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2692. Santiago Carrillo, por Dolores Ibárruri




Conocía al joven secretario general de las Juventudes Socialistas, discípulo de Largo Caballero, que desde la adolescencia trabajaba en la imprenta y redacción de El Socialista, al lado de su padre, Wenceslao Carrillo, dirigente del PSOE.

Personalmente no traté a Santiago hasta su ingreso en el PCE.

Yo tenía al joven Santiago en alta estima, porque su talante unitario y su actitud revolucionaria habían hecho posible la fusión de las Juventudes Socialistas y Comunistas —éstas dirigidas por el inteligente joven Trifón Medrano—, en la nueva formación Juventud Socialista Unificada —JSU—, que tan importante papel político desempeñó durante nuestra guerra y en los durísimos años posteriores.

La JSU enriqueció a la izquierda, impulsó la unidad y dio al partido cuadros jóvenes de gran valía, combatientes y dirigentes políticos, muchos de ellos caídos heroicamente en la guerra y en la resistencia, y otros que hoy, ya veteranos, proclaman con orgullo su origen jotaseuista y su limpio historial revolucionario.

Internacionalmente, la fusión de las dos juventudes revolucionarias de España, que luchaban en las primeras líneas de las trincheras por la libertad, hizo latir con fuerza el pulso de la solidaridad juvenil en otros países.

En Madrid se reunieron las directivas de la Internacional Juvenil Socialista y de la Internacional Juvenil Comunista, bajo la presidencia de Santiago Carrillo, con asistencia de Federico Adler, secretario de la Internacional Obrera Socialista, y su presidente De Broukére, así como Michael Wolf, secretario de la Internacional Juvenil Comunista.

Muy importante en la realidad práctica fue el fluir de jóvenes voluntarios de todos los continentes a ocupar un puesto de combate en los frentes de la libertad en España.

Con su excepcional sensibilidad, Antonio Machado escribió en 1937:

«Yo os saludo, pues, jóvenes socialistas unificados, con un respeto que no siempre puedo sentir  por los ancianos de mi tiempo, porque muchos de ellos estaban deshaciendo España y vosotros pretendéis hacerla.»

La JSU quedará en la historia del movimiento juvenil revolucionario de España como una de, las más grandes realizaciones.

Algún día, así es de desear, se escribirá la historia apasionante de la JSU, más aún, de toda la juventud progresista española en los años treinta.

Me cuentan que al llegar en 1939 Federico Melchor a Francia, don Pablo de Azcárate, hasta entonces embajador de la República en Londres, le acompañó a la prefectura de Policía de París. Uno de los jefes de policía preguntó a Melchor:

—¿Y usted qué hizo durante la guerra?

—Últimamente fui director general de Propaganda en la Subsecretaría de Asuntos Exteriores.

El policía francés contempló irónicamente a Federico —con su aire de adolescente, pequeño de estatura— y exclamó, dirigiéndose a don Pablo:

—Ya me explico por qué han perdido ustedes la guerra.

Parecido fue el comentario que los policías franceses hicieron a Francisco Romero Marín y a Ramón Soliva —ambos tenientes coroneles a los 24 años— al aterrizar éstos en Oran en marzo de 1939. Su delito, por lo visto, era ser jóvenes y heroicos.

Marín recuerda lo siguiente:

“A Soliva y a mí nos pidieron la documentación; sólo llevábamos documentación militar en la que figuraba el grado y el mando que ejercíamos. Ambos habíamos sido jefes de división y acabábamos de cumplir 24-25 años. Los militares del servicio de información que nos interrogaron hicieron, a la vista de esos datos, comentarios despreciativos. En ese preciso momento se veían evolucionar aviones Pothez; al ver aquellos aparatos militares les dijimos que, si el armamento de que disponían era de las mismas características, en el primer encuentro con el ejército alemán, el ejército francés sería barrido. La contestación les sentó muy mal y, sin más requisitos, nos enviaron al fuerte de Mers-El-Kebir y no al puerto, para pasar a Francia, como habíamos pedido.”

Aquellos policías franceses querían ignorar la realidad de los casi tres años de resistencia del pueblo español a la agresión fascista internacional. No conocían al parecer que los mandos y comisarios veinteañeros de tantas y tantas unidades hicieron posible contener el alud de moros y «nacionales» en el movimiento de 1936; la resistencia en tantas batallas, que muchos militares profesionales consideraban inviables.

Entre los jóvenes jefes militares destacaron Cazorla, Etelvino Vega, Francisco Romero Marín, Ramón Soliva, Pedro Mateo Merino, Artemio Precioso, Francisco Mesón, Tagüeña, Nilamón Toral, Domiciano Leal, Fernando de la Rosa, Carrión, Eduardo García, Pedro Valverde, Andrés Martín. Y entre los comisarios políticos, José Laín Entralgo, Santiago Álvarez, Tomás Huete, Luis Suárez y tantos otros jóvenes jefes y comisarios que con su capacidad y heroísmo fueron el orgullo de nuestro Ejército Popular.

En un saludo que en 1946 dirigí a una conferencia de la JSU, yo decía:

“No eran mentira las estrofas del Himno de las Compañías de Acero, que un poeta popular compuso como homenaje a nuestros héroes:”

Las Compañías de Acero,
cantando a la muerte van...

¡Iban cantando a la muerte defendiendo el derecho a la vida y a la libertad! ¡Iban cantando a la muerte, porque morir por la libertad del pueblo y de la patria no es morir, sino vivir para siempre en el recuerdo agradecido que el pueblo y la patria dedican a sus héroes! ... ¡Lina Odena, Medrano, mi Rubén, Justo, Vitini, y tantos héroes de nuestra juventud, no han muerto! ¡Viven por siempre en el corazón de cada uno de nosotros, vivirán en el cariño y la devoción de las nuevas generaciones!...

No olvidamos, no podemos olvidar, los nombres de nuestros combatientes: del comisario Belmonte, que hizo honor a la consigna de los comisarios: «Ser el primero en avanzar, el último en retroceder.» No olvidaremos los nombres gloriosos del comandante Leal, de Coll, el marino antitanquista, de Celestino García, el sencillo campesino de Morata de Tajuña. No olvidaremos a Juanito García, el primer capitán de milicias; a Andrés Martín; a Gullón, a Antonia Sánchez y a tantos y tantos héroes de la juventud.”
En 1939 encontré a Santiago Carrillo en Moscú, como ya he recordado, trabajando en el comité ejecutivo de la Internacional Juvenil Comunista.

A mediados de 1940, se trasladó a EE. UU., a Cuba, México y otros países de América latina, donde desarrolló diversas actividades políticas.

Volví a encontrarme con él en París, en 1945, a mi llegada a Francia, después de un viaje kafkiano.


Dolores Ibárruri
Memorias de Pasionaria 1939-1977







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