Nadie puede predecir cuántos dolores le quedan por sufrir a la República
española, cuánta sangre por verter, cuánta riqueza que perder. Pero yo tengo en
su éxito definitivo una fe absoluta, invariable. ¿Por qué?
¿Por espíritu partidista? No pertenezco a ningún partido. ¿Por
instinto de conveniencia personal? Yo sé bien que en la nueva saciedad, un
hombre como yo, liberal, conservador y que solamente es abogado, no sólo
no podrá nada, sino que jamás recuperará lo que antes tuvo. ¿Por sentimentalismo
irreflexivo? Tengo demasiados años y demasiada experiencia para entregarme a la
irreflexión.
¿Entonces? Mi fe se apoya, substancialmente, en esta razón:
Nos encontramos ante una evolución histórica. Y jamás la Historia
ha dado marcha atrás en el camino de la emancipación del hombre. Hay paradas,
hay baches, hay caídas, pero la línea gráfica, tomada en su conjunto, no va de
arriba abajo, sino de abajo arriba. El hombre fue más libre después de Cristo y más libre después de la invasión de los bárbaros, y más libre después del
Renacimiento, y más libre después de la Revolución francesa. Igual ocurrirá
ahora. Lo que se ventila en España no es ningún problema español, sino el
acceso de los trabajadores de todo el mundo al Poder político y económico. Esta
vez también será ascendente la línea histórica.
Jamás se han logrado sin sufrimiento las grandes transformaciones
de la Humanidad. Las torturas de los republicanos españoles son su contribución
a la instauración de una mayor justicia social. Si yo creyera que la
Providencia había de perpetuar la miseria de los obreros y la opresión de todos
los ciudadanos para beneficio de los generales traidores, de capitalistas sin
conciencia, de imperialismos tiránicos e invasores, de sistemas políticos negativos de la personalidad humana... creo que perdería la razón.
Triunfaremos, pues. Mas ¿qué es lo que ocurriría en España el día
de la victoria? ¿La implantación de un comunismo sanguinario y destructor, como
proclaman pueblos y gentes que probablemente no lo creen, pero que lo fingen
para hacer su negocio? De ninguna manera. Se producirá una etapa de confusión y
de pugna entre diversas ideologías, pero el resultado no será el aniquilamiento
de toda una sociedad por un partido comunista. Tampoco esto lo auguro a la ligera,
sino apoyándome en razones que someto a la consideración del público.
Primera. Los españoles somos, por temperamento, ferozmente
individualistas. Por mucho que haya influido contra esta condición la educación en las sindicaciones obreras, no se cambia fácilmente la
característica esencial de un grupo humano.
Segunda. Las masas obreras se hallan divididas en mi país en dos enormes grupos: el sindicalismo, de filiación anarquista, y el
socialismo, de tendencia comunista. Para que prevalezca uno, tendrá que
aplastar al otro. Esto es sencillamente imposible. ¿Qué habrán, pues, de hacer?
Entenderse.
¿No se han entendido ya en la guerra, hasta el punto de gobernar
juntos? Pues lo mismo se entenderán en la paz. Mejor dicho, ya se están
entendiendo. En las industrias de que se han incautado los obreros, están
constituidos los Consejos por representación proporcional de los de U.G.T. y
los de C.N.T. Bien clara se muestra ahí la simiente del porvenir. Las dos
tendencias sociales significarán lo mismo que las tendencias políticas
significaban en la sociedad burguesa. No vivirán para destrozarse, sino para
comprenderse y laborar en común. Si alguien lo duda, convendrá que se fije en
los llamamientos que los organismos responsables hacen todos los días para la
unión. Pongo, como ejemplo, las siguientes palabras pronunciadas hace pocos
días por don Cecilio Rodríguez, destacado miembro de la C.N.T.: "Nos
encontramos en las mejores condiciones para llegar a una inteligencia con la U.G.T. Es claro que han de existir unas condiciones mínimas recíprocas para
alcanzar la unión. Nosotros hemos de exigir que no se implante el comunismo
estatal, al mismo tiempo que renunciamos a implantar el comunismo
libertario".
¿Está claro?
Tercera. El día de la victoria, al hacer el balance, se comprobará
que han contribuido a obtenerla:
Los socialistas y los comunistas.
Los anarquistas y los sindicalistas.
Los republicanos.
Los intelectuales.
Una minoría de católicos.
Pues bien, con todos ellos habrá que contar para la nueva
construcción. Si uno solo de los grupos quisiera devorar a los otros, parecería
un homicida, pero en definitiva, sería un suicida.
