Accésit al Premio Internacional El Correo de Euclides (2003), de artículos periodísticos sobre la figura de Max Aub
(Fundación Max Aub), en conmemoración del centenario de su nacimiento.
Antoni Cisteró, el
autor de este artículo ha dirigido y coordinado las “Converses a Barcelona: Max
Aub, un testimoniatge del segle XX”. que se han celebrado durante el mes de
noviembre del 2003, organizadas por el Institut de Cultura de Barcelona, en
conmemoración del centenario del nacimiento de este prolífico escritor. Sirva
este artículo de homenaje a su obra y a su pensamiento.
Febrero de 1939. Carretera de Le Perthus. Una mujer
arrastra con dificultad un carrito de niño mientras con la otra mano retiene a
una niña de corta edad que no cesa de llorar. Detrás de él, unos hombres,
cubiertos con una manta a rayas, cargados con paquetes mal atados, blasfeman.
Hace tres días que andan. Desde que dejaron el coche por falta de gasolina,
cerca de La Sellera.
Otros han dejado el carro, la bicicleta, las maletas, la
ropa, los recuerdos, todo lo que tenían. Han perdido la esperanza, les queda el
miedo. Hace rato que los italianos no los ametrallan, posiblemente a causa de
la lluvia. Les esperan los Pirineos nevados y su viento helado. Como ellos,
cientos, miles y miles de personas desfilan hacia un destino idéntico.
Oyen un claxon. Se apartan maquinalmente. Sólo la
niña se vuelve. Grita: “¡Mira mamá!”. Un camión jadeante, cargado con la
carcasa de la parte delantera de un avión hecha de contrachapado y celofán,
monstruosa, esperpéntica. Por los bordes, colgando, los ojos desorbitados de
una cámara cinematográfica. En la cabina, sin puertas, se acurrucan cuatro
hombres. Dos de ellos: André Malraux y Max Aub. Un escritor francés, premio
Goncourt y un español, secretario del Consejo Nacional del Teatro.
No han podido terminar la película que filmaban en
Barcelona: Espoir-Sierra de Teruel. Malraux, ayudado por el español,
quería hacerla para promover la ayuda a la República ; para conseguir que la presión popular
acabara con la
No-Intervención. No han llegado a tiempo. La obra quedó a
medio hacer. Pero no desisten. La acabarán en París, incluso después de que
Franco haya anunciado el final de la guerra y a pesar de la oposición de las autoridades
francesas. Los empuja una fuerza que los protege del desánimo, una fuerza que
ha dado nombre a la famosa novela del francés y que también llevará la
película: La Esperanza.
Nos dice el diccionario Alcover-Moll: “Esperanza:
Acto de esperar, de confiar que ha de venir o suceder aquello que se desea o
que se considera bueno”. ¿Pensaban así aquellos cineastas ocasionales? –fue la
primera y última película de André Malraux-. ¿Qué les empujó a terminar aquel
trabajo tan arduo?, ¿qué lleva a los hombres a seguir luchando más allá de
cualquier vislumbre de victoria?. La coincidencia de Max Aub y André Malraux en
una serie de hechos históricos y su distinta posición hacia éstos nos podrá
servir para reflexionar sobre el tema.
1r. punto. El encuentro: Julio de 1936. El pueblo de Madrid acaba de
rechazar el golpe fascista. Max Aub está allí, ha vivido los hechos en directo,
no volverá a Valencia, donde reside, hasta unas semanas después. André Malraux,
enterado del golpe y azuzado a la acción por el ministro francés del Aire,
Pierre Cot y su jefe de gabinete Jean Moulin –futuro héroe de la Resistencia-, sale
hacia Madrid el 22 de julio, en un avión pilotado por su amigo y futuro
productor de la película, Edouard Corniglion-Molinier. Se informa de la necesidad
de aviones para la República
y vuelve a París el 28 para empezar a preparar inmediatamente lo que después se
denominará “Escuadrilla André Malraux”. Acción; respuesta práctica; artículos
en la prensa para contrarrestar la propaganda derechista que da por vencedor al
bando de Franco. Meses después, en una entrevista hecha con ocasión de la
aparición de su novela “L’Espoir” –base de la película que mencionamos-
Malraux dirá a un periodista:
-La République vaincra. Le nouveau gouvernement est decidé a “faire la guerre”.
