Fue la mañana del 13 de julio de 1977. A las diez y cinco.
¿Por qué tanto detalle?
Porque era sobrecogedor penetrar en el mismo hemiciclo del mismo
Palacio de las Cortes, cuarenta y un años después. Cuarenta y un años de
historia: Frente Popular, guerra civil, exilio, segunda guerra mundial,
victoria sobre el nazismo y una interminable dictadura franquista sostenida por
la reacción mundial.
Franco aseguró que terminaría con el comunismo. Encarceló,
torturó, mató a centenares de comunistas y de patriotas combatientes de la
libertad. Y no pudo acabar con el comunismo. Eso se lo habían propuesto otros
fascistas y reaccionarios antes que él. Y nadie lo consiguió. Porque los
comunistas están fundidos con el pueblo. Y el pueblo es inmortal.
La historia tiene sus facetas curiosas. La Pasionaria, una de las
personas más denostadas por la propaganda franquista a lo largo de tantos años,
subía aquel 13 de julio a las mesas de las Cortes y ocupaba la vicepresidencia
de edad en la sesión constitutiva de las primeras Cortes democráticas
posfranquistas.
Compartía conmigo esa vicepresidencia de edad Rafael Alberti,
amigo y camarada mío de siempre, extraordinario poeta de nuestro siglo, que en
Cádiz conquistó un escaño a golpe de coplas populares:
Coplero deliberado
que llegó, copla tras copla,
hasta salir diputado.
Rafael y yo participamos en la apertura de las nuevas Cortes
españolas de 1977. El silencio era impresionante. Y mi emoción difícil de
expresar.
Yo contemplaba el hemiciclo. Sí, era el mismo de 1936. ¡Pero tan
diferente! No sólo por su modernización. Yo buscaba rostros conocidos... Pero
allí no estaban ni Gil Robles, ni Manuel Azaña, ni Negrín, ni Luis Companys, ni
Largo Caballero, ni Prieto, ni Besteiro, ni González Peña, ni José Díaz, ni
Antonio Mije, ni Vicente Uribe, ni Juan José Manso... No estaban. Los escaños
los ocupaban otras personalidades, mujeres y hombres, jóvenes en su mayoría...
A la izquierda, mis camaradas del grupo comunista.
Yo era uno de los parlamentarios supervivientes. Mi paisano Manuel
de Irujo, del PNV, lo era también...
Y estábamos allí, ocupando nuestro escaño, defendiendo cada uno
sus ideales... sin haber claudicado en ningún momento.
El presidente de las Cortes, señor Hernández Gil, me dio
cordialmente la bienvenida durante un descanso. También me estrechó la mano el
entonces presidente del gobierno, señor Suárez. Yo le deseé mucha suerte. «Nos
va a hacer mucha falta», me contestó sonriendo. Y no le faltaba razón.
A Rafael Alberti —hoy premio Cervantes— pronto le resultó
demasiado estrecho el Parlamento y recuperó su puesto de «poeta en la calle»,
de «cometa errante», cediendo su escaño a un campesino de su tierra. Su
asombroso talento creador continúa entusiasmándonos a todos. Su voz no ha
dejado de cantar al pueblo, a la amistad, a las causas justas, a la paz.
Un día de octubre las Cortes recibieron con todos los honores al
entonces presidente de México, López Portillo. Por tratarse del primer
presidente extranjero que saludaba al nuevo Parlamento español y de un amigo de
la democracia española, su discurso fue aplaudido por los diputados en pie y
con sincero entusiasmo. Yo también le saludaba desde mi escaño. Y entonces
ocurrió algo inesperado. López Portillo me envió, por encima de muchas cabezas,
un fraternal beso. Gracias, amigo.
Fue un beso para mi pueblo, para la libertad, para la democracia.
Hubo instantes de emoción y responsabilidad cudadana en el curso de aquella
primera legislatura, en particular el voto afirmativo a la Constitución democrática, que a mi parecer
representa un hito importante en la historia del desarrollo de las libertades
en España.
El «sí» que yo pronuncié fue motivo de comentarios en la prensa y
en los pasillos. Se dijo que fue «el sí más rotundo y oído con toda claridad».
«Pasionaria —escribió Pilar Urbano en ABC— casi declamó el voto
afirmativo con una intensidad que ya quisiera para sí Nuria Espert.»
Al ser convocadas dos años después nuevas elecciones legislativas,
yo pedí a mi partido que no presentara mi candidatura. Mi puesto debía ocuparlo
una persona más joven. Y asturiana, por supuesto.
En efecto, en 1979 fue elegido diputado por Asturias mi camarada
Horacio Fernández Inguanzo, querido y respetado por el pueblo asturiano.
En lo que a mí respecta, yo prosigo mi actividad en el Partido
Comunista de España, ayudando a resolver complicados problemas que surgen a
cada paso en la búsqueda del mejor camino que nos conduzca a nuestra meta: el
socialismo.
Como cantara Nicolás Guillen:
Así hemos de ir andando,
severamente andando, envueltos en el día
que nace. Nuestros recios zapatos resonando,
dirán al bosque trémulo: « ¡Es que el futuro pasa!»
Dolores Ibárruri
Memorias de Pasionaria, 1939 - 1977
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