Cuarta. Los que hacen aspavientos contra el comunismo, tienen
delante de los ojos la visión de 1917. Pero han pasado veinte años, y la U.R.S.S. de hoy es muy distinta de la Rusia que encontró Lenin. Basta contemplar
su estado económico y leer su última Constitución. La Humanidad se aprovechará
de la experiencia y de los dolores rusos sin necesidad de volver a recorrer el
mismo camino.
Rechazada la idea de una España bolchevique, ¿qué sistema
económico prevalecerá? A mi entender un sistema mixto. Habrá bienes
nacionalizados (minas, transportes, elementos fundamentales para la producción,
Seguros, Banca en su función de crédito, pero no en la de cambio, etc.). Habrá
bienes socializados (las grandes industrias siderúrgicas, textiles, etc.).
Habrá bienes municipalizados (servicios públicos de carácter local, aguas
minerales, bosques). Habrá un enorme desarrollo de las cooperativas de
producción (que es lo que está prevaleciendo en Cataluña). Y en fin, será
respetado el dominio privado de los pequeños y medianos propietarios (urbanos y
rústicos) industriales, comerciantes y profesionales libres.
Desaparecerá el gran capitalismo. La propiedad privada que
subsista, quedará sujeta a las obligaciones de su función social. Se hundirán
las castas plutocrática, teocrática, aristocrática y militar. Se borrará el
tipo del "señorito" parásito y holgazán. Todas las actividades, todos
los poderes, quedarán invadidos por los trabajadores. El trabajo será la gran
dignidad. La libertad política se arraigará en la libertad económica. Y España
será lo que su Constitución quiso que fuese: una República democrática de
trabajadores de todas clases, que se organizará en régimen de libertad y de
justicia.
Datos demostrativos
Alguien creerá que estos augurios son meras ilusiones muy
distanciadas de la realidad. Pero, la verdad es, que mi optimismo tiene fundamentos
serios. Permitidme citar algunos datos.
El más importante es el de la compenetración de las dos grandes
sindicales españolas: la Unión General de Trabajadores y la Confederación
Nacional del Trabajo. Colocadas en puntos de vista antitéticos (el máximo
estatismo la primera, el anarquismo la segunda), han mantenido durante muchos
años pugnas no siempre incruentas. Pero el peligro común les ha unido; les ha
unido, ante todo, el Gobierno y de ello es prueba la trascendental paradoja de
que haya ministros anarquistas; pero les está uniendo también en sus
actividades sociales. Hace muy poco el Comité Nacional de la C.N.T. propuso
una reunión para que ambas sindicales estudiasen en común los problemas de la
guerra, de las incautaciones, de las colectivizaciones y sobre todo, de sus
relaciones recíprocas. Inmediatamente respondió la Comisión Ejecutiva de la U.G.T. en sentido afirmativo, pero exigiendo que se respete la libertad de cada
trabajador para asociarse en el Sindicato que mejor le parezca y la libertad
de cada Sindicato para proceder con arreglo a sus principios. Someto a la
consideración de las gentes imparciales el enorme alcance de esa fórmula que
puede resumirse en estas dos palabras: convivencia y libertad.
En el mes de Enero se ha celebrado un Congreso de las Juventudes
Socialistas Unificadas y la preocupación dominante ha sido unir a todos en la
obra común. El manifiesto que ha servido como síntesis del Congreso hace un
llamamiento a la unión "de todos los jóvenes comunistas, socialistas,
republicanos, anarquistas, nacionalistas y católicos en aquellas tareas
necesarias para obtener la victoria".
Muy próximo es un discurso del señor Ardiaca, secretario del
Consejo de Agricultura de la Generalidad de Cataluña, proclamando que "no
es esta la hora de colectivizar la tierra".
Federica Montseny, anarquista, ministro de Sanidad y Asistencia
Social, augurando el próximo advenimiento de un ensayo inédito de economía
dirigida por la clase trabajadora, declara necesaria "la colaboración de
la pequeña burguesía liberal que ha cumplido una misión histórica
importantísima y es uno de los factores democráticos más interesantes".
A su vez, un recientísimo Congreso de Izquierda Republicana, ha
aprobado una ponencia de la cual son puntos fundamentales la libertad del
cultivo individual y el estímulo de la conciencia cooperativista.
Hace también muy pocos días el señor Ascaso, anarquista
significadísimo, ha hecho estas declaraciones: "Nosotros, los anarquistas,
tenemos que modificar un poco nuestros planes revolucionarios y los marxistas
tienen que avanzar otro poco. Con estos mutuos sacrificios se logrará una
posibilidad de cooperación completa. Los republicanos luchan a nuestro lado con
un magnífico espíritu de sacrificio y su ejemplo tiene que influir en nosotros
como en los marxistas".