Y cuando el periodista, jugando con el nombre de la novela, le pregunta:
Y cuando el periodista, jugando con el nombre de la novela, le pregunta:
-L’Espoir?
Responderá:
-Non, la certitude[i].
La acción como
respuesta a una necesidad histórica, más allá de la esperanza espontánea que
puede engendrar dudas y debilidades. Ésta era la posición de quien ha sido
considerado un creador de historias, de mitos que conduzcan a la acción.
Malraux, el forjador de esperanzas para empujar a la sociedad hacia un fin.
Los dos hombres se
encontrarán por primera vez en Madrid, presentados por José Bergamín. Aub,
también hombre de acción –cultural, que no bélica- lo fundaba todo en su
búsqueda de un futuro mejor, motor de la esperanza. Pero no una esperanza
adquirida en sermones ajenos, no una esperanza prefabricada, surgida de mitos extraños.
Él era agnóstico y eso le hacía rechazar la falsa esperanza que no surge de las
propias convicciones. Decía: “Ha habido dos pueblos elegidos: el judío y el
español. Ambos han querido imponer su religión al mundo. Ambos lo han esperado
todo del milagro –y en el fondo sus sentimientos lo esperan todavía-.
Prodigiosa esperanza... De eso morimos matando (Diarios. 17-1-41)”.
2º punto. Ganar la
guerra.
1937. El país partido en dos. También la parte republicana se enfrentaba a dos
caminos divergentes: la ilusión lírica –nacida del interior de cada cual- o la
organización –externa- de la
Apocalipsis , según las palabras de Malraux. ¿Era necesario
dejarse llevar por el impulso inicial? Las masas oprimidas intuían la
posibilidad de hacer reales los sueños que las habían mantenido vivas durante
siglos de represión. Pero delante tenían a un ejército organizado, con ayudas
internacionales –fascistas- importantes, ¿podrían ganar la guerra sólo gracias
a aquel empuje, aquel entusiasmo casi suicida que paró el golpe franquista en
el 36? Malraux, al mismo tiempo que manda la escuadrilla citada, escribe este
año su novela L’Espoir, llena de diálogos y reflexiones sobre este
dilema, el cuál se extendía por toda Europa generado por los graves conflictos
bélicos y políticos. Para el autor francés, la esperanza es un asunto
colectivo: “los hombres unidos a la vez por la esperanza y la acción tienen
acceso, como los hombres unidos por el amor, a ámbitos a los que no tendrían
acceso en solitario. El conjunto de esta escuadrilla es más noble que casi
todos los que la componen”[ii],
pero a la vez, es necesario que alguien –y en esto difiere profundamente de Max
Aub- controle, module, rectifique si es preciso, este latido en beneficio de la
eficacia. El personaje de su novela que más directamente representa esta
posición es Manuel –inspirado en el músico Gustavo Durán- que nos dice en el
último párrafo: “Manuel escuchaba por primera vez la voz de aquello que es
más grave que la sangre de los hombres, más inquietante que su presencia en la
tierra; la posibilidad infinita de su destino”[iii].
Introduce un elemento nuevo: el destino. Para Malraux es preciso que la
esperanza encaje con el destino, es necesario que el impulso nos lleve al
puerto que se considera adecuado. El hombre no siempre sabe cuál es este
puerto, es necesario que alguien –el partido político en el caso histórico que
nos ocupa- se lo indique y si es preciso reconduzca la esperanza. No puede
matarla: el impulso se secaría, pero si puede, intenta, dirigirla. Dice en una
conferencia en Madrid, durante el año 1936: “Lo que los hombres expresan
mediante la palabra “cultura” está contenido en una sola idea: transformar el
destino en conciencia”[iv]. La
cultura como medio para que la conciencia individual ande en el mismo sentido
que la necesidad colectiva.
