Definitivamente, cantaré para el hombre.
Algún día –después–, alguna noche,
me oirán. Hoy van –vamos– sin rumbo,
sordos de sed, famélicos de oscuro.
Yo os traigo un alba, hermanos. Surto un agua,
eterna no, parada ante la casa.
Salid a ver. Venid, bebed. Dejadme
que os unja de agua y luz, bajo la carne.
De golpe, han muerto veintitrés millones
de cuerpos. Sobre Dios saltan de golpe
–sorda, sola trinchera de la muerte–
con el alma en la mano, entre los dientes
el ansia. Sin saber por qué mataban;
muerte son, sólo muerte. Entre alambradas
de infinito, sin sangre. Son hermanos
nuestros. Vengadlos, sin piedad, vengadlos!
Solo está el hombre. ¿Es esto lo que os hace
gemir? Oh si supieseis que es bastante.
Si supieseis bastaros, ensamblaros.
Si supierais ser hombres, sólo humanos.
¿Os da miedo, verdad? Sé que es más cómodo
esperar que Otro -¿quién?- cualquiera. Otro,
ser, si procuro ser quien soy. ¡Quién sabe
si hay más! En cambio, hay menos: sois sentinas
de hipocresía. ¡Oh, sed, salid al día!
No sigáis siendo bestias disfrazadas
de ansia de Dios. Con ser hombres os basta.
Blas de Otero
Ángel fieramente humano, 1950
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