No me detengo a citar textos comunistas, porque a estas horas todo
el mundo está enterado de que los comunistas están siendo en España la mayor
garantía de orden, de gubernamentalismo y de disciplina. Muy alejado yo del
ideario comunista y más propicio a defender el liberalismo a ultranza, debo
proclamar que la sociedad española tardará mucho en conocer y agradecer hasta
qué punto han llegado los comunistas en su renunciamiento en aras de la
conservación de España. Por eso me subleva la injusticia de presentarlos como
unas fieras devoradoras, como peligro de muerte, como síntesis de todos los
desbordamientos. Y repito, según tengo ya dicho, que aludo a los comunistas de
1936.
Quiero someteros otro dato curioso. El leader católico señor
Semprún, pocos días antes de estallar la sublevación fascista, daba a conocer
un programa católico en el que entre otros muchos e interesantes puntos defendía: La desaparición del capitalismo, del interés del dinero, de los
arrendamientos rústicos y urbanos, de todas formas de especulación,
de todo provecho sin trabajo; la propiedad personal privada sostenida en
provecho de las necesidades humanas de la actividad productora y del servicio social;
la nacionalización o colectivización de las grandes industrias básicas; la vigorización
de la pequeña y mediana propiedad agrícola, del artesano y de los talleres
familiares o casi familiares, y así, en ese mismo sentido, otras graves y
profundas reformas. No será ocioso añadir, que ese programa ha sido publicado
en la gran revista "Esprit".
En el orden legislativo, aportaré un solo dato: el Decreto de
colectivizaciones dictado por la Generalidad de Cataluña en 24 de Enero de
1936. Según su texto, serán obligatoriamente colectivizadas las industrias de
más de cien asalariados. Las de menor número, únicamente podrán serlo si se
ponen de acuerdo el propietario y la mayoría de los asalariados. En otro caso continuarán siendo propiedad privada, si bien con un Comité de control formado
por representación de los obreros, de los técnicos y de los administrativos.
Las empresas colectivizadas serán regidas por un Comité de empresa donde estén
representadas proporcionalmente las diversas centrales sindicales a que
pertenezcan los trabajadores y que decidirán, entre otras materias, el
reparto de beneficios. En todas las empresas colectivizadas habrá un interventor
designado por el Poder público. Cada rama de industria, dependerá de un Consejo
general que dará las normas fundamentales de la producción. Y todos los
Consejos de Industria vivirán en relación constante con el Consejo de Economía
de Cataluña. Trátase, en fin, de una concepción felicísima, en que se armonizan
sabiamente las aspiraciones del sindicalismo, del socialismo y las de la
propiedad privada.
Ya sé, que cuanto llevo dicho, no ha llegado plenamente a la
categoría de los hechos; que muchas de estas aspiraciones se ven impugnadas;
que la legislación es todavía, en alguna parte, letra muerta; que existen
gentes inexpertas, alocadas, ilusas y aun criminales, que dificultan la buena
marcha de las cosas; y que, en fin, continúan los obstáculos inevitables cuando
se acomete la empresa ingente de tramitar simultáneamente una guerra, una revolución
y una construcción.
Lo que quiero deciros es que las líneas directivas de la labor
futura están trazadas, que el pueblo español —con diferencias de matices,— sabe
lo que quiere y a dónde va; que si tiene fuerzas para acometer esta labor
ingente durante la guerra, mucho más las tendrá después de la victoria; y que
son ya evidentísimos los augurios de que el Frente Popular español está llamado a implantar soluciones justicieras en el orden social para su propia
gloria y para bien de la Humanidad.
La patraña del comunismo
Los que en España atacan a la República dicen que quieren librarla
del comunismo. Los que desde fuera los auxilian, proclaman que su único fin es
impedir la implantación del comunismo en Occidente y hasta llegan a hablar de
"la sed de sangre del comunismo". Los egoístas se disculpan porque
temen al comunismo más que al fascismo.
Las particularidades de mi situación personal, me privan de
libertad para hablar de otros países. A España he de referirme exclusivamente.
Pues bien, aquellos españoles que fingen espantarse del comunismo, ¿contra
quién se sublevaron el 18 de Julio? ¿Contra un gobierno comunista?De
ninguna manera. El Gobierno de entonces era estrictamente republicano,
exclusivamente burgués. Después ha sido cuando ha habido que llamar al Gobierno
a todos cuantos partidos y sindicaciones representan al pueblo unido para
defenderse. De modo que quien ha traído a gobernar a comunistas y anarquistas no es la República, sino los generales sublevados y los fascistas.