Por su parte,
durante el 37, Max Aub es el agregado cultural de la embajada española en París
–donde ha impulsado el Pabellón de la República en la Exposición Internacional
y ha contratado y pagado a Picasso su Guernica-. De vuelta a España, ha sido
una de las almas de la organización del “Congreso Internacional de escritores
para la defensa de la cultura”. Trabajo, trabajo y trabajo en función de una
convicción interna que se impone sobre la incertidumbre del resultado final de
la guerra: “... ni desesperado ni desesperanzado, pero sí sin lograr
avizorar un próximo futuro claro, fenómeno que es, por otra parte, uno de los
signos de nuestro tiempo”[v]. Pero
reniega de la acción de los partidos –él era socialista, de cariz más liberal
que el estalinismo al uso- que quieren condicionar esta pulsión interna: “Si
vino la República ,
si he contribuido en cuanto pude a establecerla, es para gloria del espíritu,
de la razón, de la verdad, de la cultura. Sin eso, ¿para qué?... Hoy, en el
umbral de un tiempo nuevo, ahí tiene usted a sus correligionarios los
comunistas, que igual repudian a sus padres que estarían dispuestos a abandonar
su patria si su Partido se lo pidiese, que no se lo pide. Les admiro porque
todavía no tienen más dios que la justicia social, es decir, algo en potencia y
no tangible, como lo es lo prometido por el Vaticano –aunque fuese el otro
mundo- o los Bancos. Pero a través de todos los tiempos hubo algunos hombres
que sólo buscaban la verdad, la transigencia, el respeto a los demás, la
decencia, la honorabilidad, soy de esos y no pienso transigir”[vi],
dice uno de sus personajes. De nuevo podemos ver la divergencia entre los dos
amigos.
El 38, Malraux
propone a Aub que colabore en la filmación de Sierra de Teruel. Éste acepta. Trabajan
con todo el denuedo posible: “Un trabajo como el que hicimos sólo puede
llevarse a cabo con una entrega total. Laborábamos sin reservas, sin pensar,
empecinados, consagrados, aplicando los residuos mismos del ingenio,
empleándonos a fondo, sin otra intención que hacer lo que fuese lo mejor
posible”[vii].
Aún, hasta el último momento, se podía intuir la utilidad del trabajo bien
hecho: “En julio del 38, cuando empezamos a filmar, no dudábamos de la
victoria; cuando pasamos la frontera creímos que la volveríamos a cruzar si no
victoriosos, a luchar.”[viii],
nos dice Max Aub.
3º. La derrota: Pasan
la frontera a primeros de febrero del 39. Con el atrezzo que comentaba al
principio. Con la voluntad de continuar. Pero ya no se respira aquel aire
romántico de los inicios, aquel que hacía decir a Malraux: “esta noche
cargada de una esperanza turbia y sin límites, esta noche en que cada hombre
tiene algo que hacer en la tierra”[ix]. El
que ahora ha de hacer cada hombre es salvar el pellejo, comer, sobrevivir. Max
Aub pasa muchas penalidades. Incluso el hecho de quedarse en París hasta haber
terminado la película le hace perder alguna oportunidad de acceder al exilio
mejicano que después tardará tres años en conseguir, tras pasar por múltiples
cárceles y campos de concentración.
La terminan. Los
mismos días en que hay un giro decisivo para muchos hombres y mujeres de
izquierda. Nos lo explica el historiador Gérard Malgat: “Sierra de Teruel se
termina a finales de junio de 1939. Se organizan algunas presentaciones
privadas durante julio... El 23 de agosto, Malraux y Aub presentan el film al
presidente Negrín. La proyección se realiza en el cine París, en los Campos
Elíseos. Después, los dos cenan juntos y se enteran de la noticia del día: La Unión Soviética ha
firmado un pacto con Alemania. “La revolución a este precio, no” comenta
Malraux a Aub que comparte su punto de vista. Aub escribirá: “tanto para
Malraux como para mí, un intelectual es una persona para la que los problemas
políticos son problemas morales”[x]. No
es ya sólo la derrota bélica, sobre los espíritus se cierne también la derrota
moral. La desaparición del mito que había hecho posible tantos sacrificios. El
desmembramiento de la estructura ideológica que había soportado el paso de la
ilusión lírica –la esperanza individual- a la organización del Apocalipsis –el
objetivo colectivo que sacrifica la voluntad individual. Como consecuencia,
Malraux se desentenderá totalmente de sus lazos con la Unión Soviética y,
después de participar –con una intensidad sobre la que discrepan sus biógrafos-
en la Resistencia
francesa, será nombrado Ministro de Cultura por el general De Gaulle, de
derechas y profundamente anticomunista. Max Aub, hecha la película, ve cerradas
todas las puertas del exilio, siendo perseguido por los franquistas y por los
alemanes a raíz de una denuncia anónima que lo califica de “comunista” –lo que
no había sido nunca- y “revolucionario de acción”. Pero sostenido por su
convicción interna, Max Aub seguirá empeñado en su tarea: “O la historia
tiene sentido, o no lo tiene. O el hombre, por el hecho de serlo, tiende y va
hacia su fin por medio del progreso o, por el contrario, las generaciones se
siguen sin fin y sin fin ninguno. Creo con toda razón en lo primero, base
indestructible de mi optimismo”[xi].
