y explicando el carácter de la
guerra de liberación nacional. En carta dirigida a la redacción de Mundo
Obrero el 30 de marzo de 1938, José Díaz escribía:
Con toda la claridad posible
Queridos camaradas:
En el número del 23 de marzo de Mundo Obrero aparece
un artículo sobre el cual es necesario llamar vivamente vuestra atención y la
de todo el partido. Empieza el artículo diciendo que «todo lo que pueda
desorientar a las masas debe ser aclarado con el mayor cuidado». La justeza de
esta afirmación nadie puede ponerla en duda, y por esto precisamente creo que
es necesario os dirija esta carta ya que a continuación se encuentra en vuestro
artículo la afirmación siguiente:
«... No se puede, como hace un periódico, decir que la única
solución para nuestra guerra es que España no sea fascista ni comunista, porque
Francia lo quiere así.»
No conozco el periódico contra el cual está dirigida vuestra
polémica. Es posible que ese periódico esté escrito por gentes que no quieren a
nuestro partido, ni comprenden bien los problemas de nuestra guerra. Pero la
afirmación de que «la única solución para nuestra guerra es que España no sea
fascista ni comunista» es plenamente correcta y corresponde exactamente a la
posición de nuestro partido.
Es necesario repetirlo una vez más, para que sobre ello no quede
la menor duda. El pueblo de España combate, en esta guerra, por su
independencia nacional y por la defensa de la República democrática. Combate
para echar del suelo de nuestra patria a los bárbaros invasores alemanes e
italianos, combate porque no quiere que España sea transformada en una colonia
del fascismo, combate para que España no sea fascista. Combate por la libertad,
en defensa del régimen democrático y republicano, que es el régimen legal en
nuestro país y que permite los progresos sociales más amplios.
El Partido Comunista, que es, junto con el Socialista, el
partido de la clase obrera de España, no tiene ni puede tener intereses u
objetivos diferentes de los del pueblo entero. Nuestro partido no ha pensado
nunca que la solución de esta guerra pueda ser la instauración de un régimen
comunista. Si las masas obreras, los campesinos y la pequeña burguesía urbana
nos siguen y nos quieren, es porque saben que nosotros somos los defensores más
firmes de la independencia nacional, de la libertad y de la Constitución
republicana. Esta defensa es la base, es el contenido mismo de toda nuestra
política de unidad y de Frente Popular. Y sería muy grave, sería inadmisible,
que en las filas de nuestro partido pudiera producirse, no digo una vacilación,
sino una simple falta de claridad sobre esta cuestión, precisamente en el
momento actual, en que es necesario el máximo de unidad del pueblo para hacer frente a los ataques furibundos
de los invasores extranjeros. En nuestro país existen hoy condiciones objetivas
que hacen imprescindible, en interés de todo el pueblo, la existencia y el
fortalecimiento de un régimen democrático, no existen condiciones que permitan
pensar en la instauración de un régimen comunista. Plantear la cuestión de la
instauración de un régimen comunista significaría dividir al pueblo porque un
régimen comunista no podría ser aceptado por todos los españoles, ni mucho
menos, y nuestro partido nunca hará nada que pueda dividir al pueblo, sino que
lucha con todas sus fuerzas, desde el principio de la guerra, para unir a todos
los españoles en el combate por la libertad y la independencia nacional.
Incluso habría que hacer todo lo posible para ampliar esta
unidad, hasta extenderla a capas de la población sometidas al yugo y la
influencia de la propaganda franquista, a «todos los españoles que no quieran
ser esclavos de una bárbara dictadura extranjera».
Refiriéndose al carácter internacional de la guerra, José Díaz
resaltaba en su carta:
“Hay un terreno sobre el cual todos los Estados democráticos
pueden unirse y actuar juntos. Es el terreno de la defensa de su
propiaexistencia contra el agresor de todos: el fascismo; es el terreno de la
defensa contra la guerra que nos amenaza a todos.
Cuando hablábamos aquí de «todos los Estados democráticos» no
pensábamos solamente en la Unión Soviética, donde existe una democracia
socialista, sino que pensábamos también en Francia, Inglaterra, Checoslovaquia,
en los Estados Unidos, etc., que son países democráticos, pero capitalistas.
Nosotros queremos que estos Estados nos ayuden; pensamos que defienden su
propio interés al ayudarnos; nos esforzamos en hacérselo comprender y
solicitamos su ayuda. La posición que adoptáis en vuestro artículo es muy diferente
y no es justa. El error consiste en olvidar el carácter internacional de
nuestra lucha, que es una lucha contra el fascismo, es decir, contra la parte
más reaccionaria del capitalismo, contra los provocadores de una terrible nueva
guerra mundial, contra los enemigos de la paz, contra los enemigos de la
libertad de los pueblos.
Sabemos muy bien que los agresores fascistas encuentran en cada
país grupos de burguesía que los apoyan, como hacen los conservadores ingleses
y los derechistas en Francia; pero la agresión del fascismo se desarrolla de
tal manera que el interés nacional mismo, en un país como Francia, por ejemplo,
debe convencer a todos los hombres que quieren la libertad y la independencia
de su país de la necesidad de oponerse a esta agresión, y no existe hoy otra
manera más eficaz de oponerse a ella que ayudar concretamente al pueblo de
España.
La manera en que vosotros planteáis el problema nos llevaría
inevitablemente, una vez más, a restringir el frente de nuestra lucha, en el
momento en que es preciso ampliarlo. La tarea de organizar la ayuda
internacional a España en este instante trágico de su historia incumbe
principalmente a la clase obrera internacional y a sus organizaciones, pero las
medidas que se pueden tomar para convencer de la necesidad de esta ayuda a
otras fuerzas, no obreras, sino de la pequeña burguesía y de la burguesía
democrática y liberal, no pueden tener más que nuestra aprobación.
Todo lo que nosotros pedimos es en interés del pueblo y de la
guerra. Por esto pueden y deben estar de acuerdo con nosotros todos los
antifascistas; más aún, todos los españoles que quieren que esta guerra se
termine con la victoria de nuestra patria y con la derrota de los invasores
fascistas. La tarea del partido consiste, basándose en esta condición, en
estrechar los lazos de unidad entre todos los sectores antifascistas. Hoy más
que nunca, nada contra la unidad, todo para lograr la unidad del pueblo, la más
amplia y firme que sea posible...
Dolores Ibárruri
Memorias de Pasionaria 1939 - 1977
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