Nadie puede creer en la alarma de esas gentes frente al comunismo.
Porque, ¿es que cuando dominaba entre los obreros un socialismo moderado,
aceptaban ese socialismo? ¿Es que dejaron vivir en paz a Pablo Iglesias? ¿Es
que cuando la República quiso hacer una Reforma agraria medrosa, insuficiente,
aburguesada, la admitieron? ¿Es que cuando se ha iniciado en España cualquier movimiento de democracia cristiana, no han colmado de improperios a
sus propugnadores, diciendo que eran preferibles los bolcheviques? ¿Es que cuando algún Papa ha pronunciado palabras de aliento para los trabajadores, no
han cubierto de injurias al Papa, tildándole de hereje y sufragando rogativas
para que Dios le trajese al buen camino? ¿No fue uno de los jefes del ultra
católico integrismo español quien públicamente dijo que si era verdad que los
Papas predicaban contra los abusos del capitalismo, él se haría cismático
griego?
La guerra infame que ahora está destrozando a España, no se debe a
otra cosa sino al temor de que la República realizase un leve adelanto en el
orden social. Trátase, en fin de cuentas, de perpetuar un régimen de castas e
impedir la expansión del proletariado.
Esto y no el comunismo, es lo que los sublevados quieren impedir.
Reconozcamos que el miedo es injustificado. Al fin de la guerra, tanto dará que
gobiernen los sindicalistas como los comunistas, los socialistas, los republicanos o los demócratas cristianos. Todos caminarán hacia adelante y el mundo
trabajador ocupará plenamente la vida española.
La obsesión del comunismo es una simple patraña.
El problema religioso
Una de las mayores preocupaciones, por lo menos una de las que más
se utilizan para fines políticos, es la tocante al porvenir que en España estara reservado para las ideas religiosas y la libertad de conciencia.
Cuanto se ha hablado de los incendios de los templos y de la
matanza de curas. A cuenta de esto, se han desatado campañas violentísimas y
se ha querido justificar el calificativo de rojos, para todos cuantos nos
hemos colocado al lado del Gobierno legítimo. Se ha sostenido que los católicos
decían estar al lado de los militares sublevados, porque éstos representaban al
catolicismo, la Patria, el orden y todas las virtudes. De parte del Gobierno,
quedaban unas turbas de asesinos.
Por fortuna, el tiempo es gran demostrador de verdades. Después de
unos cuantos meses de sostener esa campaña el fascismo internacional, se han
podido observar unos cuantos hechos indiscutibles, de los cuales quiero dar un
breve apunte.
Primero. No es verdad que todos los católicos estén contra el
Gobierno. Al lado del Gobierno están otros que tienen tanto derecho como cualquiera
a conservar sus ideales religiosos, sin perjuicios de hacer la política que
más les plazca. Prescindiendo de grupos y de individuos —incluso
eclesiásticos,— se da el caso de que la región española donde el catolicismo es
más generalizado, más firme, más intransigente —Vasconia—, está al lado de la
República y se bate bravamente contra los militares de España y contra los ejércitos
invasores.
Se dirá que lo hace porque la República les ha concedido la
autonomía. Un argumento falso; mejor fuera decir que es una verdad a
medias, La República ha concedido a los vascos la autonomía que ellos
anhelaban; pero si al mismo tiempo, la República hubiera impuesto o siquiera
consentido una política de persecución a la Iglesia, es evidentísimo que los
vascos no estarían al lado de la República. Quien diga que un vasco vende la
religión por la autonomía, no sabe lo que es un vasco.
Segundo. Es asombroso que, en nombre del catolicismo, se
anatematice, bendiga y
exalte a los que matan mujeres y niños, con una particularidad: que cuando se
asesina a unos curas, no es porque lo ordene el Gobierno de la República, sino
a pesar de sus esfuerzos; y cuando se asesina a mujeres y niños, no lo hacen
turbas anónimas, sino soldados que obedecen las órdenes de los generales
facciosos.