4º. Epílogo: Han
pasado los años. Max Aub, con múltiples tareas de tipo cultural –guionista de
cine y radio, tipógrafo, pero por encima de todo y siempre, escritor: novelas,
obras de teatro, poesía- ha seguido en su exilio mejicano. Le asquean los
exiliados que, como en el caso de Malraux, han perdido la fuerza interior, y
pasan el tiempo culpando a los demás del desmoronamiento. Este rechazo le
servirá de argumento para uno de sus cuentos más famosos: La verdadera
historia de la muerte de Francisco Franco[xii]. En
él, un camarero de casino, harto de oír las peleas de los exiliados españoles,
se gasta todos sus ahorros para ir a España y, disfrazado de general, disparar
sobre el Caudillo. Después, tranquilamente, regresa a Méjico. Pero allí
constata que a pesar de haber conseguido su objetivo, los exiliados continúan
con sus pendencias de café. Aub sigue empecinado, a pesar de que su experiencia
lo lleva a decepcionarse de los resultados de su acción: “Yo no soy
político. A mí me interesa la justicia y el buen castellano; con eso,
comprenderéis, no se va muy lejos”[xiii].
Intentará volver a Francia, cosa que no conseguirá por estar aún vigente
(¡quince años después!) la ficha policial originada por la denuncia mencionada.
Y eso a pesar de tener un amigo ministro. Max Aub nos explica que Malraux, por
su lado, decía: “Lo que importa es luchar contra el destino. Vencer, conquistar”. Y añadía: “Et
puis, pour le reste, on s’en fout”[xiv]. Ha
perdido la esperanza. Ha dejado la lucha como exigencia moral. Se ha dedicado a
la “cultura” oficial –se ha de reconocer que consiguió objetivos importantes,
especialmente en infraestructuras-, la creada por el progreso de los que
aceptan subir a su carro. La ha “organizado”, de la misma forma que, en su
época filoestalinista –no fue nunca miembro del partido- organizaba el
Apocalipsis. Entretanto, Max Aub, en Méjico, escribía: “Nada duele tanto
como la esperanza, cuando la esperanza pende de un hilo”. Pero tozudo,
consiguió que este hilo, el hilo de la integridad moral, el hilo del
convencimiento interno de estar en el camino adecuado, no se rompiera durante
toda su vida, empezada ahora hace cien años.
Antoni Cisteró
______________________
[i] LACOUTURE, Jean. Malraux. Une vie dans le siècle.
Éditions du Seuil. 1976. Pàg. 252
[ii] MALRAUX, André. La Esperanza. Ed. Cátedra. Madrid. 1995.
pàg.383).
Nota
de l’autor: He traducido los textos de Malraux y otras citas, respetando el
rico castellano de Max Aub
[iii] Ibid. pàg. 551
[iv] MIRAVITLLES, Jaume. Més gent que he
conegut. Destino,. Barcelona. 1981. Pàg. 180.
[v] AUB, Max. Hablo como hombre.
Fundación Max Aub. Segorbe. 2002. Pág. 75
[vi] AUB, Max. Campo Abierto. Alfaguara. Madrid. 1978.
Pág. 277
[vii] Sala de espera. Nº 3. Pàg. 3
[viii] Hablo como hombre. Pàg.
158.
[ix] La Esperanza. Pág. 96
[x] Présence d’André Malraux. Nº 1. Pàg. 53
[xi] Hablo como hombre. Pàg. 86
[xii] La Fundación Max Aub ha publicado el cuento, acompañado de un CD
donde el propio Max Aub lo lee (2001).
[xiii] AUB, Max. La
Gallina ciega. Alba Ed. Barcelona. Pàg. 202
[xiv] Sala de espera. Nº 3. Pàg. 3
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