“Fui un mísero afligido desde mi mocedad,
siempre lleno de espanto, lleno de tristeza…”
(Salm., 88, 16)
Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste,
y mi padre decía,
mirándome y moviendo
la cabeza: hijo mío,
no sirves para nada.
Después me fui al colegio
con pan y con adioses,
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: pequeño niño,
no sirves para nada.
Vino, luego, la guerra,
la muerte –yo la vi
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron,
yo, triste, seguí oyendo:
no sirves para nada.
Y cuando me pusieron
los pantalones largos,
la tristeza en seguida
cambió de pantalones.
Mis amigos dijeron:
no sirves para nada.
En la calle, en las aulas,
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes,
me perseguía siempre
la triste cantinela:
no sirves para nada.
De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día,
la muchacha que amo
me dijo, y era alegre:
Ahora con ella, voy limpio
y bien peinado.
Tenemos una niña
a la que, a veces, digo,
también con alegría:
no sirves para nada.
José Agustín Goytisolo
Salmos al viento, 1958
Sencillo pero veraz, los poetas no servimos para nada, más que para malvivir.. saludos, gracias por compartir.
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