Pues yo pregunto: ¿En qué lugar está dicho que la vida de un cura
vale más que la de un niño o la de una mujer? ¿Qué conciencia es la de esas
gentes que juzgan laudable —esa es la verdad—, matar a las familias madrileñas,
o malagueñas, o cartageneras, o bilbaínas, sólo porque se encuentran en
territorios leales al Gobierno legítimo? ¿Dónde están y qué conciencia tienen
esos obispos que no condenan a los bombardeadores de ciudades indefensas, sino que
están con ellos, bendicen sus armas y participan de su política? ¿Quién ha dicho que las víctimas de un lado son
sagradas, y las del otro, perros rabiosos?
Tercero. Pero ahora resulta que el bando piadoso, además de
asesinar en masa y por millares obreros y políticos del Frente Popular, se
fusila también a los curas que no se rinden al fascismo. Multitud de periódicos
españoles y extranjeros y entre éstos, algunos muy calificados de la derecha,
dan relaciones puntualísimas de sacerdotes fusilados por los fascistas. Sin embargo, no hemos oído protestar por estos hechos a los católicos militaristas.
De modo que existen dos pesos y dos medidas. Si hay un cura amigo de los
rebeldes, el matarle es un crimen que debe sublevar a toda la cristiandad. Si el
cura muerto es republicano, no merece la pena hablar de él. La Historia y la
Humanidad juzgarán esta conducta.
Cuarto. Todavía hay un fenómeno más pasmoso. En estos mismos días,
los católicos alemanes claman contra las persecuciones del nacionalismo hitleriano,
y los obispos alemanes piden amparo al Sumo Pontífice contra la tiranía
hitleriana, empeñada desde el primer momento es descristianizar al pueblo
alemán. Sin embargo, los católicos españoles, en vez de sumarse a sus hermanos
alemanes y ayudarles en su protesta, toman a Hitler como ídolo, traen a España
una invasión del ejército hitleriano y trazan programas sociales y políticos
calcados de los de Hitler. ¿Cómo se entiende eso? ¿Es posible estar al mismo
tiempo con Berlín y con el catecismo de la Doctrina Cristiana¿ ¿Es lícito
traer a España el enemigo de Cristo para que ampare la Doctrina católica?
El juego está bien patente: Desde el campo fascista español no se
trata de defender la espiritualidad religiosa. Se trata de defender una
política.
Permítaseme poner en evidencia un paralelismo que ofrecen los
diarios del 11 de Febrero. En uno de estos órganos, leo una carta pastoral de
Monseñor Kaller, obispo católico de Prusia oriental y encuentro en ella las
palabras siguientes: "Se pretende que el Cristianismo ha terminado su
carrera, que ha fracasado, porque, no estando conforme con la raza alemana, se
le ha de reemplazar por una religión racista. Esto es una declaración de guerra
a la Iglesia católica".
"Sí; estamos en plena guerra; ningún concordato, ninguna profesión
de fe del Fürer en favor del cristianismo positivo nos protege contra el
fanatismo de los enemigos de Cristo que atacan a la Iglesia, a los sacerdotes
y al pueblo católico que los calumnian, y creen hacer con eso obra agradable a
Dios".
Pues bien, en otro diario del mismo día, encuentro la última carta
pastoral del señor Goma, arzobispo de Toledo, que está al servicio de los
militares españoles. "Toda criatura —dice— tiene el derecho de entrar en
guerra contra otra, cuando ésta se pone en guerra contra Dios. La guerra es
hija del abuso hecho por el hombre de la libertad, porque es hija del
pecado".
¿Hay quién comprenda esto? Los obispos alemanes denuncian que
Hitler se levanta contra Dios. Enfrente de esto, el Cardenal Primado de España,
se pone al lado de Hitler. Y como nosotros estamos contra Hitler, recomienda
que se nos haga una guerra de religión. Reaviva las guerras de religión que
fueron un azote para la Humanidad y que creíamos extinguida para siempre. Mas
no solamente las declara legítimas, sino que ordena emprenderlas contra los
enemigos de Hitler, es decir, contra los verdaderos amigos de Dios. ¿Cabe mayor
absurdo? ¿Se dará cuenta Roma de las consecuencias que puede tener para la
Iglesia esta actitud de Primados belicosos y privados de la luz de la razón?
Más también en este aspecto de la espiritualidad religiosa,
la victoria de la República será un bien. Se atribuye a un sacerdote de gran
inteligencia esta frase definitiva: "Las turbas han quemado las Iglesias;
pero nosotros, los curas, hemos quemado la Iglesia".
¡Tremenda verdad! Siglos enteros en que los jerarcas de la Iglesia
en España, han vivido apartados de las clases humildes y apegados a las
aristocracias de todo género, habían de traer como resultado, lo que se ha
calificado de "apostasía de las masas". El hecho es tan cierto que
lo han condenado elocuentísimas voces eclesiásticas, de los Papas para abajo.
