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2810. Despachos de la guerra civil española XX




Tortosa, 10 de abril

En los últimos cinco días este corresponsal ha observado el frente desde las resplandecientes laderas nevadas de los Pirineos hasta donde el azul brillante e intenso del Mediterráneo se vuelve lechoso por el caudal amarillo del Ebro, y una alta y única palmera de dátiles marca la entrada en la destrozada Tortosa.

En el lejano norte, bajo la sombra de los Pirineos, las tropas franquistas han avanzado continuamente hacia el norte y el este en una región donde las posiciones podrían ser defendidas por las graduadas más resueltas de cualquier buen colegio de señoritas. Uno de los primeros pasos del nuevo gobierno será sin duda reforzar y consolidar la resistencia en este sector del norte que, cuando este corresponsal lo visitó hace tres días, daba una impresión excesivamente bucólica. Podía ser por la cantidad de conejos que los soldados llevaban colgados del hombro o tal vez por el sentimiento general de que con tanto terreno montañoso donde luchar, ¿qué importa un valle más o menos entre los ejércitos? Sin embargo, sigue siendo un hecho que el sector del norte es la puerta trasera de toda Cataluña. Después de contemplar la heroica resistencia ofrecida para bloquear a Franco el camino del mar, desalentaba a cualquier observador ver tomar la pérdida de un terreno potencialmente vital, que controla vastos recursos hidroeléctricos, como una cuestión sin importancia que podría cambiarse solo endureciendo la resistencia.

Hoy, la orilla izquierda del Ebro sobre Tortosa era tan diferente del norte como las luces fuertes e intensas del cuadrilátero difieren de la soñolienta hora de la siesta en una polvorienta plaza de pueblo. Desde que este corresponsal se marchó de allí el 5 de abril, en las posiciones no se ha producido absolutamente ningún cambio. Ataque tras ataque de dos divisiones italianas, identificadas por hombres hechos prisioneros como La Littoria y Flechas Negras, apoyadas por barreras a nivel, de guerra mundial, de cañones de seis y tres pulgadas y los nuevos cañones más ligeros y rápidos, no habían logrado atravesar las líneas del gobierno en ningún punto. Esta tarde se han usado tantos aviones que no se han perdido de vista ni un momento y a veces el cielo estaba lleno de su ruido atronador. Este corresponsal ha observado el brillo metálico de bombarderos Savoia-Marchetti en el cielo español sin nubes, describiendo círculos con la precisión de insectos en el bombardeo de gran altitud, y el vuelo increíblemente rápido sobre las montañas, que casi parecía aplaudido, tan raudo era, por las bocanadas de humo antiaéreo que surgían a su alrededor, de los nuevos y negros bombarderos Rohrbach que iban a bombardear los puentes de Tortosa desde menos de trescientos metros de altura. El puente fue acertado en ambos extremos en el tiempo que este corresponsal tardó en pasarlo y regresar, pero los bombarderos ligeros de bombas ligeras causan poco efecto en las delgadas estructuras de acero. Es como tratar de descolgar una botella de un cordel en una feria francesa. Se puede acertar el cordel si el disparo es lo bastante bueno, pero solo se deshilacha o corta en dos y la botella no se cae.

Después de contemplar el progreso de la defensa del Ebro desde un puesto de observación, este corresponsal bajó por una escarpada senda entre viñedos y comió un plato de tres costillas de carnero, cubiertas por salsa de tomate y cebollas, con los oficiales de la división. El comandante, uno de los jóvenes generales más famosos del ejército español, rebosaba de júbilo por la interrupción del avance.

 —Anoche atacaron con artillería pesada y tanques —dijo— y de nuevo esta mañana. Como ve, las líneas están exactamente donde estaban cuando vino usted aquí hace cuatro días. Emplean hasta cien aviones para ametrallar la carretera y bombardear estas ciudades, pero nosotros los detenemos igual que hicimos en Madrid. Podrán ver el mar, pero nunca llegarán a él. En cambio yo, en cuanto mejoren las cosas, bajaré a tomar un baño.

Dejando aparte el espíritu combativo y el optimismo de estos viejos defensores de Madrid, viejos por haber luchado casi dos años, pero jóvenes de edad, la situación sigue siendo que las fuerzas franquistas se ven absolutamente incapaces de bajar por el Ebro. Mientras comíamos, oímos el fuego de la artillería y el agudo silbido de una granada. Explotó a ciento cincuenta metros de distancia, en unas casas de la curva de la carretera, formando una nube de humo amarillo. Otras seis vinieron en la misma dirección, cayendo todas a veinte metros una de otra.

—Disparan consultando el mapa — dijo el joven general—. Esa clase de disparos no son peligrosos.

Por el momento Franco intenta dos ofensivas hacia el mar. Una fue totalmente frenada hace ya cinco días sobre Tortosa. La otra ha bajado de Morella a San Mateo y Vinaroz, progresando a sacudidas durante varios días, pero las fuerzas del gobierno aún no han retrocedido a sus mejores posiciones. Sin embargo, mientras las mejores tropas españolas, veteranas de toda la guerra, detienen el avance a la costa, la región de la frontera francesa constituye el peligro. En esta última gran ofensiva de Franco ha quedado demostrado una y otra vez que las tropas buenas pueden mantener las posiciones más difíciles, y las tropas sin experiencia pueden ser catapultadas de posiciones que las tropas buenas consideran facilísimas de mantener, bajo ataques aéreos que no conseguirían nada contra tropas bien atrincheradas. Para conservar el frente catalán, el gobierno tiene que reforzar el norte inmediatamente. El centro y el sur están resistiendo como lo hicieron en Madrid.


Ernest Hemingway
Despachos de la guerra civil española (1937-1938)





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