Berlín, 2 de mayo de 1945.Un soldado soviético levanta la Bandera Roja sobre el Reichstag |
Los alemanes —escribía
Mairena— son los grandes maestros de la guerra. Sobre la guerra, ellos lo saben
todo. Todo, menos ganarla, sin que la victoria sea tan lamentable, por lo
menos, como la derrota. Las guerras en que intervengan los alemanes serán
siempre las más violentas, las más crueles, las más catastróficas, las más
guerreras, digámoslo de una vez, de todas las guerras. Si las pierden, no será
por su culpa. Porque ellos llevan a la guerra todo lo necesario para guerrear: 1.° Una metafísica guerrera, y en ella definida la esencia de la guerra misma,
de un modo inconfundible, perfectamente aislada de las otras esencias que
integran la total concepción de la vida humana. 2.° Toda una aforística
guerrera, que aconseja el amor a la guerra como condición sine qua non del
guerrero, y su consecuente si vis bellum para bellunt o, como dice Nietzche:
vivid en peligro, o, en lenguaje de Pero Grullo: si quieres guerra despídete
de la paz, etc. 3.° Toda una ciencia supeditada a la guerra, que implica, entre
otras cosas: a), un árbol zoológico coronado por el blondo germano, el ario
puro, el teutón incastrable, etc.; b), setenta mil laboratorios en afanosa
búsqueda de la fórmula química definitiva, que permita al puro germano extender
el empleo de los venenos insecticidas al exterminio de todas las razas humanas
inferiores. 4.° ¿A qué seguir? Toda una cultura colosal, perfectamente
militarizada, llevarán los alemanes a la guerra, al son de músicas que puedan
escucharse entre cañones. Con todo ello, los alemanes se detendrán ante una
plaza militar insuficientemente defendida, para ponerle un cerco tan a
conciencia, tan perfecto y cabal que, al dispararse el primer obús, la plaza
sitiada tendrá un millón de defensores, y la batalla que se entable durará años
y costará otro millón de vidas humanas (Mairena profetiza en esta nota algo de
lo que pasó en Verdún, durante la guerra europea). La plaza, al fin, no será
debelada. Pero Alemania habrá afirmado una vez más su voluntad de poderío, que
era, en el fondo, cuanto se trataba de afirmar, y, desde un punto de vista metafísico, su victoria será indiscutible.
Algún día Alemania será declarada gran enemiga de la paz, y las tres cuartas partes de nuestro planeta militarán contra ella. Será el día de su victoria definitiva, porque habrá realizado plenamente, poco antes de desaparecer del mapa de los pueblos libres, su ideal bélico, el de su guerra total contra el género humano, sin excluir a los inermes y a los inofensivos. Si para entonces queda —todavía— quien piense a lo Mairena, se dirá: fué la Alemania prusiana un gran pueblo, conocedor, como ninguno, del secreto de la guerra, que consiste en saber crearse enemigos. ¿Cómo podrá guerrear quien no los tiene? Cuando Alemania llegó a comprender hondamente esta sencilla verdad: «la guerra verdadera se hace contra la paz» hubo cumplido su misión en el mundo; porque había enseñado a guerrear al mundo entero con los métodos más eficaces para exterminar al hombre pacífico. Y el mundo entero decidió, ingratamente, exterminar a su maestra, cuando ella sólo aspiraba ya a una decorosa jubilación.
Algún día Alemania será declarada gran enemiga de la paz, y las tres cuartas partes de nuestro planeta militarán contra ella. Será el día de su victoria definitiva, porque habrá realizado plenamente, poco antes de desaparecer del mapa de los pueblos libres, su ideal bélico, el de su guerra total contra el género humano, sin excluir a los inermes y a los inofensivos. Si para entonces queda —todavía— quien piense a lo Mairena, se dirá: fué la Alemania prusiana un gran pueblo, conocedor, como ninguno, del secreto de la guerra, que consiste en saber crearse enemigos. ¿Cómo podrá guerrear quien no los tiene? Cuando Alemania llegó a comprender hondamente esta sencilla verdad: «la guerra verdadera se hace contra la paz» hubo cumplido su misión en el mundo; porque había enseñado a guerrear al mundo entero con los métodos más eficaces para exterminar al hombre pacífico. Y el mundo entero decidió, ingratamente, exterminar a su maestra, cuando ella sólo aspiraba ya a una decorosa jubilación.
Antonio Machado
Hora de España VI, Julio de 1937
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