En España cobró especial relieve desde la instauración de la República. Todo el
que quiso perturbar a la República, difamarla y calumniarla, estorbar sus
leyes, deprimir a sus autoridades, tuvo al Clero a su lado. El púlpito era
frecuentemente lugar de combate antirrepublicano. En los pórticos de los
templos, los señoritos elegantes, vendían con gritos subversivos, periódicos
monárquicos, sin que los párrocos, rectores o capellanes lo impidiesen. Las
palabras de prudencia y cordura que los obispos pronunciaron en 1931, ni fueron
obedecidas, ni tuvieron continuación en actos posteriores. Gentes católicas
eran las que propalaban contra los gobernantes las imputaciones más afrentosas
y soeces. Católicos fueron los que, desde el primer día, lucieron su ingenio
contra el Frente Popular, llamándole "Frente Crapular". Y desde el
día 18 de Julio, vociferan a título de defensores de la religión, los militares
que faltan a su juramento, los que desconocen el poder legitimo, los que
inundan a su patria con tropas extranjeras, los que se apoyan en elementos
anticristianos de África y de Europa, los que sufragan libelos de escándalo,
los que emplazan ametralladoras en las torres, los que tienen como programa matar a la mitad de los españoles y destruir la mitad de España. ¡Pobre
Religión! iPara qué fines la utilizan!
¡Ah! Pero como protesta contra esa corrupción surgen en España y
en todos los países, grupos selectos de creyentes que no se preocupan del
esplendor de la liturgia, ni de los tesoros de las imágenes, ni de la
satisfacción de los poderosos, ni del griterío de la prensa, ni de ciertas desatinadas
pastorales, creyentes devotos de los mandamientos de la ley de Dios, de la
moral católica, de la necesidad de vivir con el pueblo, por el pueblo y para el
pueblo y empapados de aquella gran verdad que la propia Iglesia proclama,
según la cual es grande y admirable virtud la caridad, pero ha de ir precedida
de la justicia; y es la justicia, no la mera piedad, la que exige que sean
defendidos los derechos de los trabajadores cuya condición —repitamos a León
XlII— difiere poco de la de los esclavos.
Esos creyentes son personalistas, es decir, propugnadores del
valor del hombre por encima de la fuerza del Estado, mantenedores de los
privilegios y libertades del espíritu contra los materialismos de todas clases, apasionados del régimen jurídico, reveladores de las dictaduras
arbitrarias... Por eso en España se han puesto al lado del Gobierno: porque es
legítimo, porque no es dictatorial, porque es democrático, porque cada uno de
sus hombres y de sus partidos han postergado sus programas para no pensar más
que en España y en la Libertad.
De esos núcleos saldrán los cristianos que influirán en la vida
española, reputándose servidores de un alto sentido religioso y no haciendo a
la Religión servidora de sus conveniencias.
Y el mundo contemplará este fenómeno ejemplar: que los
republicanos, los comunistas, los anarquistas, todos estos laicos, todos estos
"rojos" a quienes odia la ''buena sociedad'' de todos los países,
respetarán escrupulosamente los fueros de la conciencia católica, exigiendo únicamente
que los católicos no se parapeten en la Religión para hacer una política
reaccionaria y dictatorial.
Perspectivas de solución
Parece evidente, en fin de cuentas, que si es la democracia quien
gana la guerra, habrá más o menos dificultades en el acoplamiento del nuevo
régimen, se producirán antagonismos de criterio entre los grupos vencedores,
pero todos estos inconvenientes serán dominados y España entrará en un período
de brillante reconstrucción y de instauración de una economía, no comunista,
aunque sí francamente popular. Habrá, pues, paz interior y exterior, buenas
relaciones con todos los pueblos y una perspectiva enorme de trabajo nacional
y de inversión de capitales extranjeros. La razón es ésta: que enfrente del
pueblo español, colocado del lado de la democracia, no hay otro pueblo español.
Pensad por un momento que en este instante salieran de España los alemanes, los
italianos, los portugueses, los moros y el Tercio extranjero, y comprenderéis
que los militares, los carlistas, los falangistas no tendrían peso cuantitativo
ni cualitativo para perturbar a España. La mejor prueba es que cuando han
querido hacerlo, han necesitado reunir todos aquellos elementos.
Por otra parte, es bien conocido que la República democrática
española no constituyó jamás un peligro para nadie. Precisamente su carácter
pacífico, reconocido sin discusión, fue la mejor garantía para el equilibrio
del Mediterráneo y una contribución preciosa a la tranquilidad europea. Con
razón ha dicho el Presidente Azaña: ''Jamás hemos cometido una agresión; ni la
República, ni el Estado, ni sus gobernantes han hecho nunca nada que pueda
justificar ni siquiera excusar un levantamiento en armas contra el
Estado".
El mundo puede estar bien seguro de que, si triunfa el Frente
Popular, podrá depositar en él su confianza, porque hará honor al compromiso
consignado en el artículo sexto de su Constitución: "España renuncia a la
guerra como instrumento de política nacional".
Calculemos ahora la hipótesis contraria: Que vence el fascismo. En
tal supuesto no habría en España un minuto de paz; ni se podría trabajar, ni se
podría vivir, ni España sería otra cosa que un elemento de perturbación en el
concierto universal. No gobernarían españoles sino extranjeros, ya
directamente, ya utilizando españoles de alquiler. ¿No estamos viendo que eso
es precisamente lo que ya ocurre en el territorio ocupado por los rebeldes?
Pues con mayor motivo ocurriría el día del triunfo faccioso. Sin pasión y sin
hipérboles, la situación sería ésta:
Un país bombardeado, incendiado y saqueado; es decir, un país
destruido. Repárese que los rebeldes no han obtenido hasta ahora un solo
pueblo por sumisión, sino por destrucción, y ya no intentan convencer, ni
siquiera vencer, sino arrasar. (Ahí están los ejemplos de Irún, San Sebastián,
Madrid, Málaga, etc.)
Un pueblo reducido a la impotencia y sumido en el dolor por la
fuerza de las armas. A diario los españoles demuestran, a costa de su sangre, que
prefieren morir a ser fascistas. Ese pueblo tendrá, durante varias
generaciones, el alma inflamada por el recuerdo de sus glorias y por el rencor
nacido del atropello y de la injusticia.
Una producción que habría de revestir las formas de la esclavitud,
ya que los obreros libres y conscientes no pondrían su voluntad ni sus brazos
al servicio del vencedor.
Un estado de conspiración sorda y constante para romper las
cadenas. Quizás otros pueblos lleguen —aunque lo dudo— al estado de resignación.
Pero cuando ha sucedido lo que está sucediendo en España, la resignación es
imposible.
¿Cómo se podría gobernar a una tierra y a unos hombros en tales
condiciones? Únicamente, mediante una tiranía fortísima y cruel. La misma que
ya ejercen los fascistas en todos los pueblos conquistados. Ahora que se
conocen sus fechorías, causan horror, porque son infinitamente superiores en
cantidad, en calidad y en refinamiento a las perpetradas en el campo leal,
nunca, ciertamente, por culpa del Gobierno.
¿Y quién ejercería esa tiranía? ¿Los fascistas españoles? ¡De
ninguna manera! i Véase cómo no se atreven a pelear solos contra republicanos!
El día que en España se quedaran solos los militares y los fascistas, sin
el concurso personal de los ejércitos extranjeros, serían fácilmente
aniquilados. No podrían, pues, prescindir de esos ejércitos. Pero, además, los
países que los ayudan, no soltarían fácilmente su presa, pues si la dejasen de
la mano, es seguro que la perderían absolutamente. Y nadie creerá que esos
pueblos están gastando y trabajando para no ganar nada. Serían, pues, ellos
quienes positivamente gobernaran en España. Pero, ¿limitarían a eso su acción?
Haría falta un estado de inocencia para creerlo. El abatimiento de España sería
el paso preliminar para la acometida contra las otras naciones; de igual manera
que la violación de Etiopía ha sido el aperitivo para la agresión a España.
Entérense de una vez los ilusos, los tímidos, los vacilantes, los perezosos,
cuantos equivocadamente, piensan comprar la tranquilidad de hoy renunciando
íntegramente al porvenir.
Seguid acompañándome en la hipótesis para augurar el panorama
internacional. España reducida a colonia. Su mercurio, su hierro, su cobre, su
plomo, su cemento y su potasa, en manos de los conquistadores. El Atlántico
intervenido en Galicia, en Lisboa y en Canarias. El Estrecho de Gibraltar
dominado por los ocupantes de Ceuta y de Málaga. Las comunicaciones entre
Francia y Argel, subordinadas a lo que guste mandar el dominador de Baleares.
Un ejército fascista en el Pirineo y Francia amenazada en dos fronteras. El
movimiento panislámico, hábilmente explotado en el Marruecos francés.
Checoeslovaquia y todas las democracias más o menos amenazadas de seguir la suerte de España. Y así como ya hemos visto repetirse
en España la invasión de los moros quizás nos tocase volver a contemplar,
inertes y maniatados, la lucha de los bárbaros del Norte contra el Imperio
romano.
Lo que todo esto representaría para la Humanidad, no es preciso
vaticinarlo. Hay ya ejemplos más que suficientes. Los pueblos donde ha logrado
prevalecer la ideología fascista, han alcanzado estos resultados innegables: la
opresión y la miseria en el interior, la guerra de conquista en el exterior.
La democracia española renacería de sus cenizas para combatir
contra esa política de sadismo. Y España sería un foco de perturbación en el
oriundo.
Los dos lenguajes
Quizás lo más agudo —y lo más peligroso— de la presente crisis
universal, es que hablan lenguaje distinto del de los pueblos.
Mientras los gobiernos, derrochando técnica y habilidad, hablan de acomodos, de
pactos de colonias, de empréstitos, de valorizaciones y siguen usando
vocabularios sibilinos y abstrusos, los pueblos no hablan más que de una cosa:
de libertad. Han aprendido que no valen nada los grandes acorazados ni las
magníficas redes de ferrocarriles y de carreteras ni los progresos de la
química, si millones de ciudadanos han de quedar postrados ante un dictador y
no han de poder disponer de su conciencia, de su pensamiento, ni de su palabra;
si han de ser presos, desterrados o ejecutados sin garantías procesales y sin
defensores libres; si han de ser arrastrados a la guerra sin consultar la
voluntad del país; si las leyes han de ser hijas del capricho y la aplicación
de las mismas, fruto de la arbitrariedad; si el ser humano ha de quedar
reducido a la condición de bestia de carga; si el espíritu de los niños ha de
ser secuestrado por el Poder político; y si en lugar de ser el Estado
instrumento para el bienestar del hombre, se toma al hombre como herramienta de
un Estado imperialista, sin freno, sin moral, desentendido de Dios y de las
leyes del amor y de la solidaridad.
Mientras subsista esa disparidad de lenguajes entre los Estados y
los pueblos, en cada nación habrá una revolución latente y la Humanidad estará
amenazada de conmociones espantosas. Importa mucho que gobiernos y pueblos
hablen acordes, y como es difícil que las muchedumbres aprendan tecnología
política, será mucho más práctico que los gobiernos se resuelvan a usar el
idioma de la libertad.
Mientras los Estados se deciden a emplearle, convendrá que los
pueblos les estimulen y acicalen, poniendo de relieve sus potencias
inagotables. Ahora está de moda hablar de un eje en Europa a cuyo alrededor
tienen que girar sumisos todos los países, excepto los dos que constituyen los
extremos de la línea. Ya que se acude a la geometría, bueno será que las
democracias tracen un polígono cuyos lados vayan de pueblo a pueblo, de tal
manera que no se pueda atacar a una sola de ellas sin que se pongan de
pie todas las demás. ¡Y esa sí que sería fuerza incoercible e insuperable! Los
ejércitos del trabajo, los núcleos selectos del pensamiento, moviéndose al
unísono, constituirían una fuerza como jamás conoció la Historia. Juegos
infantiles serían las obras de Alejandro, de César y de Napoleón, en
comparación a lo que realizarían las democracias del mundo entero animadas de
la misma emoción.
No se tome este concepto por exagerado y ponderativo. Cada hombre
tiene hoy planteado el problema del príncipe Hamlet: ser o no ser. Al lado de
esto, todo lo demás es minúsculo. Los republicanos españoles vienen demostrando
que quieren ser. ¡Quiéranlo igualmente todos los demás demócratas de la
tierra y su triunfo es seguro! Sería monstruoso pensar que millones y millones
de hombres, resueltos a vivir y a morir libres hubieran de rendirse ante la
voluntad de media docena de sujetos audaces que impusieran su ley al mundo.
El grito marxista "PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES
UNIOS", se le ha quedado chico a la Humanidad. Al esfuerzo de los
proletarios hay que unir el de los intelectuales, el de los profesionales, el
de los liberales, el de los cristianos, el de todos cuantos sepan y quieran
defender los fueros del espíritu frente a una absorción bárbara. Todos juntos
habrán de dar el grito de salvación, que no es otro sino este: ¡ANTIFASCISTAS
DE TODO EL UNIVERSO, UNIOS!
Ángel Ossorio y Gallardo
Discurso pronunciado el 22 de febrero de 1937 en la Maison de la Chimie de Paris
Facetas de la actualidad española, La Habana, mayo 1937
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